viernes, 2 de diciembre de 2011

NORBERTO GALASSO: LO que decia hace unos años, lo mismo que hoy


NORBERTO GALASSO A JORGE SULÉ 
EN RESPUESTA A LA (Primer) CARTA ABIERTA PUBLICADA en:
"Pensamiento Nacional", setiembre 2005 y 
"Rebanadas de Realidad", del 2 de octubre de 2005

Buenos Aires, 12 de octubre del 2005.-
Estimado Jorge Sulé:
Comienzo por el final de su carta. Allí, usted manifiesta que concuerda con mi análisis sobre la Historia Oficial y con mi crítica a la historiografía de la izquierda tradicional. Asimismo, juzga correctas mis apreciaciones sobre la “Historia Social”, aunque las considera algo “indulgentes”. Después de estas coincidencias, sostiene: “El parcelamiento que se hace del revisionismo histórico me parece en algunos casos injusto, en otros inexacto y en todos, innecesario”. Aquí reside la gran disidencia. Para usted, el revisionismo histórico es una sola corriente historiográfica, nacida con Saldías y aún vigente, con “matices culturales diversos”, que reconoce tres factores: 1) la acción externa sobre nuestro país, 2) el pueblo y sus jefes políticos que defienden nuestro patrimonio espiritual y material y 3) minorías económicamente poderosas, protagonistas de la traición y la entrega. En esta concepción, Rosas –no San Martín, no Yrigoyen, no Perón- sería “la llave de bóveda”.
Mi posición al respecto la expuse en un folleto editado, en junio de 1987, en Rosario, por el grupo “CREAR”, bajo el título “La larga lucha de los argentinos”. Luego, la amplié en un libro, bajo el mismo título, en 1995 (Ediciones Colihue) y finalmente, la desarrollé, en 1999, en los “Cuadernos para la otra historia”, números 1, 2 y 3, editados por el “Centro Cultural Enrique Santos Discépolo”. Por supuesto, el tema había sido ya tratado por diversos ensayistas y mi modesto aporte consistió en exponer las distintas ópticas desde las cuales había sido impugnada la Historia Oficial, es decir, un trabajo de sistematización, pedagógico, si así quiere llamarlo. Aquello que usted denomina “matices culturales diversos” dentro del revisionismo histórico, resultan, para mí, disidencias muy importantes, en la medida en que expresan posiciones ideológico-políticas diversas y hasta antagónicas.
La impugnación de la Historia mitrista se inicia con críticas aisladas, provenientes de francotiradores que no se emparentaban en una corriente historiográfica: no elaboraban desde una misma óptica, no se apoyaban unos en los textos de otros, sustentaban concepciones filosóficas y políticas distintas, no se sentían integrados en una misma escuela. Por esta razón califiqué como “precursores” del revisionismo a Adolfo Saldías, Ernesto Quesada, David Peña, Ricardo Rojas y Juan Alvarez. Con posterioridad, aparecieron historiadores que provenían, en general, del radicalismo y a los que se llamó “Nueva Escuela Histórica”, rápidamente disgregada. Más tarde, surgen aquellos que si bien al principio, trabajan aislados, luego confluyen en el “Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas” y publican una revista que los identifica, de manera tal que aún cuando subsistieran algunas diferencias entre ellos, pueden ser considerados como “corriente historiográfica”, al igual que lo es hoy la “Historia Social”. Por ello, no estimo injusta, ni tampoco inexacta, la agrupación de los revisionistas en diversas corrientes.
En el caso de los forjistas, tampoco las diferencias las establecí yo, sino los mismos protagonistas: así, no existe información de que alguna vez la tribuna de FORJA fuese ofrecida a los historiadores provenientes del nacionalismo oligárquico (es decir, del uriburismo, que precisamente había derrocado a Yrigoyen, en el 30, lo cual motivaba el justificado rencor de Jauretche y sus amigos, provenientes del radicalismo). Cabe recordar, asimismo, que Scalabrini Ortiz se negó a colaborar en “Nuevo Orden” (“Noticias Gráficas”, 20/7/1940), por estimar que ese periódico expresaba un nacionalismo reaccionario. Me parece pues justo, exacto y necesario deslindar los campos. Es cierto que Jauretche se acerca, luego, al “Instituto” y por esa misma razón, distingo al revisionismo influído por el peronismo (J.M. Rosa y F. Chávez) del revisionismo anterior (antipopular, como es el caso de Julio Irazusta, antiperonista, al cual el mismo Jauretche vapulea en “Los profetas del odio”).
