Por Alejandra Dandan
Alejandro Sandoval recordó en medio de la audiencia un diálogo con su apropiadora. El momento en el que ella le habló de cómo llegaron a él, como si fuese parte de una ficción armada por los militares para organizar el procedimiento de robo y apropiación de menores. Primero los convocaron al “Maldonadito”, el modo con el que hablaban del Regimiento Patricios. Los sometieron a un informe ambiental. Les exigieron algunos requisitos: que pertenezcan a la Fuerza o sean “amigos” de la Fuerza; que tuvieran casa propia, estén casados y sean católicos. En la entrega intervino un cura. Cuando todo terminó, Víctor Rei y su mujer recibieron a dos niños directo de Campo de Mayo. Uno era Alejandro, de tres o cuatro meses de edad; la otra era una niña con el cordón umbilical prendido en el cuerpo. La mujer de Rei optó sólo por Alejandro porque no le gustaban los recién nacidos. “Ellos decían que habían hecho una adopción –explicó Alejandro en la audiencia–, pero en realidad era cómo nos robaron a nosotros.”
Alejandro declaró por primera vez hace dos años en el juicio contra su apropiador, el gendarme Víctor Rei, cuando aún se presentó con ese apellido. Ayer declaró en la audiencia por el plan sistemático de robo de bebés como hijo de Liliana Fontana y de Pedro Sandoval. El diálogo entre él y su apropiadora Alicia Arteach fue un eje de la declaración de un juicio en el que fiscalía y querellas intentan probar la sistematicidad de los robos. Una escena en la que Alejandro situó al cura Speche y al gendarme Correa como los encargados del trámite.
Alejandro dijo en la audiencia que no cree en las casualidades. Que por alguna razón siempre le tuvo bronca a quien durante muchos años supuso como tío biológico, un hombre del Batallón 601, hermano de Rei, que estuvo en La Perla, el centro clandestino en el que está convencido que terminó desapareciendo su padre. Pero hay algo más de esas casualidades con las que enlazó distintos momentos. El bar donde paró durante la secundaria era el lugar donde se conocieron sus padres y donde imagina que se dieron el primer beso. El destino de Rei en la provincia de Formosa estaba justo frente a la sede del club Atlético, el centro clandestino donde estuvieron sus padres. Y está convencido de que a eso de los 8 o 9 años conoció a quienes hoy son Francisco Madariaga y Martín Amarilla jugando en Campo de Mayo: “No creo en la casualidad –dijo Alejandro–: creo en la causalidad”.
LA IDENTIDAD
La presidenta del Tribunal Oral Federal 6 le preguntó sus datos, como manda el protocolo. El dijo que era Alejandro Sandoval Fontana y que nació el 28 de diciembre de 1977, cuatro meses antes de la fecha que siempre figuró en su documento y la razón por la que los apropiadores le mostraban fotos y le decían que había sido un bebé grande, cuando en realidad había nacido antes.
¿Cuándo toma conciencia usted de que su identidad es la que acaba de manifestar y que no era hijo de Víctor Rei?, arrancó el fiscal Martín Niklison. “Al enterarme de quienes son mis padres, en 2006”, dijo él. “En realidad, me enteré a principios de 2004 que yo era adoptado e hijo de desaparecidos, pero cuando me entero no entendía”, explicó sobre esa especie de “vacío” que le provocaba la palabra “desaparecidos”, porque podía entender qué era ser adoptado, explicó, pero nunca había oído hablar de los desaparecidos.
Alejandro manejaba una camioneta en la ruta de San Miguel a Hurlinghan con Rei cuando su apropiador le dijo que pare: “Se larga a llorar, me dice que me estacione, yo hago lo normal, empecé a consolarlo, y él que me pedía disculpas, cuando se pone a llorar, le digo que trate de calmarse y me dice que soy adoptado e hijo de desaparecidos, pero más que nada yo me imaginaba que se había muerto un familiar o había pasado algo; en ese momento me quedo bloqueado, arranco la camioneta, sigo el trayecto, llegamos a la casa, me bajo, veo a la mujer de él que lloraba, yo le dije: ‘Está bien, no es nada’, hice mi vida normal y cotidiana”.
