martes, 26 de enero de 2010

Una invasión humanitaria

Fuente: El Ortiba
Por Walter Goobar
wgoobar@miradasalsur.com


El devastador terremoto que arrasó con Haití se ha presentado ante la opinión pública mundial como la única causa de la espantosa situación de ese desolado trozo de isla ubicada en el Mar Caribe. El país entero está destruido, toda su infraestructura desaparecida, precipitando a su pueblo a un abismo de pobreza y desesperación. Sin embargo, más allá de los demoledores efectos del movimiento telúrico, pareciera que se intenta reescribir la historia de Haití y su pasado colonial: a sólo diez días del cataclismo, el mundo asiste impávido a una brutal militarización de la ayuda a la isla caribeña. La operación humanitaria corre serios riesgos de degenerar en una invasión humanitaria.
De manera subrepticia, la ausencia total de un gobierno en funciones se utilizó para legitimar, a partir de motivos humanitarios, el envío de una poderosa fuerza militar, que ha asumido de facto diversas funciones gubernamentales. Los principales actores de la misión estadounidense de ayuda son el Departamento de Estado, el Departamento de Defensa y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), a la que se le ha encomendado también canalizar la ayuda alimentaria que distribuye el Programa Alimentario Mundial.
Sin embargo, el componente militar de la misión estadounidense tiende a eclipsar las funciones civiles de socorrer a una población desesperada y empobrecida. No son las agencias gubernamentales civiles, como Fema o Usaid quienes están dirigiendo la operación humanitaria global, sino el Pentágono. Y la decisión de llevarla a cabo ha recaído en el Comando Sur de Estados Unidos, según señala el canadiense Michel Chossudovsky de la ONG.
Global Research. A diferencia de los equipos de rescate y ayuda enviados por varios grupos y organizaciones civiles, el mandato humanitario del ejército de Estados Unidos no está claramente definido.
Es llamativo que en un país completamente arrasado se indique que los saqueos constituyen una de las principales amenazas por lo que la primera ayuda en llegar ha sido la de tropas armadas de la 82 División Aerotransportada que entre otras especialidades interviene como fuerza antidisturbios y antimotines. Algunos analistas señalan que la ayuda estadounidense a Haití está empezando a parecerse peligrosamente a la lenta y desorganizada ayuda del gobierno de George W. Bush a la ciudad de Nueva Orleans cuando fue devastada por el huracán Katrina en 2005. En aquella oportunidad, el presidente Bush se hizo célebre por el mutismo y desapego que mantuvo cuando se rompieron los diques en Louisiana. A manera de contraste, pocas horas después del terremoto de Haití el presidente Obama prometió hacer todo lo posible para ayudar a los sobrevivientes del desastre. Aunque la retórica de Washington ha sido muy diferente en las dos catástrofes, el resultado ha sido bastante parecido. En ambos casos, muy poca ayuda llegó en el momento en que más se necesitaba –es decir–, cuando las personas atrapadas bajo los edificios derrumbados todavía estaban vivas. Pero muchos equipos de rescate llegaron demasiado tarde.
Se han difundido las llamadas telefónicas entre los presidentes Barack Obama y René Préval, pero no se ha brindado información indicando que los dos gobiernos estuvieran negociando la entrada y despliegue de tropas estadounidenses sobre suelo haitiano. Haití ha sufrido una larga y trágica secuencia de intervenciones y ocupaciones militares estadounidenses que datan de principios del siglo XX. A lo largo de su historia, el intervencionismo estadounidense ha contribuido en un grado equivalente al del terremoto a la destrucción de la economía nacional haitiana y al empobrecimiento de su población. Es vergonzoso escuchar a ciertos periodistas de cadenas internacionales que se han abalanzado a Haití tras el terremoto dar explicaciones mistificadoras e incluso racistas sobre la razón por la que los haitianos son tan pobres, viven en la miseria con servicios sanitarios mínimos, escaso abastecimiento eléctrico, insuficiente agua potable y caminos intransitables. Esa realidad no es obra de la naturaleza o de una maldición del vudú haitiano. Las potencias coloniales jamás perdonaran a los haitianos haber organizado una exitosa rebelión de esclavos contra los franceses propietarios de las plantaciones. Los marines estadounidenses ocuparon el país desde 1915 hasta 1934. Entre 1957 y 1986 los Estados Unidos apoyaron a los dictadores Papa Doc y Baby Doc, con la excusa de impedir que pudieran ser sustituidos por un régimen favorable a la vecina Cuba.
Si Haití es hoy un Estado fallido gobernado en parte por la ONU, las acciones estadounidenses de los últimos años tienen mucho que ver con ello.
En 1994, la última vez que las tropas de Estados Unidos desembarcaron en Haití, fui testigo de cómo la población local destrozó sistemáticamente las comisarías de policía, llevándose la madera, las cañerías e incluso extrayendo los clavos de las paredes. Los norteamericanos venían a reponer en el gobierno al sacerdote Salesiano Jean Bertrand Aristide a quien habían contribuido a deponer en 1991 y al que volvieron a derrocar en 2004 en una operación que fue un anticipo del golpe hondureño de 2009.
La experiencia de la ayuda humanitaria estadounidense no augura nada bueno para los haitianos. Basta mirar lo que ocurre en Afganistán y en Irak. En Kabul y Bagdad es sorprendente lo poco que han conseguido los costosos esfuerzos de las agencias de ayuda de Estados Unidos. “El despilfarro de la ayuda está por las nubes”, admitió un ex director del Banco Mundial en Afganistán. “Se está produciendo un saqueo en toda regla, en su mayoría por parte de empresas privadas. Es un escándalo”. Consultores extranjeros en Kabul cobran frecuentemente entre 250.000 y 500.000 dólares al año en un país donde el 43% de la población sobrevive con menos de un dólar diario.

Algo semejante está por ocurrir ahora en Haití.
Un chiste haitiano dice que cuando un ministro de ese país se lleva el 15% del dinero de la ayuda se llama “corrupción”, y cuando una ONG o una agencia de ayuda se lleva el 50% se llama “gastos generales”.

La única manera de ayudar a Haití es colaborar para que los haitianos tengan un Estado legítimo que funcione y satisfaga las necesidades de su pueblo. El ejército estadounidense, la burocracia de la ONU o las ONG extranjeras nunca van a hacer eso ni en Haití ni en ningún otro lugar del mundo.

De niño, me entusiasmaban las películas sobre los piratas, y tardé muchos años en darme cuenta de que esos piratas, en gran medida, realizaban sus fechorías en el Mar Caribe. Eran, unos, conquistadores; otros, piratas, corsarios, filibusteros, bucaneros: esclavistas todos. Estos personajes fueron los hacedores de la encantadora civilización occidental. Y sus hazañas y fechorías se realizaban en las aguas del Mar Caribe.

Miradas al Sur

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