sábado, 7 de abril de 2012

Juan Eduardo Lenscak: CALVARIO

Por Juan Eduardo Lenscak 


En Formosa, la provincia con “el vía crucis más largo del mundo”, tuvo flagelos dignos de tamaña pasión, donde las privatizaciones, como aquellas guardias pretorianas, nos han hecho beber hiel cuando la sed apretaba con mayor crudeza. 

El afán de lucro de las corporaciones
 privadas hacen sentir a los trabajadores que
 los servicios públicos pueden convertirse 
en un calvario. 
Las interminables y lentísimas colas en los bancos para hacerse de unos pesos antes del fin de semana largo, fueron sorprendentes y exasperantes. Se pudo comprobar cómo el sentido del lucro sectorial está por encima de un servicio público. En tantos años de vida institucional todavía no se pudo encontrar un sistema para el pago ágil de los salarios sin que se tenga que mortificar a los trabajadores con demoras y traslados tan torturantes. Hasta parece utópico pensar que en cada repartición haya un cajero automático o un pagador -a la vieja usanza- para cumplimentar la obligación patronal de pagar en efectivo y en término a los agentes de la administración pública. Como tal propuesta tiene todo el aspecto de ser onerosa, y no reportaría ganancias inmediatas a la empresa financiera privada que monopoliza el movimiento de capitales de la provincia, no se justificaría la inversión. La opción que se elige es la más cómoda para la empresa: que los usuarios paguen con su tiempo y su traslado, el costo del servicio. 

Las quejas se hicieron sentir por distintos medios. Producto del enojo momentáneo de una coyuntura especial de solo dos días hábiles antes del feriado largo de semana santa. Pero, lo dramático de este gólgota cotidiano, no está en las quejas circunstanciales ni en las peleas por quién está primero en la cola, que no haya “colados” de privilegio, que haya horario corrido de atención al público, que habiliten todos los cajeros, etc…; lo preocupante de este vía crucis popular, que en esta semana estalló como primicia en todos los diarios y radios, radica en que parecería sobreentenderse que el paradigma del lucro empresarial bancario está por encima del derecho de cobrar dignamente y de la obligación de pagar en término, solo que no sea tan cruel. 

La coyuntura hizo estallar este supuesto, desnudándose la abismal diferencia que existe entre el afán de lucro y el sentido de servicio en una entidad bancaria. Algo equivalente a la diferencia que plantea la teologìa cristiana entre una muerte sin sentido y la resurrección. 

Otra crucifixión de las privatizadas donde sin eufemismos duele día a día la diferencia entre ser un instrumento para el lucro o brindar un servicio público, es el padecido en los surtidores. Allí el precio de los combustibles sigue en aumento y cuando no hay colas, o no hay sistema o sencillamente están cruzadas las mangueras. Ni pensar los ingredientes adicionales que se le suman cuando nos adentramos unos kilómetros hacia el interior, donde las arbitrariedades en algunos despachantes pueden llegar a superar hasta las más crueles de las fantasías. La privatización de YPF nos va mostrando la verdadera cara de piedra del capitalismo, que flagela, corona de espinas y crucifica sin miramientos. Mucho más cuando la empresa concesionaria sufre un acoso estructural mundial como el protagonizado en España, donde reside la central de Repsol. Este capitalismo privatista, sin vergüenza alguna puede mostrar cómo una provincia productora de petróleo (Formosa), puede tener precios del combustible más elevados que en otras zonas del país, donde no se lo produce. 

Cuando el gobierno comienza a cumplir su rol de controlador, para requerir reinversiones en la producción, la guardia mediática pretoriana no modifica para nada su actitud de cumplir con el mandato de la crucifixión. Además, comienza a burlarse de la política económica nacional, poniendo en duda lo obvio, como se hizo en editoriales españolas repetidas a nivel nacional como provenientes de una meca incuestionable, y a limar la enorme credibilidad que avala la gestión presidencial con operaciones que tienden a desprestigiar al vicepresidente, cuyo “delito” principal fue haber sido el autor intelectual nada menos que de la repatriación de fondos de los trabajadores que usufructuaban a su antojo las AFJP. 

Las corporaciones del privilegio y la explotación mantienen la guardia y no están dispuestas a ceder. Ahora aparecen soliviantando el precio y el desabastecimiento de la yerba, como ya lo han hecho con el azúcar y el aceite. Hay poco, se raciona, y es caro, cuando el precio de la materia prima no condice con el que se exhibe en góndola. 

En esta semana santa, la corona de los pobres parece que le han crecido las espinas. Además de las colas para cobrar el sueldo, del Jesús en la boca a la hora de ir al surtidor, del racionamiento y encarecimiento de las yerbas, el azùcar y el aceite, podemos enumerar muchas otras púas que hincan la tan sensible víscera de los trabajadores. Como el plus médico, que paradójicamente llaman el plus “ético” cuando contradice explícitamente los objetivos y la misión de las obras sociales; el precio de los remedios, y los anuncios catastróficos (posteriormente desmentidos por la Asociación de Trabajadores de Farmacias) sobre faltantes por las restricciones a la importación; el precio del minuto de telefonía celular y sus colapsos, como el último de Movistar… por nombrar sólo los más cotidianos donde puede apreciarse la mano negra de alguna corporación cuyo fin principal es el lucro y no precisamente el servicio. 

