25 de Mayo: apuntes camino al Bicentenario; el eco nombra aun a Túpac Amaru
Por Alberto J. Lapolla (x)
Existe una conexión, generalmente poco abordada por la historiografía tradicional argentina, tanto en su versión oficial mitrista-liberal de cuño pro británico, como en su contraparte revisionista de cuño hispano-católico, ambas tributarias en sostener a ambos imperios que dominaron nuestro país-continente. Esta conexión vincula a los jefes de nuestra revolución, Castelli, Moreno y Belgrano, con la Revolución emancipadora encabezada por el Inca Túpac Amaru de 1780-1784. Insurrección –mal que les pese a los pensadores europeístas, incluidos nuestros maestros K. Marx y F. Engels- que se inserta exactamente entre las Revoluciones norteamericana y francesa, es decir entre 1774 y 1789. Los tres constituyen para decirlo en términos actuales, el núcleo duro, el comando de nuestra Revolución Emancipadora, ellos son los padres de nuestra Independencia y Libertad. Juan José Castelli -Jefe máximo de la Revolución del Plata-, comandaba una Logia masónica independista, extendida por todo el Virreynato, llegando hasta Quito, Guayaquil, Santiago de Chile, Asunción, Córdoba, el Alto Perú y la Banda Oriental, vinculada directamente a Miranda a través de Saturnino Rodríguez Peña.(21) Mariano Moreno, el alma, motor, pasión e ideólogo de la Revolución -tal vez el revolucionario más instruido de estas tierras-, a quien apodaban ‘el sabiecito del Sur’, poseía una fuerte impronta Roussoniana, al punto de ser su mayor difusor y discípulo en América. Manuel Belgrano era el revolucionario de mayor peso político propio –Secretario del consulado del Virreynato- antes de la Revolución. De sólida formación intelectual, particularmente económica en las ideas fisiocráticas de moda en las principales universidades europeas, había estudiado en Salamanca y había asistido siendo alumno de la Sorbonne a la Gran revolución Francesa, siendo desde entonces un hombre impregnado de las ideas de la ‘igualdad, la libertad y la fraternidad’. Belgrano se había formado en Europa, a diferencia de sus otros dos compañeros que eran hijos de Chuquisaca. Don Manuel -junto a Castelli, su primo- era un ducho y hábil político, virtud que no poseía Moreno. Los tres, junto a Nicolás Rodríguez Peña, Gregorio Goyo Gómez –el único hombre que tuteara al general San Martín por estas tierras- Hipólito Vieytes, Julián Álvarez, Tomás Guido, Bernardo de Monteagudo, Domingo French, Antonio Berutti, Juan José Paso, Ignacio Núñez, entre otros, formaban el núcleo duro y estratégico de la Revolución de Mayo. Decimos Mayo en tanto Continental e Indiana, en tanto Revolución de toda Sur América concebida como Nación, y pensada como alianza de los núcleos de la burguesía revolucionaria criolla –Jacobina- en alianza con las masas indias y negras. Resulta casi imposible no ubicar la rebelión Tupamarista de 1780, como punto de partida del proceso histórico que concluirá en Ayacucho –o en Cerro Corá si se quiere hilar más largo-, dado que la misma conmocionó de tal manera al Imperio español, que preanunció su caída. La insurrección de Túpac, también enseñaba que la revolución para ser exitosa, debía obtener la alianza entre criollos e indios, y que por ende dicha revolución debía ser obligatoriamente de Liberación Nacional y Social al mismo tiempo. Dicha rebelión, conmocionó al continente americano y fue la máxima y quasi primera expresión de la influencia de la emancipación de las colonias inglesas de América del Norte en las colonias españolas. La rebelión sacudió de tal forma el poderío español, que fue el propio ministro de Carlos III, Godoy quien reconoció: ‘Nadie ignora cuánto se halló cerca de ser perdido, por los años de 1781 y 1782, todo el virreynato del Perú y una parte del de la Plata cuando alzó el estandarte de la insurrección el famoso Condorcanqui, más conocido por el nombre de Túpac Amaru.’ (1) (pag 151) Cien mil indios se alzaron en armas contra el atroz dominio español –vale la comparación entre el contenido de ambas revoluciones, la india y la criolla, que San Martín invadió el Perú con cinco mil hombres. La rebelión de Túpac Amaru –considerada por Boleslao Lewin como la mayor rebelión producida en el Tercer Mundo durante el dominio colonial europeo hasta la llegada del siglo XX-(8). Túpac fue el primer líder revolucionario del mundo moderno que proclamó la abolición de la esclavitud. Su rebelión conmocionó de tal forma el continente que ya nada sería igual: ni la lucha de los pueblos por su libertad, ni la represión española. Cien mil indios serían asesinados por los españoles como represalia y escarmiento por el intento libertario. El terror español aplicado contra la rebelión tupamarista estaba en la línea de exterminio de los pueblos indios aplicado por España desde octubre de 1492, mediante sus dos espadas invasoras: la de sus ejércitos y la de la hoguera y la cámara de torturas de la Inquisición de la Iglesia católica. Ambas, la espada y la cruz poseían la misma forma: la intolerancia ante el indio y el exterminio de lo diferente, junto con un amor inigualado por el oro y la plata... Fue la Iglesia católica –principal enemiga de la rebelión de Túpac Amaru- quien difundiera por todo el continente el Catecismo Regio, o Ley del Terror Español, impuesto por el ‘piadoso y progresista’ rey Carlos III (aplicado por su discípulo, el también ‘progresista’ Virrey Vértiz), para sofocar la rebelión de los pueblos americanos. ‘La cárcel el destierro, el presidio, los azotes o la confiscación, el fuego, el cadalso, el cuchillo y la muerte son penas justamente establecidas contra el vasallo inobediente, díscolo, tumultuario, sedicioso, infiel y traidor a su Soberano. El vasallo deberá denunciar toda conjuración que llegue a su conocimiento; aun cuando los conjurados fueran amigos, parientes, hermanos o padres, hay obligación de delatarlos.’ (3) (TomoI,pagIV) El principal difusor de este panegírico del Terrorismo de Estado en nuestro territorio, fue el arzobispo de Córdoba, José de San Alberto. Vale para la polémica con nuestro respetado José Pablo Feinmann, que es aquí y en el terror inquisitorial y absolutista católico español, donde debe buscarse el origen de la ESMA, y Videla -y de los torturadores de los centros de detención, que en general se llamaban a sí mismos ‘nacionalistas y católicos’-, y si se quiere el origen del propio Hitler y el nazismo, como explicara ya en 1938 Ernesto Giúdici (9) y no en el Plan de Operaciones de Moreno, o en el racionalismo de la modernidad. El Plan de Moreno, era una política defensiva que enfrentaba al atroz terror español, aplicado hasta unos meses antes de Mayo, a los amigos de Moreno y Castelli, en Chuquisaca y La Paz, y que seguiría vigente en los territorios reconquistados por España hasta 1825. Como ejemplo, la Guerra Montonera del Alto Perú –la Guerra Gaucha, o de las Republiquetas, como la bautizara despectivamente Mitre para no usar el término Montonera- cuyos miembros eran masivamente indios, sería la que recibiría el mayor número de represalias de los ‘piadosos’ españoles: más de 50.000 bolivianos morirían en la guerra Montonera contra el opresor español entre 1810 y 1825; indios casi todos. La rebelión iniciada por Túpac Amaru, se extendió en el tiempo casi hasta los inicios de la segunda oleada revolucionaria en 1809. (23) Las rebeliones y montoneras de indios alzados –Montoneras quiere decir exactamente eso: Indios montados alzados, cuestión ésta, la de que montaran a caballo, prohibida por las piadosas y previsoras leyes de Indias- continuaron en el Perú, el Alto Perú y el Norte Argentino hasta casi 1808.
Las dos revoluciones americanas: la india-negra-popular-proletaria y la criolla-burguesa-nacional.
Pese al terror del decadente Imperio Español, la siguiente generación de americanos, lograría conquistar la emancipación negada a sus padres, quienes pagaron con su sangre tal atrevimiento. Sin embargo esta revolución Tupacamarista dejó planteada una cuestión de fondo: habían madurado a lo largo del siglo XVIII en América española dos revoluciones. Una india, independentista pero además liberadora de la esclavitud y la servidumbre indias, de la esclavitud de los negros y en cierta forma anticipatoria de la revolución Socialista. Una revolución cuyos componentes, por formar parte del segmento mayoritario y más expoliado y explotado de la sociedad, estaban obligados a liberar al conjunto de las masas explotadas bajo el acero español. Pero también, maduraba otra Revolución, ésta de carácter criollo –expresada en simultáneo con la Revolución de Túpac Amaru, en la rebelión cuzqueña de Farfán de los Godos, en los intentos de Espejo, Baquijano, Juan Pablo Vizcardo, José Antonio Rojas y tantos otros- expresión de los intereses independentistas de los distintos