15/07/2011
Por Marcelo Simón *
Por Marcelo Simón *
Es curioso el efecto reaccionario que ha provocado el ¿exabrupto? de Fito Páez, un artista admirable.
Para entrar en tema: como provinciano, crecí en el cuasi odio a los porteños que, luego de mi mudanza a la que ahora llamamos CABA, vi desaparecer, evaporado por la calidez de sus habitantes que, como dice Luis Landriscina, a lo mejor no ayudan, pero seguro que no obstaculizan.
¿Por qué nosotros, los que nacimos y crecimos en el país interior hemos detestado más o menos veladamente a Buenos Aires? Quien sabe, por la temprana lectura de Juvenilia, donde se dice que a los provincianos nos falta esa arenillla dorada que abunda en la Capital; o porque el modelo nacional fue el del puerto, la Argentina triangular denunciada por Scalabrini; o porque en la radio nos obligaban a hablar como porteños... Como quiera que sea, parecen desmesurados y sospechosos los rechazos a la posición de Fito después del último domingo en el que Filmus ayunó y los del PRO comieron, parafraseando al escritor que citaré líneas después.
¿Es tan espantoso que un artista admirado y querido, creador extraordinario como el que nos ocupa, haya dicho que la mitad del electorado carece de swing y es egoísta? ¿Se trata de un caso único, de un ciudadano desagradecido, que hay que mandar al paredón? ¿No se le puede hacer ninguna crítica a esta orbe entrañable, frente a un episodio que nos conturba? ¿Fito Páez merece nuestro desprecio porque se pronuncia contra la ciudad o parte de ella? ¿Debemos asaetarlo como hicimos con Georgie, mal argentino, que eligió irse a morir a Ginebra, pudiendo haberlo hecho aquí? ¿Y qué hubiera dicho hoy el poeta que en las viejas casas atisbó golosamente patios y muros, el que denunció la falta de la vereda de enfrente en la incipiente Gran Aldea, si ve que Jacinto Chiclana debe caminar ahora por Palermo Hollywood? En fin, igual que a Páez, ¿deberíamos hacer morir de nuevo a Jorge Luis porque confesó que a su ciudad no lo une el amor sino el espanto?
Desde el nacimiento de la cultura de Occidente viene ocurriendo que los hombres y las mujeres de la democracia critican a mamá ciudad, lo cual no sólo no está mal, sino que francamente luce muy bien: la política comenzó en las polis, con sus habitantes manifestándose y no siempre a favor, desde la alborada helénica hasta el pedemonte cuyano. Jorge Marziali, cantor y periodista mendocino, describió alguna vez a su ciudad como “Individual, moderna aldea, fina y sensual y a veces fea, (que) camina lento con un lastre de moral de otros momentos”.
Mujica Lainez contó –seguramente en base a las crónicas de Ulrico Schmidell– que en la naciente Buenos Aires sus fundadores incurrieron en episodios de canibalismo.
Así es que déjense en joder estos más o menos espontáneos custodios de la moral pública persiguiendo a artistas que ejercen el derecho a la puteada. Miguel Cantilo canta: “Yo adoro a mi ciudad aunque su gente no me corresponda cuando condena mi aspecto y mis ondas con un insulto al pasar”.
Da un poco de vergüenza ver tanta mojigatería. En este caso, los indignados parecen señoritas antañosas cuidando una virginidad apolillada que ojalá puedan entregar de manera más divertida.
* Periodista especializado en música popular. Director de Radio Nacional Folklórica.
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