La oposición se distrae en rencillas intestinas ya que no disputa el
poder sino el liderazgo de la minoría. La prensa autodenominada
independiente se confiesa asustada por el crecimiento de CFK desde las
Primarias. Pero unos y otros insisten en sus tácticas fracasadas. Este
año terminará de cumplirse, cuantitativa y cualitativamente la consigna
popular de 2001. Un esclarecedor análisis sobre la corrupción, por un
especialista que la combatió desde la fiscalía especializada del Estado.
Transcurrido
un mes de las elecciones primarias las principales fuerzas de la
oposición no se reponen del impacto ni terminan de definir sus tácticas
con vistas al 23 de octubre. Procuran atacar al gobierno, como les
indican sin disimulo los editorialistas de la prensa amiga, pero pronto
se distraen en las rencillas entre ellas, inevitables dado el práctico
cuádruple empate en la segunda posición, con diferencias casi diez veces
inferiores a las que Cristina le sacó al más próximo (4,03 puntos
medían entre Alberto Rodríguez Saá y Ricardo Alfonsín, quien quedó a
38,04 de CFK).
Raíces objetivas
El desconcierto tiene raíces objetivas. La próxima disputa se reduce
al orden de llegada de los rezagados y a las bancadas legislativas de
cada uno, aunque los distintos bloques también dependerán de
deslizamientos debidos al nuevo marco político, como también ocurre en
las organizaciones sociales de todas las especies. El goteo desde el
Peornismo Opositor hacia el oficialismo comenzó con el ex gobernador
bonaerense Felipe Solá, quien defeccionó en un momento crítico pero no
perdió el sentido de la realidad y tuvo el buen tino de no participar en
las Primarias. También hay trámites más sigilosos, como los del senador
duhaldista Alfredo “Tati” Meckievi, ex ministro de Justicia y ex
intendente de Dolores. La asignación de responsabilidades por el fracaso
en disputar la mayoría parece ser el motivo principal por el que
algunas parejas mal avenidas no abandonan el precario techo común. El
caso extremo es el de la extinta Coalición Cívica Libertadora, cuyos
náufragos están midiendo de qué madero asirse. Algunos con alivio, como
Marcela Rodríguez, porque es mejor estar sola que mal acompañada; otros
con tristeza, porque se les termina una ilusión, como Juan Vega, o con
la calma de un saltimbanqui profesional, como Patricia Bullrich.
Rodríguez Saá tiene buenas razones para aspirar a la reunificación de
los restos del Peornismo Opositor: conserva un territorio propio en el
que puede mostrar un modelo de gestión, autoritario pero de indudable
eficacia social, que le permitió constituirse en la única excepción de
todo el país a la avalancha kirchnerista, al estilo del joven Fernando
de la Rúa que en 1973 se impuso en la Capital Federal. Compite con la
viva imagen de la decadencia, el otrora poderoso ex senador Eduardo
Duhalde. Su compañero de fórmula, Mario Das Neves, le reclamó una
autocrítica y anunció que después de las elecciones se irá a su casa.
Sólo una persona tan particular como Duhalde pudo creer que
tranquilizaba a los suyos cuando los instó a prepararse para 2013, con
lo cual sólo incentivó el número y la velocidad de las deserciones. El
nivel de la discusión interna ha llegado al color de las boletas, con
una fuerza corriente que pretenden eliminar el magenta y conservar sólo
el verde. Algo parecido sucede entre los históricos aliados radicales y
socialistas, que se cruzan denuestos, como si fueran los peores
enemigos. Y en el sentido electoral lo son, ya que compiten por el mismo
sector del electorado. Esta es una ratificación del error que
cometieron al no aprovechar las Primarias como método para definir una
candidatura conjunta, tal como hicieron con buen éxito para la sucesión
de Hermes Binner en Santa Fe. Mientras Binner sostenía que el
radicalismo era del pasado y el socialismo del futuro, su
vicegobernadora radical, Griselda Tesio, lo acusaba de hegemonista. La
ruptura de los socialistas se produjo cuando Ricardo Alfonsín cerró su
trato bonaerense con De Narváez, del cual hoy se arrepienten los dos.
Tanto De Narváez en Buenos Aires, como Roberto Iglesias en Mendoza,
apuestan a la asociación con Rodríguez Saá, corte de boleta mediante.
