El gran director de cine repasa su próximo proyecto, anuncia su intención de volver a cantar y habla de sus miedos, el dolor, la muerte, Dios y el sexo. Elogia a Cristina, recuerda a Perón, y exhibe el entramado de una historia que conmueve en cada respuesta y a pura carcajada. Con ustedes: Favio.
La historia de esta entrevista comenzó poco antes de que se cumpliera el primer aniversario de Tiempo Argentino. Este medio se comunicó con una asistente de Leonardo Favio. Pidió un reportaje con el actor, compositor, cantante y director de cine con la esperanza de que el resultado de la conversación –desde 2008 que Favio no da entrevistas a diarios– acompañara la edición por el primer año de este diario. El mendocino presentó ese año su última película, la bellísima Aniceto, una nueva versión de El Romance del Aniceto y la Francisca pero en clave de ballet. El pedido no se pudo concretar, pero la disposición del propio Favio, como también de su asistente personal Verónica Muriel, más la insistencia periódica propia de un periodista político que también es cinéfilo, permitieron que este cronista y el fotógrafo Mariano Vega pudieran llegar hasta el pequeño departamento de la calle Pasteur al 700 para charlar durante dos horas con el director de cine más importante de la Argentina.
El mendocino nacido en Luján de Cuyo, a sus 73 años, pasó un tiempo delicado de salud y todavía tiene que andar con cuidado. Hace un año estuvo internado por una fractura de cadera; hoy se cuida con bebidas energizantes y con el cariño incondicional que le prodiga Muriel, que está embarazada y también vive para el cine. Los dos forman un dúo con complicidades imposibles de desnudar. Se conocen de memoria. Y juntos reciben a Tiempo Argentino en un living austero, desordenado en el que predomina el color blanco. En una pequeña repisa se ven portarretratos que muestran a Favio con Diego Maradona (“a mi maestro motivador, con amor”, dice la dedicatoria del año 1987), con la presidenta Cristina Fernández y con el General Perón. En blanco y negro, la foto con Perón tuvo alguna difusión pública: el cineasta y cantante lleva sombrero con visera, su anfitrión, exiliado en Puerta de Hierro, está enfundado en un abrigo de estilo inglés.
Favio habla bajito. Se ríe mucho. Está contento. Se larga a contar sobre su próximo proyecto, la película en la que ya está trabajando: hace dos años que viene escribiendo el guión. Se trata de la historia de Margarita, una gitana con la que tuvo una historia de amor. “Una pendeja divina”, recuerda con una sonrisa pícara. La charla se prolongará por dos horas, con breves estallidos de risa o silencios para mostrar distancia o desagrado ante algún nombre propio mencionado por el periodista.
–En sus películas siempre aparece el tema de lo popular. Su próxima película, la historia de Margarita, como en su momento Soñar, soñar, volverá sobre el tema de los gitanos, las colectividades, el Parque Japonés…
–Margarita es una realidad en mi vida. Un día yo estaba corriendo en la plaza Las Heras, porque tenía la oficina enfrente. Tenía 40 años. Había retomado canto después de mucho tiempo, porque tenía contratos en el exterior, y estaba gordo, como estoy ahora. Entonces empecé a correr. Y un día, a la tarde, un grupo de gitanos y gitanas que estaban sentados en el pasto de la plaza, como se sientan ellos, me llaman a los gritos. “¡Che, Favio, vení!” Y cuando me acerco me dicen: “¿Te acordás de Margarita?” Yo casi me muero. A Margarita la había conocido cuando era una criatura. El metejón que me agarré me mataba. Y me contaron: “Ella siempre le decía al marido que el novio eras vos.” Entonces me enteró que ella guardaba todos los recortes de las revistas en las que yo aparecía y comencé a trabajar. “Siempre hablaba de vos.” “Se murió el año pasado en el hospital Fernández”, me contaron. Desde ese momento anduvimos llamando a todos lados, buscando datos, recabando información. El apellido era Traiko. Ella era de una familia muy tradicional de gitanos.
