domingo, 1 de septiembre de 2013

LA GUERRA GUASÚ: "El capitalismo es peor que el feudalismo"

El historiador fue uno de los pioneros en contar la verdad sobre la Guerra de la Triple Alianza, eufemismo que el liberalismo utilizó para terminar con la independencia de Paraguay. Critica a la "moda" del revisionismo histórico, advierte sobre los intelectuales que "defienden los intereses dominantes" y asegura que "el capitalismo es un sistema que lleva a su propia destrucción".

Por: Manuel Alfieri


León Pomer escribió casi una veintena de libros y es uno de los intelectuales más importantes que tiene la Argentina. Sin embargo, y al igual que muchas de sus obras, todavía permanece oculto para gran parte del público aficionado a la historia argentina y latinoamericana. Es lógico: a lo largo de toda su carrera se dedicó a indagar en cuestiones de las que aún hoy parte de la academia y los grandes medios no quieren hablar. Lejos de los flashes y el rumor de los pasillos televisivos, Pomer se jacta de que su nombre nunca haya aparecido en las páginas del diario Clarín. "Publiqué 18 libros y nunca me mencionaron, algo que es un honor para mí", dice. Y al instante agrega: "En La Nación tampoco. Son cuestiones político–ideológicas." Pero esa situación no le molesta. A él solo le importa una cosa: que lo lean.

Su exclusión no resulta extraña. En su trabajo insignia, La Guerra del Paraguay: ¡Gran negocio!, Pomer se metió con los actores políticos y económicos más poderosos de la época. A través de una minuciosa investigación, develó por primera vez los entretelones de uno de los conflictos bélicos más importantes del siglo XIX, señaló con nombre y apellido a quienes se beneficiaron con la guerra, denunció el rol jugado por el entonces presidente Bartolomé Mitre y apuntó contra Gran Bretaña, la potencia mundial que financió a los ejércitos de Argentina, Brasil y Uruguay para arrasar con un territorio autónomo que no se adaptaba a las directrices liberales de la época: Paraguay.

En una extensa charla con Tiempo Argentino en su departamento de La Boca, este antiguo y desilusionado militante del Partido Comunista, exiliado en Brasil durante la última dictadura, desafió aquel precepto arcaico que sostiene que los historiadores sólo están para hablar del pasado y tocó todo tipo de temas: desde la Guerra del Paraguay, pasando por la actualidad latinoamericana y los abusos del sistema capitalista, hasta los debates historiográficos que se dan fuera y dentro de la academia. De formación intelectual marxista, pero influenciado por varias corrientes ideológicas, Pomer no se para en ninguna de las veredas impuestas por historiadores profesionales y divulgadores. Pero, aclara, le encanta que la historia salga de las bibliotecas y se haga cada vez más masiva.
 
–¿Cuándo comenzó a interesarse por la historia?

–Cuando era muy chiquito, mi viejo me sentaba en las rodillas y me leía cuentos de historia para niños, en una colección que venía de España. Para él, el libro era una cosa sagrada. Yo creo que ahí arranca la cosa. Después, a los 16 años comencé a escribir en revistas estudiantiles. Pero recién en el '68 aparece mi primera publicación importante: La Guerra del Paraguay: ¡Gran negocio!
 
–¿Qué historiadores leía en esa época?

–Mi influencia proviene de múltiples lecturas. Yo tengo una formación marxista, pero no pertenezco a ninguna escuela historiográfica particular, y con el correr de los años fui acumulando influencias de muchos autores. Por ejemplo, Bourdieu, Foucault, Mariátegui, con su americanismo. Una reivindicación en la que coincide con Jaureteche, en el sentido de pensar con conceptos que reflejen nuestra realidad, que no sean prestados de Europa.

–¿Una especie de marxismo latinoamericanista?