Considero que este proceder es de plena justicia y correcto desde el punto de vista del análisis de las corrientes ideológicas en la Argentina. Asimismo, lo considero necesario en estos momentos en que muchos jóvenes se apartan de la historia mitrista. ¿Cree usted que sería posible facilitar su desplazamiento al campo nacional –rompiendo con Mitre y Halperín Donghi- si les ofrecemos, en nombre de la revisión histórica, alternativas como esta caracterización de Rosas, con la cual Carlos Ibarguren pretende elogiarlo?: “La pampa nutrió a Rosas y modeló en su persona el arquetipo del patrón. La estancia era un dilatado señorío, extensos dominios, rebaños numerosísimos, peones militarizados, trabajos rudos y guerra contra los indígenas. El patrón era caudillo, gobernante, diplomático y guerrero. Debía comprender a los paisanos e interpretar su alma para dominarlos, administrar hasta la extrema minucia para obtener el mayor provecho de la explotación, observar profundamente a las gentes y a los ganados, mirar a los ganados como si fueran hombres y manejar a los hombres como si fuesen ganados”. (Ibarguren, Carlos, “Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo”, edic. Theoría, Bs. As., 1961, pág. 37). O esta otra, de la misma pluma: “La sociedad, así modelada por la dictadura (de Rosas) ofreció el aspecto uniforme de un inmenso rebaño humano, bien amansado, del mismo pelo y de la misma marca. Para todos un color único, idéntica divisa, librea semejante, exacta manera de llevar el bigote, iguales formas repetidas, con incansable tenacidad. El mismo sello impreso en los cuerpos doblegados y en las almas sumisas” (Ibarguren, Carlos, ob. cit, pág. 215)
Asimismo, ¿convenceremos a los confundidos o aumentamos la confusión si colocamos juntos a Scalabrini Ortiz, a Hugo Wast y a Federico Ibarguren, bajo la bandera de un solo y unificado revisionismo?. Le recuerdo la enorme diferencia que los separa, por ejemplo, al referirse a Mariano Moreno. Afirma Scalabrini: “Con la caída de Moreno, una ruta histórica se clausura... La Nación debe constituirse entera en la concepción de Moreno... La ruta de perspectivas que abrió la clarividencia de Moreno estaba definitivamente ocluída... El presintió una grandeza y una manera de lograrla precaviéndose de la artera logrería de Inglaterra. La otra ruta está encarnada en Rivadavia” (“Las dos rutas de Mayo”, conferencia en FORJA, agosto 1937). Por su parte, Hugo Wast sostiene, en “Año X”, Librería Goncourt, Bs. As., 1960: “En el seno de la Junta, Moreno representaba la demagogia liberal contra la tradición católica y democrática que encarnaba Saavedra. Por eso, los modernos demagogos, los masones, los anticatólicos en cualquier partido en que militen (socialistas, comunistas, etc.) descubren en Moreno su primer antepasado en la historia argentina” ( pág-82/83); “Moreno era un demagogo trasnochado” (pág. 85); “La revolución (de Mayo) fue militar y católica y popular... En ningún momento plebeya y fue aristocrática, porque la hicieron verdaderos señores...” (pág. 35). A su vez, Federico Ibarguren, al referirse a la táctica violenta que Moreno aconseja en su Plan de Operaciones, señala que “cincuenta años más tarde, nada menos que Karl Marx (que nació en 1818) escribirá también coincidentemente este pensamiento clave del comunismo actual” (Ibarguren, Federico. “Las etapas de mayo y el verdadero Moreno”, ediciones Theoría. Bs. As., 1963, pág. 73). Elogiado como revolucionario nacional, por unos y denostado como liberal demagógico y hasta demonizado, por otros, por marxista antes de Marx, estos juicios antagónicos sobre Moreno no son “matices culturales”, como usted afirma, sino fuertes disidencias historiográficas, que provienen de fuertes disidencias ideológico-políticas. ¿Cómo insertar entonces a Scalabrini Ortiz –del cual usted mismo cita “Política británica en el Río de la Plata”- en medio de otros historiadores antimorenistas y rosistas, cuando él sostuvo: “Las preclaras ideas de Mariano Moreno que borbotean en algunos discursos de su hermano Manuel, en algunos párrafos y en algunas intenciones de Dorrego, en el instinto certero de los caudillos federales y en algunos relámpagos de inspiración de Juan Manuel de Rosas, caen abatidas por las ideas que propiciaba el extranjero....” ( “El capital, el hombre y la propiedad en la vieja y en la nueva constitución, Edit. Reconquista, Bs.As., 1948, pág. 11)?. Observe la diferencia: “El instinto certero de los caudillos federales” y en cambio, sólo “algunos relámpagos de inspiración de Rosas”.