–Le pregunté sobre lo popular. ¿Qué es lo popular para usted?
– La gente que yo conozco. Los intelectuales que caminan por la misma vereda de la gente. Los obreros, los trabajadores, los panaderos. La gente. Y después está lo otro, que es el mundo que yo no conozco y que nunca me animaré a contar. Porque no sabría cómo hacerles colocar los cubiertos sobre la mesa. Las familias muy poderosas. Lo popular, en cambio, es la gente, la que transita.
–Usted es religioso, ¿qué es Dios para Leonardo Favio?
–El centro de todo, el origen de todo. Un artista debe tener a la izquierda a la gente, al centro Dios y a la derecha la estética.
–Esa es una definición que suele repetir, casi un latiguillo. ¿Qué significa “a la derecha, la estética y a la izquierda, la gente”?
–Significa que la gente esté más cercana al corazón. Mucho más que lo estético. Hay grandes pintores, algunos novelistas también que escriben muy bien…
–¿Borges?
–Borges escribió muuuuuy bien. Pero no hablemos de Borges que fue un ser muy especial. Vuelvo a lo que decía: esos pintores, esos novelistas, son fríos como los sapos, no saben que existe la gente. O cuando llegan a saberlo, ya son viejos.
–¿Eso se aprende, o se nace con ese don? Llegarle a la gente.
–No, eso viene con vos. Viene en tus genes. Pero también depende del círculo en el cual te formaste, de la elección de vida. Si hay algo que le pido a Dios, es amar todavía más a la gente. A los que no tienen posibilidades de ser escuchados. Estar con ellos. Caminar con ellos. No hay ningún misterio. Todo es cuestión de amor.
–En el cine, sin embargo, hay un misterio, una exigencia de la escena, de la imagen, de la poesía, que no se reduzca el mensaje a una posición ideológica previa.
–Claro. Yo no hago cine peronista. Yo soy un director de cine que además es peronista. Haga la película que haga, en algo tiene que demostrarse que hay amor. En algo. Porque yo no me puedo alejar de mi naturaleza. Luchar contra la naturaleza es imposible.
–¿Y la vida del hombre no es luchar contra la naturaleza?
–Nooo. Es tratar de empardar, ¿pero cómo vas a luchar contra la naturaleza? Es la creación misma, la sabiduría.
–¿Pero el paso del tiempo, que es uno de los grandes miedos de la humanidad?
–Yo no sé cómo piensan los árboles. Y tienen vida, y tienen inteligencia, se mueren de tristeza. Todo eso es parte de la vida. En la historia de la humanidad y de la Tierra hay más muertos que vivos. Entonces, a mí no me asusta para nada la muerte. Para mí es un gran interrogante, nada más. Lo que sí le temo, porque soy muy cobarde con el dolor, es a la humillación del dolor. En eso sí soy asustadizo. Los dolores me joden mucho. Mucho, mucho. Uno puede llegar a la traición por el dolor. Pero es jodidísimo. Pero bendito sea el que logra comprender todo eso.
–¿Cómo definiría la historia de Aniceto, sus dos mujeres y el gallo negro de riña? ¿Es una “fábula moral”, por el tema de la lealtad y la traición, por la pasión sexual por Lucía y el amor casi de niña de Francisca?
–La pasión te desborda. No tenés control. Creo se lo escuché decir ayer a Chávez. Y la pasión es dolor. Es un camino de dolor. En la historia, Aniceto tiene una obsesión tal con la Lucía, una ceguera tan grande, que no alcanza ver, o ya perdió el interés, por la inocencia de la chiquilina (por Francisca). Entonces se le cae el mundo. Y no hay nada que se compare al dolor de lo de Lucía. Nada.
–Al dolor de que esté con otro.
–… (Sonríe y afirma).
–¿En su vida hubo Lucías y Franciscas?
–Y sí, pero no tantas. Porque además yo he sido muy boludo (ríe). Me gustaba jugar al monógamo.
