viernes, 30 de mayo de 2014

HORACIO GONZALEZ: Simbologías

30/05/2014

Por Horacio Gonzalez



¿Cuánto vale un símbolo? La imposibilidad de responder a esta pregunta nos lleva a la esencia del problema. Un símbolo tiene el valor del gesto que lo sostiene, de la evocación repentina que desata y de la promesa que pone en acto, y que sin él no existiría. Un símbolo tiene la importancia de que no puede establecerse su valor en relación con otros valores, sino que en sí mismo tiene su propia jerarquía y significado. Se podría decir que un símbolo es tan complejo que vale porque no vale; no tiene valor alguno y sin embargo adquiere un significado inmaterial que lo convierte en imagen viva.

Imagen, no icono. De ahí el error que comete la señora Graciela Fernández Meijide al pasar por alto y restarle significación a la acción de descolgar el retrato de Videla, ocurrida en una ocasión suficientemente conocida, ya compuesta como imagen pública fijada por obvios instrumentos de representación del gesto: fotografía, cámaras de filmación. No estamos en la época en que el pintor David se ocupaba de fijar la coronación de Napoleón o de Blanes pintando a Roca con una herida en la cabeza, inaugurando las sesiones del Parlamento. Pero no ha variado el tema. Y para aliviar estos ejemplos: recordemos la conocida instantánea donde Lenin, subido a una pequeña tarima, hace su discurso apenas desciende del tren que lo condujo a la Estación Finlandia. ¿Estas imágenes no son símbolos vivientes que cobijan pequeñas porciones de la historia de la humanidad?

A veces la historia parece fabricada por hechos sin imágenes, pero hay siempre un catálogo de formas escénicas que sostienen sus hilos internos. Esto a veces enoja, pues querríamos no ser perturbados por ilustraciones y efigies, en el caso de que nuestra conciencia desee ser plana, desprovista de emblemas o deidades. Por eso surgen los iconoclastas. Los hay de todo tipo: los que no creen que una devoción precise imágenes y los que creen tanto en ellas que sienten la justa necesidad de anularlas cuando lo que representan es vituperable. De un modo u otro, sería absurdo dejar a las prácticas humanas desnudas de su puntuación más dramática, que es cuando se componen y resuelven en imágenes y símbolos.

Son imágenes fundadoras, que rompen un ritual y proponen otro, que dislocan un ámbito sacralizado, que llaman a debatir la serie de glorificaciones de un período histórico para reactualizar, mejorar o derogar sus significados. Es una acción pedagógica que abre compuertas en las insignias colectivas. ¿Por qué se quiere anular un acto de anulación? ¿Aceptaríamos que hay que retirar aquel gesto presidencial de descolgar el retrato del dictador; aceptaríamos que es bueno retirar lo que fue un gran acto de retiro? ¿Sería mejor dejar yermo el suelo histórico del país que contiene el gesto público de descolgar, descolgando a su vez el significado primigenio de aquella descolgadura?

Es cierto que un símbolo, como cristalización de acciones humanas, tiene un valor inmanente, pues significa una estría en el territorio, una convención cultural que lleva a consensos colectivos. Pero a veces dejan de ser objetos sobre el paisaje y una sociedad entera precisa del gesto o la rúbrica que la despoje de sus signos nefastos. Eso no ocurre siempre, y no lo hace cualquiera. Es un acto de firme delicadeza que surge de lo más profundo del ser político. Siempre se crea un símbolo negando otro símbolo. ¿Quién diría que esos símbolos nada significan?

Muchas personas –entre las que se encuentra Fernández Meijide– no consideran adecuado que hablen los signos. Son personas que participan de un rasgo general de un pensamiento que podríamos llamar desmitificador o antisimbólico. No es una discusión menor, nunca lo fue, porque si por un lado no podemos vivir dentro de los mitos, por otro lado vivir una vida desnuda de esas grandes imágenes aglutinadoras (que también pueden ser textos) hace a nuestra vida colectiva más desnutrida y obtusa. El razonamiento de la señora Fernández Meijide lleva a revisar el inmediato pasado quitándole los hechos más estremecedores de su memorial. Sus dichos en una reciente entrevista en el diario La Nación, basados en lo que sin duda es la inherente autoridad que posee –es una respetable voz también amasada en la tragedia argentina–, no son sin embargo justos. La ausencia de cariz trágico en su pensamiento la conduce a pensar que ya habría llegado el tiempo de que los últimos represores involucrados en juicios de lesa humanidad canjeen penalidad por información.

