Por Eduardo Aliverti
La
semana política que pasó fue concluyente para redondear la
interpretación del 14 de agosto, y tal vez para certificar lo que
ocurrirá en octubre.
Es tan así que basta con recorrer las principales notas de opinión,
entrevistas, títulos y coberturas de los medios opositores. Al margen de
la militancia denuncista en que continúan emperrados, con mucho más de
manipulación que de fortaleza probatoria, nunca fue tan ostensible el
abatimiento de ese sector periodístico. Incluso ya podría hablarse de
rotundez crítica, ante un arco dirigencial opositor que no puede parar
de mostrarse impresentable. Hay una particularidad en esta observación y
es que, electoralmente visto, lo ideológico queda corrido a un costado
porque la fuerza de la realidad invita a no tomarse el trabajo de
abordarlo. Eso no está bien. Nada bien. Pero debe admitirse que es una
actitud instintiva porque no hay contienda. Sucede que, hasta más ver,
deja de importar lo que se piense del Gobierno. Bueno, malo, brillante,
regular, horrible, populista, corrupto, o cualquier adjetivo que se
quiera, enfrente tiene la nada. Es literal. Puede argüirse que esto no
es ninguna novedad; pero entre la primera vuelta en Capital y las
elecciones cordobesas –ballottage y Santa Fe por medio– hubo la
fantasía, ingenua u operada, de que no era así. Los medios y colegas que
hoy se muestran desde absortos a indignados por las casi inverosímiles
marchas y contramarchas opositoras, son los mismos que, hace unas
semanas, hablaban del “hundimiento” del kirchnerismo. Después de las
primarias, el sacudón provocó un lapso en que prevalecieron piruetas
opinativas, algunas desopilantes, a la búsqueda de justificar o apenas
entender un voto popular antagónico con lo que –presuntamente–
calculaban. Aun así, en los días subsiguientes a ese domingo ya se
apreciaba un pase de facturas, de ética por lo menos muy blandengue, a
la dirigencia derrotada. Análogo al súbito surgimiento de editorialistas
que ahora citan el factor “¿y a quién querés que vote?”, como
contraposición al vacío absoluto situado frente a Cristina, se supo leer
y escuchar que de ninguna manera podría haber sucedido algo diferente.
La fragmentación opositora; su batalla de egos; la falta de propuestas
convincentes; los spots de campaña fantasmagóricos fueron citados en
varios artículos y comentarios con una facilidad idéntica a la que se
habilitaron, antes del agosto 14, para no señalar con énfasis ninguna de
esas deficiencias. Pero fue recién la semana pasada cuando estalló la
incontinencia mediática, aunque no de sopetón, sino como desencadenante
acumulado en las previas.
Se nuclearon dos elementos de contraste agudo. Por un lado, la
Presidenta expandió una actividad de simbolismo y especificidad
impactantes. La industria, el agro, la tecnología, el comercio, la
asistencia social. Desplegó conceptos y anuncios por todas esas áreas,
día tras día. Diríase que no hubo rama que no la viera haciendo rendir a
sus pies a contertulios muy variados, munida de esa labia descollante
que, sin asistencia de papeles, le permite desplegar cifras y
convicciones que sirven tanto para descular el precio y características
de la papa como para hurgar en las necesidades de valor agregado que
requieren las exportaciones. Los industriales, más que mudos, se
preocuparon por aplaudir y no esquivar micrófonos posteriores de elogios
sin ambages. Desde la Federación Agraria surgieron voces de apoyo a la
ley de tierras y algunos de sus dirigentes cruzaron muy fuerte a unas
figuritas de la oposición, parlamentaria y partidaria, capaces, primero,
de querer transar el acuerdo con el proyecto a cambio de que en octubre
haya boleta única, y después, de admitir públicamente que, por mucho
que respalden la iniciativa, no deben dejar que el Ejecutivo les marque
el paso. Eduardo Buzzi (sí, el mismo) afirma que “Cristina está para el
bronce”. Adiós final a la unidad de la Mesa de Enlace gauchócrata. Como
marco referencial se estableció Tecnópolis, lo cual revela un buen
ajuste en esa política de comunicación que durante el kirchnerismo supo
rendirse a lo que diera la bartola. Se reclamaba la actualización de las
asignaciones familiares, y así lo anunció la Presidenta. No se trató
solamente de la exposición de su figura. Mercedes Marcó del Pont liquidó
de un saque cualquier predicción frívola sobre el futuro del dólar, por
ejemplo.
Lo antedicho no obsta que los odiantes del oficialismo persistan en
sus excusas de amparo. Es mujer, viuda-actriz en vigencia, linda y con
una capacidad de verso que impresiona a la gilada. Le tocó uno de los
mejores momentos del mundo para los países emergentes. Se compran a los
negros que no quieren trabajar, con planes sociales. La gente ve lo que
pasa en España y se cree que es mejor estar acá. Los superávit gemelos
pueden desaparecer si explota la crisis internacional, pero nadie
entiende qué quiere decir sobrante comercial ni fiscal, ni PBI, ni
emisión monetaria. Se chorean lo que sea y es como con Menem, roba pero
hace. Hay crecimiento pero no desarrollo. Te toman por boludo con la
inflación. Vas a la esquina y no sabés si volvés vivo. Son guerrilleros
reciclados que quieren vengarse. Se están cargando a Clarín, yo soy
apolítico pero esto es como la dictadura. Es necesario el equilibrio en
el Congreso. Ella ahorra en dólares, hay que ir a Calafate, es la dueña
de todo el pueblo. Son peronistas, qué querés. Acá lo que hace falta es
educación. Es bipolar. Son como las juventudes hitlerianas. No estaba en
el cajón. ¿Vio la guacha de Bonafini? Conviene ser piquetero. Vos
hablás así porque te paga el Gobierno. ¿Cuánto gasta la yegua en zapatos
y carteras?
Adentro. Aceptado, pero con el pequeño problema de las alternativas.
El hijo de Alfonsín menta en público un complot de Cobos. De Narváez
les pide a los radicales, sus aliados, que alguna vez en la vida se
decidan por algo. Mientras, negocia con El Alberto a la par de
preguntarse quién habrá sido el oligofrénico que le recomendó un intento
de suma con el radicalismo. La esposa de Duhalde se olvida el nombre de
la empresa que según El Padrino fraguó el resultado electoral. Ernesto
Sanz, titular partidario de la UCR y tirador de toalla profesional,
habla bien del jingle mendocino que relativiza votar en contra del
vencido de Chascomús. Los cocoliches llegan al único acuerdo de
fiscalizar las mesas de octubre en conjunto, para que quede bien claro
que se mantendrán unidos durante el velatorio. Binner habla de que el
partido socialista es la opción del siglo XXI; lo fustiga la
vicegobernadora provincial con quien comparte alianza y Ricardito, que
presenta un libro acerca de la evolución desarrollista y no junta cien
personas de su propio partido, indica que el santafesino no tiene
vocación de poder. De Pino no se sabe si volvió de Venecia. Morales
Solá, en TN, la mira a Chiche, que circunspectamente advierte sobre un
fraude escandaloso, con cara de “usted no estará hablando en serio,
¿no?”. Y la mística vuelve de México, dice que liberada, para ni
siquiera toparse con alguien que le pregunte si es feliz. Gracias si
suma el intendente porteño, que propone la utopía de trasladar su
gobierno de avenida Rivadavia al sur.
Si a un lado hay presencia y gestión comprobables, y al otro una
sucesión de sketches que le hacen la campaña al oficialismo, de ser por
las elecciones presidenciales no se advierte que haya mucho más para
decir.
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