–¿Se arrepiente de la monogamia?
–No. Yo creo que el hombre es monógamo porque es cagón. Porque la naturaleza manda a que vos tengas muchas hembras, porque en todo es así. Y la pasión, el amor o el dolor, por uno o por otro, y más fuerte en una que en otra, se va a dar igual. Pero con naturalidad, no trampeando, llegando tarde a la oficina… Y entonces tenés tres, cuatro o cinco, o lo que te de el bolsillo y la personalidad. No. Yo he sufrido mucho.
–¿Por amor?
–Sí, a mí siempre el amor siempre me costó muchas lágrimas. Muchas.
–Otro de los grandes temas de su obra es el peronismo. Viendo las últimas escenas de Sinfonía del Sentimiento, esa despedida de Perón, quería preguntarle qué escenas, qué imágenes de su cine, resumen lo que significa el peronismo.
–Evita en su discurso de despedida ante la Plaza de Mayo, posterior al renunciamiento. Cuando está por morir. Cuando dice “si yo no llego a estar, si Dios no me devuelve la salud, cuídenlo”. Eso me parece el discurso más militante. Porque Perón era un filósofo, un grande, un inalcanzable. Tenía veinte cerebros. A uno se le hacía imposible llegar a esas esferas. Pero vos escuchabas a Eva y era tu parte.
–Usted es un obsesivo de los planos. Están las anécdotas de gente que ha trabajado con usted de cortar una copia casi en el último momento. Eso habla hasta de una pasión por la imagen, como todo cineasta.
–Locura por la imagen.
–¿Qué escena elegiría de sus películas para retratar al peronismo?
–La reunión de Gatica con Perón y Evita en la cama. Porque Gatica es la síntesis del pueblo. Y está al lado de los dos. Entonces se turba y no sabe como reaccionar frente a esa imagen de Perón y Evita en la cama. Y Perón se lleva un dedo a la boca y le dice “shhhh”. Le pide silencio. Está más allá. Yo diría que ésa es una escena peronista.
–Vamos a otro gran tema, el sexo. En un reportaje de 2007 usted dijo que, a los 20 años, “sufría mucho cogiendo” porque le quedaba un gran vacío. ¿Tuvo algún conflicto con el sexo?
–Era un animalito. Muy simple. Nada conflictivo. Hacíamos campeonatos, nos reuníamos cinco o seis vaguitos en el río, y jugábamos a ver a cuál se le iba más lejos. No fue para nada conflictivo.
–¿Y estar con una mujer?
–Fue hermoso. La primera mujer con la que estuve fue una a la que le decían “la boliviana”. Venía cada tanto a Luján. Vivía en Mendoza, era bonita. Yo le conseguía los clientes. Me acuerdo que me dijo “lo único que no permito es que me besen en los labios, porque eso es de mi hombre”. Yo nunca he tenido conflicto con el sexo. ¿A qué llamás conflicto?
–Al dolor, a no pasarla bien.
–Ah, sí. Y sí. Y sí. Hay que tener mucho huevo para enamorarse. Hay que ser muy insensato.
–Cuando recuerda sus años de infancia, esa infancia dura allá en Mendoza y ve hoy a los pibes abandonados, en medio de la pobreza más dura, ¿qué piensa?
–Yo eso ya lo vi cuando estuve por Centroamérica o en Colombia, en tantos lados, en México. Era algo cotidiano. Por eso, cuando volví a la Argentina recién eran los comienzos de esa situación… Porque en la Argentina esa realidad antes no existía, al menos en esa dimensión. Imaginate que antes, a un pibito, porque vendía flores en la calle le hicieron un tango, Chiquilín de bachín.
–Ya era mucho, en esa época, que un pibe vendiera flores en la calle.
–Sí. Y ahora ves esta situación. Es la droga. Es la droga. Y cuando se metió, es imparable. Y se la meten a los niños, a los pibitos, y los van perdiendo. Es muy jodida la calle.
–¿Por qué?