Alfonsín hará en octubre un último sacrificio en aras de un partido cuya
única tradición a defender es la supervivencia, a la espera del
Príncipe Azul que en algún futuro lejano lo vuelva a la vida con un
tierno beso.
Quiero despertarme
Pero también hay causas subjetivas para el desasosiego. La principal
es que, más allá de algunas declaraciones formales de Francisco de
Narváez (“debimos reconocer la cantidad de cosas que están bien hoy”) o
del propio Das Neves (la presidente es una figura sólida, que ganó por
propios méritos), ninguno entiende cómo fue posible un desenlace tan
alejado de sus especulaciones previas. En el intento de conciliar ambas
imágenes, algunos recurren a la fantasía, como Duhalde. Su menguada
fuerza es la más corroída por el orín del fracaso. El Movimiento
Productivo se anima a plantearle que el electorado al que se dirigen no
valora la denuncia de fraude y que sería necesario presentar un equipo
técnico que hablara de la inflación. Para ello se ilusionan con atraer
al ex ministro Roberto Lavagna, quien no se muestra apasionado por
atenderles el teléfono. La cadena de medios privados decidió esta vez
relegar su devaneo sobre el fraude a páginas lejanas, pero al mismo
tiempo, Graciela Camaño de Barrionuevo exige que Duhalde sea aún más
contundente en esa línea imaginaria y reclame la presencia de veedores
internacionales en octubre. El interés de Duhalde se reduce a la banca
de su esposa en el Senado y las de la propia Camaño y Carlos Rückauf en
la Cámara de Diputados. La tarea principal consiste en conseguir
fiscales. Hilda González de Duhalde intenta reclutarlos entre policías y
militares retirados, Gerónimo Venegas entre el personal de su gremio,
de la obra social y del ente de control que comparte con la Mesa de
Enlace de las patronales agropecuarias. También prometió un aporte
superior a los diez millones de pesos y reabrió la discusión acerca de
cómo se canalizarían esos fondos ya que en agosto sólo habría llegado un
tercio de cada millón de pesos enviado al interior. Los encargados de
las remesas, Miguel Toma y Julio Aráoz, integran el comité de campaña
que dirige Brown. Una representante de Duhalde participó con Rodríguez
Saá, el macrista Federico Pinedo, el radical Manuel Garrido y la
libertadora en tránsito al PRO Patricia Bullrich en una convocatoria a
reclutar “fiscales de la democracia”, a la que hace unos meses habían
declarado en peligro. También hay quienes creen que sueñan y pronto
despertarán. El presidente radical Ernesto Sanz propuso “volver a una
etapa pre 14 de agosto para salir de los excesos en los que la política
ha caído. Pareciera que el oficialismo es más de lo que realmente es y
la oposición no es lo que realmente es. Estamos acá para encontrarnos
con la Argentina real, objetiva”. Otros no se engañan ni pueden reprimir
el escalofrío del desencanto: “En algunas zonas del Gran Buenos Aires
profundo”, escribió el columnista de Clarín Julio Blanck, “la intención
de voto de Cristina está volando a alturas que asustan”.
