Por Luis Bruschtein
En un país donde la Presidenta recibe un respaldo tan fuerte al cumplirse cuatro años de su primer mandato, el clima que se respira todos los días, minuto a minuto, es como si este gobierno estuviera en agonía permanente, sin respaldo de los ciudadanos, cometiendo equivocaciones, satrapías y entreguismos como el peor.
Cristina Kirchner ganó en forma indiscutible en todas las provincias, incluyendo la ciudad de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Arrasó prácticamente en una primaria como si fuera la segunda vuelta de una presidencial. El peronismo la apoyó masivamente, al igual que electores de otras fuerzas progresistas y populares.
Pero lo que se escucha en los grandes medios escritos y electrónicos, con una seguridad que confunde, es que el kirchnerismo se terminó. Se difunde un malhumor artificial o por lo menos minoritario, como si el odio antigobierno fuera moneda corriente en una sociedad que después apoya mayoritariamente al oficialismo nacional. Que Duhalde asegure que en octubre le va a dar un susto a Cristina Kirchner, mientras el zócalo de la pantalla dice que Cristina Kirchner tiene el 50 por ciento y Duhalde el 13 por ciento, resulta chistoso, pero tiene la lógica del político que no puede aceptar su derrota.
Lo que no tiene lógica es que los medios que acusan de periodistas militantes a los que no copian su agenda ofrezcan una realidad tan interesada, tan deformada, que prácticamente no tiene puntos de contacto con la realidad que presentaron ayer las urnas. Es más fácil entender lo que pasó ayer a través de ese supuesto periodismo militante que siguiendo la información de los grandes medios. La discusión, entonces, es cuál de los dos es más o menos militante.
Se puede estar de acuerdo o no. Se puede criticar o apoyar. Lo que no se puede hacer es deformar la realidad y presentar otra que no existe. El resultado de ayer es un acusador irrecusable, es la evidencia indiscutible de la manipulación. En esa realidad granmediática no había un solo indicio que permitiera entrever el respaldo que tiene este gobierno. En esa presentación global entre opinada, informativa y ficcionada, es imposible conseguir una herramienta que permita entender esta realidad. Una misión de los medios es justamente ésa, servir como herramienta para aclarar, pero han funcionado al revés, enturbiando.
Más allá de la estructura monopólica que tiene el mapa de la propiedad de los medios y más allá de la tendencia de los grandes medios a funcionar en forma corporativa, cuando no pueden controlar situaciones como las electorales quedan muy en evidencia. Ya sea por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual o por sus intereses históricos, los grandes medios son muy opositores a este gobierno.
En vez de hacer la plancha, la Casa Rosada abrió este debate hacia la sociedad, lo que aclaró las posiciones y facilitó leer, ver o escuchar a esos medios decodificando sus contenidos. Pero cuando los medios van más allá de la crítica y actúan como partidos políticos y hasta incluso tratan de reemplazarlos imponiéndoles su agenda, se deslegitiman ante la sociedad y pierden credibilidad. No por sus críticas ni por sus opiniones políticas, sino por llevar la manipulación al punto de deformar la realidad.
Si esa deformación no se puede constatar o tiene alguna partícula en contacto con la realidad, los medios pueden no ser afectados. Pero si las personas no pueden constatar ni siquiera vestigios de la realidad en esos contenidos, entonces los medios quedan muy en evidencia y son puestos en tela de juicio, porque dejan de ser creíbles como pasa ahora con estos resultados electorales tan drásticos.
Este gobierno en realidad ya tiene ocho años de gestión. Y recibió el apoyo de la mitad de los argentinos. Es un respaldo formidable para cualquier gobierno del signo que fuera. En ese marco, los grandes medios se convirtieron en una cortina que impedía ver lo que sucedía. Hacían creer en un clima irrespirable de enojo y ahora se demostró que todo era una mentira.
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