Por Luis Bruschtein
Puede haber un juez que se dedique a la explotación de la prostitución y le lluevan los millones. Hay de todo en la viña del señor. Lo que no resulta creíble es que haya un juez de la Corte que se dedique a alquilar para la prostitución cuatro departamentos que están a su nombre. Es un negocio, a lo sumo, de unos miles de pesos por mes, que además los podría obtener si los alquilara para vivienda, para turistas o para oficinas.
Es tan evidente ese argumento que termina por generar muchas dudas sobre los denunciantes. ¿Realmente piensan que Zaffaroni se dedica al negocio de la trata de personas? Lo que empezó como una nota sobre los “puticlub” de Zaffaroni en un periódico amarillista de la editorial Perfil luego fue convertido en denuncia judicial con esos recortes. La denuncia la hizo una agrupación, La Alameda, que ha realizado muchas denuncias serias sobre trabajo esclavo, pero que en los últimos dos o tres años se ha mostrado muy cercana al cardenal Jorge Bergoglio. La denuncia después fue tomada por dirigentes políticos de la oposición, algunos también próximos a la cúpula eclesiástica.
Mientras la prensa amarilla seguía ensuciando todos los días al juez Zaffaroni, esta asociación La Alameda, que había reciclado los recortes del periódico, se convertía ahora en fuente de información para esos mismos periódicos. Al ciclo perverso de una campaña que se retroalimenta hasta el infinito, con citas de citas, se suman los políticos de oposición pidiendo el juicio político o la renuncia de un juez al que en más de treinta años de ejercer esa función, y de estar bajo la lupa por sus posiciones de avanzada, nunca nadie le conoció un solo acto, no ya de corrupción, sino de falta de ética.
Zaffaroni quizá sea el jurista argentino de mayor prestigio internacional por sus conocimientos y también por sus posiciones progresistas, las que le han ganado más de un enemigo. Cuando Néstor Kirchner propuso a Zaffaroni para integrar la Corte, fue público el malestar del cardenal Bergoglio. La cúpula de la Iglesia, que siempre había intervenido en la designación de los magistrados de la Corte, no fue consultada esa vez por el entonces presidente y fue evidente la conmoción que provocó la designación de un jurista con una visión tan renovadora del Código Penal, y con una expresa defensa de los derechos de las minorías, incluyendo las opciones de género. Para ese sector de la Iglesia, los miembros de la Corte deberían respetar un orden feudal similar al de la propia Iglesia, deberían ser caballeros conservadores respetuosos de la religión, la tradición, la familia y la propiedad y, lo que es más importante, deberían mantener una estrecha relación con la jerarquía eclesial.
Desde esa visión decimonónica es posible creer que alguien que tiene un pensamiento tan abierto sobre los entrecruzamientos que existen entre las formas del delito y las sociedades donde se reproducen, por el solo hecho de pensar de esa manera, sea capaz de alquilar sus departamentos a una red de prostíbulos. Desde esa visión, el que está de acuerdo con el aborto también es una especie de asesino. Todo aquello que no se atiene a la estructura de vigilar y castigar es motivo a su vez de vigilancia y castigo. La proximidad de La Alameda con el cardenal Jorge Bergoglio y su participación en esta campaña en un período electoral podría explicarse desde ese convencimiento.
Desde el punto de vista político, las campañas mediáticas que se vienen realizando en este año electoral tienden a golpear a determinados hechos cuyos contenidos simbólicos fueron llenando de significados a estos treinta años de democracia, pero que están muy referenciados con el kirchnerismo porque fueron puestos en ese lugar por los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner para reconstruir una democracia que había llegado al borde del abismo en el 2001.