Hablemos de la corrupción
José Massoni fue el primer presidente de la Oficina Anticorrupción,
entre 1999 y 2002, bajo la presidencia de Fernando de la Rúa y el
interinato de Duhalde. Con el aséptico título de Estado de la corrupción
en la Argentina y en el mundo, 1990-2011, Massoni acaba de publicar un
libro que presentará mañana a las 18.30, en la Asociación de Abogados de
Buenos Aires. El ex juez y camarista analiza la “corrupción sistémica”
que se instaló con el golpe criminal del 24 de marzo de 1976, que “pegó
en las bases estructurales de un estado nación independiente”, liquidó
la industria que estaba a punto de despegar hacia el desarrollo y la
sustituyó por la importación y el negocio financiero, desarticuló el
sistema tecnológico, redujo a la mitad la participación del salario en
el Producto Interno Bruto y endeudó a la sociedad. El primer gobierno
electo después de la dictadura terminó antes de tiempo por “un golpe de
mercado producido por los principales grupos económicos” en una
“utilización del poder económico de manera corrupta determinando
políticas públicas a favor de sus intereses y contra los del país”. A
partir de 1989 Carlos Menem fue “el estandarte de un fenómeno político y
social nunca sucedido en la historia argentina: que tomara el poder
total el capital dominante en el país y en los centros de poder
internacional”. Comenzó así el más acelerado proceso de remate del
capital social acumulado por generaciones de argentinos en las empresas
públicas, “una perversión total, un saqueo de los bienes de los
argentinos, una operación de corrupción monumental, de dimensiones
inimaginables”. Cada privatización podía “disputar el liderazgo en una
competencia de aspectos profundamente corrompidos, que involucraban
millones y millones de dólares”. La Alianza se impuso en 1999 agitando
la bandera de la lucha contra la corrupción, sin percibir que ésa era la
explicación pergeñada por el Consenso de Washington para atribuir a la
corrupción del gobierno “los desastres producidos por la política
económica”. Massoni sabe de qué habla. Cuanto más eficaz fuera la
Oficina Anticorrupción que él encabezaba, más funcional resultaría “a
esa línea que bajaba desde el imperio”, dice. La Alianza asumió “en
condiciones estructurales de un país empobrecido hasta el vaciamiento”,
con un elevado déficit fiscal y una deuda externa con vencimientos
anuales agobiantes. Esas “cuestiones cruciales eran sepultadas hasta el
punto de la inexistencia pública por las noticias vinculadas a la
corrupción local”. Con lo que el ex fiscal llama “ineficacia suicida”,
aquel gobierno ni pensó en “cambiar la situación de manera drástica, con
consciente participación popular”. En cambio, sólo atendió “las
urgencias coyunturales dentro del mismo esquema de dependencia a los
organismos financieros internacionales” y de ese modo “con rapidez
meteórica dilapidó su capital político”. Massoni anota que “no entran en
la lista de los actos transparentes y honestos quitarles de un plumazo a
los asalariados, mediante un úcase dictado entre gallos y medianoche,
dos tercios de sus ingresos en beneficio directo de los empleadores; ni
licuar los ahorros de los pequeños y medianos ahorristas en beneficio de
los grandes bancos nacionales y extranjeros”. Estos fueron
“monumentales actos de corrupción masiva perpetrada desde el poder y,
por ende, absolutamente impune”. Terminada la política de
privatizaciones neoliberal “dejó de existir la insuperable fuente de
corrupción que ella constituía por sí misma”.
Cambio de clima
Massoni no elude el análisis de la corrupción bajo los gobiernos de
Kirchner y CFK. Por el contrario, realiza un prolijo inventario de todos
los casos denunciados y con el rigor de un instructor judicial
demuestra su inconsistencia o circunscribe su gravedad, sin justificar
nunca actos ilegales pero teniendo en cuenta el contexto y la
intencionalidad de cada acusación. Ambos presidentes impulsaron “una
activa participación del Estado en la economía, tanto para fortalecerlo
como para ordenar beneficios a determinados sectores productivos, frenar
otros, dictar medidas para incrementar la recaudación fiscal, aumentar
drásticamente la obra pública, incrementar las reservas del Banco
Central, intervenir en el mercado financiero para manejar el precio el
dólar, redistribuir la renta, otorgar subsidios a servicios populares,
reestatizar el sistema jubilatorio, otorgar subsidios a desocupados y a
los menores carecientes, y entre muchas medidas más, renegociar los
contratos con las empresas de servicios privatizadas y extranjerizadas,
como también la deuda externa”. Para el autor, “la madre de todas las
corrupciones” fue “la política de desguace del Estado y su venta a
cualquier postor” y considera que “las privatizaciones de los 90 por sí
solas eran una multiplicación exponencial de todas las maniobras sucias