Para corroborar que no se trata simplemente de “matices” podríamos recordar la diferencia que establecía Jauretche entre forjistas y nacionalistas: “Los diversos grupos nacionalistas actuaban, quisiéranlo o no, como prolongación de procesos críticos al liberalismo de procedencia extranjera. Tenían un vicio de origen pues habían partido de sectores desprendidos y enfrentados al campo oligárquico y estaban influídos por ideas de antilibertad, de moda en ese momento. Veían a la nación como una idea abstracta desvinculada de la vida del pueblo; en el fondo, pensaban en una tutoría rectora de minorías fuertes, opuesta al despotismo ilustrado de los liberales, pero destinada a hacer el país desde arriba y a la fuerza, con o sin la voluntad de los pueblos.... Alguna vez, discutiendo con un nacionalista, cuando se acercaban a FORJA en busca de coincidencias, le dije: El nacionalismo de ustedes se parece al amor del hijo junto a la tumba del padre. El nuestro se parece al amor del padre junto a la cuna del hijo y ésta es la sustancial diferencia. Para ustedes, la Nación se realizó y fue derogada; para nosotros, todavía sigue naciendo”. (Arturo Jauretche, “FORJA y la Década Infame”, edit. Coyoacán, Bs. As., 1962, pág. 43). Inclusive, cuando nuestro común amigo Fermín Chávez evidencia su simpatía por “El Che” y rescata su relación con el peronismo (“El Che, Perón y León Felipe”, edit. Nueva Generación, Bs. As., 2002), se coloca tan lejos del furibundo antiizquierdismo de Anzoátegui o de Steffens Soler que no es posible ubicarlo en la misma trinchera con ellos solamente en razón de que los tres se definan rosistas.
Por estas causas, sobre las cuales se podría abundar largamente, entiendo que en esta época en que los argentinos buscamos definiciones claras para orientar el nuevo rumbo, resulta imprescindible distinguir desde que óptica y con qué argumentos los distintos historiadores impugnan a la historia mitrista, no vaya a resultar que en vez de criticar a los mitristas-halperindonguistas desde una concepción superadora, nacional-latinoamericana y revolucionaria, concluyamos criticando a Mitre en nombre de ideologías tradicionales, nostalgiosas de “botas, sotanas y chiripás”. Usted seguramente conoce aquella graciosa contestación de Jauretche a las expresiones ultramontanas del coronel Juan Francisco Guevara, el de la “Córdoba heroica”, diciéndole que si los liberales oligárquicos no quieren discutir el siglo XX, no les hagamos el juego reivindicando el siglo XV, pues ellos, parados en el siglo XIX, estarían resultando modernos.
Creo que hay que definir, Sulé, juntar sí, indudablemente, al campo antiimperialista, pero sin confusiones. Hay muchos, como yo, que aportamos lo que podemos a la demolición de la Historia Oficial, pero no aceptamos –sólo porque rechazamos la versión mitrista sobre Rosas- que nos coloquen en la misma vereda del antiperonista Irazusta o del fascista Ibarguren. En su lenguaje campechano, Perón estaría de nuestra parte: “Ojo con esos nacionalistas de derecha que son piantavotos”.
Con relación al revisionismo histórico socialista, federal provinciano o latinoamericano le señalo que éste tiene sus orígenes hacia 1952. Si bien abordé el tema en “La larga lucha de los argentinos” (Ediciones Colihue, Bs. As., 1995) lo expuse luego, con mayor minuciosidad en un “Cuaderno para la otra historia” (número 3), editado en 1999, por el “Centro Cultural Enrique Santos Discépolo”. Esta última publicación se ha reproducido como separata de la revista “Veintitres”, en los números del 11 y 18 de agosto de este año. Por supuesto, no lo inventé yo, pues en 1952 tenía dieciséis años y me encontraba todavía bajo la dominación ideológica del liberalismo antinacional. Pero puedo relatarle la historia de su surgimiento y desarrollo que –reconozco- no es demasiado conocida, por lo cual entiendo – y justifico- su desconocimiento al respecto, especialmente ahora que “me desayuno” que alguna gente que militó en una corriente afín –liderada por Ramos y luego, por Spilimbergo- ha perdido la memoria respecto a esta cuestión.