No concordamos con ello, pues se trataría entonces de reinterpretar aquellos hechos de violencia a la manera racionalista de una simetría de pares opuestos, sinuosa revisión que sólo sería necesaria para adicionar una reprobación general al gobierno que suponen discípulo ficticio de aquellas lejanas épicas militantes. Este pensamiento se tornaría aceptable si criticase modelos históricos de repetición de un pasado tal cual fue, pero así como está formulado va más allá del reparo a los estilos militaristas en la acción política, y se dirige riesgosamente (inconscientemente) hacia la reivindicación del pasado sistema militar de ruina y aniquilación. Muchos síntomas brotan por todas partes en torno de esta aciaga rehabilitación, aprovechándose –es necesario decirlo– de apreciaciones en torno de los derechos humanos que podrían hoy lucir desgastadas y deberemos refinar.

Este republicanismo denegatorio de las complejidades de la memoria, ideología de la retractación formalista, revocación expropiada de las arrugas de la remembranza política (que, ciertamente, nunca debe estar en un único punto fijo) necesita decir que haber retirado el cuadro de Videla es un simbolismo que hay que volver para atrás. Como un movimiento de ajedrez ya consumado, invalidándolo por capricho. En el mismo día, también en La Nación, el ironista Pagni encontró cómico el hecho de que hay distancias entre lo que se desea en lo que se escribe y la capacidad que tiene la vida política para eventualmente refutarnos. Por supuesto, amigo Pagni, existe lo cómico en la historia. Peor es que en las mismas páginas de su diario exista lo trágico, y quiera borrárselo con un puntapié desastroso en el pasadizo de los símbolos ya erigidos. Provocaría risa si no fuera tan desafortunado.




Fuente: Pagina12

martes, 20 de mayo de 2014

"MARXISMO-TERCERMUNDISMO" La “inteligencia” militar

20/05/2014

Por Luis Miguel Baronetto *

Cuando Jorge Rafael Videla declaró como imputado el 6 de abril de 2011 en la causa por el homicidio del obispo Enrique Angelelli, se limitó a mencionar tres aspectos:

1. Que en audiencia concedida, el nuncio Pío Laghi le dijo: “Presidente, la Iglesia tiene asumido que el fallecimiento de monseñor Angelelli fue producto (sic) por un accidente. Usted puede dormir tranquilo respecto de este asunto”.

2. Que hacía entrega al juez de documentación recibida de un ex colaborador (69 fojas en fotocopias).

3. Que ese ex colaborador era el coronel (R) Eduardo De Casas.

Lo que no agregó Videla es que el militar retirado había trabajado en la Policía Federal de La Rioja y era enlace con inteligencia del Ejército.

La documentación de Videla, en fotocopias sin firmas, era una recopilación de informes de la inteligencia militar que pretendía instalar la versión del “accidente fatal”. El juez Herrera Piedrabuena desestimó el valor de esos anónimos por no reunir requisitos de prueba indiciaria y calificó la maniobra como “‘operación’ tendiente a desviar la investigación”. Pero esos papeles revelaron el activo rol de la inteligencia militar y su preocupación ante el develamiento de la verdad sobre el asesinato de Angelelli.

La actuación del colaborador de Videla, el coronel Eduardo De Casas, empezó en julio de 1986, poco después de que el juez Aldo Morales resolvió que la muerte del obispo obedecía a un “homicidio fríamente premeditado”. Ante el interés del entonces obispo de La Rioja, Bernardo Witte, elaboró una estrategia para hacerle llegar un supuesto testigo directo que afirmaba la versión del accidente vial. Raúl Antonio Nacuzzi declaró ante el obispo Witte –no ante la Justicia– que el conductor era Arturo Pinto y el obispo Angelelli fue despedido por la puerta del acompañante al volcar. Nacuzzi, fallecido, tuvo vinculaciones con el Batallón de Ingenieros de La Rioja, según declaró su segunda esposa en el juicio Angelelli, el pasado 9 de mayo.