necesarias y convergentes para las tramitaciones de cada una”. Agrega
que “en magnitud seguirán siendo inalcanzables por años de sumar todos
los actos de corrupción que se sucedan en la gestión de recursos por una
economía reestatizada”. En el presente, “la casi totalidad de los
medios audiovisuales y gráficos” muestran una atmósfera en la que
“campea una corrupción inigualada en el ámbito del Poder Ejecutivo
nacional (casi no mencionan a los otros poderes de la República)”. Todos
esos medios “están embarcados en una postura opositora frontal a la
presidente, que en algún momento favorable a la oposición, llegó a tener
características explícitas de destituyente”, y “no mostraron un ápice
de crítica por los fenómenos inigualablemente peores de los noventa,
cuando en rigor integraban el grupo que había tomado el poder. Por ese
motivo, más allá de la verdad total o parcial que contengan las
denuncias, sin duda generan la sospecha de que están sesgadas en un
sentido destructivo de la imagen política de los denunciados”. Durante
su gestión, la OA presentó un millar de denuncias y ninguna fue
rechazada por falta de elementos probatorios. Los casos eran tantos que
se decidió seleccionar aquellos en los cuales el perjuicio superara el
millón de dólares, cosa que hoy sería imposible ya que el “clima de
corrupción absoluta” de la década del noventa “no es el que impera en la
actualidad”. Massoni señala varias diferencias cualitativas. “Lo
primero que hizo Menem fue armarse una Corte Suprema de obsecuentes que
lo cubrieron en cuanto perpetró, mientras que Kirchner hizo todo lo
contrario”, dice. Entonces, las investigaciones recién pudieron comenzar
una vez concluido el gobierno responsable, “con muchas causas
prescriptas y los ex funcionarios enriquecidos sin retorno”. Ahora, en
cambio, la primera investigación (el caso Skanska) comenzó al tercer año
del gobierno de Kirchner “y por denuncia de la AFIP. Hubo dos jueces
que avanzaron con la investigación y a los funcionarios se les pidió la
renuncia”. El ex titular de la OA considera que la regla que adoptó
Kirchner y siguió Cristina, “de que un funcionario procesado no puede
mantenerse en funciones, es un aporte a la transparencia valioso contra
la impunidad”. En síntesis, “que a pesar del constante machacar de los
medios”, dice, “objetivamente no parece el actual un gobierno que nade
en un charco de corrupción (aunque, como ya dijimos, seguro que la hay).
Está muy lejos de la situación imperante en los noventa”.
El pecado capital
Massoni destaca que Kirchner y Cristina han tomado decisiones
“contrarias a las que hubiera adoptado el núcleo duro de la oligarquía
argentina y los grandes capitales nacionales, y en especial las grandes
corporaciones internacionales. No es que los hayan perjudicado
seriamente, pero han retomado el paradigma de un Estado presente, activo
en la economía y en políticas populares, y han marcado algunos límites,
cuando ellos no quieren ninguno”. Menciona dos cables de Wikileaks en
los que dos sucesivos embajadores de los Estados Unidos admiten “razones
políticas para las decisiones del gobierno argentino, mostrando sin
tapujos cuál es la molestia principal que padece la línea de acción de
los intereses” que representan. El pecado capital que Estados Unidos
reprocha al ministro Julio De Vido es el de “promover un mayor papel del
Estado en la economía”, aunque respecto de las denuncias en su contra
el embajador Lino Gutiérrez aclara que “nunca le probaron nada”. Los
casos de corrupción que existen “han sido suficientes para que se
lanzaran todos los medios de desinformación y formación de opinión a
convencer a la población de que se encuentra en el reino de la
corrupción pública y en peligro de vida constante por la inseguridad.
Como obviamente, casos de corrupción existen (vemos que por sistema no
sería posible que no existieran) y también suceden robos y crímenes como
en cualquier sociedad –en rigor mucho menos que en la gran mayoría– el
cuadro que resulta –a contramano del crecimiento económico, del empleo,
del comercio, del turismo, de la industria, la producción agrícola
ganadera, el descenso de la desocupación, la pobreza y la indigencia– es
inquietante, entre deprimente y exasperante, llevando a su clímax la
desesperación y el miedo”.
Allá ellos
Este libro contiene casi todas las explicaciones que los partidos y
los medios de oposición necesitarían para entender los resultados
electorales de agosto. Su encolumnamiento detrás de un psicópata, cuyas
incongruencias saltan a primera vista, indica que no los han comprendido
y que marchan hacia un nuevo baño de realidad en octubre. A eso me
referí cuando dije que vienen por más y que lo van a encontrar, en una
columna que un par de tres tontos interpretaron como una amenaza. Allá
ellos.
0 comentarios:
Publicar un comentario