Por Luis Bruschtein
Fue una campaña de angelitos sin demasiados cruces, con algunas excepciones, y al mismo tiempo lo que tenía que ser una primaria terminó por convertirse en una sofisticada encuesta para las presidenciales de octubre, lo que acentúa la importancia de la afluencia de votantes, tanto para la oposición como para el oficialismo.
La oposición aparece enredada en una disquisición poco materializable de usar estas primarias para descular cuál de ellos es el segundo y organizar a partir de allí una ingeniería de acuerdos y renunciamientos de las demás fuerzas de oposición para llegar a la primera vuelta de octubre como si ya fuera la segunda.
El kirchnerismo aparece prisionero de un discurso triunfalista para las elecciones de octubre. Desde que empezó el agotador fixture electoral de este año, viene instalando la idea de un triunfo en primera vuelta de Cristina Kirchner. La sensación ahora es que si no se demuestra esta afirmación, basada por supuesto en innumerables encuestas, correría el riesgo de crear un clima favorable a la oposición. Es decir, es como si se hubiera impuesto el piso del 40 por ciento de los votos como mínimo.
La oposición supone que la combinación de estas posibilidades, que el oficialismo obtenga menos del 40 por ciento y que se devele el misterio del segundo, la acercaría mucho al triunfo en octubre. Suena a pura fantasía. Las fuerzas de oposición más competitivas se asientan en una pirámide de compromisos en todas las listas que presentan, desde consejeros escolares hasta diputados y senadores. Ninguna podría bajarse en la primera vuelta y sacrificar a todos sus candidatos. Es decir que no habría ningún acuerdo para la primera vuelta aunque se pusieran en línea todos los planetas.
Y el acuerdo para la segunda vuelta es relativo. La imagen negativa de Cristina Kirchner sigue siendo baja, muchos de los votos de la oposición son no kirchneristas y no antikirchneristas. La suposición de que todos votarán al segundo se basa en el dato equivocado, el del antikirchnerismo. Y además es muy difícil orientar un voto del peronismo ortodoxo duhaldista hacia Ricardo Alfonsín, o viceversa: un voto radical de boina blanca hacia el ex presidente Eduardo Duhalde. Todas las suposiciones que hace la oposición giran más alrededor de expresiones de deseos que de datos concretos.
El kirchnerismo empezó el año demasiado confiado en las encuestas que daban a Cristina Kirchner como ganadora en primera vuelta. Los resultados en algunos de los distritos más grandes demostraron que no es demasiado aconsejable recostarse en los resultados de las encuestas y que no hay que dar por ganada una elección hasta que no se gana en las urnas. El escenario para octubre le es favorable, pero las condiciones de la elección en primarias, donde aparentemente no está nada en juego, son distintas a elecciones donde se pone en juego la conducción política del país. Puede haber menor afluencia o alguna dispersión del voto hacia candidatos que no forman parte del pelotón que encabeza la carrera.
De todos modos, estas elecciones tendrían que haber sido primarias para elegir candidatos y no una encuesta que pueda afectar el clima para las elecciones de octubre.
Una interna abierta, simultánea y obligatoria, como se establece que sean las primarias, elimina a los aparatos partidarios y lleva la capacidad de decisión en forma directa a los ciudadanos. Esa especie de elección directa de los candidatos es democratizante desde cualquier lugar que se la mire.
De alguna manera, una elección de ese tipo de los candidatos les saca el control de estas decisiones a las cúpulas partidarias. Si en estas cúpulas existe una voluntad democrática, deberían estimular esta nueva práctica. Pero también es cierto que es inquietante sentir que les recortan ese poder de decisión y en este caso lo han evitado. Esto demuestra que la ley necesita algunas precisiones que la mejoren e impidan que todo llegue precocinado a las primarias.
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