Por Roberto Samar
Hace tan solo diez años vivíamos en otra Argentina, era el país de la impunidad. El 8 de mayo del 2001, el juez Omar Faccito absolvía al represor Miguel Etchecolatz, quien me había amenazado con un arma por gritarle asesino.
Hace una década, en la sala del juicio, Etchecolatz sonreía, como siempre. La abogada a su lado lo acompañaba cada tanto con la sonrisa burlona, o con la risa estudiada cuando escuchaba aparentemente un disparate.
En la sala se exponía como con orgullo el diploma de Su Señoría colgado en la pared. Diploma del Ministerio de Defensa fechado en 1980.
El fiscal Sebastián Randle, en lugar de acusar, defendía. Según él, Etchecolatz contestó a una “agresión ilegítima” de la que supuestamente fue objeto por parte de los jóvenes que lo repudiaron.
En ese marco de tristeza y asqueado por la impunidad, mi viejo, Enrique Samar, escribió una carta que publicó Página/12 al día siguiente, de la cual comparto con orgullo los siguientes párrafos:
“Me vienen a la mente los miles de compañeros, los amigos, Roberto Fassi, quien escuchaba algunos de los poemas que yo escribía a los veinte; mi primo Bambocho Fernández Samar, él, que era más bueno que el pan, torturado y asesinado también en La Perla; el flaco Jorge Sanz, compañero del Mariano Acosta que vivía en Barracas, asesinado por la espalda.
Recuerdo ‘El octavo día del mundo’, de Raúl González Tuñón. Sí, el octavo día del mundo va a llegar, y va a llegar de la mano de jóvenes que tienen la capacidad de indignarse ante la injusticia, la valentía de no quedarse callados, de no mirar para otro lado, de pelear por lo que consideren justo, la valentía de no darse por vencidos ni bajar los brazos.
Estoy orgulloso de vos, Roberto. Hay que tener coraje para gritarle asesino al asesino y para querellar a este condenado a 23 años de prisión por 96 tormentos y como responsable de 21 campos de concentración en la época de la dictadura, mano derecha del jefe de la Policía Bonaerense, general Camps.
El día octavo va a llegar, pero el ‘que rompa el silencio no va ser un verdugo, ni el que echa agua al vino, ni el que del hombre amarga la vigilia y el pan’... El día octavo no va a llegar de la mano de los que hablan del déficit fiscal, la gobernabilidad, los mercados y la puta que los parió. El día octavo va a llegar de la mano de las Madres que fueron y son ejemplo, y de la mano de los jóvenes que no se resignan y luchan para que ‘para todos sea el pan, la alegría y la luz’. Vamos, Roberto. Le hiciste honor a tu nombre. Roberto Fassi está presente en la sala, al lado nuestro.”
Hoy, diez años después, Etchecolatz cumple su condena en la cárcel de Marcos Paz del Servicio Penitenciario Federal. Podemos respirar otro aire en nuestro país y podemos ver cómo se sembraron las semillas de nuevos sueños. Algo cambió.
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