La generosa colaboración de los servicios de inteligencia con el obispo Witte avanzó con un peritaje mecánico extrajudicial realizado en 1988 por el coronel (R) Héctor Maximiliano Payba, Dir. Téc. EMGE (Estado Mayor General del Ejército), quien siguiendo la versión militar dio por supuesto que Angelelli no conducía la camioneta.

La segunda ofensiva de la inteligencia militar fue en 2006, cuando se reactivó la causa por el asesinato, después de anuladas las leyes de impunidad y se conmemoraron los treinta años del crimen. El presidente Néstor Kirchner, con motivo de los homenajes, afirmó en Chamical que lo habían asesinado los militares. Y el cardenal Jorge Bergoglio, revestido con la casulla roja martirial, dijo en la homilía en la catedral riojana ese 4 de agosto que Angelelli “fue testigo de la fe derramando su sangre”.

Un nuevo informe sin firma ni fecha calificó de “marxista-tercermundista” el impulso judicial de los querellantes. En esta nueva etapa, además del coronel De Casas, que mostró poseer un verdadero expediente paralelo, con papeles y fotos de Angelelli, algunos en original –según declaró un testigo en el juicio–, actuó el general (R) Jorge Norberto Apa, detenido y procesado en mayo de este año por 85 desapariciones y 20 secuestros en una investigación judicial a cargo de la jueza federal Alicia Vence, de San Martín. El general Apa fue jefe de Inteligencia Subversiva Terrorista del Departamento Interior de la Jefatura de inteligencia del Estado Mayor del Ejército en los años 1979 y 1980. Y siguió trabajando en su especialidad, aportando en la elaboración de otro informe sobre la investigación efectuada por el fallecimiento de Enrique Angelelli, bastante similar al anterior, según la carta del arzobispo Carmelo Giaquinta al coronel De Casas. Pero además desarrolló una intensa actividad hacia miembros destacados del Episcopado argentino. Y demostrando conocer internas episcopales, el 2 de agosto de 2006, con el epígrafe de “presidente” –sin especificar de qué–, envió una carta al arzobispo de La Plata, Héctor Aguer: “Nos dirigimos a S.E.R., en cumplimiento de un deber de elemental prioridad ética, ante lo que consideramos una clara maniobra para involucrar a la Iglesia Católica en un hecho de evidente falsedad. Nos referimos a la muerte de monseñor Enrique Angelelli, que se está instrumentando como martirio, ubicando como autores de su muerte a miembros de las FF.AA. Adjuntamos para su conocimiento la información documentada (copia fiel del original) que demuestra que la muerte fue claramente un accidente. Si la jerarquía católica desconociese esa circunstancia, sería víctima de una maniobra perversa y, como tal, plena de injusticia. Hemos considerado que la magnitud y gravedad del hecho en análisis amerita su conocimiento por las más altas autoridades de la Iglesia. En consonancia con esto le hacemos saber que esta información le fue entregada al señor cardenal primado, monseñor Jorge Bergoglio, con fecha 3 del corriente”. Nótese que la carta fechada el 2 de agosto da cuenta de una entrega de documentación aún no enviada. Un nuevo embate de inteligencia para insistir ante la jerarquía eclesiástica en la versión del accidente.

El mismo general Apa se presentó ante otros obispos sin identificarse con rango militar sino como “Sr. Jorge Norberto Apa, presidente del Centro de Estudios Históricos Verdad y Dignidad”, después de la creación de la Comisión Episcopal ad hoc “Monseñor Enrique Angelelli” que presidió Giaquinta hasta su fallecimiento. Y es mencionado por éste en la carta al coronel De Casas. En esa carta, según los papeles de Videla, también le agradeció la visita para reunirse con la mencionada comisión en “El Cenáculo - La Montonera”, previa a la Asamblea Episcopal del 9 de abril de 2008. Esta intensa actividad de inteligencia, además de ser usada ahora por los defensores de los imputados, ha influido sobre la mayoría de los miembros del Episcopado, que hasta el momento soslayó pronunciarse públicamente.

