sábado, 17 de julio de 2010

MARGARITA BELEN: JORGE GILES - LA LISTA DE LA MUERTE

Pagina12
Por Marcos Salomón

Desde Resistencia, Chaco

El ex preso político Jorge Giles, autor del libro Allí va la vida, en el que relata la Masacre de Margarita Belén, contó ante el tribunal cómo un agente del Servicio Penitenciario le anticipó los nombres de los detenidos que iban a ser fusilados. Detalló las últimas horas de los presos, que fueron sacados de la U7, para llevarlos a ser torturados en la alcaidía policial, subidos a un convoy militar para ser trasladados a Formosa, y fusilados en el camino, cerca de Margarita Belén, fraguando un intento de fuga, el 13 de diciembre de 1976. En el último día de audiencias previo al receso invernal también declararon Eusebio Esquivel, Juan Carlos Goya y Jorge Migueles. Cruces entre las partes signaron una jornada en que la sala estaba abarrotada de familiares.

La lista

A Giles, en realidad, lo arrestan en el interior provincial, en Villa Angela, en abril de 1975. Luego de torturarlo lo llevan a la alcaidía de Sáenz Peña, de allí a la Brigada de Investigaciones, donde sufrió más torturas, para después pasarlo a la alcaidía de Resistencia y finalmente a la U7.

Mucho antes de diciembre, los presos políticos alojados en el penal federal ya analizaban el peor de los escenarios, por tres razones:

1. Por una radio, escondida clandestinamente, se habían enterado de fusilamientos de presos políticos aplicando la Ley de Fugas.
2. Lo trasladan a Néstor Sala a Formosa, en el camino lo torturan y lo devuelven a la U 7.
3. Traslado del misionero Miguel Sánchez en el baúl de un automóvil. Tiempo después, entregaron el cadáver a su familia (relato ya conocido por otros testigos).

Pero, en realidad, el dato preciso lo dio un suboficial del Servicio Penitenciario Federal, quien le entregó a Giles un papel con la lista de presos políticos que iban a ser ejecutados, en una fecha aún no precisada, esquela que en la jerga carcelaria se denomina “paloma”.
El listado, de más de veinte personas, era encabezado por Sala y el propio Giles, así como también figuraba Aníbal Ponti. Sin embargo, ambos se salvan del traslado.

La despedida

Ese fatídico domingo 12 de diciembre, el Ejército rodeó la U7 e, inesperadamente, llegó el oficial Casco, de la guardia dura, que no debía estar de turno. Fue el propio SPF el que dio la noticia. Y fue Giles quien debió despertar a Sala, que estaba durmiendo la siesta en su celda, para comunicarle el traslado.

Antes de que los trasladados abandonaran el pabellón, el testigo, junto con Miguel Bampini, trató de pedir explicaciones. Pero no hubo respuesta, la orden estaba dada y el macabro plan de traslado ya estaba pergeñado. Fue en ese momento en que se produce la histórica despedida de Sala: “Compañeros, sé que éste no es un traslado más, es un traslado hacia la muerte. Les pido que les cuenten a mis hijos, a mi esposa, a mi pueblo, que muero con dignidad”. Entonces, grita la famosa frase de José de San Martín: “Libres o muertos, jamás esclavos”.

Entonces, los presos políticos llenaron la U7 con la Marcha Peronista, mientras veían cómo Sala se iba saludando con la V de la victoria. “No había sensación de miedo, sino de pérdida”, recordó Giles.

El después

La noticia del supuesto enfrentamiento del 13 de diciembre llegó por la radio clandestina, sintonizando una emisora brasileña: “Cada uno había perdido 10, 20 kilos, no estábamos en condiciones ni de jugar un partido de fútbol, mucho menos de intentar una fuga”, relató.
Más adelante, Giles tuvo la oportunidad de denunciar la masacre ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). También lo intentó hacer ante el ex juez federal de Resistencia Luis Angel Córdoba, pero éste se limitó a decir: “No es mi competencia”.

Ya en democracia, con las leyes de impunidad y los indultos, llevó la denuncia ante el juez español Baltasar Garzón. El final fue con aplausos (incluido el irónico de Horacio Losito, imputado en la causa). Giles se abrazaba emocionado con el ex preso político Carlos Aranda.

Tras el receso invernal, continuará el desfile de testigos que darán cuenta sobre la planificación de los fusilamientos en el descampado de las afueras de la capital chaqueña.

La desnudez del obispo

El cirujano Jorge Migueles, que también declaró en el juicio por la causa Caballero, contó una “confidencia” que le había hecho el ex obispo de Goya, monseñor Devoto, que visitaba a presos políticos en las cárceles.

“Voy a contar algo que me relató en una reunión con sus allegados más íntimos: durante una visita a presos políticos lo obligaron a desnudarse durante la requisa”, recordó Migueles, un secreto develado para demostrar las duras condiciones carcelarias de la dictadura cívico-militar.

Migueles vio cómo torturaban a dos víctimas de la Masacre de Margarita Belén: Arturo Franzen y Patricio Blas Tierno. “No entiendo por qué tanta saña contra ellos. A Franzen lo torturaron cinco veces más que a mí. Y a Tierno, diez veces más”, afirmó. Ya en la U7, Migueles fue alojado en el Pabellón 3, donde compartió celda con otra víctima de la Masacre: Mario Cuevas, que “tenía muchas dificultades para caminar por los golpes y las picaneadas en las piernas”.

“Tenía una herida donde lo picaneaban”

Eusebio Esquivel fue detenido el 28 de julio de 1976. Poco tiempo antes había sido dado de baja en el servicio militar. Por entonces el servicio “a la Patria” era obligatorio, pero él había ido en forma voluntaria.

Lo llevaron a la Brigada de Investigaciones, le sacaron la venda y en los calabozos pudo ver a Tierno, Manuel Parodi Ocampo, Franzen, Luis Barco y Cuevas, “que tenía una herida de bala en la pierna derecha, donde lo picaneaban”. Y los ubicaron en la sala de tortura a dos de los imputados: Luis Alberto Petetta y Aldo Martínez Segón.

El abogado Pujol le pidió al Tribunal que le retirara el papel ayudamemoria que Esquivel tenía en sus manos y consultaba de vez en cuando. El Tribunal accedió (antes de este caso, incluso después, otros testigos sí pudieron tener consigo sus anotaciones).

Ya en la alcaidía policial de Resistencia, Esquivel vio muy golpeados a Lucho Díaz, Fernando Piérola, Roberto Yedro y se enteró de que Néstor Sala estaba en un calabozo, herido de un bayonetazo.

Tras conocer la noticia de la Masacre, los presos políticos “realizamos una jarreada” (golpear los jarros de metal contra los barrotes). “Motín”, murmuró uno de los imputados. Los mandaron a callar.


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