–Es jodida. Y ellos son tan poderosos, un niño es tan poderoso, que no tiene sentido ni del riesgo ni de nada. El que consiga parar la droga… pero no sé cómo van a hacer, porque son tantos los millones de dólares.
–El mismo peronismo que había cuidado de los pibes con la Fundación Eva Perón fue el que, en los ’90, los arrojó a la calle con el neoliberalismo.
–Sí, pero ahora el trabajo es tanto… No te olvides que este gobierno recibió todo podrido. ¿Te das cuenta? El salvataje que se está haciendo es hasta dónde se puede. Porque te desborda. Hay una honda preocupación por eso. Y lo van a llegar a controlar. Hay que darle tiempo al tiempo.
–¿Votó en las Primarias?
–Por supuesto.
–¿Se puede saber a quién?
–¿Eh? Es voto cantado ya. Si no me querían dejar entrar (ríe).
–¿No lo querían dejar entrar a la escuela?
-Claro. “No, es voto cantado, usted no puede entrar acá”, me dijeron en broma (N. de R.: su asistente, Verónica, se ríe a carcajadas; Favio también).
-¿Y cómo vio el resultado?
-Y… estamos un poco tristes. Yo le tengo mucho miedo a la Carrió (ríe otra vez).
-¿Le gusta Cristina como presidenta?
-Me gusta como todo. Como presidenta y como mujer, es una belleza. Además, es un ser humano de una inteligencia, un talento y una capacidad para expresar lo que siente que te infunde un poco de… Arrugás ante ella. No es fácil.
-Un varón peronista que arruga… quién diría.
-Y, es que arrugás, porque frente a semejante personaje... Te inhibe. Además, ella te canta todo lo que va a pasar. Mirá lo que les está pasando a estos atorrantes de los gobiernos italiano, francés, inglés… Es vergonzoso cómo se manejan las Naciones Unidas. Pero la juventud los va a hacer mierda. Porque ya salió. Y a la juventud no la parás con nada. Cuando se suben a la moto, se suben a la moto. Y ahí van los medios que están diciendo lo que ocurre con los españoles. Se están animando, y cada vez más, y se multiplican. Porque hasta hacen el amor mejor luchando, participando. Porque son jóvenes.
-Hablando de lo que le acontece a la juventud. Le quería preguntar por un hecho que aparece en todas sus biografías, insoslayable, que es su participación en Ezeiza durante el retorno de Perón.
-¿Lo de Ezeiza? No, no me interesa hablar de eso.
-¿No quiere hablar de eso?
-No. La juventud en todas las épocas se jugó. No es nuevo. Es lógico. Es como el árbol, cuando es joven es vigoroso. En mis charlas con los jóvenes, yo los escucho con atención. Y pueden decir una boludez, porque no tienen un speech preparado para nada, son vírgenes, pero de ellos sale una verdad, una fuerza, una rebelión que llega un momento en que arrugás frente a los pibes. Y te agarra cierta vergüenza porque ya no podés mandar con ellos a la par. Te agarra envidia de tener vigor, de ser joven, de estar con ellos gritando.
-Volviendo al cine, repasaba declaraciones suyas en las que se diferenciaba de la generación de cineastas del ’60, que tomaban al cine francés como modelo. Si usted tuviera que mencionar directores que han sido puntales en su filmografía. Que los ha seguido con atención, que los ha admirado. ¿Quiénes son?
-Obviamente, Orson Welles. Es único e irrepetible. Ni siquiera él se pudo repetir. Y acá hubo gente muy talentosa. David Kohon, que está olvidado. Y ahora hay cineastas maravillosos, como Jorge Gaggero, el de Cama Adentro o Vida en Falcon, que es un monstruo. Después, los de El Hombre de al Lado (por Mariano Cohn y Gastón Duprat).
-¿Cómo se lleva con la radio y la televisión?