* Querellante en la causa judicial por el asesinato de Angelelli.

Fuente: Pagina12

domingo, 11 de mayo de 2014

EDUARDO DE LA SERNA: UNA PALABRA DESDE MUGICA A NUESTRO HOY

11/05/2014

por Eduardo de la Serna

En medio de los actos de memoria por los 40 años del asesinato de Carlos Mugica, se me ocurre pensar un poco en “voz alta”.

Mugica no era un “cura villero”. 

En realidad, no me gusta demasiado el adjetivo a continuación de “cura” en el sentido de “cura sanador”, por ejemplo. Pero además de eso, sin bien no hay duda que Carlos se jugó la vida en favor de los villeros, eso no me parece un todo. Carlos trabajó con grupos de estudiantes, participó de grupos misioneros, daba clases en la Universidad, escribía notas periodísticas, celebraba misa en San Francisco Solano y el Instituto de cultura religiosa superior, y no era cura misionero, cura capellán, cura universitario, cura periodista… A eso se puede sumar que no vivía –como se sabe- en la villa, y que si algo caracterizaba a Carlos Mugica era no estar quieto. Ir de un lado a otro en múltiples actividades lo caracterizaba sin duda. Era un cura. Así nomás, a secas. Un cura comprometido con los pobres, un cura con un enorme corazón entregado en favor de los pobres.

¿Dónde estaría Mugica hoy? 

Obviamente decir demasiado simplistamente “Mugica no haría”, “Mugica estaría…”, “Mugica diría...” es una mera suposición, un “futurible”. Las personas solemos dar saltos adelante, frenos, cambios, conversiones o traiciones, solemos acelerar o frenar, solemos cambiar, para bien o para mal. Y Mugica también podría haberlo hecho. Por eso me guiaré con un criterio fundamental que me parece lógico y razonable. Creo que los más cercanos, aquellos con los que Mugica más se identificaba y se referenciaba eran los curas Alberto Carbone, Jorge Vernazza y Rodolfo Ricchiardelli. Por eso creo que mirar los caminos que ellos dieron, los pasos que siguieron es un buen indicio de suponer dónde estaría hoy Carlos. 

Eso me permite suponer que hoy Carlos estaría en la Cofradía de la Virgen de Luján. Creo muy probable que así fuera. Obviamente hay que ver cómo le habría “pegado” la Dictadura, la desaparición de tantos amigos y amigas (tantos queridísimos), los exilios, la democracia y sus “idas y vueltas”, los Gobiernos sucesivos… Y la Iglesia, el invierno eclesial, la evolución e involución teológica, los papas, los obispos, el clero… Muchos curas amigos de Carlos o compañeros acompañaron a los villeros cuando estos fueron erradicados (como Jorge Goñi y Daniel de la Sierra, ambos luego en Quilmes, y ambos luego muertos en accidentes viales). Como “cura en la villa” creo que Carlos sería mucho más parecido a Richiardelli que al cura de la película Elefante Blanco, por ejemplo (creo que es la antítesis de lo que Carlos y Rodolfo eran). 

Además de esa mirada a los curas amigos, creo que algo caracterizó a Carlos y difícilmente hubiera cambiado era su enorme capacidad de dejarse convertir por los pobres. Algo tan profundamente arraigado como su antiperonismo pudo cambiar de raíz cuando supo “escuchar” el clamor de los pobres ante el derrocamiento de Perón. Otro ejemplo, quizás más sutil pero más “teológico y pastoral” fue su actitud frente a los villeros: la actitud inicial de su formación “francesa” como era habitual en la teología de su tiempo, empieza lentamente a cambiar (bajo la evidente influencia de los teólogos Lucio Gera y Rafael Tello) a una teología más popular, más latinoamericana, más nacional y popular. Y eso también se manifiesta en sus actitudes pastorales hacia los habitantes de la villa 31. 

