Opiniones sobre los discursos que reclaman “diálogo” y exigen “respeto a las reglas”.
Por Marcelo Koenig *
Analistas improvisados, constitucionalistas rentados, sabihondos y suicidas se desgarran las vestiduras invocando el discurso crispado de Néstor o Cristina. El fetiche de un afiche de papel insta a que agiten el fantasma del miedo, la persecución, etiquetando graciosa e irresponsablemente a la actual democracia como si se tratara de una dictadura. En efecto, en nuestra Argentina las pasiones vuelven a estar, en lo que a política se refiere, a flor de piel. ¿Es eso tan malo como nos quieren contar?
Recurramos, para dar respuesta a este interrogante, primero a la historia. No existe proceso transformador que no polarice la sociedad. Siempre ha sido así, a lo largo de los 200 años de nuestra historia patria. Hagamos ejercicio de la memoria. Patriotas y realistas, unitarios y federales, radicales y conservadores, peronistas y gorilas... eso por mencionar a los tiempos de grandes disputas, grandes proyectos, aunque también podríamos mencionar a los tiempos en que sólo fuimos meramente resistencia. Las antinomias fueron siempre consustanciales a la política argentina. Esto es así porque la política es disputa de intereses. Los ciclos de avance político del pueblo fueron sistemáticamente embestidos por sectores de privilegio, que por tratarse de sectores dominantes arrastran en función de su posición hegemónica a amplios contingentes de personas. La división nunca es simétrica, pero el despliegue mediático y la capacidad de mimetizarse con la opinión publicada –a la que disfrazan de opinión publica– hace parecer que la sociedad se divide en dos. El campo popular tiene su fuerza en el número, aunque cuando es preciso negar su contundencia se lo proscribe, se lo encarcela, e incluso se llega a fusilarlo o desaparecerlo...
La segunda manera de responder al carácter positivo de la crispación es con un ejemplo. A fines de abril, un grupo de estudiantes secundarios de la JP Descamisados se planteó hacer un ejercicio de formación política. La convocatoria, tal como la forma que tienen de comunicarse y relacionarse, fue distinta de lo tradicional. Se hizo por Facebook. Desde cierta política más tradicional se puede pensar: ¿qué tiene que ver una red social tan impersonal y además creada según dicen por la CIA con la militancia? Otros curtidos en las lides de la acción política aprendimos, más por viejos que por diablos, que los caminos de la militancia son como el agua y se van abriendo paso por todos lados, aprovechando cada declive del terreno. Pero, sin embargo, por esa llaga que no nos permite “amar sin presentir” –como decía el gran Discepolín–, pensamos que iba a ser una actividad tan sólo con un puñado de jóvenes inquietos. Por eso, grande fue nuestra sorpresa cuando observamos que se vio desbordada la convocatoria. Incluso hubo algunos que viajaron los setenta kilómetros que separan a Campana de Congreso, tan sólo para asistir a ese primer encuentro de formación.
Esto es también el producto de la crispación. Jóvenes, muy jóvenes, más preocupados por cambiar el mundo que por cambiar el modelo del celular. Secundarios que se sienten más cerca del gordo Cooke que de Cumbio. Chicos a quienes les interesa más la disputa de proyectos de país entre San Martín y Rivadavia que la mediática controversia entre vedetongas de Bailando por un sueño. Adolescentes ávidos de saber qué es la guerrilla comunicacional que lanzó el comandante Chávez y no por la marca de los jeans que usan las estrellas de Hollywood.
La polarización genera bandos antagónicos. Esos bandos expresan los modelos de país que los subyacen. El compromiso político y la militancia se alimentan de esa disputa.
Los plumíferos a sueldo de los monopolios se horrorizan por una juventud que le pone alas a sus sueños. Son los mismos que añoran que todo se tiña de gris. Son las viudas del “diálogo” de los ’90. Tiempos en que no había crispación. Porque el pensamiento único no daba para polarizaciones. Se expandía como una mancha de combustible en el mar, anegando conciencias, matando toda la vida que encontraba a su paso. Ese es el consenso que predican: el consenso de la resignación.
Por eso, nosotros hacemos un elogio de estos tiempos de confrontaciones y disputas. Estos tiempos de divisoria de aguas en donde se vuelven a discutir proyectos que no son compatibles entre sí. Vuelve la política, no como sentido de unos pocos para llenarse los bolsillos, sino como una herramienta de liberación.
La política, como sentido ético y épico de la historia, vuelve a habitarnos, vuelve a enamorarnos. Y cuando un pueblo vuelve a enamorarse de la política se transforma en una vorágine difícil de detener, crispada frente a los que intentan poner palos en la rueda de la historia, decidida frente a los que defienden los privilegios.
Profesor de Derecho en la UBA y la UPMPM; director de la revista Oveja Negra.
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