Y aunque se hayan sucedido “milagros”, algo tan impensado durante la dictadura o las gestiones neoliberales como la asignación universal por hijo, las jubilaciones para todos, las net para los pibes del secundario, las paritarias, la resolución pacífica de los conflictos sociales, etc., las corporaciones mediáticas y económicas del privilegio seguirán utilizando todos sus recursos –que no son pocos- para imponer la liberación de algún Barrabás. 

Y como en Galilea, también tenemos nuestros zelotes que no entienden ni la etapa, ni la coyuntura, ni las prioridades en la estrategia trazada que permite el crecimiento logrado. Con criterios casi análogos, o por lo menos funcionales a los de las corporaciones del lucro, arremeten violentamente contra la embajada inglesa, y se movilizan contra la conducción nacional que ha tenido el mérito de ser catalogada por el genocida Videla, como lo peor que le pudo haber pasado. 

Es cierto que ya no estamos en la sala de torturas del proceso de reorganización nacional, ni se subastan las vestiduras ni lo poco que nos queda a los argentinos. Tuvimos un cireneo que ayudó a levantar la cruz, y una verónica que calma las heridas. Pero está preparado el gólgota para crucificar este modelo de crecimiento con inclusión junto a los ladrones, para escarmiento y burla frente al conjunto de la sociedad y a la comunidad internacional. Con la complicidad de los fariseos locales y la firme determinación del imperio. 

Si bien los argentinos nos encaminamos a una resurrección, y bien concreta nada de sublimaciones extratemporales, junto a los países hermanos latinoamericanos, todavía debemos tener en cuenta que la gloria es una utopía, posible, sin sublimacines, pero que continuamos transitando con la cruz a cuestas, de los precios, las colas, los colapsos, el desabastecimiento, y los distintos latigazos económicos y mediáticos propinados por los centuriones, los mercaderes del templo y los escribas del imperio. Sectores minoritarios pero muy poderosos, empecinados en que la vida de los argentinos, como sucedió con los nativos, con el gaucho y con los obreros, no solo sufra ajustes, tormentos y crucifixiones de todo tipo, sino, y lo que es peor, que entendamos que si hay resurrección será en el más allá, en otro mundo, pero no en éste, y que no tenemos otro destino que no sea, necesariamente, el del calvario.


Fuente: Agencia Padre Santiago Renevot - Formosa

jueves, 5 de abril de 2012

EDUARDO LUIS DUHALDE: Bioética y derechos humanos


Por Juan Carlos Tealdi *

Eduardo Luis Duhalde fue el funcionario que conjugó políticamente de los derechos humanos como principios fundamentales de la bioética en la Argentina y proyectó ese vínculo a escala latinoamericana e internacional. Cuando el pilar fundacional de la ética en las investigaciones biomédicas junto al Código de Nuremberg –la Declaración de Helsinki de la Asociación Médica Mundial– era atacado en el año 2003 por la propuesta neoliberal de un doble estándar entre países ricos y pobres, él constituyó, en la secretaría a su cargo, un consejo dirigido a la defensa de los derechos humanos como principios básicos de la bioética en la experimentación con seres humanos.

Al año siguiente, cuando se discutía el tercer borrador de un instrumento internacional sobre bioética, la Secretaría de Derechos Humanos convocó a un seminario latinoamericano que tuvo un enorme impacto, para introducir la visión regional y de los países pobres en la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos que la Unesco aprobaría en 2005. El artículo 14 de la misma –llamado “argentino” o “latinoamericano”– fue una propuesta que Duhalde introdujo personalmente y que reconoce a la salud como derecho humano básico pidiendo que los progresos de la ciencia y la tecnología fomenten el acceso a medicamentos esenciales, alimentación y agua adecuadas, mejora en condiciones de vida y medio ambiente, reducción de la pobreza y el analfabetismo, y supresión de la marginación y exclusión de personas por cualquier motivo. La asociación entre la bioética y los derechos humanos que recoge el título de la declaración fue postulada y defendida asimismo por la representación argentina en el documento final.

Eduardo Luis Duhalde puso así a la Argentina como referencia de liderazgo internacional de una bioética fundada e indisociablemente unida a los derechos humanos en toda la variedad de temas de los que se ocupa. Ese aporte lo muestra como un hombre que en su vida dio ejemplo de defender los derechos y libertades fundamentales frente al terrorismo de Estado, pero también como quien supo interpretar lúcidamente las nuevas fronteras y desafíos normativos que el desarrollo de la ciencia y la tecnología en el campo de la vida y la salud nos ofrecen en la actualidad y hacia el futuro. Quienes hemos tenido la fortuna de acompañarlo en esta tarea hoy tenemos el dolor de su pérdida, pero también el legado de su magisterio de una ética del compromiso militante en la búsqueda de justicia.