Es un paso interesante el que supo dar la teología en Argentina en este caso. La actitud hacia el pueblo de los documentos de Medellín tiene una característica que en cierto modo sigue reflejando esa “teología europea”: el pueblo debe ser concientizado, el trabajo con élites debe ser priorizado, el criterio puede definirse como un “desde arriba hacia abajo”. El documento del episcopado Argentino, aplicando Medellín en Argentina (1969), fuertemente influido –entre otros por Rafael Tello y Lucio Gera- prefirió hablar de un pensar y obrar “desde el pueblo mismo”, lo cual provocó un fuerte cambio. Incluso elementos del maoísmo, o de Camilo Torres (“debemos ascender a la clase popular”) le sirven a Mugica en ese sentido, como se ve en uno de sus últimos actos en la villa (1974) cuando renuncia a su cargo en el Ministerio de Bienestar Social citando expresamente esta frase. De hecho, esta preposición será luego muy tenida en cuenta en las teologías de la liberación (“desde el lugar del pobre”, “desde las víctimas”, “desde la mujer”, “desde los insignificantes”…). Nada se piensa “desde” un lugar de asepsia, y ese “lugar” será clave en el mismo pensar, en las palabras, en la dirección y para qué del hablar. La posición de Carlos Mugica de pensar, actuar y hablar cada vez más “desde” los pobres –y los pobres concretos de la villa 31- nos permiten creer que hoy estaría más cerca de los que ayer en la biblioteca Nacional cantaban cantos cercanos al gobierno Nacional, que a muchos que se presentan como oposición, particularmente desde una perspectiva cercana al capitalismo.

Mugica es mártir. 

Teológicamente un mártir no es solamente una bandera que se levanta. Un mártir es una palabra que Dios dice a su tiempo y en un lugar especial. Mugica es una palabra que Dios nos dirige, sobre la Iglesia, sobre el ser cura. Sobre una Iglesia en primavera, Iglesia de diálogo, Iglesia abierta a las realidades humanas. Las palabras de Carlos sobre política, cine, sobre marxismo o psicología revelan una actitud concreta frente a las realidades que nos interpelan a diario, y frente a las cuales “cierto otro modo de ser Iglesia”, una Iglesia del silencio, la “diplomacia” y el invierno, no puede confrontar, dialogar y –por lo tanto- no puede dar respuestas, especialmente porque no tiene preguntas. En Mugica Dios nos habla sobre la Iglesia (quizás por eso se está tan lejos de su canonización). Pero también nos habla de un ser cura, un cura de y para los pobres, un cura que quiere pensar “desde el pueblo mismo”, y dejarse convertir por el pueblo. Pero esto puede suponer un riesgo, el riesgo de presentar un Mugica domesticado, lejos de la palabra profética, encarnada, política, lejos del conflicto social e incluso intra-eclesial, un Mugica que no molesta a nadie. 

El Mugica que iba más allá de los márgenes, como expresó María Sucarrat en la Biblioteca Nacional el pasado miércoles 7 no parece encajar en el cura que todos aplauden. Así como Dios es manipulable y podemos transformarlo en un ídolo, no es menos cierto que el Carlos profeta puede manipularse en un “falso profeta”, en una voz que Dios no pronuncia. 

«¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque edifican los sepulcros de los profetas y adornan los monumentos de los justos, y dicen: «Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!» Con lo cual atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. (Mt 23:29-31) 

Bienaventurados serán cuando los hombres los odien, cuando los expulsen, los injurien y proscriban el nombre de ustedes como malo, por causa del Hijo del hombre. (…) ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de ustedes!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas. (Lc 6:22.26)

Si Carlos Mugica no nos interpela gritándonos dónde estar, qué Iglesia ser, qué clase de curas, pues creo que nos hemos hecho un “cura a nuestra imagen”, hemos hecho una caricatura, un deformado como aquella película de Buñuel que Carlos comentaba hablando de una Iglesia deformada. En sus 40 años de martirio, ojalá que Carlos Mugica nos siga interpelando, nos siga molestando, que su voz nos ubique junto al pueblo y su sangre lave nuestras mediocridades.


Fuente: https://www.facebook.com/GrupodeCuraseOPP

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