La campaña contra las Madres de Plaza de Mayo utilizó una estafa en la que las Madres fueron las víctimas para ensuciarlas como si ellas hubieran sido las estafadoras. El caso Schoklender tuvo un desarrollo similar al que está teniendo el de Zaffaroni. La denuncia contra las Madres estalló poco antes de las elecciones en la Capital Federal y la manipulación de la información fue orientada a dar por evidente la complicidad de Hebe de Bonafini y del gobierno nacional, cuando en realidad habían sido los perjudicados. Nada fue demostrado todavía en la Justicia, pero la moraleja que deja ese relato es “eso les pasa por meterse con el kirchnerismo”, o “todo lo que parece bueno del kirchnerismo es mugre en el fondo”.
En el caso de Zaffaroni, el jurista se convirtió de alguna manera en el símbolo de una Corte Suprema con características particulares. De lo que más se acusa a este gobierno es de un supuesto desprecio por lo institucional. La política de derechos humanos del kirchnerismo es de los aportes institucionales más importantes que se han hecho a esta democracia. Pero la reorganización de la Corte cuando estaba totalmente desprestigiada fue quizás una de las decisiones más limpias que haya tomado un presidente en estos treinta años. Néstor Kirchner podría haber designado una Corte adicta, pero optó por conformar una con personalidades independientes y de mucho prestigio. No hay antecedentes.
Zaffaroni es atacado como símbolo de esa Corte, que es, a su vez y de manera totalmente involuntaria, el recordatorio de una de las medidas más importantes del kirchnerismo que, al igual que los juicios y las condenas a los represores, se instalan en un universo que deja de ser partidario para darle contenido, identidad, a una democracia que trabajosamente trata de echar raíces en la sociedad. Las Madres, los juicios, o esta Corte moderna e independiente pasan a ser iconos de esa construcción porque la sociedad los acepta así y los siente como un logro colectivo, no partidario, aunque estén tan referenciados con el kirchnerismo.
La referencia política tan fuerte del kirchnerismo sobre esta etapa de la democracia es porque asumió en un momento de crisis total de la etapa anterior. Es como si hubiera empezado un cuaderno en blanco. Era una sociedad que había sido llevada a una profunda crisis económica y de representación política. Una sociedad con profunda desconfianza.
Si se quiere pulverizar ahora al kirchnerismo como fuerza política, entonces se busca romper el vínculo entre esos símbolos sociales y sus referencias políticas. Si el vínculo no se puede romper porque es algo inherente al símbolo mismo, entonces hay que destruir al símbolo o por lo menos ensuciarlo para sacarlo de ese lugar. Así como se quiere dar la idea de que las Madres se corrompieron porque entraron en contacto con el kirchnerismo, de la misma manera se quiere mostrar que la Corte que se designó durante el mandato de Néstor Kirchner es tan sucia como la de Carlos Menem.
El peligro es que, con ese impulso, las operaciones mediáticas de este proceso electoral empujan por retrotraer todo de regreso al 2001, al caos por desconfianza y vacío de contenidos. Lo que hay de estabilidad entre el 2001 y el presente es el kirchnerismo y por esa razón en ese período se generaron los valores que permitieron sostener el tinglado. Si se rompen esos valores, se va todo para atrás y se puede romper todo de nuevo. En este momento la relación de esos valores con el kirchnerismo es tan fuerte porque no ha habido otros gobiernos que sumaran su aporte a esa identidad en conformación permanente.
Cuando haya otros gobiernos, esa fuerza del vínculo será más relativa. Por eso, la oposición tendría que poner su esfuerzo más en ganar las elecciones que en destruir la imagen del kirchnerismo ensuciando a las Madres, a las Abuelas y a la Corte Suprema y, por lo menos, tendría que poner distancia con las operaciones de los grandes medios que están sostenidos por el interés corporativo afectado por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Los grandes medios tienen sus motivos, la cúpula de la Iglesia tiene los suyos y los tienen a su vez los sectores de la oposición política que están dispuestos a arriesgar el prestigio para ponerse a su servicio. De esa conjunción difícilmente salga algo bueno.
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