Por Horacio Verbitsky
La ansiedad de la oposición política y mediática, tan necesitada de alguna buena noticia que interrumpiera una larga seguidilla de frustraciones, ha permitido leer los resultados de la CABA como una novedad disruptiva del estado de cosas previo. Sólo quienes basan sus apreciaciones en la lectura de encuestas pudieron sorprenderse por la diferencia entre la primera y la segunda minoría. Quienes menos erraron estuvieron a más de cuatro puntos de los porcentajes reales, muy por encima del margen de error técnico contemplado en toda medición de este tipo. Pero en realidad, los resultados de Macrì y Daniel Filmus fueron muy similares a los de 2007. Aquella vez obtuvieron 45,6 y 23,8 por ciento de los votos válidos emitidos, con una diferencia de 21,8 puntos. Ahora ambos crecieron, Macrí un punto y medio y Filmus cuatro (47,1 a 27,8 por ciento), de modo que la distancia entre ambos se redujo en dos puntos y medio, a 19,3. Para este análisis no tienen interés las fuerzas que recogieron el 25 por ciento restante de los votos, ya sea porque sus porcentajes fueron minúsculos (3,3 por ciento la cejijunta Coalición Cívica Libertadora; 2 por ciento la graciosa candidata radical o la paleoizquierda unida, clavada en el 0,7 por ciento, la mitad de lo que necesitará en las primarias para pasar a la general de octubre) o porque carecen de proyección nacional (como el PROS de Fernando Ezequiel Solanas Pacheco, que hizo una excelente elección local, con casi el 13 por ciento, pero necesitaría setenta años para instalar a sus desconocidos candidatos nacionales). Antes de que se reanude la abrumadora ronda de encuestas cuya única utilidad será confirmar que Macrì es el favorito para la segunda ronda del domingo 31, ya existe una firme referencia en el resultado de 2007, cuando los amarillos batieron al frentismo por 61 a 39 puntos. Dentro de esos márgenes se moverán las respectivas campañas, lo digan o no los candidatos: Macrì se ha fijado en forma explícita la meta del 65 por ciento, con vistas a la hipotética apuesta presidencial en 2015, con la que el consultor con Barba ha vuelto a ilusionar al candidato sin bigote; Filmus dice que va a ganar pero celebraría con cualquier número por encima de 40. En octubre de 2007, Cristina obtuvo en la Capital el mismo porcentaje de votos que Filmus en la primera vuelta, lo cual le bastó para superar el 45 por ciento en todo el país, que le permitió vencer en primera vuelta. Si esta relación entre el voto local y el presidencial se repitiera, la Ciudad no sería un lastre para su reelección este año.
Cruce de roles
Hasta la mañana del domingo 10, la estrategia de los republicanos fue acentuar los aspectos locales, del modo más liviano posible, y omitir cualquier referencia al contexto nacional. La lista encabezada por un rabino de kipá multicolor y el slogan de bienvenida a la diversidad casó bien con el ánimo predominante en la ciudad más heterogénea del país, que no por casualidad antepone a su nombre el calificativo de autónoma. El 47 por ciento obtenido gracias a este enfoque superó incluso sus PROpias expectativas. Pero la misma noche del domingo, comenzaron a nacionalizar los comicios. Con su capacidad casi periodística de simplificar cuestiones complejas, Elisa Carrió clamó que el 70 por ciento del electorado había votado en contra del gobierno nacional (una página oficialista dio la respuesta obvia: el 97 por ciento se opuso a los Liliputienses). Eduardo Duhalde y Ricardo Alfonsín concluyeron que la elección presidencial no se definirá en octubre sino en la segunda vuelta al mes siguiente y Francisco de Narváez lapidó que lo sucedido “marca el comienzo de la caída del kirchnerismo”. También en el Frente para la Victoria se invirtieron los polos. Tanto la campaña que había diseñado Enrique Albistur para Daniel Filmus antes de su nominación (“Porque estoy con Cristina estoy con Filmus”) como la que elaboró Fernándo Braga Menéndez para Filmus y sus compañeros de boleta Carlos Tomada y Juan Cabandié, giraron sobre la idea de la armonización de políticas de la Ciudad Autónoma con la Nación, sin que esto bastara para disimular el escaso entusiasmo presidencial con la fórmula. La presidente CFK no asistió a ningún acto pero su imagen junto con los candidatos (a quienes un spot en televisión mostró dibujados) marcó la intención de nacionalizar la campaña. También este mensaje mutó desde la mañana del lunes: los partidarios del gobierno nacional comenzaron a destacar que, salvo en Catamarca, los oficialismos locales se impusieron en todos los comicios realizados hasta ahora, cuyos resultados no pueden proyectarse a escala nacional, y hay una amplia franja del electorado porteño que vota por Maurizio Macrì para la jefatura de gobierno y por CFK para la presidencia. Tan amplia, que ni siquiera excluye, en principio, a la compañera de fórmula de Macrì, su ministra María Eugenia Vidal. Este ágil salto simultáneo en sentido opuesto del oficialismo y la oposición nacionales es la coreografía de una disputa por la interpretación de los resultados de la elección del último domingo. Este tipo de batalla discursiva está en la lógica de la política electoral. Su extremo risueño ocurrió en 1997, cuando el presidente Carlos Menem, para minimizar la derrota de sus candidatos en la elección legislativa de la Capital, con un padrón de dos millones y medio de votantes, exaltó la victoria menemista entre los 15.000 jujeños que votaron en el municipio de Perico.