segmentos de las burguesías criollas. Ésta, lógicamente, no buscaba -en todos los casos-, la liberación de las masas oprimidas, sino principalmente la ruptura de la dominación española, ya que muchos criollos blancos explotaban por igual a indios y esclavos en las minas, los obrajes, las encomiendas, los ingenios y las estancias. Esta corriente criolla poseía a su vez, podríamos resumir o esquematizar, dos variantes principales, entre muchas gradaciones: un grupo vinculado principalmente a los comerciantes portuarios buscaba establecer una fuerte relación económica, que podía concluir en un nuevo dominio colonial, esta vez británico; otra línea más vinculada a ganaderos y las burguesías preindustriales del interior, buscaba ser independientes pero conservando la explotación de indios y negros, como hasta entonces, tal como ocurría en los nacientes Estados Unidos, donde la libertad era sólo para los ‘blancos poseedores’. Un cuarto grupo de origen español, podría vincularse a los comerciante monopolistas hispanos que buscaban crear un gobierno independiente –en consonancia con las Juntas peninsulares- para impedir el acceso de los criollos al poder, tal como proponía Álzaga. Esta corriente de ninguna manera buscaba el cese de la sumisión de indios y esclavos, ni la independencia. En otra variante de éste grupo algunos proponían una única revolución hispano-americana en consonancia con la revolución española de 1808. Esta tesis levantada por Alberdi y sostenida por algunos historiadores de la Izquierda Nacional, no fue sin embargo ratificada, ni por los hechos, ni por los documentos liminares de la Revolución –más allá de la participación de Moreno, Matheu y Paso en la rebelión de Álzaga de 1809, en el sentido que pensaban ‘que cualquier cosa era mejor que el Rey’-, que por lo menos en la Logia Revolucionaria es liminarmente independista de España, tal cual lo reafirma reiterada y categóricamente Moreno en el Plan de Operaciones y las proclamas de Belgrano y Castelli a sus Ejércitos Libertadores, y el propio San Martín en sus negociaciones con los liberales españoles en el Perú. Las distintas líneas por donde proseguirá el derrotero de Mayo, parecen encajar en estas líneas principales: la revolución social continental, emancipatoria, independentista y libertaria propiciada por Moreno, Castelli, Belgrano, San Martín, Artigas y Dorrego. La línea de cambio de amo y sumisión a los intereses británicos propuesta por Rivadavia, Sarratea, Alvear, Pueyrredón (éste con Francia), Rondeau, Lavalle, Mitre, Sarmiento y Roca, esbozados en el accionar de los Partidos Directorial, Unitario, luego Liberal y finalmente Conservador. Y un federalismo nacionalista independentista, pero no dispuesto a resolver el tema de la sumisión de las mayorías indígenas, propuesto por Saavedra, el Deán Funes, Don Juan Manuel de Rosas, Estanislao López, Justo José de Urquiza, el Manco Paz, y otros federales -y unitarios-, en tanto hacendados –o mineros- y por ende apropiadores de la tierra y la mano de obra india y negra. Esto explicaría por ejemplo, el pasaje masivo de las huestes rosistas al mitrismo luego de Caseros; el hecho de que Rosas gobernara con casi todo el gabinete de Rivadavia –incluido el gran amigo de su majestad Británica M. J. García-, así como la participación del restaurador, en 1820 en la ‘compra’ de Estanislao López con 25.000 cabezas de ganado de su peculio en el tratado de Benegas (16), salvando a Buenos Aires y al partido Directorial, de la derrota impuesta por Artigas y San Martín en Cepeda. Preservando así el poder de Buenos Aires, para la alianza de estancieros y comerciantes, expresado en el ejército privado de Rosas y en el gobierno del extremo corrupto -y asesino de indios- Martín Rodríguez, por no hablar de quien fuera su ministro principal, Don Bernardino. Como otras tantas veces en nuestra historia, lo que se ganaba con las armas se perdía en base al inmenso poder de compra de conciencias que poseía el oro de Buenos Aires. Artigas, con el indisimulado apoyo de San Martín (negativa a marchar a Buenos Aires, Motín de Arequito, conversaciones, tratos con los caudillos y cartas a Artigas), había destrozado el proyecto centralizador, aristocrático y antipopular del Directorio y la Logia Británica en Cepeda, sin embargo los derrotados serían casualmente Artigas y San Martín. Pero esa es otra historia o la misma desgraciadamente....
