lunes, 12 de abril de 2010

Haití, el sismo y el culto a los muertos

Pagina 12 12/0/2010


Laennec Hurbon, sociólogo haitiano, estudia el impacto que tuvo el terremoto del 12 de enero en el culto al vudú, una costumbre central en su país. Entrevistado por Página/12, recuerda los momentos del sismo y cómo se intenta hablar de él en la comunidad.
Por Soledad Vallejos
“Es lo que yo llamo el año cero, un momento en el que todo empieza: hay un antes y un después”, señala el sociólogo haitiano Laennec Hurbon. De paso por Argentina, donde llegó como parte de su gira de disertaciones sobre el mundo posterremoto en y desde la realidad cotidiana de Haití, vuelve sobre la idea de hito. La catástrofe natural, dice, es un final, pero también un comienzo, porque “es un nuevo punto de partida para el país”. Esa mirada fundacional es lo que sostiene las reflexiones de este sociólogo especializado en las significaciones culturales y antropológicas del vudú en Haití, que se formó en teología y sociología en el Centre National de la Recherche Scientifque y actualmente reviste como investigador de la Universidad de Quisqueya, en Port-au-Prince.
Hurbon pinta un panorama tan desolador que las palabras no podrían describirlo cabalmente, porque “lo que está pasando en Haití después del 12 de enero no se puede contar”. Sin embargo lo intenta, en medio de su propio proceso de reflexión, en pleno intento de construir a partir de la experiencia. Invitado por la Unidad Coordinadora de Proyectos Especiales del Sector Cultural (Unpec) del Ministerio de Relaciones Exteriores, dice que hablar de un futuro es imposible sin tener presente “el millón y medio de personas que vive en las plazas públicas, en los espacios vacíos. Y eso es terrible porque viven en la promiscuidad total, y que no fue peor gracias a la acción de muchas organizaciones no gubernamentales que con su ayuda internacional llegó a Haití”. Lo complejo, sin embargo, reside en articular esas ayudas, porque “esa ayuda internacional no tiene verdaderamente un interlocutor en el gobierno haitiano, que también ha sido muy afectado” por el terremoto. Si antes del 12 de enero “era muy débil, poco volcado a trabajar por el bienestar colectivo y por eso merecía muchas críticas de la sociedad civil y los partidos políticos, también es cierto que le costaba gestionar porque ya era bastante débil”. Por eso, concluye Hurbon, “la gente tenía la sensación de que estaba totalmente abandonada. Y no sabe mucho del futuro”.


–¿Antes también podía hablarse de esa sensación de abandono e incertidumbre?


Podríamos decir que antes, a pesar de la debilidad del Estado, había una convicción de ser un país, en lo económico y también a nivel político, porque finalmente teníamos una cierta estabilidad, y por fin íbamos a tener cambio de gobierno decidido en elecciones. Eso significa que íbamos a entrar poco a poco en una dinámica democrática. Eso se podía decir. Pero era un gobierno que tenía muchas dificultades para articular, para organizar las elecciones, para cambiar la constitución, y es un gobierno que no tenía ningún programa. Y no sabía tampoco hablar con la población haitiana. A partir del 12 de enero todos los problemas se vuelven más graves. Debo decir también que es gracias a la ayuda internacional que podemos sobrevivir, pero en realidad eso no es vivir. Todavía hay incertidumbre sobre el futuro de Haití. Hay que esperar que el tiempo pase para algunas cosas. Y también porque hay un reacomodamiento en el territorio, mucha gente se hartó de Puerto Príncipe y fue a vivir a las provincias. Hay dificultad para abrir las escuelas. La mayoría de las escuelas quedaron derrumbadas, con muchos alumnos dentro, la vida cotidiana ya no puede ser la misma.

–Usted había empezado también a hacer notar que es preciso pensar en qué puede pasar en un país que tiene por costumbre el culto a los muertos, cuando los muertos recientes no pueden ser enterrados ni honrados con los modos usuales.


