martes, 25 de mayo de 2010

Madres de Plaza de Mayo - Vidas de lucha y aprendizaje compartido

Pagina 12

Por Alejandra Dandan



Una vieja empleada doméstica se abría camino apretando el cuerpo para darle un beso a una de las Madres de la Plaza. En el interior de la carpa de la Secretaría de Derechos Humanos, las Madres terminaban un debate frente a quienes entraban por oleadas, y escuchaban, y preguntaban y miraban y querían saber. Porque les pidieron, con esas mañas de los discursos de antes, si ellas sabían, por ejemplo, en qué estaban sus hijos. Y las Madres hablaron sin medias palabras: en el contexto de la celebración de los 200 años hablaron de la militancia.


Fue el tercer día de festejos. La agenda del Bicentenario tuvo tres territorios marcados para los derechos humanos: la carpa de Abuelas, la Asociación de las Madres de Plaza de Mayo y una estructura de la Secretaría de Derechos Humanos de Nación que programó ayer una jornada dedicada a los organismos de derechos humanos. Pasaron Familiares de desaparecidos, Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora e Hijos. “La posta de los derechos humanos”, como se la llamó, incluyó cortos sobre la dictadura y los juicios a los represores. Imágenes de la recuperación de los centros clandestinos, testimonios de sobrevivientes y un aplauso de los visitantes cuando apareció en la pantalla la imagen de Baltasar Garzón.

“Alejandro cursaba primer año de medicina y era un gran militante, trabajaba en el ERP”, respondió Tati Almeida, una de las madres, cuando le preguntaron por su hijo. Alejandro desapareció en 1975. “Yo a Ale lo fui conociendo más tarde –dijo ella–, a través de las poesías, porque cuando lo secuestraron encontré 24 poesías en su agenda de teléfonos, no sabía de la militancia pero estoy muy orgullosa, porque ése es el mejor recuerdo.”

Alrededor, escuchaban doscientas personas. Doscientas renovándose a cada momento. “¿Por qué no nos contás de dónde venías vos, tu familia?”, pidieron adelante. Tati volvió a contar en ese momento su historia de conversión, aquello de sus raíces de “gorila”.

–¡Soy la mamá de Sebastián Bordón! –se escuchó de pronto–. Vine para decirles que aprendí mucho de ustedes. Ibamos a buscar a Sebastián a miles de kilómetros de casa, y esos saberes que ustedes tienen ayudaron a otras madres que perdimos a nuestros hijos en democracia.

Mary, la empleada doméstica se levantó poco después. Viajó desde Temperley. En ese rato se acordó de cuando era joven y trabajaba cama adentro en una casa de la avenida Santa Fe, cuando corrían por el miedo, volviendo con los chicos de la escuela. Tres estudiantes de abogacía llegaban de Lomas del Mirador. ¿Por qué estoy?, repetía una mujer, saliendo. “Porque me interesa mi país, esto es lo más bello que he visto, ver toda esta gente, que sean juzgados los militares y ojo que no soy militante, pero las he vivido todas, siempre donde tuve que estar.”

Hijos habló sobre los Juicios. Por un Bicentenario sin impunidad, decía la convocatoria. “Intentamos contar que los juicios son parte de la historia del país”, dice Giselle, de Hijos. “Que a los militares los condenamos todos; que antes estaban los escraches, que ahora hay juicios públicos pero toda la sociedad tiene que saber quiénes son y qué se hace.”


A más de miles de cuerpos de distancia, hacia el sur, en el cruce con Avenida de Mayo, Hebe de Bonafini terminaba de darle un beso a Valeria, veterinaria, a punto de irse a Bariloche. La construcción de la carpa de la Asociación de las Madres no se tercerizó, aclararon en la organización. La levantó una parte de los 5500 obreros de las cooperativas de viviendas que vienen levantando barrios con las Madres. “Acá nos pasó lo mismo que en Costa Salguero”, dice Juan José, con el casco en la cabeza. Pasó gente preguntando dónde están los barrios, gente que se sorprendió, que no sabía qué están haciendo las Madres. Gente que preguntó dónde había que anotarse. Pero también, sigue Juan José, “vienen los arquitectos, los ingenieros y nos preguntan cómo hacemos las casas, como nosotros somos los que laburamos también somos los que damos las explicaciones”.


A cuadra y media se amuchaban las filas ante el stand de las Abuelas. Llevaban repartidos más de 40 mil volantes. Arturo Bonin, durante toda la tarde de ayer apareció en un corto repetido tres veces por la afluencia de público. “Queremos un país en el que las tragedias ocurran únicamente aquí –decía–: sobre el escenario.” El público no hablaba. Una chica pasó preguntando cómo hacer porque cree que una amiga es hija de desaparecidos. Otros hicieron denuncias. También de chicos que pueden ser hijos de desaparecidos.


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