Por Hugo Soriani
Ayer,
a las once de la mañana, la calle Marcelo T. de Alvear estaba cortada
al tránsito entre Callao y Riobamba. Un gran cartel del centro de
estudiantes de la escuela Carlos Pellegrini era la barrera que anunciaba
el acto frente a la puerta del colegio. A treinta y cinco años de La
Noche de los Lápices los estudiantes del colegio, junto a sus familias y
sus profesores, rendían homenaje a los desaparecidos que pasaron por
sus aulas.
Treinta y siete nombres: treinta y cinco alumnos y dos docentes.
Treinta y siete.
Abrió el acto Ana Minujín, presidenta del centro de estudiantes,
autor de la iniciativa junto a la agrupación Barrios por la Memoria y
Justicia. Ana tiene la espontaneidad, la garra y la frescura de sus 18
años y una sonrisa que le ilumina la cara. Tiene la experiencia de lucha
que le da su militancia secundaria, y no disimula la alegría y el
orgullo que siente por ella.
Anita, como la conocen sus compañeros, es una excelente oradora,
dirige asambleas y organiza tomas de colegio. Sus palabras suenan
diáfanas en una mañana gris. Recuerda y reivindica la lucha de los
militantes setentistas, “compañeros que no quisieron mirar para otro
lado, en la búsqueda de un mundo mejor”. Pero esta vez a Anita no le
alcanza su experiencia porque hay demasiada muerte de por medio. Ana
Minujín se tropieza con las palabras y no puede terminar su discurso.
Ana deja el micrófono y llora. Todos lloran.
Luego habla el rector del Pelle, Marcelo Roitbarg, que tal vez por
la misma razón no quiere improvisar y prefiere la seguridad que da la
lectura.
En la Argentina de la dictadura los rectores denunciaban a la
policía a los miembros de los centros de estudiantes de sus colegios.
El rector lee y en la cuadra de Marcelo T. de Alvear hay un silencio
profundo. Hay chicos y chicas que se toman por los hombros, hay padres y
madres que quizás fueron compañeros de los homenajeados y hoy continúan
ligados al colegio porque a él van sus hijos. El rector Roitbarg habla
de la calidad humana de aquellos militantes, que aun con errores
sacrificaron su comodidad personal en la búsqueda de un futuro digno en
un país más justo.
Hay aplausos sostenidos para el rector, que con su presencia le da
el marco institucional al acto. Fanny Seldes, de Barrios por la Memoria,
sigue como oradora y explica el trabajo que su agrupación realiza para
rendir homenaje a los desaparecidos a través de las baldosas con sus
nombres, fabricadas artesanalmente por sus integrantes en una vieja
casona de la calle Humahuaca y luego colocadas en las veredas de los
barrios que acunaron los sueños de los militantes secuestrados.
Luego se ofrece el micrófono para los que deseen decir algo. Lo toma
una mamá que es también hija de desaparecidos. La mamá dice que ella
vivió su adolescencia con pánico. Que nunca pudo militar en nada porque
el miedo la paralizaba. Pero ya no tiene miedo. Y tampoco lo tiene su
hija, alumna del colegio y militante convencida. “Perdimos el miedo
–dice la mamá–, perdimos el miedo. Pudimos ganarles.”
El acto termina con la lectura de los nombres de los treinta y siete
homenajeados. Ante cada nombre la calle se estremece con aplausos y los
“Presente” son gritados con dolor y con orgullo.
Los chicos se toman de las manos y sus padres se abrigan entre ellos.
Ayer a la mañana, en la puerta del Pelle, chicos de pelo largo,
jeans gastados, zapatillas, minifaldas y alguna que otra guitarra al
hombro rindieron homenaje a sus compañeros secuestrados en La Noche de
los Lápices y a los estudiantes del colegio que ya no están y que alguna
vez se sentaron en los mismos pupitres que ellos ocupan ahora.
Ayer a la mañana, en la puerta del Pelle, hablaron la presidenta del
centro de estudiantes y el rector del colegio. Hablaron los dos en el
mismo acto y a los dos se les quebró la voz en el recuerdo.
Ayer a la mañana, cuatro baldosas de colores vivos, hechas por manos
amorosas, fueron colocadas para recordar el genocidio. Cuatro baldosas y
treinta siete nombres por la memoria, la verdad y la justicia. Ayer a
la mañana, en la puerta del Pelle.
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