–Abelardo Ramos, que era un gran constructor de frases, hablaba de un "marxismo de indias". Mariátegui reivindicaba el valor de las comunidades, de las antiguas civilizaciones, y reivindicaba sus modos de vida, mucho más humanos que los del capitalismo. Por otro lado, nunca fui revisionista. Entiendo que el papel del revisionismo ha sido muy importante, pero es una corriente con un amplio abanico ideológico y una de sus características, en muchos casos, es que hay escasa rigurosidad. Por ejemplo, José María Rosa citaba de memoria y se equivocaba. El trabajo de archivo, en cambio, es un trabajo pesado, aburrido y sucio.

–¿Por qué se interesó por la Guerra del Paraguay?

–A los 35 años, con un amigo viajamos a Paraguay, a Villa Encarnación. Cuando llegamos a Asunción conocimos a Juan O'Leary, un revisionista histórico paraguayo, de 90 años, muy bien erguido y con buena memoria. Él nos empieza a hablar de la Guerra Guasu, como le dicen ellos, y me dejó muy intrigado.

–¿Usted ya había leído algo sobre la guerra?

–No, muy poco. Cuando volví a Buenos Aires empecé a leer. Lo que había eran puros elogios del papel civilizador de la Argentina. Me fui desasnando y fui construyendo mi libro, donde hablo del "gran negocio" de los proveedores de los tres ejércitos aliados: Argentina, Brasil y Uruguay. Porque los soldados tenían que comer todos los días, reponer los zapatos, los uniformes, las armas. Fue un negocio fabuloso.

–Es por eso que usted prefiere llamarla "guerra de la triple infamia", en lugar de Triple Alianza.

–Creo que quien la llamo así por primera vez fue Galasso. Y es correcto. El embajador inglés en Buenos Aires participaba de las reuniones del gabinete de Mitre. Fue una guerra infame por donde se la mire.

–¿Cuál fue el rol de Mitre?

–Mitre fue el más lúcido y culto representante de la oligarquía mercantil de la provincia de Buenos Aires. Es Mitre el que arma la estrategia para extender la dominación de esa oligarquía sobre el conjunto del territorio nacional. En 1861, Urquiza le regala la batalla de Pavón, y ahí se dan las condiciones para que se invadan los 14 ranchos, para tratarlos como una conquista e incendiar pueblos. Ese es el momento de extender la dominación al interior, en alianza con la oligarquía azucarera de Tucumán.

–¿Y la Guerra del Paraguay fue la forma de consolidar esa expansión?

–Es un episodio indispensable. En primer lugar, para derribar al gobierno blanco uruguayo, con el cual Mitre no profesaba ninguna simpatía. Mitre intentaba consolidar un poder interior y para eso debía impedir que algún poder exterior pudiese servir a sus enemigos.

–Todavía hoy se relativiza el rol de Gran Bretaña en esta guerra, pero para usted el papel británico fue clave. ¿Por qué?

–Porque Paraguay no sólo era enemigo de Mitre, sino que también era un modelo antiliberal. Como tenía total autonomía y una participación estatal fuerte, constituía una afrenta a las ideas liberales de la época. Paraguay estaba inserto en un contexto mundial. Había una gran potencia central, Gran Bretaña, que organizaba el planeta en función de crear las condiciones para la penetración del capital para hacerse de materias primas y alimentos. Era una potencia que estaba configurando el globo para poder ingresar libremente, sin regulaciones que obstruyeran sus intereses. Además están los empréstitos británicos, que ocurren previos a la guerra, durante y después, y permitieron que la guerra dure mucho más de lo que habría durado. Porque ni los recursos de Brasil, y mucho menos los de Argentina, permitían aguantar cinco años de guerra. La guerra del Paraguay es una forma, entonces, de integrar a un país con desarrollo autónomo como el paraguayo al mercado mundial. Si hay historiadores que ignoran esto, es por mala fe.

–Usted sostiene que, para las ideas liberales de aquella época, Paraguay era un pueblo "bárbaro". ¿Esa lógica se puede ver hoy en día también?