La cuestión india
Moreno y Castelli fueron hombres educados y formados en Chuquisaca (Charcas o la Plata), conocedores y militantes contra la explotación de los indios –ambos tuvieron relación con el estudio de Agustín Gascón (miembro de la Logia mirandina), defensor de ‘indios pobres y abusados’(1). Dados los ecos y estertores de la rebelión india, la mayoría de los criollos que llegaban allí a estudiar, no sólo, recibían las ideas iluministas y el pensamiento ‘subversivo’ de Rousseau –obras que los franciscanos reemplazantes de los jesuitas, permitían propagar-, sino que veían de plano la resistencia india y la infamia de su condición. Rousseau había expresado dos pensamientos que por América se difundían como el fuego, demoliendo toda legitimidad al dominio imperial Español. ‘El hombre nace libre, pero en todas partes se encuentra encadenado.’ (20) Agregando: ‘No siendo la conquista un derecho, no ha podido fundarse sobre él, ningún otro. Permaneciendo siempre el conquistador y los pueblos conquistados en estado de guerra, a menos que la nación en libertad escogiese voluntariamente por jefe a su conquistador.’(20) Estas palabras hicieron de la América española el mayor lugar del mundo en la difusión del ideario libertario, igualitario y deísta del gran ginebrino. Moreno visitó el infierno de Potosí. Allí, en los atroces socavones de la bocamina, habían sucumbido ocho millones de seres humanos, principalmente indios americanos –también africanos y negros americanos- para producir la riqueza robada por España a América. ‘Consta en el Archivo de indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo y firma sobre firma, que sólo entre 1503 y 1660 llegaron a Sanlúcar de Barrameda 185 mil Kg de oro y 16 millones Kg de plata provenientes de América’, (17) en su gran mayoría originados en Potosí. Esa suma astronómica e inimaginable, constituye el Capital Originario del capitalismo industrial europeo, según denominara Marx a esa acumulación realizada con ‘el lodo y la sangre’.(18) Fue luego de su visita al infierno potosino, que Moreno, escribió su famosa tesis doctoral sobre la ‘Disertación jurídica sobre el servicio personal de los indios en general y sobre el particular de Yanaconas y Mitarios’, donde expuso con absoluta claridad sus ideas de emancipación de los indios. Tanto Castelli como Moreno, fueron a su vez amigos de Manuel Ascencio Padilla y su mujer, la bella Juana Azurduy, y otros revolucionarios altoperuanos. Esta línea maduraría en las revoluciones de Chuquisaca y la Paz de 1809 –25 de mayo y 16 de julio, respectivamente-, marcando más aun el carácter anticipatorio de las rebeliones indias del Perú y Alto Perú, que abrieron el proceso liberador americano. Estas revoluciones anticiparon en un año la Revolución de Mayo de Buenos Aires, constituyendo de hecho el verdadero Mayo. Allí comenzó todo. En ella participan amigos y aliados de Moreno, Castelli y Belgrano, nuestros patriotas, debieron observar como sus compañeros fueron brutalmente asesinados por Abascal, Goyeneche, De Paula Sanz y Cisneros. Supieron con horror, del cadáver descuartizado y expuesto al escarmiento público de su amigo Pedro Domingo Murillo en La Paz. Murillo antes de ser descuartizado estampó en la cara de los criminales españoles su valiente profecía: ‘La tea que dejo encendida nadie la podrá apagar.’ Tuvo razón, el proceso iniciado por los patriotas del Alto Perú en 1809, concluyó con el león español de rodillas en Ayacucho en 1824. Pero las atrocidades de la represión hispana de 1780-1784 y 1809, no dejaban dudas sobre qué estaba dispuesto a hacer el Imperio español para defender sus privilegios y la esclavización de las masas americanas. Es desde allí, que Moreno expresaría con claridad meridiana que la revolución en América no tenía términos medios: ‘O ellos o nosotros’, diría con certeza de estadista, explicitándolo en su política de terror en el Plan de Operaciones y aplicándolo a través de su compañero Castelli que fusilaría a Liniers y demás jefes contrarrevolucionarios de Córdoba, y luego a De Paula Sanz y demás asesinos del pueblo altoperuano, vengando a Murillo, pero también a Túpac Amaru como lo expresaría el mismo Castelli. Sería él también, quien desterraría –cumpliendo las órdenes del Plan de Moreno- a los españoles del Alto Perú, encomenderos, estancieros, explotadores y esclavistas de indios de todo pelaje. Esto sería inadmisible para el partido de la burguesía criolla, quienes encabezados por Saavedra y el Deán Funes, derrocarían a Moreno, devolverían a los godos a sus tierras, y organizarían con ellos el golpe de estado contra Castelli, entre junio y agosto de 1811. Saavedra y el Deán Funes, con el auxilio de Viamonte traicionarían sin ambages a Castelli y su ejército libertador del Alto Perú y del Perú, en Huaqui, estableciendo contactos secretos con Goyeneche, dividiendo y debilitando al ejército revolucionario. Ellos destruirían la Revolución, y pondrían en marcha la contrarrevolución, que se expresaría sin ambages en la línea Saavedra-Rivadavia de la Junta Grande y el Primer Triunvirato. El proyecto revolucionario sería recuperado luego, en parte con la Revolución de San Martín y Monteagudo de octubre de 1812. Decimos en parte, pues el mayor daño ya estaba hecho, con la pérdida de los dos jefes irreemplazables de la Revolución y la pérdida del impulso inicial centralizado de la revolución continental. También se debilitaba con la instalación del conflicto fratricida con Artigas, que implicaría el abandono del alto Perú a las manos de la contrarrevolución española y a la masacre de su pueblo. La línea de la Revolución sería una y otra vez boicoteada y traicionada, hasta el definitivo triunfo británico en 1861, en las praderas de Pavón, y diez años más tarde en el horror de Cerro Corá en el exterminio paraguayo.
Revolución de Liberación nacional y social, continental e indiana.
