Por Eduardo Aliverti
Tienta señalar que éstas fueron las elecciones de los supuestos consolidados. No es así.
Un segundo elemento es haber partido de facturarle deficiencias a la dirigencia opositora como si ésta realmente hubiera querido ganar. Nunca quisieron vencer. Jamás. El hijo de Alfonsín, El Padrino, El Alberto, De Narváez, todo lo que ellos representan y dejemos para después a un par de paradigmas patológicos, sólo procuraron el intento de dar testimonio gracias a lo que llamaríamos inercia de un proceso democrático. Ninguno, absolutamente ninguno hasta el punto de que la única ¿sobresaliencia? previa de esta elección fue el milagro para Altamira, tenía más objetivo que parlotear lugares comunes, impedidos de traslucir vocación de poder. ¿Poder para qué? ¿Para retroceder las iniciativas que el pueblo reconoce? ¿Poder para dar marcha atrás con la reestatización del sistema jubilatorio, con la ley de medios, con las retenciones agropecuarias, con la Asignación Universal por Hijo, con el incremento del empleo estable? ¿Qué utopía era ésa de “quiero un país para todos”? ¿No pudieron inventar ni apenas un spot publicitario creativo, en medio de los mayores espacios en radio y tevé de que hayan dispuesto nunca, y pretendían que “la gente” los estimara aptos para gobernar el país?
Hay igualmente que el viento de cola de la economía mundial, y el precio de las materias primas internacionales, y el tipo de cambio administrado, y el carisma inmenso y de viudez de Cristina, son la reproducción del noventismo menemista e inderrotable. Si así fuera, si pudiera dejarse de lado la solidez en que ancla un modelo y el otro, si se apartara el avance de un bloque regional avisado de las derivaciones de una derecha absolutista, si el mundo no estuviera tomando nota de que podría ser mejor mirar para acá, ¿se dieron cuenta ahora? ¿Después del domingo? ¿No era que había un “fin de ciclo” inminente? Así le fue a Carrió, en torno de la que, hace mucho tiempo, incluyendo a sus propagandistas mediáticos, se era consciente de su extravío mental. Todos sabían que su narcisismo autodestructivo encontraría de freno la pérdida de millones de votos. Todos sabían que mucho antes que política eso era show místico. Como todos sabían que Pino es un ególatra que seguía sus pasos. Todos sabían que estaban montándose en inventos. Aunque sea, podrían haberse dado cuenta de que el mejor para inventar algo era o es Binner. Ni eso.
Hay más obviedades para este boletín. Una, el riesgo de creerse que ya está, que se terminó, que no hay nada más que hablar. La Presidenta fue la más sabia y prudente en ese sentido, y estuvo bien en fugar hacia adelante. No me la creo, dijo, contrastando con una oposición a la que no le da ni para la grandeza de decirse que seguirá peleando. Vamos por el equilibrio en el Congreso, pasaron a decir sus referentes mediatizados. Ya abandonaron con la excepción oratoria del animal duhaldista, que pronostica un revival del 2001 provocado por él a la cabeza, o entre ellas. Pero debe reiterarse que no hay antecedentes de lo que quiere decir una elección primaria ganada por semejante paliza, aun cuando se juzgue que la mitad del electorado no votó al oficialismo. Esto último también admite alguna prevención, porque se saca la cuenta de que no votar “por” es inexorablemente igual a hacerlo “en contra de”. ¿El 10 por ciento de Binner es una masa profundamente adversa a los grandes trazos del kirchnerismo? ¿A los votos en blanco los computan como trasladables en paquete a opciones antioficialistas? Los del milagro de Altamira, quitándoles el componente mediático-romántico de esta instancia, ¿son voluntades de la revolución proletaria que conquistarían el hijo de Alfonsín o El Padrino? Curiosa forma de medir al 50 por ciento que no votó K.
Con la oposición autoasumida hacia octubre en una caída irreversible y ya dedicada al placé del Congreso y las concejalías, y salvo por algún “efecto Atocha” que no está en cálculos de nadie, casi la única pregunta a dos meses vista sería qué actitud asumirán los grandes medios militantes de la furia antikirchnerista. Por el momento, se los nota más bien absortos. Las dos respuestas probables, sin embargo, conducen a una lógica parecida. Si bajan el tono, a esta altura es difícil que se los crea auténticos. Y si no lo hacen, les irá peor todavía. Pero cuidado con descifrar eso como el símbolo de una decadencia insalvable.
Las elecciones, cualesquiera, son episodios. Lo que expresan las urnas es volátil. Nunca lo es, en cambio, la acción de quienes representan intereses de poder concentrados y brutales.
Fuente: Pagina12
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