–Claro. En Europa, por ejemplo en The Economist, ya no usan la palabra "bárbaro", pero sí hablan de ignorancia, de tozudez. Es lo que ellos despectivamente llaman "populismo", que no se ajusta a los moldes constitucionales que han fracasado rotundamente en Europa. En el populismo hay una participación de las masas que la juridicidad burguesa no acepta; no acepta que las masas se puedan expresar directamente. Siempre tienen que hacerlo por la intermediación de sus representantes. Es un típico ingrediente liberal de una juridicidad propia del capitalismo. Entonces, ahí hay una deformación ideológica que no llega al nivel de Clarín o de Perfil –que están en un nivel delictuoso, donde no hay respeto por la verdad elemental–, pero sí es cierto que The Economist es un diario muy ideológico. Y lo ideológico siempre deforma.

–¿Qué significa eso? ¿Cómo hace un intelectual para que lo ideológico no termine primando por sobre los hechos?

–En primer lugar, hay que ver qué clase de intereses priman en la cabeza de ese intelectual. A veces, el intelectual no es consciente, pero está defendiendo intereses dominantes, simplemente porque su formación cultural lo lleva a utilizar valores y significados que le proporcionó la clase dominante. En segundo lugar, está la honestidad intelectual. Si yo busco documentos y encuentro cosas que contrarían las hipótesis que tengo, yo no debo ignorarlas, porque eso va a corregir el error en mis hipótesis. La hipótesis no es una verdad: es una tentativa de arribar a una cierta verdad a partir de una idea previa. Entonces, si uno no corrige esa hipótesis, está falseando la historia. Cuando aparece la verdad, no hay que tratar de ocultarla o justificarla.

–¿Y en cuanto a lo ideológico?

–Yo me fui del Partido Comunista de muy joven, porque nos dimos cuenta de que eso se derrumbaba, que era una gran mentira. Sin embargo, yo, como historiador, no puedo traicionar mis convicciones. Y por eso sigo pensando que si hubo un sistema podrido en este mundo, es este que estamos viviendo. El capitalismo es peor que el feudalismo. En el feudalismo todavía existían comunidades, con toda la opresión que significaba el régimen feudal, en las cuales el apoyo recíproco y la fraternidad tenían un valor para los pobres. En cambio, como dice Tocqueville, el capitalismo es una sociedad egoísta, de seres a los que no les importa absolutamente nada el destino de sus vecinos. Hoy leí un artículo donde un organismo que estudia los cambios climáticos explica que tenemos 20 años para cambiar esta situación de destrucción ecológica, porque de lo contrario la humanidad entera se va al diablo. La vida se va a hacer imposible para gran parte de las manifestaciones de la vida. Nos vamos a liquidar. El capitalismo es un sistema que lleva a su propia destrucción.

–En ese marco, ¿cómo pueden defenderse los países latinoamericanos que, con matices entre sus distintos gobiernos, tienen políticas y perspectivas distintas a las europeas?

–Mirá, hoy el gobierno de Venezuela está bastante jaqueado, el de Dilma está pasando por bastantes apreturas, el de Cristina acaba de tener una derrota electoral. Si estos gobiernos consiguen reponerse y dar continuidad a este proceso que ha tenido manifestaciones magníficas, entonces podemos tener confianza de que estaremos en mejores condiciones de defender un desarrollo autónomo. Ahora tenemos que enfrentar un debilitamiento simultáneo, la constitución de la alianza del Pacífico, que tiene un poder económico y bélico muy importante. Y eso es para tener en cuenta.

–¿Cómo ve a la academia actual? ¿Se mete en los debates importantes o la ve más bien alejada de la realidad?