Los vaticinios
Macrì había dado por concluido el ciclo kirchnerista y convocado a toda la oposición a seguirlo. El 28 de enero del año pasado dijo a la embajadora de los Estados Unidos Vilma Martínez durante una comida con cuatro de sus ministros, que la sociedad estaba harta de los Kirchner y que él los vencería en las elecciones de 2011. Creía posible unir a la oposición para seguir en la Argentina el movimiento hacia la derecha que consideraba iniciado en Chile con la elección de Sebastián Piñera y descontaba que continuaría en Brasil con la de José Serra. También dijo que su principal fortaleza como candidato presidencial era haber pasado por la presidencia de Boca. El detallado informe de Martínez a Hillary Clinton consignó que para Macrì “si tengo apoyo político fuera de Buenos Aires, en el 90% de los casos es por haber presidido Boca y en 10% por ser jefe de gobierno de Buenos Aires”. Ni siquiera cuidó las formas en agosto, cuando le dijo a la radio La Red que “esta vez nos toca. Este tren que hemos dejado pasar tantas veces y que hoy nuevamente está en la estación de la Argentina para que nos subamos, nos vamos a subir, aunque tengamos que tirar por la ventana a Kirchner porque no lo aguantamos más”. Entre Dilma Roussef y su irónico consultor ecuatoriano Jaime Durán lo ayudaron a rectificar tantos errores: el giro regional a la derecha no se confirmó, su lejana presidencia de Boca no alcanza a compensar todo lo que le falta fuera de la Capital, sus chances presidenciales frente a CFK eran exiguas. Pese a todo, Macrì constituía la mejor oferta del Frente del Rechazo, que aún perdiendo quedaría instalado con miras al turno siguiente, como ocurrió con su segundo puesto en la Ciudad en 2003, siempre y cuando con otro candidato pudiera retener el distrito propio. Pero el 31 por ciento obtenido por Gabriela Michetti en las legislativas de 2009 encendió una luz de alarma que tampoco Horacio Rodríguez Larreta podía apagar. Al fin de cuentas, Boca es un club porteño. Si la elección porteña de 2007 proyectó a Macrì como una figura nacional, este año quedó confinado en su territorio, al estilo de lo que sucede en Córdoba con José Manuel de la Sota. Este escenario hubiera complacido a Kirchner, quien en 2007 empujó a Daniel Scioli a la Provincia de Buenos Aires, para impedir que Macrì cumpliera su propósito de competir por su gobernación. Kirchner entendía que Scioli era el único oponente capaz de batir allí a Macrì, pero armó las listas de modo de recortar su autonomía, ya menguada por la dependencia provincial de las arcas nacionales. Nada distinto ha hecho ahora Cristina. Pero a diferencia de su esposo, no debió recurrir a duhaldistas reciclados para acotar el espacio del gobernador, sino a dirigentes libres de ese pecado original, ya sea por su edad, como los representantes de distintas organizaciones juveniles o por su relación directa con la presidente, como Gabriel Mariotto, el operador de la ley de servicios de comunicación audiovisual.
