domingo, 17 de octubre de 2010

El 17 de octubre y el peronismo en los curiosos tiempos del alica, alicate

 
Los desafíos de hablar de las identidades del peronismo en una sociedad radicalmente distinta a la del pasado. Los nuevos modos de transmisión de un ADN siempre complejo. 
 
Daniel Saucedo es un morocho joven, grande, o más bien inmenso, que trabaja como recolector de basura. Desde hace no mucho tiempo comenzó a militar en una agrupación juvenil en Berazategui. Según da a entender era un apolítico más entre millones de vagos. Según se entusiasma ahora, es peronista fervoroso, opción kirchnerista. Tanto se entusiasmó con su activismo que, venciendo años de niebla, se puso a hablar con sus viejos, sobre la historia misma de sus viejos. “Y no sabés –descubrió exultante–, resultó que mis viejos eran adherentes de montoneros en el barrio.” Hasta hace poco Daniel parecía adolecer de toda biografía o identidad política, si es que esa definición es científica.

En estos tiempos en que hablamos de un cierto renacimiento de las militancias juveniles y del interés por la política, ¿hasta dónde la historia de Daniel es relevante o representativa de un tiempo social? O para preguntarlo de otro modo, ¿qué significan hoy el 17 de octubre o el peronismo en lo profundo de la sociedad, en los barrios, en las calles, en las casas, en los lugares de trabajo? Hace poco tiempo el sociólogo Ricardo Sidicaro contestó a esa pregunta en el suplemento Enfoques de La Nación: “El peronismo, tal como fue, no tiene existencia. Lo que hay son peronistas, pero al peronismo como ideología nacional y popular lo disolvió Menem y lo disolvió la propia experiencia de quienes participaron del menemismo”. Complementó la respuesta con una frase particularmente cruel y a la vez simpática: “Con Menem hubo una idea de que el desastre de la Argentina había sido Perón, y todo lo que Menem hizo fue deshacer la Argentina peronista”.


Tras semejantes tumbos, ¿sabemos de qué hablamos cuando hablamos de identidades peronistas en el actual “subsuelo de la Patria”? ¿Cómo se transmiten hoy esos rasgos de identidad si es que se transmiten? ¿Siguen transfiriéndose generacionalmente recuerdos de los viejos logros peronistas o de las máquinas de coser que regalaba Evita? ¿O lo que surge son historias con trasfondos trágicos, olvidados Danieles cuyos padres fueron peronistas que debieron desensillar hasta que aclarase, más puñados de hijos de víctimas de la represión que retomaron la senda de sus padres? ¿Qué cultura peronista pueden heredar los hijos desocupados de familias estalladas por crisis infinitas?


–La transmisión generacional -dice el sociólogo Ricardo Rouvier- no tiene la importancia que tuvo. La sociedad evolucionó hacia formas de mayor rango de libertad, y de menor dependencia económica y cultural de los hijos respecto de sus padres. Hoy, casi no hay transmisión de los hechos del primer y segundo gobierno de Perón hasta el 55 que se difundían en ámbitos familiares o del trabajo, o en el club, o en el barrio. Los padres de los jóvenes de hoy o no vivieron el primer y segundo gobierno de Perón, o eran muy chicos.


Arriba, abajo. Hay peronismos de las alturas, de figuras públicas con mayor o menor peso que no hacen al motivo de esta nota pero sí de otras en esta edición de Miradas. Hay diversos peronismos fragmentados e inciertos en la sociedad que comenzó a estallar en el ’75/’76. Y hay inmensas zonas inciertas, intermedias, arduas de ser totalizadas. Son esos territorios analizados por estudiosos como Javier Auyero (sus trabajos, en los que desarma la noción de clientelismo, son casi clásicos) o la joven antropóloga Julieta Quirós, radicada en Brasil que, tras un arduo trabajo de campo en Varela, retrata esas historias partidas en fragmentos, casi manzana por manzana dentro de las barriadas populares (la expresión “manzaneras” de los tiempos duhaldistas es elocuente), en las que los movimientos sociales y piqueteros compiten con las acciones de muchos peronismos territoriales. De peronismos que ya no están incluidos ni dirigidos por la noción del gran Estado Nacional de bienestar de hace siglos, ni siquiera el provincial, ni siquiera el municipal, sino el de las mediaciones variadas de referentes y punteros. Así como no necesariamente hay Estado inmenso detrás de esos punteros tampoco hay identidades totalizadoras, sino pertenencias fluctuantes.