En octubre de 1945 –y esto usted seguramente lo conoce- el periódico “Frente Obrero” fue la única organización de izquierda que comprendió la importancia de la movilización obrera del día 17 y consiguientemente reconoció allí los inicios del movimiento de Liberación Nacional liderado por Perón, entendiendo que debía apoyarlo “con medios de clase”. Esa pequeña patrulla, que andaba sola en el desierto y supo comprender al “subsuelo de la patria sublevado”, como llamó Scalabrini a la multitud movilizada, estaba integrada por Aurelio Narvaja (padre), Adolfo Perelman, Enrique Rivera, Hugo Sylvester y Carlos Etkin, acompañados de un reducido grupo de militantes entre los cuales puede citarse a Carlos Díaz (Chaco), De Gotardi (Santa Fe), Celiz Ferrando (Córdoba) y Aquiles Martínez. Se los debe considerar los fundadores de la Izquierda Nacional en tanto definieron una correcta posición socialista respecto al naciente movimiento antiimperialista, según la tesis leninista de “Golpear juntos y marchar separados”. Por entonces, Jorge Abelardo Ramos participaba del número 1 de la revista “Octubre”, producto de una alianza con Miguel Posse, Mecha Bacal y Aníbal Leal, y todavía no había captado la importancia de esa jornada, ni el liderazgo emergente de Perón. Luego, en 1946, Ramos se retira de esa alianza y publica el número 2 de “Octubre”, con Niceto Andrés (Mauricio Prelooker). Después, con el número 3 de “Octubre” se vincula a “Frente Obrero” y a partir de allí, en un proceso de “militancia hacia adentro” –dado que el peronismo cubría todo el escenario obrero- este reducido grupo abordó el estudio en profundidad de la historia argentina. Poco después, Ramos se apartó de “Frente Obrero” y a fines de 1949, publicó “América Latina, un país”. Este libro fue importante en tanto abrió la polémica y además por el intento de superar al mitromarxismo practicado por la izquierda tradicional. Pero, el viejo nacionalismo influyó sobre el joven ensayista y así, el libro de Ramos condenó a Bolívar y a Moreno, al tiempo que formuló un exaltado panegírico de Rosas. Le reproduzco algunos textos porque se trata de una obra agotada y de difícil acceso: “Bolívar abominaba de las masas, pero era un hábil político”(pág. 57), “La política de Moreno, Belgrano (y otros) fue una política antinacional por excelencia” (pág. 73), “Rosas realizó la unidad de las provincias argentinas” (pág. 90) y “permitió de hecho un desarrollo autónomo de la economía argentina” (pág. 92). Tan profunda era la coincidencia de este libro con las postulaciones rosistas que Manuel Gálvez le escribió a Ramos señalándole su asombro “porque partiendo usted del marxismo ortodoxo y yo de un punto opuesto, coincidamos en tantas cosas” (carta del 21/11/49). Y tanto le gustó a Gálvez que llevó un ejemplar al Jockey Club para que lo leyeran sus amigos nacionalistas de derecha. Probablemente usted recuerde que en la revista del “Instituto de Investigaciones Históricas J. M. de Rosas”, “Pepe” Rosa comentó el libro con alborozo “por la conversión al rosismo de los trotskistas”, pero, al mismo tiempo manifestó su preocupación: “Nunca creímos en un peligro comunista para la Argentina... Es muy comprensible que si para ellos Rivadavia era, en 1826, “el pueblo argentino’, en 1945 se equivocaran con Tamborini. Semejantes topos no podían significar nada serio para nuestra política. Ahora es distinto. Estos comunistas de la IV Internacional no sabemos cuántos son, ni quiénes son. Pero han dado con el revisionismo, es decir, tienen los ojos abiertos y saben dónde asientan el pie”. (Revista del Instituto de Investigaciones Históricas J. M. de Rosas, número 15/16, setiembre 1951, pág. 187).
Poco después, 1951/52, “Frente Obrero”, en un trabajo titulado “Los cuadernos de Indoamérica” –cuya paternidad probablemente sea de Narvaja, orientador ideológico del grupo- le formula una crítica apabullante a ese libro de Ramos. Le detallo seguidamente algunos de los aspectos más importantes porque se trata, también, de un material difícil de encontrar. Sobre la revolución de Mayo, por ejemplo, la definen como “democrática”, popular o juntista”, pero no separatista o independentista como lo plantea el mitrismo. (Ahora, los de la “Historia Social” están intentando sacar las manos de la trampa, sin molestar a Mitre y al diario “La Nación”). Le comento, asimismo, que no comparto la interpretación de que Mayo se produjo para evitar la dominación francesa porque, en ese caso, derrotado Napoleón (1814), deberían haber mantenido la unidad con España y no, como sucedió, que se hicieron independentistas, precisamente porque en España había perdido la causa democrática, ante el giro a la derecha del reinstalado Fernando VII. Allí también preconizan la unidad latinoamericana, recogen las enseñanzas del “Alberdi viejo” y de Juan Alvarez sobre las causas de las guerras civiles argentinas (control de los recursos de la aduana, libre navegación de los ríos para las provincias ribereñas y la alternativa librecambio o proteccionismo).