De la misma manera, es en la rebelión tupamarista y altoperuana, donde debe buscarse el carácter claramente indiano de la revolución propuesta por Moreno, Belgrano y Castelli. Carácter ya expresado en la Memoria enviada por Castelli y Belgrano el 20 de septiembre de 1808, a nombre de la Logia Revolucionaria del Partido Patriota, a la princesa Carlota Joaquina; luego en el Plan Revolucionario de Operaciones de Moreno; las mismas ideas brillan en el Reglamento de los Pueblos de las Misiones decretado por Belgrano, en el Reglamento de los pueblos indios de Castelli de 1811, en su decreto del 25 de mayo de 1811 de libertad e igualdad para los indios, en el programa y la acción de la Logia Lautaro (en la línea sanmartiniana, no en la alvearista-pueyrredoniana) explicitado en el programa de la Asamblea del Año XIII, en el gobierno del General San Martín en Cuyo y en el Perú, las ideas el Plan son la base de la construcción del Paraguay autosuficiente, soberano, autónomo y guaranítico llevado adelante por Gaspar Rodríguez de Francia y luego por los López. Finalmente las mismas ideas se expresarían en el proyecto del Rey Inca de Belgrano y San Martín, con capital de la nación en el Cuzco, aprobado por el Congreso de Tucumán en agosto de 1816. Y si se quiere hilar un poco más fino, puede encontrarse dicho carácter en las frecuentes apelaciones del general San Martín a ‘nuestros paisanos los indios’, a su clara política indigenista en Cuyo y el Perú, al propio nombre del Partido de la Revolución que continúa la obra de Moreno y Castelli: la Logia Lautaro, y finalmente en las apelaciones constantes a los Incas, el Incario, a la gloria del Cuzco y por último al sol de los Inkas que ilumina nuestra bandera. Tal vez como símbolo mayor, valga recordar que lo único que San Martín se llevaría de América al exilio, sería ‘el estandarte que trajo Pizarro para esclavizar al Imperio de los Incas’, según sus propias palabras. (10) (pag 2XC). De allí que en su momento inicial, la Revolución de Mayo recorriera un camino distinto a las revoluciones norteamericana y francesa. Un camino marcadamente libertario y de revolución social profunda, aspecto del que carecen las otras dos; a excepción en la francesa en lo que respecta a la expropiación de las tierras de la nobleza y el clero, y a los intentos más radicales de Robespierre y la Montaña. Sin embargo los esclavos y los indios siguieron siendo sujetos de no derecho para los revolucionarios franceses y norteamericanos. Por el contrario, en la América Española liberar al indio, y por ende al negro, era un imprescindible y un equivalente cuasi socialista. Entre otros, al historiador británico-canadiense H. Ferns, no le pasaría desapercibido esta particularidad de nuestra Revolución: ‘La revolución contra España, a diferencia de la revolución norteamericana o de la revolución Francesa o de la cesación de autoridad portuguesa en el Brasil, fue una revolución completa, de carácter social, y económico además de político.’ (11) (pag 75) No casualmente, no existiría en el proceso político mundial, ningún documento similar al Plan de Operaciones de Moreno, hasta la llegada de la Revolución Rusa. Es decir, la extensión a la dimensión proletaria-campesina de la Revolución Francesa, y la necesidad de construir un país industrial donde no existía burguesía industrial. El Plan de Moreno será continuado –seguramente sin ser conocido por algunos de ellos- por Lenin, Trotzky, Mao, Ho Chi Minh, Fidel Castro y el Comandante Ernesto Guevara. (15) Por el contrario, quien sí tenía claro de qué se trataba la revolución que se preparaba en Sudamérica, era el enemigo español. El apelativo que la policía política y el poder inquisitorial peninsular puso a nuestros revolucionarios, no deja dudas sobre sus objetivos; ellos –el enemigo imperial- los llamaba ‘los Tupamaros’, es decir partidarios de Túpac Amaru. Ya en 1803 Juan José Castelli era juzgado por el poder español como ‘el más peligroso Tupamaro del Río de la Plata’. (3)
El revisionismo que falta
Esta línea de pensamiento, que hoy se abre camino impetuosamente al calor de la revolución indígena que conmueve a los Andes y a México, si bien poco desarrollada en nuestra historiografía, cuenta con aportes de otros países hermanos y de algunos intelectuales argentinos como Boleslao Lewin, Eduardo Astesano, Rodolfo Kusch, Ernesto Giúdici, Enrique Dussel, Felipe Pigna, Hugo Chumbita y Alcira Argumedo, entre otros. También es la línea desarrollada por el peruano José Carlos Mariátegui, Germán Arciniegas, César Vallejo, Gabriela Mistral, José M. Arguedas y Pablo Neruda entre otros pensadores. En nuestro país Eduardo Astesano, señaló con claridad las limitaciones de las dos corrientes principales de nuestra historia: ‘La historiografía liberal argentina se fue fijando en sus