sábado, 15 de junio de 2013

La vida en Cuba de los hijos de los militantes de la Contraofensiva

Analía Argento sale un minuto del comedor de su casa y vuelve con un cuenco de vidrio. Adentro hay caracoles y fragmentos de coral. "Son de la playa Santa María", cuenta. "Los traje de Cuba". Hasta allí viajó la periodista para terminar de dar forma a una historia de la que hasta ahora no se habló: la de unos cincuenta hijos de militantes montoneros que permanecieron en una casa común en La Habana en distintos momentos, entre 1979 y 1982. Ocurrió mientras la organización, desde el exilio, decidía la Contraofensiva. Entre las actividades recreativas de los chicos estaban las visitas a Santa María. De allí, la importancia de esos caracoles para Argento. Un souvenir demasiado humilde, considera, que no sabe si entregar o no a quienes hablaron con ella para su nuevo libro y mucho antes pisaron esa playa algo rocosa mientras esperaban la vuelta de sus padres. La guardería montonera (la vida en Cuba de los hijos de la Contraofensiva) –con edición de Marea– es una investigación impecable que reconstruye, desde la mirada de sus protagonistas, los días en "la isla del Triangulito", como estos chicos nombraban a Cuba, acostumbrados a inventar nombres ficticios para preservar los reales, los que podían ponerlos en peligro.

–¿Cómo surgió este libro?

–Es hermano de De vuelta a casa, mi investigación anterior sobre diez hijos y nietos restituidos. Cuando trabajaba en esa historia, encontré unos hermanitos que habían estado secuestrados en la ESMA, Marcelo y María de las Victorias Ruiz Dameri. Reconstruyendo su historia, me entero de que antes habían estado varios meses en la guardería de Montoneros. ¿Qué es esto de la guardería?, me preguntaba yo. Y sólo encontré un capítulo al respecto en el libro de Cristina Zucker, El tren de la victoria. También fui a ver a Roberto Perdía. Cuando menciono a los dos Ruiz Dameri, él me dijo que quien más podía hablar era su hija Amor, que había estado con ellos en la guardería. Así que Amor fue una de las puertas de entrada a este libro, al igual que Edgardo Binstock, el responsable político de la primera guardería. Lo que decidí fue contar las historias humanas. Con el contexto histórico necesario pero valorizando sobre todo las voces de quienes estuvieron en las guarderías.

–En el libro comentás que en verdad, las guarderías fueron dos.

–Sí, la guardería tuvo dos casas; la primera en Siboney, la segunda en las afueras de La Habana, en Miramar, que estaba también cerca de la oficina de Montoneros y de las escuelas donde se movían los chicos. La primera fue en 1979 y la segunda en 1980, que se prolongó hasta 1982. Algunos chicos estuvieron en las dos casas pero otros no. En cada guardería hubo cuatro adultos como responsables fijos. Los primeros en llegar a La Habana fueron Héctor Dragoevich y Cristina Pfluger, que venían desde España con 12 chicos. Después llega un grupo desde México con Binstock y Mónica Pinus a cargo. En la segunda casa fueron responsables Susana Brardinelli y Estela Cereseto, y llegaron después Hugo Fucek y Nora Patrich.

–¿Por qué eligieron Cuba?

–Porque la cúpula de Montoneros se instaló ahí, luego de advertir que no estaban seguros ni en México ni en Europa porque la dictadura le seguía los pasos. Más allá de que Cuba nunca rompió relaciones con la dictadura –los militares le vendían cereal a Rusia– el gobierno de Fidel colaboraba con movimientos revolucionarios de distintos lugares de América Latina y entonces apoyaban a grupos como Montoneros. Por ser un gobierno de la Revolución y por ser una isla, el acceso era más restringido y también, más seguro. La guardería es la única con sus características que funcionó en el marco de la lucha armada en América Latina.
–¿Por qué la dirigencia montonera decidió abrirla?

–Cuando en 1978 toma forma la idea de la Contraofensiva –una decisión difícil, que provocó una escisión profunda al interior de la organización–, se evaluó qué hacer con los chicos. Ya había información de que en Argentina se secuestraba a mujeres embarazadas y a niños, que había tortura y que se podía utilizar a los chicos como rehenes. Si se perdía el control sobre dónde estaban y con quién, se ponía en riesgo a niños y adultos. Por eso se decidió que no quedasen con amigos o familiares. A esto se suma la importancia del concepto de "compañeros". El compañero era familia, era hermano, los chicos les decían "tíos" a quienes los cuidaban. Porque de hecho lo sentían así. Entonces se decidió que los chicos siguieran creciendo con determinados acuerdos ideológicos y que estuvieran al resguardo de las acciones que emprendían sus padres. La idea era dejarlos un tiempo en la guardería, volver a Argentina, y luego regresar por ellos. Estaba el riesgo de vida, obviamente, pero siempre la idea era volver a buscar a los chicos.

–¿Cómo recuerdan la guardería quienes pasaron por ella?

–Para muchos, era una cosa casi secreta como parte de la militancia también secreta de sus padres. Tené en cuenta que a pesar del amparo de la Revolución estaban semiclandestinos porque, por ejemplo, había un embajador argentino en la isla afín a la dictadura. Un denominador común era que muchos chicos se habían acostumbrado a vivir en la clandestinidad. Eso implicaba cambiar de casas, ir y abandonar escuelas, etcétera. En Cuba tenían todo más ordenado: un lugar, amigos, juegos, el cuidado de los tíos. Se celebraban los cumpleaños una vez por mes. Salían de paseo. Iban a escuelas donde les enseñaban lo mismo de lo que les hablaban sus papás. Y podían usar su nombre real aunque en muchos casos tuvieran el apellido cambiado. Podían hablar de sus padres con menos miedo. Por eso cuidan esos recuerdos, a veces difusos porque muchos eran muy chiquitos, como si los llevaran adentro de una cajita de cristal.

–El libro incluye un archivo fotográfico muy interesante.

–Esas fotos son las que cada uno me quiso dar. Muchas se destruyeron cuando llegaban a Argentina, por una cuestión de cuidado. Daniel Sverko era fotógrafo oficial de Montoneros en Cuba, donde había un gran archivo fotográfico y de información que se perdió en una inundación.

–¿Qué sucede en el presente?

–Muchos chicos que pasaron por la guardería siguen siendo grandes amigos, casi hermanos. Algunos regresaron a Cuba para estudiar o  porque tienen un especial agradecimiento por la sociedad cubana. Aquí tienen militancia política o en organizaciones sociales. En la mayoría de los casos, no reniegan de las convicciones de sus padres, más allá de las contradicciones y los dolores. Sí cuestionan algunas decisiones puertas adentro, pero siempre defienden la memoria y la lucha de sus padres. Y otra cosa: no se separan de sus hijos, los llevan siempre con ellos. 


Fuente: Tiempo Argentino

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