lunes, 21 de junio de 2010

Según Perfil, Clarín y La Nación no sería bueno ser K para asumir en la cancillería K

elargentino.com



La Constitución Nacional impone como requisito fundamental para ocupar un cargo la idoneidad. Este requisito es necesario pero no suficiente en un régimen presidencialista como el que rige la vida institucional de la Argentina. En los sistemas parlamentarios europeos, los Gabinetes se conforman con pluralidad de partidos y diversidad de orígenes cuando ninguna de las formaciones políticas puede lograr el voto de confianza del poder legislativo. Aun en esos sistemas, cuando un partido controla mayoritariamente las bancas el primer ministro suele conformar un Gabinete homogéneo, como fue el caso de Mitterrand en Francia o Felipe González en España. Si esto es así en los sistemas parlamentarios, con más razón lo es en los sistemas presidencialistas. Por ello no debiera sorprender a la prensa del establishment que la condición kirchnerista fuera un requisito importante para formar parte de un gobierno que preside Cristina Kirchner. Sin embargo, Clarín, La Nación y Perfi presentaron ayer el nombramiento de Timerman como un encierro del gobierno sobre sí mismo y un alejamiento de la sociedad. Lo que en verdad los irrita es que Timerman viene desde hace años denunciando el atropello de Clarín y La Nación en la adquisición de Papel Prensa y la complicidad de Magnetto, Mitre y Fontevecchia con la dictadura militar que asoló a la Argentina. Como si esto fuera poco, el nuevo canciller fue uno de los impulsores de la Ley de Servicios Audiovisuales, que modifica sustancialmente el mapa de medios concentrados de la Argentina. Estos antecedentes lo convierten en alguien que comparte las políticas de la Presidenta de la Nación. Por tanto, connotar esto peyorativamente esconde tras un título aparentemente neutro una opinión editorial que se pretende ocultar. No hay socialistas en el gobierno de Sarkozy. No hay conservadores en el gobierno de Lula. No hay “NeoCon” que integren el gabinete de Obama. ¿Alguien puede suponer que las relaciones exteriores de un país sean delegadas por la presidencia en un hombre que no sea de su confianza? Sí. Pueden suponerlo quienes estuvieron acostumbrados a completar los Gabinetes con hombres de “su” confianza. La articulación entre información y opinión parece no haber guardado el equilibrio que requieren los manuales de estilo.

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