trabajos, por imperio de los hechos políticos que le dieron vida, un límite territorial reducido: reconstruir el pasado de la nación Argentina. A su vez el revisionismo, acentuó el contenido unitario americanista del hispanismo, defendiendo el nacionalismo español en su enfrentamiento a los portugueses e ingleses. Esta saludable polémica histórica se ha venido desarrollando estrictamente dentro de los límites de la Cultura Occidental, considerando al Imperio Incaico como precivilizado. Otro panorama mental encontramos en el Perú, Bolivia y, a veces en el Norte argentino. Allí la presencia de la numerosa población indígena, más la fuerte tradición de la cultura incaica, superior en la época de la conquista a la europea que trajeron los españoles -revitalizada posteriormente por las misiones Jesuíticas- constituyen la base para una revisión indigenista que rectifique algunos de los acontecimientos pasados. El continentalismo español había sido precedido por un continentalismo quichua, que debía necesariamente pesar en el nacimiento de la nueva nación americana planteado en 1780 y en 1810.’(2) Es realmente notable que Astesano empalme naturalmente la rebelión de Túpac Amaru en 1780 con el proceso liberador iniciado en 1810 (1809), como puntos de partida de la Emancipación Americana, cuestión negada por Mitre y Sarmiento, pero también por el revisionismo de cuño hispano-católico. Ambas líneas europeístas de nuestra historia, derivan el proceso independista de las invasiones inglesas, es decir de un factor externo de origen europeo y no de la propia lucha de las masas americanas. Por su parte, el revisionismo de cuño católico-rosista oculta, y en el peor de los casos justifica, el genocidio indio y la guerra a muerte seguida contra ellos. De allí las fuertes dificultades de los historiadores revisionistas para comprender la Revolución de Mayo, y no ver en ella más que un ‘golpe británico’ contra la ‘sagrada y católica’ España. José María Rosa, negando toda la evidencia histórica en contrario señaló: ‘La dominación española no fue la violenta sustitución de un pueblo vencido por otro vencedor como ocurrió con la colonización inglesa de América del Norte. Fue una imposición que hizo a los españoles señores de la tierra, pero mantuvo a los indígenas, convertidos y más o menos mestizados, como capa proletaria de la sociedad americana.’(12)(Tomo I pag 8) Sólo entre 1492 y 1605, la población americana que rondaba los cien millones de seres felices y libres, descendió a dos millones de esclavos harapientos. El mayor genocidio que conoce la historia de la humanidad, y él mismo, fue realizado en soledad por la España católica. Gran Bretaña comenzó su parte de la tarea sucia recién a mediados del siglo XVII, cuando el grueso de la masacre ya se había completado. España sometió a pueblos altamente civilizados y organizados –mucho más educados y cultos que los bárbaros españoles que los masacraban, que a diferencia de los Mayas desconocían el número cero o creían que el sol y las estrellas giraban alrededor de la tierra- como Incas, Mayas y Aztecas. Hubo allí un exterminio masivo, un estupro masivo de las jóvenes indias sobrevivientes –las madres y embarazadas eran despanzurradas junto con sus crías- tal cual lo relataran el Padre Las Casas o Fray Montesinos, entre otros y como figura en el relato de los invasores y especialmente en las tradiciones orales –y escritas mayas- de los pueblos invadidos, que son los que cuentan para estudiar la invasión. ¿O es qué vamos a estudiar las guerras de Vietnam o de Irak desde la perspectiva que nos den los generales norteamericanos?. Más tarde, los sobrevivientes e hijos mestizos y remestizados, se constituyeron en ‘subproletarido’ indígena. Pero en aquellos lugares –como el Plata- donde no había pueblos organizados, no hubo reemplazo sino exterminio continuo, y corrimiento de los sobrevivientes hacia la pampa infinita, tal cual lo ordenara Garay al refundar Buenos Aires. La matanza fue tan grande que uno de sus soldados preguntó: ‘Señor si la matanza es tan grande, ¿Quién ha de quedar para nuestro servicio?’(22)(pag 33) Y así siguió hasta después de 1879. El reemplazo a que se refiere Rosa recién ocurrió en los Estados Unidos, en el siglo XIX, de la misma manera que en nuestro territorio –de eso se trata la invasión de la nación Ranquel-Tehuelche-Mapuche por Roca y luego la de los Wichis, Chiriwanos, Tobas y Mocovíes-, en el resto de la América española y en otros lugares del mundo, cuando el nuevo amo imperial –Gran Bretaña- necesitaba ‘despejar’ territorios para instalar ‘la mano de obra sobrante europea’ que producía la segunda etapa de la revolución industrial. Eso que Marx explicara al señalar que ‘la Marcha al Oeste diluye la lucha de clases en Europa.’