–No, está alejada, y sus interpretaciones de la historia dejan mucho que desear. El mero hecho de que la guerra del Paraguay esté ausente de los cursos en la universidad… eso ya no es ignorancia, sino ocultamiento deliberado. Por ejemplo, una antigua alumna mía, Mirta Lobato, hoy es profesora y no incluye en su programa de estudio a la Guerra del Paraguay. Ella sostiene que fue una "guerra externa". Inventar ese argumento significa que hay algo que no es exactamente lo equivalente a la honestidad que debe tener un historiador.

–Hoy en día hay un debate entre dos posturas que parecen irreconciliables: los divulgadores y los llamados historiadores profesionales. ¿Usted se para en alguna de esas veredas?

–Yo estoy parado en el Instituto Varela, de Galasso. A mí me cuesta trabajo encontrar historiadores en el Instituto Dorrego, por ejemplo, con la excepción de Hugo Chumbita. La habilidad de Pacho O'Donnell es leer diez libros sobre Rosas y publicar un libro sobre Rosas. Jamás ha ido a un archivo y desde el punto de vista metodológico es muy rudimentario. Enfrente están Luis Alberto Romero y compañía, que son discípulos de Halperín Donghi, un gran historiador, muy inteligente, que maneja la ironía. Pero ellos no son grandes historiadores. Lo único que tienen es el monopolio de la academia y del CONICET.

–¿Le gusta que la historia sea cada vez más masiva y aparezca en televisión, radio y diarios?

–Me encanta. Yo lo he visto a José Pablo Feinmann, por ejemplo, que no es historiador pero sabe de historia, y me parece muy bien la divulgación que hace. Félix Luna era un gran divulgador y tiene obras muy importantes. Después está Felipe Pigna, que tiene menor estatura intelectual que Luna, pero hace bien en popularizar la historia, sacarla de cenáculos cerrados, hacerla masiva, algo que siempre es positivo.  
 
 
Castelli, el elegido

Para León Pomer, el personaje más interesante de la historia argentina fue Juan José Castelli, uno de los hombres de Mayo. “En Tiahuanaco, él lee un documento que si se hubiera podido realizar significaba la ruptura del régimen colonial, la liberación de los indios y su igualación con los no indios. Castelli era posiblemente el hombre más culto de los hombres de la revolución”, aseguró el historiador.
 
 
Las debilidades de la integración regional

Todas las mañanas, León Pomer dedica dos horas y media de su día a leer noticias internacionales. "Eso me ayuda a entender un poco lo que pasa acá", explica. Para el historiador, el proceso de integración latinoamericana está en un momento de "debilitamiento" producto de las complicaciones que tuvieron –y tienen– los gobiernos de la Argentina, Brasil y Venezuela. A esa delicada situación se suma lo que él llama las "amenazas" de Paraguay y Uruguay.

"Tabaré Vázquez, viejo amigo de Estados Unidos y posible candidato del Frente Amplio el año que viene, declaró que está convencido de que EE UU ya abandonó su política imperialista y, de paso, salió a criticar al Mercosur. En Paraguay, antes de que Cartes asumiera, un senador dijo que debían mirar más a la Alianza del Pacífico. Ellos, además, reniegan del ingreso de Venezuela al Mercosur. Vamos a ver qué pasa con eso, pero hay una amenaza ahí, es para tener en cuenta", sostuvo Pomer.
 
–¿Por qué cree que el pueblo paraguayo eligió como presidente a un personaje como Cartes? ¿El progresismo cometió errores?

–Cartes es un prontuariado en Brasil por contrabandista y tiene denuncias por narcotráfico. El grave error del progresismo fue dividirse en tres grupos. Es esa manía que tiene la izquierda por fragmentarse. El otro error fue haber confiado excesivamente en su propia fuerza, hubo una falta de desconocimiento total por lo que se estaba jugando ahí. Por otro lado, el Partido Colorado armó un régimen clientelístico en un pueblo con carencias sociales tremendas. El clientelismo implica que el pobre va a seguir siendo pobre, pero de vez en cuando va a tener algún rédito. Es lo que hacen acá algunos caudillos del PRO.

Fuente: Tiempo Argentino.

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