Por Pedro Lipcovich
El peligro de escapes radiactivos era tan grande anoche (es decir, el domingo a la mañana en Japón) como para que las autoridades asumieran dos graves decisiones: la primera, evacuar con urgencia a más de 200.000 personas, en un país ya sobreexigido por el día después del terremoto del viernes; la segunda, utilizar agua de mar como refrigerante de emergencia en una central nuclear, sabiendo que la corrosión causada por ese líquido probablemente la inutilice para siempre. El mayor accidente nuclear desde Chernobyl, que afecta las centrales atómicas de Fukushima Daiichi y Fukushima Daini, se agravó con una explosión en la primera de ellas, que hizo volar por los aires la cobertura de protección externa, aunque, según las autoridades, no dañó la coraza que cubre el núcleo radiactivo. Además, fueron hospitalizadas 15 personas que, en el exterior de la planta, presentaban signos de haber sido afectadas por radiactividad. Las informaciones eran anoche fragmentarias y confusas. Según un especialista argentino, “Japón está violando su obligación de informar adecuadamente sobre la emergencia nuclear. Ese país deberá hacer saber si sus centrales se adecuaban a las normas internacionales: de no ser así, suya es la responsabilidad; de las cumplió, las normas eran insuficientes”.
En realidad, cada una de las dos centrales incluye varios reactores cuya capacidad es igual o superior a la de una central como las argentinas de Atucha. Fukushima Daiichi (Fukushima I) tiene seis reactores, de las que, cuando se produjo el terremoto, tres estaban en operación y las demás cerradas por mantenimiento. Fukushima Daini (Fukushima II), a 11,5 kilómetros de distancia de la otra, tiene cuatro reactores y todos funcionaban. Los problemas más graves y tempranos se registraron en el reactor 1 de Fukushima Daiichi.
El viernes, el circuito de refrigeración del reactor fue afectado por el corte de electricidad causado por el terremoto, y los motores diesel que debían actuar en caso de emergencia fueron dañados por el tsunami. Se recurrió entonces a baterías a fin de proveer la energía para bombear el líquido refrigerante. Se recurrió a helicópteros para que reemplazaran esas baterías, cumplidas sus ocho horas de vida útil. Desde Estados Unidos se envió un avión con líquido refrigerante para la central en peligro. Pero los problemas no se resolvieron.
El peligro mayor “es que se funda el núcleo de reactor y que, como ocurrió en Chernobyl en 1986, se produzca una violenta explosión, todo el núcleo salte en pedazos y se desparrame por la atmósfera”, explicó a este diario Mario Mariscotti, quien fue titular de física nuclear en la UBA, director de investigación y desarrollo en la CNEA y presidente de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. De todos modos, “a diferencia de Chernobyl, el reactor de Fukushima cuenta con una ‘estructura de confinamiento’ que le permite soportar un mayor grado de presión. Esa estructura también está presente en las centrales nucleares argentinas”, agregó.
El incremento en la presión del reactor se debe al calor, que libera vapor de agua y gases como el hidrógeno, resultado de la descomposición del agua. Los técnicos de la Compañía Eléctrica de Tokio (Tepco), que administra las dos Fukushimas, permitieron una emisión controlada de vapor para reducir la presión. El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) comunicó que la suelta de vapor se haría con filtros para que no escaparan sustancias radiactivas. Sin embargo, se detectó cesio radiactivo en las proximidades de la central. Las autoridades también decidieron distribuir pastillas de iodo entre la población cercana, ante la posibilidad de que en la atmósfera se presentara iodo 131, radiactivo: éste se deposita especialmente en la glándula tiroides y la prevención consiste en saturar esa glándula por ingestión de iodo común.
En unas 15 personas residentes en la zona se detectó contaminación por radiactividad, y fueron hospitalizadas. Estos casos no se habrían detectado por presentar síntomas –que sólo se hacen manifiestos inmediatamente bajo dosis muy altas de radiación–, sino en un muestreo efectuado por personal de salud: esto plantea la posibilidad de que la cantidad real sea mayor.
Así las cosas, el gobierno japonés dispuso una mega evacuación: unas 170.000 personas, residentes en un radio de 20 kilómetros alrededor de Fukushima Daiichi, y otras 30.000 en un radio de 10 kilómetros de Fukushima Daini. Hasta tanto los residentes fueran evacuados, se les recomendaba permanecer en el interior de sus casas. En Fukushima Daini, donde también se presentaron problemas con la refrigeración de los reactores, un trabajador quedó atrapado en una zona radiactiva y “su respiración y su pulso no han podido ser confirmados”, según comunicó Tepco.
La situación se complicó aún más en Fukushima Daiichi cuando, a las 15.36 de ayer (3.36 hora argentina), se produjo una explosión que hizo saltar por los aires parte del revestimiento exterior. Cuatro trabajadores resultaron heridos, aunque “sus vidas no corren peligro”, según Tepco. Yukio Edano, portavoz del gobierno japonés, aseguró que “la explosión no ocasionará una fuga radiactiva de magnitud”, ya que no afectó el revestimiento de seguridad del reactor. Es más, el gobierno afirmó que la radiactividad en las cercanías había decrecido luego de ese nuevo siniestro.
Se anunció que la radiactividad en el interior de la planta llegó a ser mil veces superior a la normal. No obstante, según aclaró Mariscotti, “esa dosis no supera a la que se recibe a lo largo de cinco o diez tomografías, y se verificó en el interior de la central, no afuera”. De todos modos, “es innegable que no se preveía una situación como ésta: los sistemas redundantes que debían actuar en emergencias han fallado”, señaló.
La última estrategia puesta en marcha para enfriar el reactor 1 de Fukushima Daiichi es inyectarle agua de mar con ácido bórico, que contribuye a detener las reacciones en cadena. Pero anoche, es decir en la desangelada mañana de domingo de Japón, se anunció que otro más de los reactores de Daiichi presentaba problemas de refrigeración. La situación de las centrales se ubica en el nivel 4 –que corresponde a accidentes con consecuencias locales– en la Escala Internacional de Eventos Nucleares, cuyo máximo nivel, el 7, se refiere a catástrofes mayores como la de Chernobyl.
Abel González –ex titular de la CNEA, ex director de Seguridad de la OIEA y actual vicepresidente de la Comisión Internacional de Protección Radiológica (ICRP)–, dijo a este diario que “Japón está violando sistemáticamente su obligación, establecida por convención internacional, de informar en tiempo y forma acerca de la emergencia nuclear. Existen normas fijadas para la protección de las centrales en caso de tsunamis: Japón deberá informar si sus centrales se han adecuado a esas normas: de no ser así, suya es la responsabilidad; de haberse adecuado, las normas no eran suficientes”.
Fuente: Pagina12
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