–Sí, estoy estudiando eso. En Haití hay una cuestión cultural muy fuerte al respecto. La población tiene la costumbre de homenajear a sus muertos, y que no haya podido hacerlo esta vez significa que hay un drama cultural muy profundo que la población está viviendo. Durante muchos días, todo el mundo vivió con los muertos, con los cadáveres cerca, en las calles. Eso es muy trágico.
–Por un lado, la omnipresencia de la muerte, pero por el otro la certidumbre de que esas muertes son anónimas al resultar tantas.
–Sí, por eso y porque no había manera de saber. Es realmente un problema. Estoy haciendo una reflexión sobre este tipo de trauma, porque en verdad la investigación en este momento no resulta posible. Después del terremoto, se hicieron tres días de plegarias, de oraciones, en las plazas públicas, participaron de las religiones más importantes. Fue una reacción masiva, frente a la ausencia del Estado, o mejor dicho falta de presencia. Y también como reparando, o buscando llenar la falta de la explicación al evento. Porque la explicación científica no es muy fácil de aplicar en estos casos, cuando un terremoto pasa y súbitamente todo se derrumba... Va a haber que trabajar mucho en las escuelas, no tanto para hablar sino para hacer hablar. Hay que simbolizar la situación.


–¿Los adultos, ahora, ya están en condiciones de simbolizar lo que pasó?


–Ya algunas organizaciones han intentado alentar eso, pero en realidad es un trabajo para muchos años. Hay que entender que es un nuevo punto de partida del país. Es lo que llamo el año cero: un año en el que todo empieza. Hay un antes y un después.

–¿Recuerda el día del terremoto?


–Sí. Estaba en la calle. Iba a una escuela que se llama Saint Trinité, donde hay una orquesta, yo soy alumno de saxofón, y participo de esa orquesta de música clásica. Es interesante. Tenía un curso a las cuatro y también un ensayo con la orquesta, ensayo que debía empezar a las cinco. Y me llamaron para decirme que no era necesario que fuera a las cuatro, que fuera directamente a las cinco porque el profesor tenía una reunión. Entonces salí de casa a las cuatro para llegar a las cinco. A las cinco menos cinco, el terremoto. Fue antes de entrar.

–¿Estaba de camino?


–Sí. Hágase esta idea: aquí está el palacio nacional, los edificios de los ministerios, también la dirección general de los impuestos y la escuela de Saint Trinité, adonde iba, estaba ahí. Toda la gente murió. Si yo hubiera estado ahí en esa reunión, habría muerto. En un momento los edificios estaban; súbitamente se cayeron. Desde fuera he visto que el edificio empezó a caer.

–En ese instante, ¿usted dónde estaba exactamente?


–En el auto. Iba al lado del chofer, y he visto que súbitamente maniobraba. “¿Qué pasa, qué está pasando?”, le decía, “¿el auto tiene algún problema?” Dice: “No, se trata de un terremoto”. Arriba del auto, sin conducir, uno no lo sentía al principio. Después hubo un cambio súbito de la vida, del mundo, de todo.


–Un instante.


–Sí. Y súbitamente de todas las casas salió gente a las calles. Palacios, catedrales, edificios, todo eso, las iglesias también, todo se cae. Eso, para una persona que no sabe mucho de terremotos, debe llevar a pensar que es el fin del mundo. Es una sensación intransmisible. Y la gente tiene miedo hasta ahora, no quiere dormir dentro de una casa. Mi casa, por ejemplo, no quedó tan mal, pero ahora tengo la cama más cerca de la puerta, que queda abierta toda la noche, para poder escapar llegado el caso. Se habló mucho de la percepción previa que tuvieron los animales. Yo conozco una persona que salvó la vida gracias a su perro, que salió de la casa dos días antes y no quería entrar. Y por fin el dueño salió de la casa para ir a otra casa, pero el perro se resistía a entrar también ahí. Por eso la persona estaba en la calle, buscándolo. Después pasó el terremoto. Cuando regresó a la casa, estaba toda derrumbada. El me dijo “yo estoy vivo gracias a mi perro, es un milagro”.

–En reuniones sociales, familiares, ¿se habla de cómo vivió cada uno ese momento?


–Sí, se habla mucho. Cada persona tiene una historia particular. Cada persona dice “es un destino”. A eso se suma el recuerdo que tienen quienes practican vudú. EL 6 de enero, usualmente en Haití hay muchas ceremonias, porque es el Día de los Reyes. Y hubo una ceremonia muy importante en la que las divinidades no aparecieron, no se manifestaron. Eso no es habitual. Nadie sabía el porqué de esa ausencia. Después del terremoto, los sacerdotes del vudú dijeron que las divinidades del vudú sabían algo, que conocían que había algo en preparación en el país y no aparecieron a causa de eso.

–¿Por qué tomó esta decisión de salir a hablar y reflexionar públicamente sobre todo esto?


–Pienso que es necesario, simplemente. Tengo la necesidad de hacer conocer nuestro país, porque Haití representa una excepción dentro del Caribe, por su condición de miseria, de pobreza, que es mucho más visible que en otros países. Nadie puede conocer esta historia si no salimos nosotros mismos.

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