Por Eduardo Aliverti
Una
jefatura implica tener decisión, asumir responsabilidades y permanecer
en rol activo. De acuerdo con esos parámetros, afirmar que Sergio
Schoklender es el nuevo jefe de la oposición puede zumbar exagerado. En
cambio, no lo es si se asevera que es su nueva cabeza, porque entonces
el punto consiste en alrededor de qué es montada una construcción de
sentido.
Por dos razones, el hecho carece de novedades mayúsculas, pero eso
no significa que deje de abordárselo. El sujeto ya había ejercido cuando
estalló el escándalo aunque, es cierto, en carácter solamente temático.
Y tampoco es novedoso porque el núcleo de lo que se opone al
oficialismo, hace rato muy largo, pasa en exclusividad por el bullicio
denuncista. Ni aun durante el período electoral previo a las primarias
fue posible encontrar una idea disruptiva, seria, en el arco
contrincante. Idea, entiéndase bien. No un proyecto explicitado. Apenas
una idea. Ahora mismo estamos al borde de comicios máximos, pero el
clima popular no lo refleja. El mediático tampoco. Faltan cinco semanas
para elegir presidente y es como si fuéramos Suecia, No-ruega,
Finlandia. No pasa nada, dicho en términos de profundidad de debate o
apasionamiento, por fuera de la nerviosidad periodística opositora ya
mutada a desconsuelo. Con capacidad de convicción, no tienen de qué
agarrarse. Si la mirada es de cabotaje y ajena a la actividad política
explícita, no hay más que la clase de suite parisina donde se alojó la
jefa de Estado; la medición de responsabilidad por una línea ferroviaria
que nunca terminan de soterrar; y la sugerencia de que la rata fue
absuelta, por la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia, debido a que
al kirchnerismo le convendría al ser un geronte adicto. Acerca de esto
último, cabe destacar un segundo milagro de Jorge Altamira: Clarín, el
miércoles, en un resaltado de página 11, cita declaraciones del
comandante del Partido Obrero, entre medio de Adrián Pérez y Margarita
Stolbizer. Altamira en un destacado de Clarín. Cosas veredes. En cuanto a
la lid electoral propiamente dicha, como todas las semanas, se renovó
el programón de los sketches. El hijo de Alfonsín debe postularse con la
plataforma de Roberto Lavagna, de hace cuatro años, porque los
radicales no tienen Convención para ratificar la fórmula actual con
González Fraga (lo cual, aclárese, denuncian los propios radicales
ofuscados porque Ricardito es el candidato). El Alberto dice que entre
Duhalde y Cristina no dudaría en votar por la Presidenta. Una cabeza de
página del principal medio periodístico de la oposición, a cuatro
columnas, señala que el Padrino y Das Neves ya “casi no se hablan”.
Solanas llama a cortar boleta contra Binner. El mandatario santafesino
insiste con que octubre ya está definido. Y el candidato radical a
gobernador de Santa Cruz articula con Duhalde para que Ricardito diga
que no está seguro de que eso sea cierto, para que el postulante de
marras no diga ni mu y para que en el mejor de los casos a nadie le
importe un pito. Carácter transitivo: comanda Schoklender. Graciela
Camaño le pone el auto para allegarlo hasta el Congreso Nacional. El
tipo arriba orondo al Parlamento. Si el verbo suena excesivo, digamos
que llega a salvo de un acoso movilero que no quiso o no pudo
usufructuar tras que no quería periodistas, que sí quería periodistas,
que los diputados convocantes de la oposición no los querían porque esto
no podía parecerse así nomás al circo que necesitan. Proverbial título
central de portada de Página/12, el viernes: “Showklender”. El tipo dice
en el Congreso lo mismo que dijo en su recorrida frenética con/por los
colegas de la oposición, según lo que dejaron trascender los diputados
que se habían comprometido a que no trascendiera nada. Y los medios
opositores hacen como que nada de eso importa: el título es su denuncia
de que quieren callarlo.