Con ese trabajo, tres cuadernillos a mimeógrafo, nace el revisionismo socialista, latinoamericano o federal provinciano. Este nacimiento adquiere personería en 1954, cuando, bajo la firma de Enrique Rivera, aparece el libro “José Hernández y la guerra del Paraguay”, editado por “Indoamérica”, editorial perteneciente a esos jóvenes de “Frente Obrero”. Entre otras cosas, allí se fija posición sobre los modos de producción en el virreinato, en 1810 que, como usted recuerda, dio lugar, más tarde, a nuevas discusiones: Puigross-Gunder Frank en 1964, Sergio Bagú y Milcíades Peña coincidiendo en que existían relaciones capitalistas mientras otros marxistas defendían la tesis de que había feudalismo. Asimismo, el tema central del libro de Rivera –Hernández y el genocidio del Paraguay- significó un aporte valioso, en una época en que la mayoría de los rosistas (¿o todos?) esquivaban el tema para no irritar al diario “La Nación”. Luego vendrían León Pomer, siempre silenciado, y Jose M. Rosa, con su hermoso “La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas”, a profundizar en la historia de aquella tragedia. Regresando al tema que nos ocupa, años después, Ramos publica “Revolución y contrarrevolución en la Argentina” (Editorial Amerindia, julio de 1957) donde asume como propias todas las críticas de los Cuadernos de Indoamérica. En esa primera edición, publica un prólogo (que ya no aparece a partir de la tercera edición) donde se cubre: “El lector que conociere mis libros y escritos anteriores advertirá que he reelaborado en parte o totalmente la interpretación de hechos y personajes de nuestro pasado... Amigos y enemigos contribuyeron generosamente con sus críticas a estas páginas... ‘Eran muchas voces y se oía una sola voz’, cantó un día el poeta antillano Manuel del Cabral” (Ramos, Jorge A., ob. cit., pág. 12)
En otros tiempos, ese libro fue considerado por los discípulos de Ramos como el punto de partida del revisionismo histórico socialista, latinoamericano o federal provinciano. En 1974, todavía Ramos reivindicaba la existencia de esa corriente historiográfica, pues en su editorial “Octubre” publicó “El revisionismo histórico socialista”, reuniendo ensayos de él mismo, Jorge Enea Spilimbergo, Alfredo Terzaga, Salvador Cabral y Luis Alberto Rodríguez. Comete un error quien sostiene que en el prólogo de ese libro existe una definición de Ramos en el sentido de que sólo puede hablarse de esta corriente desde el punto de vista político, pero no desde el punto de vista científico... y no existe, porque el prólogo lo escribe Blas Alberti. Allí, Alberti también “parcela” al revisionismo y con la ayuda de Spilimbergo, reduce la importancia del rosismo tradicional: “Salvando al revisionismo del nacionalismo oligárquico cuyo despertar se correspondía con el auge del fascismo en Europa por lo que “su nacionalismo -al decir de Spilimbergo- tuvo muy poco de nacional” ya que “ni recurrió a la tradición política argentina, ni se impregnó en las fuentes del movimiento popular, carne y sangre de lo nacional, reconoceremos en Scalabrini Ortiz y Jauretche a los primeros y más prominentes precursores del revisionismo nacional, democrático y revolucionario, cuya continuidad legítima es el revisionismo socialista”. Líneas después, Alberti señala que el revisonismo histórico socialista “se ha constituído en una visión historiográfica destacable con nítidos perfiles, tanto por su contenido, como por su forma” (“El revisionismo histórico socialista”, editorial Octubre, Bs. As., 1974, prólogo).
Después, transcurre demasiado agua bajo los puentes: Ramos manifestó que dejaba de ser marxista (revista “El Porteño, diciembre 1984), se definió “socialista criollo” mientras adoptaba posiciones nacionalistas, primero, con su “Movimiento Patriótico de Liberación Nacional” y luego, asumió el liberalismo, apoyando al menemismo. Por su parte, algunos de sus discípulos se han hecho rosistas a la vieja usanza. No debe asombrar dada la estrecha vinculación entre historia y política.
Mi opinión es que esta corriente historiográfica ha caracterizado correctamente a los caudillos federales del litoral y del interior, como asimismo a Rosas. Usted me señala que los revisionistas de viejo cuño abordaron en su momento las historias de los caudillos provincianos. Por cierto –como usted afirma- “manifestaron interés por los caudillos del interior”, pero sólo parcialmente los reivindicaron pues al encontrarse con que la mayor parte de ellos eran antirrosistas, mutilaron sus figuras tornándolas incomprensibles.
Con respecto a El Chacho, usted hace referencia a Corvalán Mendilaharsu y a José Hernández. En el caso de Mendilaharsu dedica sólo 2 líneas a la lucha antirrosita del Chacho (tres insurrecciones y exilios) y no explica sus causas. En cambio Hernández, que no era rosista, se refiere con mayor detalle al enfrentamiento El Chacho-Rosas. Y explica algo que usted olvida. Usted dice que el Chacho regresó de Chile, en 1846, “pidió autorización a Benavídez para regresar y este dio vista a Rosas autorizando su regreso, cosa que el Chacho hace”. José Hernández, en cambio, señala que Nazario Benavídez le otorgó una hospitalidad generosa y segura, en San Juan, pero que cuando “Rosas tuvo conocimiento de la presencia de Peñaloza en aquella provincia, reclamó de Benavídez su envío, por reiteradas e imperiosas órdenes. Pero Benavídez resistió al cumplimiento de esas órdenes, a pesar de la grave situación en que se colocaba él mismo” (J. Hernández, “Vida del Chacho”. Antonio Dos Santos editor, Bs. As., 1947, pág. 166). Puede presumirse que Rosas no tenía el propósito de rendirle homenaje al Chacho sino que quería tenerlo en sus manos para algo mucho más severo. Esto que le comento no resulta insólito en los historiadores rosistas sino que puede considerarse la norma respecto a los caudillos federales del interior: o no se los explica, dejando un interrogante acerca de las causas que los originaron o se intenta minimizar su enfrentamiento con Rosas.