Las dos almas del FpV
Los embates para que Filmus desista de presentarse al balotaje y con el propósito de endilgarle las efusiones emocionales de algunos simpatizantes famosos cesarán esta semana. Se reanudará entonces la campaña para el último round, que ocurrirá dentro de dos domingos, y volverán a ponerse en tensión las dos almas del FpV porteño, cuyas lecturas contrapuestas del distrito y de la estrategia apropiada hicieron cortocircuito desde la apertura del proceso electoral. Una postulaba la recreación de la “alianza progresista” conducida en 1999 y 2003 por Aníbal Ibarra y que se hizo humo en la Navidad de 2006; la otra insistía en la necesidad de acentuar el carácter peronista, kirchnerista y/o populista del FpV. Cada una de ellas tiene además subtendencias y matices. El propio candidato Filmus y sus adherentes de Nuevo Encuentro y del ibarrismo residual representan la primera hipótesis. Todos ellos formaron parte de esa experiencia. Los candidatos a la vicejefatura y a primer legislador, Carlos Tomada y Juan Cabandié, encarnan la segunda. Tomada, quien hizo su carrera como abogado de los sindicatos de la CGT que se definen a sí mismos como Los Gordos, expresa a la militancia peronista porteña que a duras penas sobrevivió al terremoto Grosso y al tsunami Alberto Fernández. Cabandié, en cambio, cabalga la ola de efervescencia juvenil a la que apostó Kirchner a partir de 2007 y que se hizo inocultable a partir de su muerte, en octubre pasado. Cabandié (que nunca usa el apellido de su madre, la detenidadesaparecida Alicia Alfonsín), nació en la ESMA, donde fueron asesinados sus padres adolescentes. El propio Kirchner lo orientó en su crecimiento personal y político y fue fundador de La Cámpora, donde tiene sus mejores amigos Máximo Kirchner. El contraste entre ambas visiones se hizo patente la noche de los comicios, cuando Filmus llamaba a formar un gobierno de coalición, mientras Cabandié hacía sonar la marcha peronista y cortaba el paso al estrado a Gabriela Cerruti y Aníbal Ibarra, para regocijo de la televisión. Los progresistas, que celebraron al nuevo poder juvenil como el resurgimiento de la transversalidad, sienten como una tragedia su peronización de marcha y bombo, porque creen que así se encierran en un espacio que nunca controlarán y del que emana un indisimulable olor a antiguo. Ninguna de esas alas ha tenido fuerza suficiente como para imponerse, pero ambas han sido muy aptas para neutralizar a la otra. Las disputas entre ellas, y los recelos entre el candidato y el poder central, han ocupado más tiempo y esfuerzos que el estudio de los focus groups que indicaban una positiva valoración hacia algunas políticas del macrismo, como la creación de la Policía Metropolitana, el metrobús o lo que los vecinos ven como una cierta preocupación por la belleza de la Ciudad. Tanto los progresistas como los populistas, enfrentaron a Macrì con un debate ético y/o ideológico que, en un periodo de bonanza económica debida a las políticas nacionales, no estaba entre las prioridades del electorado. Además pusieron el acento en la crítica a políticas que no afectan tanto a los porteños como a los millones de habitantes del conurbano que pasan todos los días por la Ciudad pero que duermen, y votan, en la provincia de Buenos Aires.
La conurbanización
Lo que la mayoría de los análisis reduce a rencillas por espacios de poder adquiere una dimensión inteligible en los análisis del sociólogo Artemio López. Su consultora Equis insiste desde hace meses en lo que describe como la conurbanización de la Ciudad, cuyas transformaciones socioambientales darían base estructural a la demanda de “formas de representación política típicamente populistas”, distintas del progresismo tradicional de mediados de los años noventa, “cuya encarnación fue la Alianza Progresista Frepaso-UCR”, escribió López. La imprecisión de sus encuestas de intención de voto no es una descalificación automática de sus análisis, aunque su obsesiva denigración de algunos dirigentes por su pasado en la Federación Juvenil Comunista lo desmerece a él. Hace dos meses, cuando cifras que manejaba la campaña de Filmus indicaban que Macrì llevaba veinte puntos de ventaja en la zona sur de la CABA, López realizó un estudio sobre pobreza e indigencia, de resultados llamativos: mientras en la Nación y en la provincia de Buenos Aires ambas se redujeron, en la Capital crecieron. También destacó que la población que vive en villas de emergencia casi se triplicó (de 100 a 270.000 personas) desde el momento en que gobernaba el progresismo, que los asentamientos pasaron de cuatro a 17 y que, junto a las casas tomadas, albergan a otros 250.000 porteños. A juicio de López, es difícil que “una cultura política anterior como la progresista porteña” prevalezca “sobre una posterior como la que expresa el PRO”, lo cual constituye una “cuasi ley de hierro en materia de representación política”. Por eso, piensa que “los esfuerzos de desarrollo territorial del kirchnerismo porteño aprovechando el impacto de las acciones del gobierno nacional en el distrito, la expansión de los locales de La Cámpora y otras agrupaciones y referentes sociales, la articulación con nuevos espacios sociales”, fueron en el camino correcto de “priorizar el formato populista de construcción y abandonar el rol de furgón de cola de la cultura progresista en la ciudad y su modalidad de armado tradicional, con eje espacial centro norte y sobre segmentos medios homogéneos”. El impacto de las obras del gobierno nacional, el aporte adicional de seguridad con el plan Cinturón Sur y las políticas de contención social específicas explicarían para López el resultado obtenido por el FpV en la Comuna 8, zona de influencia del conflicto del Club Albariño, que comprende los barrios de Lugano, Soldati y Villa Riachuelo. Allí Macrì sólo aventajó a Filmus por 4,3 por ciento, que se extendieron a diez puntos porcentuales en el conjunto de la zona sur. Esta no pasa de ser una hipótesis, cuya demostración requerirá un plazo más largo, y a la que es posible formularle objeciones puntuales, como que la ola de prosperidad también alcanza a la zona sur, donde es imposible encontrar un local desocupado para alquilar, o la pregunta acerca de qué ocurriría si ese tipo de intervención populista se replicara en las zonas Centro, Oeste y Norte de la Ciudad, donde el FpV perdió por 15, 16 y 36 puntos respectivamente. Pero en cualquier caso, constituye una guía para la acción, algo de lo que el sector de Filmus carece.
Fuente: Pagina12
Evoolución Electoral C.A.B.A. 2077-2011 |
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