El ya no vivía con sus apropiadores. Un mes después leyó en un diario el nombre de Rei y entendió que había una causa y que Rei estaba detenido en Campo de Mayo. Alejandro contó durante estos últimos años varias veces cómo es que desde Campo de Mayo los represores inventaron modos para retener los controles. Ayer volvió a esa escena que parece el sombreado de los hermanos Marcela y Felipe Noble: Rei lo llamó desde Campo de Mayo un día para avisarle que “se veía un allanamiento en 48 horas”. “¿Bueno, qué hay que hacer?”, preguntó Alejandro. El otro le dio los detalles: iban a pedirle una remera, toalla, cepillo de dientes y un peine. Se los dio. “Pero ya que está todo alterado, alteremos todo”, le dijo Alejandro y entre risas se pusieron a pasarle el cepillo de dientes a un perro que su apropiador tenía en Campo de Mayo. Pasaron el peine por el pelo y hasta la toalla.
“Dicho y hecho –siguió Alejandro–: a las 48 horas llegaron a casa. Los hago pasar, les doy los objetos, lo único que me preocupó es que querían además una sábana, pero me quedé tranquilo porque no agarraron la de la cama, se llevaron una del placard; nos sentamos en la mesa, les hice un café, yo me tomé unos mates y a los quince o veinte minutos agarraron las cosas y se fueron.”
Tres o cuatro meses después el allanamiento se repitió. Volvió la misma comisión, pero con testigos, llegaron a las cuatro de la mañana, y tiempo después lo llamaron del despacho de la jueza María Romilda Servini porque estaban los resultados de ADN y le preguntaron si quería conocer a su familia.
“En el encuentro ya comprendía más lo que pasaba, pero no sabía qué era lo que me iba a encontrar del otro lado, porque las personas que te crían, o sea los apropiadores, te impulsaban a verlos, pero te entraban dudas porque me decían: ‘Andá a conocerlos porque ellos no son tu familia’: hasta el día de hoy no entiendo esa lógica, en ese momento me pregunté si ellos sabían entonces quién era mi familia.”
Por ese estado de confusión, de mentiras, le agarró “un ataque de locura” y pidió un nuevo examen genético en ese juicio en el que todavía estaba entre una y otra historia. Aquel resultado confirmó nuevamente los datos: “Fue ahí cuando pude cerrar ese manto de dudas para saber si era o no, un manto de dudas que esta persona generó en todos nosotros”.
LOS PADRES
Edgardo Ruben Fontana declaró después. Era el hermano de la madre de Alejandro. Y la primera persona que le habló de las casualidades. Ayer uno y otro volvieron a ese tema, Alejandro en busca de algunas señales y su tío convencido de que por alguna razón Rei estuvo en Formosa para la misma época en la que él mismo y su cuñado hicieron trabajos políticos en un lugar del que después de un tiempo desapareció un compañero y detrás otros hasta su hermana y su cuñado.
Liliana y Pedro habían nacido en Entre Ríos, pero se conocieron en Buenos Aires. Los dos militaban en el Frente Revolucionario 17 de Octubre como Edgardo. Pedro además era futbolista, había estado en Atlanta y en las inferiores de Boca. “Como se hace amigo de Gustavo Rearte, los entrenadores le dijeron: ‘Bueno, Sandoval, o el fútbol o la militancia, y obvio que eligió la militancia”, dijo Alejandro. Pedro viajó a Cuba. Pronunció un discurso después de Rearte y de John William Cooke que quedó reproducido en un diario. Lo secuestraron el 10 de julio de 1977. Liliana estaba embarazada. Estuvieron en el Atlético. Un sobreviviente escuchó decir a Julio Simón, alias el Turco Julián, que “El Negro Sandoval era patito al agua”. Otro escuchó cuando dijo que “la rubita había tenido un varón”.
Alejandro miró a los abogados de los represores al final de la audiencia. “Me gustaría decirles a ustedes, los abogados defensores, ya que tienen vínculos porque son sus defendidos, si les podrían pedir que junten fuerza para decir el origen nuestro, estaría bueno que ustedes los obliguen a decir dónde están todos y por qué lo hicieron”.
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