Usted mismo sostiene que el zarco Brizuela fue “conquistado” por los unitarios, que Marco Avellaneda “lo sedujo” y que luego Brizuela “arrastró consigo a muchos riojanos, entre ellos El Chacho”, así como que “ni Brizuela ni el Chacho conocían los entretelones de la Coalición del Norte”. Apelando a este tipo de argumentación podría decirse que, por supuesto, tampoco sus seguidores sabían por qué razón se jugaban la vida con estos caudillos, ni tampoco Felipe Varela sabía por qué razón en sus proclamas criticaba a Rosas. De todo esto podría concluirse que Sarmiento tenía razón cuando los tildaba de bárbaros pues desde 1824, que empezó Facundo, hasta 1870, se pasaron los caudillos y sus hombres combatiendo sin saber por qué ni para qué, “seducidos”, “engañados” por los liberales. Y dentro de ese período combatieron muchos años erróneamente, en contra de sus propios intereses, que eran defendidos por Rosas. No eran sólo bárbaros, sino políticamente algo peor: tontos, para no utilizar la palabra más gruesa que brota naturalmente en estos casos.
Semejante es el caso de Ricardo López Jordán. Luchó en Caseros contra Rosas por lealtad a Urquiza, pero nadie sabe qué factores provocaban esa lealtad. Y tampoco, de dónde, a su vez, nacía la lealtad de sus hombres, para convertirlo a López Jordán en caudillo. Nosotros sostenemos que Rosas le cerraba los ríos a los entrerrianos, sometiéndolos al puerto único y que no les daba su parte en las rentas de aduana, cuestiones concretas que afectaban a una provincia pujante como Entre Ríos. Ustedes dicen que “alguien sedujo”, “engañó”, al caudillo y a sus seguidores. Esto último me recuerda los argumentos “gorilas” acerca de la supuesta demagogia de Perón y de su sonrisa cautivadora que, sumada a la ignorancia del “aluvión zoológico”, resultarían las causas del movimiento de masas, teoría que usted y yo refutamos tantas veces.
El revisionismo rosista no puede explicar tampoco a Felipe Varela. Afirma también que Varela estaba contra Rosas por lealtad a El Chacho, y El Chacho por lealtad a Brizuela. Y los miles de compatriotas que los seguían, por lealtad a los tres. Si no existiesen las proclamas de Varela –críticas del centralismo porteño y del monopolio de la Aduana- uno se preguntaría por qué, en trance de ser leales, todos ellos no le eran leales a Rosas.
Corvalán Mendilaharzu y De Paoli, por ejemplo, buscan genealogías aristocráticas para prestigiar a El Chacho y a Facundo, mostrándolos como “señores”, en vez de explicar por qué razón los montoneros los seguían en su lucha, ya fuese contra Rosas, Mitre o Rivadavia, según el caso.
Andando estos caminos, viene a mi memoria lo que me ocurrió con “Pepe” Rosa. Yo tenía cierta relación amistosa con él pero cuando escribí un cuaderno de la revista “Crisis” (1975) titulado “Felipe Varela, un caudillo latinoamericano”, debí dar prioridad a la verdad histórica y entonces sostuve, en la pág. 6: “Los historiadores liberales, después de ignorar a Felipe Varela, lo condenaron por fascineroso y sanguinario (“matando viene y se va”). Ahora, los historiadores rosistas lo abordan desde diversos ángulos, a cual peor. Juan Pablo Oliver, obligado a optar entre Varela y Mitre con motivo de la Guerra de la Triple Alianza, prefirió a don Bartolo porque -según dijo- “era, en definitiva, el presidente de la República” y denigró a Varela por traidor. Vicente Sierra, por su parte, lo consideró desdeñosamente como “un caudillo localista de escasa significación”. José María Rosa, en cambio, prefirió elogiar a Varela –“El Quijote de los Andes”- pero, enfrentado al antirrosismo del caudillo, cometió la debilidad de transcribir mutilada –y sin puntos suspensivos, que indicaran omisión- su proclama de 1866 (Rosa, J. M., “La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas”, Peña Lillo Editor, Bs. As., 1964, pág. 261) para ocultar los elogios a Caseros y a Urquiza (como posibilidad de confluencia del interior contra el centralismo porteño). Otro camino siguieron Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Duhalde en su documentado libro “Felipe Varela contra el imperio británico”. Allí transcribieron con honestidad dicha proclama, pero argumentaron que Varela quería –aunque él no lo supiese- cumplir el proyecto de Rosas, que el elogio a la batalla de Caseros era simplemente táctica o error y que sólo la ingenuidad pudo llevarlo a confiar tantos años en Urquiza quien servía los intereses del Brasil (pág. 23). Felipe Varela ya no era un bandolero, depredador de pueblos, ni tampoco un traidor. Era políticamente algo peor: un zonzo”. Los dueños de Editorial Oriente –donde “Pepe” Rosa publicaba su Historia Argentina, en varios tomos- pusieron el grito en el cielo, escandalizados. Me acuerdo que un tipo macanudo y gran militante nacional como Alfredo Carballeda me llamó por teléfono, medio enojado. Sin embargo, “Pepe” Rosa no se amoscó. Quizás entendió que al enemigo hay que refutarlo con la verdad y que yo tenía razón en criticarle esa trampita que le daba argumentos al mitrismo (él, al hacerla; no yo al señalarla, pues a la larga o a la corta, alguien la habría descubierto).