(18) Ese proceso que conocemos como ‘inmigración europea’. Otro historiador de la corriente hispano-católica, defensor del genocidio indio, Ernesto Palacio va más allá, y directamente señala: ‘Somos la continuación de España en América y la patria empieza con la conquista. A esa empresa de tres siglos debemos el ser. La guerra posterior por la independencia -larga, cruenta y gloriosa- fue un episodio incidental: guerra civil si la hubo, lo cual no implica desmerecerla, sino clasificarla técnicamente, y que debía terminar con una reconciliación definitiva, porque con España no hay frontera.’(13) (pag 81) Tal vez, si Palacio viviera, disfrutaría de la Argentina actual, donde luego de la increíble traición menemiana, la presencia dominante de Repsol, Iberia, Telefónica, el Bilbao-Vizcaya, el Santander, el control de rutas, pesca y otros rubros centrales de nuestra economía por empresas españolas, sea parte de lo que él señalaba como una ‘reconciliación con el Imperio español’ al que derrotamos en un ‘larga, cruenta y heroica guerra’, -seguramente innecesaria, para él- para devolverles 180 años más tarde, el control de nuestro país. El mismo Palacio se refiere a la gloriosa gesta de Túpac Amaru con tres renglones en un libro de cinco tomos, diciendo: ‘Nada ocurrió aquí (se refiere a nuestro país como si sólo fuera Buenos Aires, y aun cuando el Alto Perú era parte del Virreynato no lo consideraba ‘aquí’, repitiendo el mismo error metodológico de centralización portuaria del mitrismo), sin embargo comparable a los episodios que conmovieron a otras regiones del Nuevo Mundo y en los que no era difícil advertir la presencia de agentes británicos. Así la sublevación de Túpac Amaru en el norte de 1780 a 1783 y las de los ‘comuneros’ de Nueva Granada encabezados por José Antonio Galas.’ (14) (pag TomoI 233) Palacio juzgaba a Túpac de peor manera que el Imperio Español y su Inquisición, ya que no lo considera cono un ‘vasallo rebelde’, sino como ‘agentes subversivos al servicio extranjero’. Palacio usaba el mismo argumento que luego utilizaría la dictadura genocida contra los 30.000 desaparecidos. El mismo Palacio se refiere despectivamente a los pueblos originarios denominándolos ‘salvajes, herejes, o infieles,’ apelativos los dos últimos que también utiliza para árabes, judíos y protestantes.
La Revolución era total y continental
Completando a Astesano, cabe agregar que, en la mirada americanista de Castelli, Moreno y Belgrano y demás revolucionarios del núcleo duro, que su proyecto implicaba la revolución social y nacional del continente entero, incluyendo la insurrección del Brasil esclavista. De ninguna manera su mirada podía centrarse en los 42.000 habitantes poseía por entonces Buenos Aires, sino en los dos millones quinientos mil que lo habitaban desde Córdoba hasta Lima. Claro que las cuatro quintas partes de éstos eran indios o mestizos. De allí, que el sujeto revolucionario para ellos, fueran obligadamente las masas indias y no sólo la burguesía criolla. Por ello Moreno propondrá en el Plan de Operaciones, que para insurreccionar la Banda Oriental participaran ambas partes de la revolución: Artigas por los indios, gauchos, mestizos y negros, -es decir la plebe, la chusma- y Rondeau por la ‘gente decente’. Exactamente eso haría Belgrano al hacerse cargo del mando del Ejército Oriental. Mientras eso ocurriera, la Revolución marcharía sobre rieles. Puede decirse que fue el accionar decisivo y sin pausa de Moreno, Castelli y Belgrano el que salvó nuestra independencia de todas las traiciones posteriores, tal como expresara Moreno en carta a Belgrano, poco antes de ser derrocado: ‘no importa si me matan, con lo que hemos hecho, el camino de la independencia es ya irreversible.’(19) Traiciones que sin embargo no permitieron que España reconquistara nuestro territorio liberado –pese a las propuestas en ese sentido de Rivadavia y Rondeau, por ejemplo. Por el contrario cuando luego del golpe de estado saavedrista de abril de 1811, Belgrano fuera derrocado y el mando del ejército Oriental entregado a Rondeau, la ‘gente decente’ cambió el rumbo y dijo no, la ‘revolución es sólo para nosotros’. A partir de allí todo habría concluido, la Revolución ya no recuperaría el impulso vehemente y triunfal impregnado por el proyecto de los tres jefes liminares. Y esta expresión no es antojadiza, sería Vicente Fidel López quien lo dijera más tarde con todas las letras: ‘La revolución no se había hecho para los criollos pobres, los mestizos, los negros, los mulatos ni los indios. “El gobierno de Mayo había sido concebido por sus fundadores como república de patricios y para patricios.’