-Hay gente que está trabajando en eso. (N. de la R.: se refiere a la Ley de Medios). Porque hoy estamos viviendo los últimos estertores de este sistema. Además, al frente de esa lucha está un pibe que es muy brillante
-¿Quién?
-Gabriel Mariotto. Es brillante.
-¿Le gusta Mariotto? ¿Qué le gusta?
-Todo. Tiene mucha calle, tiene mucha lectura y tiene mucha convicción. Es más rápido que un jet.
-¿Cuáles son sus proyectos con la historia de Margarita, la gitana?
-Hacer esta película. Y si Dios me da fuerzas y voluntad volver a la canción. Tengo muchas propuestas para cantar.
-¿Le gustan los homenajes o lo ponen incómodo?
-Me ponen muy incómodo. Hay cosas que te gustan, que te honran, y otras no tanto. Yo suelo decir que llegué a todo esto por la ventana. Y encuentro una devolución muy linda pero otras situaciones me ponen incómodo. La honra más grande que tuve en mi vida fue haberlo conocido a Perón. Haber estado con Perón.
–¿Cuál es la anécdota compartida con Perón y que lo pinta de cuerpo entero como político y como persona?
-En 1973, él me invitó a la casa, allá en España, en Puerta de Hierro. Y yo, papanata de mí, tardé mucho en arreglarme y bañarme, y llegué como veinte minutos tarde. Cuando llegamos, Perón estaba en la puerta de la quinta, donde había una casilla con un policía de custodia. Y cuando me vio, dijo: (N. de R.: Favio imita la voz de Perón) “oh, caramba, creí que les había pasado algo”. “No, mi general, sólo llegué tarde”. Y después, la verdad, no sé cómo pude llegar hasta la casa y sentarme. Eran veinte toneladas de sabiduría y de amor que caminaban a mi lado. Era un tipo muy dulce. Comprensivo. Yo no le hablé de política, aunque podría haber dicho varias boludeces tranquilamente, porque él siempre disimulaba si estaba escuchando una pavada: era un campeón. Entonces, me puse a hablar de capar los chanchos, porque yo lo había aprendido en las escuelas técnico-agrícolas, que eran granjas, a la que había ido de pibe y que habían sido fundadas por él. Yo sabía mucho de gallinas. Y a él le gustaba. De las blancas, de las Leghorn, que son más ponedoras. A Perón le gusta mucho todo eso. Y además, eran las granjas que había hecho él, era una de las tantas medidas que había dejado su gobierno (ríe).
-¿Y Perón había visto sus películas?
-No.
-¿No era muy cinéfilo?
-Nooooo. Sí, en cambio, había escuchado la canción que yo le dediqué. (N. de la R.: se refiere a “Estoy orgulloso de mi general”). Mucho. A mí me daba pudor que los políticos vieran mis películas. Porque se dormían. Me acuerdo que fui con el doctor Cámpora al estreno de Juan Moreira. En el cine estaba Gelbard a un costado mío, divino el ruso, y Cámpora del otro. Y a los cinco minutos, cuando apagaron la luz, Cámpora ya estaba roncando (N. de la R: imita el ruido del ronquido y ríe). Entonces yo lo moví un poco para que dejara de roncar: era un papelón que un invitado así, que estaba por asumir la Presidencia de la Nación, se durmiera en la avant-premiere.
-¿Hay algún tema del que le gustaría hablar que no hayamos hablado?
-No, está bien.
-Luis Majul le preguntaría si es feliz o si tiene miedo…
-(Ríe aparatosamente, su asesora se suma a la carcajada). No tengo miedo.
Fuente: Tiempo Argentino
1 comentarios:
Ha sido un placer !!!! Al ir leyendo la entrevista muy bien hecha, el lector (yo por lo menos) se mete entre las palabras, los párrafos, las imágenes..creando otro relato, incorporando experiencias de la propia relación con la Historia, con Favio..
Las intervenciones del periodista (necesarias) uno quisiera obviarlas, encontrarse con Favio monologando..soltando todo !!!
Muchas gracias.
Publicar un comentario