Hay cinco elementos subrayables de este marco oprobioso, que en
orden de semántica creciente son los que siguen. (A) La maniobra berreta
pero única de un Schoklender desesperado, cuya última defensa es el
aviso de que, si se lo llevan puesto, arrastrará a unos cuantos. (B) La
obviedad, más pornográfica todavía, de pretender(se) que él no fue
partícipe de todo lo que se le ocurre denunciar de la noche a la mañana.
(C) La persistencia en tratar, como sea, de ensuciar a las Madres de
Plaza de Mayo bajo el apotegma de que al fin y al cabo somos todos la
misma mierda. (D) Lo impresionante de que un inculpado ostentoso se
convierta alegremente en un denunciador confiable; siendo, encima, que
el periodismo amplificador de su exuberante riqueza, presuntamente
ilícita, fue el motor del escándalo. (E) Lo más sencillo de todo:
Schoklender como palo para aferrarse a ¿lo último? que queda para
promover destrucción.
Se podía suponer que la irrelevancia total de este caso en la
decisión de voto, revelada el 14 de agosto, debió haber servido de
prueba para comprobar lo ineficaz de la insistencia catastrofista. Es
seguro que tomaron nota de eso; pero, suponiendo que desearan poner
marcha atrás, no encuentran la manera de hacerlo porque adelante no hay
nada. Es decir: nada que pueda ser tomado como la mostranza de otra
forma para confrontar propósitos, simplemente porque la oferta electoral
está atravesada por dos categorías que no pertenecen al mismo sentido.
Como se expresa ya hasta el cansancio, pero sin que haya argumentos para
rebatirlo, el oficialismo cumple ocho años en la administración del
país: cualquiera sea el juicio que merezca, la tarea tiene comprobación
empírica y acaba de recibir un formidable espaldarazo de las urnas.
Nadie podría decir, con honestidad, que su propuesta no está clara ni
que se desconoce a dónde apunta para seguir. Y nadie tampoco podría
negar que su contienda no es versus una opción de gobierno, sino contra
una máquina de denuncias, acusaciones y frases altisonantes. De las dos
primeras puede haber algunas, y hasta muchas, que merezcan ser
estimadas. Pero eso no es una alternativa de gestión. Por lo tanto
estamos hablando de componentes distintos; no de opciones diferentes que
se expresan en potencias antagónicas porque, además, el contendor
denunciativo no es una fuerza electoral. Y si proyectivamente la
hubiera, no va en perjuicio de que en el presente es un conjunto de
pedazos desperdigados que como si fuera poco rivalizan entre sí.
Con este panorama irreversible si la mira llega hasta octubre, más
que conveniente asoma elemental y necesario pensar en el después. De
hecho, esa problemática única ya se refleja en dos aspectos. La
oposición llama a recluirse en la conquista de bancas parlamentarias,
intendencias o concejalías. Y las columnas políticas y económicas de los
medios opositores se centran en temas tales como el futuro gabinete de
Cristina; el esquema de subsidios estatales a partir de diciembre si una
crisis internacional golpea el ingreso de divisas; el modo en que el
kirchnerismo será capaz o no para evitar el desgaste de tantos años de
gobierno. Las portadas de diarios y revistas y los títulos de radio y
televisión continúan en la militancia tremendista, alarmadora,
deprimente, pero adentro, en la cocina del análisis, están en otra cosa.
Por supuesto, cuestionan cada paso, medida o intención oficial. Sin
embargo, es con un baño de realismo ante la seguridad de que lo que vaya
a ser lo será con lo que hay y no con lo que querían. Ese después, que
es ya, también se impone visto desde la otra vereda. La inserción de
Argentina en el mundo a partir de cuál paradigma productivo; la deuda
con la pobreza; el problema de la vivienda; la política impositiva; un
sistema de transporte público con deficiencias graves y progresivos, son
desafíos muy exigentes. Y se le facturarán sólo al Gobierno.
Hay que meterse únicamente con ese tipo de grandes retos, o seguir
haciéndolo, porque “lo demás”, por ahora, se terminó. Lo ratifica, entre
el cúmulo de datos y percepciones, que Schoklender sea la nueva cabeza
opositora.
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