Por eso, le repito: No niego que hayan abordado el tema, pero creo que fueron las ideas del Alberdi viejo, de Juan Alvarez, Andrade, Hernández, Peña y otros las que permitieron al revisionismo histórico socialista una comprensión en profundidad de estos caudillos, explicando las razones de su antirrosismo, así como de su antagonismo con Rivadavia y Mitre.
Por supuesto, no comparto sus reflexiones sobre el tema de los caudillos, coincidentes con las que sostenía J.M. Rosa en su crítica bibliográfica mencionada, del año 1951. Por otra parte, juzgo que usted malinterpreta la posición del revisionismo socialista, lo cual no me sorprende en tanto sostiene que no existe o que lo desconoce. Milicia rural –y no montonera- es la de Rosas, que organiza con sus peones una fuerza militar privada, que son los Colorados del Monte. Allí no hay artesanado ni crisis económica. Hay ganaderos relacionados patriarcalmente con sus peones, a los cuales nuclean para pelear por los intereses bonaerenses. El caso de Ramírez y López tiene cierta semejanza al de Rosas, pero debe observarse que ellos eran lugartenientes de Artigas. El proyecto del Protector de los Pueblos Libres (distribución de tierras, defensa de la producción nacional, derecho de autogobernarse, varios puertos para no depender de Buenos Aires que pretende ser puerto único) moviliza a los pueblos del litoral, contra la burguesía comercial portuaria que llega hasta pactar con los portugueses para destruir a Artigas. En otros casos, se trata efectivamente de ejércitos en disolución y sus jefes transformados en caudillos como Bustos, Ibarra o Heredia, después de Arequito. Pero en el caso de los caudillos del noroeste, que precisamente son los más enfrentados con Buenos Aires (no se tientan con las vacas como E. López, ni traicionan como Ramírez, ni se cartean con Paz como Felipe Ibarra) ellos nacen de la desintegración de la economía regional a consecuencia de la libre importación. Sobran testimonios de “viajeros” ingleses de donde surge que, en la década del veinte, el gaucho y la china usan mercadería importada –no tratándose de cuero- en su vida diaria. A ello se agrega que los recursos aduaneros –nacionales, en tanto los paga el consumidor final de todo el territorio- no se distribuyen a las provincias. La disputa por los recursos es un tema decisivo que provoca guerra civil entre 1810 y 1870 (sin discutir que cuando se trata de mercadería en tránsito, como usted dice, se devuelva el impuesto, lo más común es que el comerciante de Buenos Aires compre a los ingleses y revenda al interior, de modo tal que el impuesto aduanero encarece el precio, en sucesivos traslados, hasta el último consumidor. El impuesto, pues, lo pagan todos los argentinos, pero queda en Buenos Aires pues según Rosas, la renta aduanera es nacional en Estados Unidos porque tiene puertos en diversas zonas costeras pero en nuestro país es provincial pues la naturaleza le ha dado puerto a la provincia de Buenos Aires y de ella son sus ingresos, según lo manifiesta en la Carta de la Hacienda de Figueroa). Son precisamente aquellas provincias donde había una economía manufacturera, una industria en germen (producción de frazadas, ponchos, acolchados, ropa, etc.) las que se hunden con la libre importación y la falta de capitales derivada del monopolio aduanero. De allí saldrá aquello de “¡Porteños, raza de víboras!”. (Y el ensayo “Las dos políticas”, del poeta-político Olegario Andrade). También de allí salen Facundo, El Chacho, Felipe Varela, los Saa, Juan de Dios Videla, Carlos Angel, Santos Guayama y todos los que usted sabe, cruzándose de provincia a provincia pues no existen límites tales en la geografía real de los pueblos desamparados que permita sostener que hubo montoneros en La Rioja y no en Catamarca, en San Luis y no en San Juan.
La negativa a admitir que las montoneras brotan de la desintegración de las economías del interior lo conduce a usted, estimado Sulé, a sacarle las castañas del fuego a los ingleses que provocaron esa desintegración y emparenta su análisis con el de Halperín Donghi que intencionadamente recurre a la misma interpretación. Y con Sarmiento, quien, en “Recuerdos de provincia”, se refiere a la miseria que ha cundido en San Juan y la considera producto de “la barbarie montonera”, invirtiendo causa y efecto, pues lo que él llama “barbarie montonera” es precisamente consecuencia de la miseria, y no causa. Y esta última se explica por la irrupción de las mercaderías del “taller británico”, cuyo capitalismo se encuentra en plena expansión. Es interesante notar que a partir de la Ley de Aduanas, durante unos años, la situación político-social del interior es de relativa paz y orden y probablemente sea correcta la información de que al terminar el conflicto con Francia, no se aplican los aranceles, recrudeciendo el malestar y la consiguiente montonera. También en la década del cincuenta los pueblos se reorganizan en el oeste y en el norte pero, a partir de 1862, cuando Mitre arrasa con la importación y con las expediciones al interior, vuelve el alzamiento montonero, que ya no se detiene, inclusive durante la guerra del Paraguay cuando se produce la Revolución de los Colorados (1866) y después, con Felipe Varela, hasta su muerte.