“Hoy (el peronismo) es una federación de dirigentes provinciales o municipales que tienen un conjunto de recuerdos en común”, decía Sidicaro en esa entrevista. Y la antropóloga Quirós, en el artículo que tituló Piqueteros y peronistas en la lucha del Gran Buenos Aires, anota esto: “Es el movimiento y el referente -y no el Estado- con quien las personas se sienten comprometidas y agradecidas. Es al movimiento y al referente, también, a quienes las personas cuestionan o reclaman ante una expectativa no cumplida”. Menciona Quirós el testimonio en el que una puntera explica: “La gente va a los actos por mí, no es que va por el candidato, a veces ni lo conocen, la gente va por el vecino”. Otra cita sobre el tipo de vínculos que pueden darse entre política, identidad, demandas: “Se tejen relaciones e instituyen sistemas de derecho que escapan a las fórmulas del propio Estado, y tornan difícil pensar a los movimientos o a las redes peronistas como meros intermediarios en la gestión de la asistencia social”.


Lo que queda. Miradas preguntó a algunos de sus entrevistados: en tiempos de alica-alicate, ¿hasta dónde se vota desde la identidad peronista? Rouvier responde esto: “El peronismo es la principal fuerza electoral, representa un piso del 25% del total electoral. La mayor afinidad política de la población es con el peronismo, pero es bueno aclarar que lo que ha crecido en los últimos años han sido los independientes y han perdido penetración relativa el peronismo y el radicalismo. Sobre todo este último”. El publicista Fernando Braga Menéndez va más allá, acaso un poco al voleo pero como quien metaforiza un mapa de transformaciones radicales en los imaginarios políticos: “La lealtad peronista debe estar presente en un 15 por ciento del electorado.” Sidicaro lo resumió diciendo que en los años ’60 se le preguntaba a alguien por quién iba a votar y ese alguien contestaba: “Yo soy” (peronista, radical). “No –repreguntan hoy los encuestadores-, le pregunto por quién va a votar.”

En algunos de los testimonios que pueden leerse en las páginas que siguen más de un referente kirchnerista, cuando habla sobre el peronismo de los otros responde con un clásico: esos no son peronistas. Ricardo Rouvier, con más distancia, dice que “La identidad peronista no es unívoca, es heterogénea. Pero se une en un contexto histórico fundacional. El peronismo siempre fue una diversidad con un tronco común. Todavía lo sigue siendo y el kirchnerismo, como ayer el menemismo, son versiones del peronismo”. Braga Menéndez también acepta lo evidente: “La identidad peronista tiene mil aspectos colaterales. Hay un solo elemento que condensa la esencia básica del peronismo: mejorar la calidad de vida de la gente. Esta idea había pertenecido antes al socialismo. Pero en el país ésta fuerza política no había hecho más que cacarear en lo teórico. Perón lo llevo a la práctica”. Y después dice que “dentro del peronismo existen dos corrientes, la peronista federal, que es una bolsa de fracasados, indecisos y luego está el kirchnerismo conformado por peronistas y setentistas. En los ’70 creíamos que se podía cambiar el país. Hoy, seguimos al kirchnerismo por éste motivo, que no es el único. El postulado desarrollista, industrial, inaugurado por Néstor Kirchner funciona. Esto es indiscutible”.


¿Y qué hacemos con la identidad peronista? Rouvier: “Respecto de los ’50, el núcleo duro del peronismo: la justicia social”. Braga Menéndez: “Sin duda, la distribución de la riqueza”. Braga menciona también a la CGT como “bastión” en la historia de las transmisiones identitarias: “Los dirigentes mantienen la ideología peronista presente y comparten la sabiduría zorra de querer cambios, pero no a lo tonto”. Y si se trata de nuevos actores sociales como los movimientos piqueteros, Rouvier dice que su existencia habla de “espacios vacantes en el orden institucional que no han sido cubiertos por otras organizaciones. Si existen, es porque expresan una necesidad no satisfecha”.


*Entrevistas de Graciela Pérez.
 
 Miradas al Sur
 

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