(5) Cerrado el camino de Moreno, Belgrano y Castelli nuestro destino sería la factoría británica, el genocidio, la servidumbre, la exclusión y la brutal explotación de las mayorías. Las dos revoluciones habían sido derrotadas: al no permitir la redención de las masas indias y pobres y buscar su exterminio, la burguesía criolla tampoco se realizaría a sí misma, sino que sería un apéndice parasitario del imperio británico hasta 1945, cuando otra vez el subsuelo mestizo, indio y negro de la patria irrumpiera, juntándose por un breve tiempo con algunos sectores de las burguesías criollas. Para volver a ser traicionada y volver a insurreccionarse otra vez en 1959, 1969, 1973 y por último en el 2001 Para decirlo en términos más actuales, si ‘piquete y cacerola’ marchan juntos, podemos avanzar en transformaciones profundas, en caso contrario nos seguirán devorando los de afuera. No en vano, la mirada estructural y profunda del maestro Scalabrini Ortiz percibió la tragedia ocurrida con el derrocamiento de Moreno, el abandono y traición a Castelli, y la derrota de la línea del Plan de Operaciones. ‘Con la caída de Moreno, una ruta histórica se clausura... La Nación debe constituirse entera en la concepción de Moreno... La ruta de perspectivas que abrió la clarividencia de Moreno estaba definitivamente ocluida... El presintió una grandeza y una manera de lograrla precaviéndose de la artera logrería de Inglaterra. La otra ruta está encarnada en Rivadavia.’ (4)
Tiempos corren –después de haber atravesado un nuevo genocidio, esta vez con aportes de hijos de gringos, tal como predijera Scalabrini- repensar la historia argentina-americana en dos nuevos sentidos: por un lado retomando el verdadero programa y camino de los patriotas fundantes de la argentinidad -en tanto americanidad, programa continental, indiano, igualitario, proteccionista, autosuficiente, agrario y soberano. Ninguno de ellos pensó jamás en la existencia de la Argentina separada de sus hermanas del continente. Y también en un sentido, el Indiano –hoy diríamos indigenista- que ellos le dieron al proyecto revolucionario y que de hecho incendió el continente por más de medio siglo: es decir la revolución debía permitir la redención de las masas indias, negras y mestizas de todo el continente, incluidas las de Brasil. En segundo lugar debemos recuperar la memoria y la historia india de nuestra América como punto central de reconstrucción de una historia de los pueblos y no de las oligarquías, sean ellas de corte hispano-católico o liberal-británico. Esa es la tarea pendiente de una nueva mirada americana, que por suerte nuestros pueblos están escribiendo por sí mismos. Final de la Primera Parte
Citas
1.- Pigna Felipe, Los mitos de la Historia Argentina. Tomo I. Norma 2004.
2.- Astesano Eduardo, Juan Bautista de América. El Rey Inca de Belgrano. Edic. Castañeda. 1979.
3.- A. J. Pérez Amuchástegui, Crónica Histórica Argentina, Tomo I, Codex 1968. BsAs
4.- Scalabrini Ortiz Raúl, conferencia en FORJA, Las dos Rutas de Mayo, agosto 1937.
5.- López Vicente F. Historia de la República Argentina. Sopena 1949, pag264. Citado por Paz Carlos en Poder negocios y corrupción en los tiempos de Rivadavia, de Alejandría 2000.
6.- Lewin Boleslao, Rosseau en la Independencia de Latinoamérica, De Palma, 1980, Bs. As.
7.- Moreno Mariano, en Disertación Jurídica sobre el servicio personal de los indios, su tesis doctoral de 1802. Citado por Pigna Felipe en (1)(pag21.
8.- Lewin Boleslao, La rebelión de Túpac Amaru y los Orígenes de la Independencia Hispanoamericana. SELA. Buenos Aires. 2004.
9.- Giúdici Ernesto, Cuando Hitler Conquistó América. 1938
10.- A. J. Pérez Amuchástegui, op.cit.T. II.
11.- Ferns Harry, La Argentina, Sudamericana, 1972
12.- José María Rosa, Historia Argentina, 1964, citado por Chumbita H., Historia Argentina, UNLM, 2004
13.- Palacio Ernesto, Historia de la Argentina, Alpe, BsAs.1954
14.- Palacio Ernesto, Historia de la Argentina, Abeledo-Perrot, 1987, 5 tomos
15.- Galasso Norberto Mariano Moreno, Edic, del Centro Discépolo. 2000
16.- Ramos Jorge Abelardo, Las Masas y las Lanzas, Hyspamérica, BsAs., 1986
17.- Cifras originadas en las investigaciones de Uslar Petri y denunciadas en la cumbre de Sevilla de 1992 por una delegación de Pueblos Originarios americanos que impugnaron los ‘festejos’ por los 500 años de la invasión española.
18.- Marx Karl, Engels Federico, Obras Escogidas, Cartago 1974
19.- Citado por Casco Marcos en, La Argentina un tigre en acecho, Corregidor, BsAs. 1996
20.- Citado por Lewin Boleslao en Rousseau y la independencia argentina y americana, EUDEBA, 1967
21.- Cháves Julio C., Castelli el Adalid de Mayo Leviatán, BsAs., 1957
22.- O’ Donnell Pacho, Historias argentinas, Sudamericana, 2006.
23.- Paltrinieri Amanda Laura Túpac Amaru y el noroeste argentino... Publicado en revista Nueva Nº 512, 06/05/2001.
(x) Ingeniero agrónomo e historiador; docente en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
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