Finalmente, estimado Sulé, en esta saludable polémica –en un país que se polemiza muy poco y así andamos- me veo obligado a abordar alguna cuestión personal pues en varias partes de su trabajo usted se refiere a mi situación en relación a la maquinaria del prestigio sostenida por el establishment. En una, afirma que al diferenciarme del revisionismo rosista... “no creo que lo haga como táctica política para ingresar al purgatorio de donde se saldrá para percibir los beneficios del paraíso de la publicidad editorialista o en la repartija de las cátedras universitarias digitadas por el ‘progresismo”. Le agradezco que agregue: ”No le veo esa catadura” y que afirme que le “cuesta creer que lo haga” persiguiendo los mismos fines de Luna con una supuesta imparcialidad para entrar al panteón de los consagrados, lo cual –agrega- lo decepcionaría. En otra parte, me conmina a explicarlo bien a Rosas, aunque “corra el riesgo de que lo silencien como a Jauretche o como a Fermín Chávez”. Estos comentarios suyos –a pesar de los agregados donde evidencia que confía en mi conducta- han servido para que algunos –en adjunto a su carta, según apareció insólitamente en Internet antes que usted me la hiciera llegar por intermedio de la común amiga Ana Lorenzo- sostuvieran que “esas sospechas están muy bien sustentadas y mejor dirigidas”. Debo pues aclarar algunas cosas, precisamente porque sé de su honestidad. Lo demás, no me interesa. Bueno y disculpe, como diría Julián Centeya, “que venga a hacerme la partida”, pero no hay otro remedio.
Según me informo, por la fotocopia que me adjunta, a usted lo cesantearon en 1955 por “rosista” y peronista. Un poco tardíamente, me solidarizo con usted ante tamaña injusticia propia del delirio “gorila”. A mí, en cambio, no me cesantearon nunca porque nunca me nombraron. Desde que egresé de la Facultad de Ciencias Económicas, en 1961, sólo ocupé un cargo durante escasos seis meses de 1973, como síndico de EUDEBA, a propuesta de la JUP, que renuncié a fines de ese año. Fíjese que en esa época, fueron muchos quienes ingresaron a la cátedra universitaria (uno de ellos, J. A. Ramos, merecidamente por su importante obra, pero sin título habilitante). No me gusta posar de víctima, pero para probarle el grado de silenciamiento de mi obra me basta con su propio ejemplo. Usted escribe: “Le informo....” y se refiere a la correspondencia Rosas-San Martín, lo que evidencia que ignora mi biografía sobre el Libertador, publicada hace cinco años, reeditada en la Argentina, publicada luego en Cuba y hoy en impresión en Venezuela, 600 páginas que sólo merecieron un comentario en Argentina -de la revista “Locas, cultura y utopías” (de las Madres de Plaza de Mayo), que usted tampoco ha leído- y una referencia en un reportaje de Página/12. Lo mismo ocurre con los “Cuadernos de la Otra Historia” pues si usted los hubiera leído hubiera evitado dos o tres páginas explicándome de qué modo Saldías accedió al archivo de Rosas o como Ernesto Quesada obtuvo la documentación para su obra. Yo ya “hice callo”, estimado Sulé, pues mis cincuenta libros publicados corrieron, en general, la misma suerte y si han tenido alguna difusión, ha sido por la perseverante labor de difundirlos “por abajo”, en conferencias por los últimos rincones del país y dada la tarea de mis compañeros de militancia, tanto del Partido Socialista de la Izquierda Nacional en el pasado, del “Centro de Izquierda Nacional Felipe Varela” luego y hoy, del “Centro Cultural E. S. Discépolo”, así como de la tozudez de algunos editores que me han seguido publicando. Por eso, a esta altura del partido, no respondo a quienes me quieran correr con imputaciones de coqueteo con el sistema, pero, en su caso, dado que no hay mala intención sino simplemente desconocimiento, debo aclarárselo.
Concluyo haciéndole saber que ha sido un gusto intercambiar ideas con usted, más allá de algunos alfilerazos que nos hayamos intercambiado en el entusiasmo de la polémica. En el túnel de la Argentina –donde asoman algunas lucecitas promisorias- creo indispensable la discusión elevada y profunda, como única forma de iluminar el futuro.
Reciba un abrazo de alguien que no piensa como usted pero que valora su consecuencia y su preocupación por el destino de nuestra Patria y nuestro pueblo.
Norberto Galasso
Buenos Aires, octubre 12 de 2005


Notas: 
La "Carta Abierta a Norberto Galasso" de Jorge Sulé (la primera) apareció además reproducida o distribuida por otros medios electrónicos en setiembre y octubre de 2005.
Entre noviembre y diciembre 2005 Sulé envió una segunda carta abierta a Galasso, que éste respondió en diciembre 2005.


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