* Asesor en Bioética de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.

Fuente: Pagina12

miércoles, 4 de abril de 2012

EDUARDO LUIS DUHALDE: El bronce que sonreía


Por Mario Wainfeld

Cuando alboreaban los ’70, Eduardo Luis Duhalde era un “bronce”. Defensor de presos políticos, docente, historiador revisionista. Para los abogados jóvenes, era una referencia, un modelo a imitar. Los libros que escribía junto a Rodolfo Ortega Peña eran material de consulta y debate entre la ávida militancia de la época. Ya que de “Militancia” hablamos, tal fue el nombre de la revista política que, en tiempos del tercer gobierno peronista, lo fustigaba y también marcaba distancia con “la gloriosa JP” y a todos los “corría por izquierda”. Era una publicación radicalizada, bien escrita, pletórica de sarcasmos, potente, adictiva aun para quienes discrepaban con su línea editorial.
En aquel entonces debía tener un motorcito propio para atender el estudio junto al Pelado Ortega Peña, mantener a pulmón una revista semanal, rolar dando charlas por donde se le requiriera, seguir “en la profesión” y jamás dejar de estudiar o de escribir.
Lo reconocían propios y extraños. Tan era así que la dictadura lo privó de sus derechos ciudadanos e “incautó” su patrimonio. Una suerte de “muerte civil”.
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Fue al exilio, luchó siempre por los derechos humanos. Se constituyó en una referencia, un anfitrión y un cicerone para Madres y Abuelas que salían de la Argentina, por primera vez casi todas, para hacer conocer las tropelías del terrorismo de Estado.
Fue también juez, periodista. En 2003 Néstor Kirchner lo designó secretario de Derechos Humanos, cargo que ejerció hasta ayer. El ex presidente lo eligió con la perspicacia simbólica que lo movió a proponer a Eugenio Raúl Zaffaroni como integrante de la Corte Suprema, en reemplazo de Julio Nazareno. Trayectorias de enorme coherencia, representatividad ganada como defensores de valores innegociables. Iconos, sin quererlo acaso. Y ¿por qué no decirlo?, al nombrarlos Kirchner añadía un bonus: el desafío a la cerril derecha argentina que sólo les reservaba la excomunión.
Terminó su carrera como funcionario. Seguramente no lo hubiera imaginado años antes. Agradecía a la vida haberle dado la posibilidad de llegar a ese cargo y de vivir las circunstancias que transcurrieron desde 2003. Secretario de Derechos Humanos en la etapa en que puso fin a las leyes de la impunidad, casi nada.
Fue un intelectual voraz y polígrafo. Un historiador con las antenas siempre alertas. Hasta en los años más recientes le robaba horas al sueño para seguir escribiendo.
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Hombre de convicciones firmes, tenía dotes de componedor. Debió ponerlas a prueba cotidianamente en la Secretaría. Es que los objetivos comunes y formidables de los organismos de derechos humanos no son un obstáculo para la existencia de internas y resquemores. Sabía conciliar, se hacía querer.
Era un buen conversador. Lo adornaban una sonrisa amplia, el sentido del humor que suele embellecer la inteligencia, condimentado con una socarronería digna de mención.
En los ’70 resultaba el Eduardo Duhalde más conocido. Con el regreso de la democracia, “tomó estado público” un tocayo muy conocido: Eduardo Alberto Duhalde, quien fuera gobernador bonaerense, vicepresidente y presidente. En los círculos de iniciados cundió la costumbre, tan burlona como certera, de motejar “Duhalde, el bueno” a Eduardo Luis. Lo era, aunque tenía espolones.
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El cronista lo miraba de “abajo” en los primeros ’70, apenas recibido de abogado. Subrayaba los libros, lo escuchó “n” veces. Después pudo conocerlo personalmente, más de cerca. El bronce sonreía, era el mismo tipo. Siempre fue el mismo, comentaron ayer Estela Carlotto y Esteban Righi, que lo conocieron mucho.
Cuando se recorren tantos espineles, durante décadas, se acumulan polémicas, cuestionamientos. La gestión pública es fértil en ese sentido. Nadie escapa a eso, nadie está de acuerdo permanente con nadie durante, digamos, medio siglo. Pero el promedio, la trayectoria lo colocan siempre de un mismo lado: batallando, dispuesto a propagar sus ideas.
En tiempos encalmados (los actuales lo son aunque usted no lo crea) cualquier cacatúa hace alarde de coraje o de pertenencia. Muchos se colocan en el primer lugar de la fila, pese a haber llegado un ratito antes. Eduardo Luis Duhalde era un ejemplo polarmente distinto. Luchador, militante popular, perseguido y odiado por dos dictaduras, consecuente del principio al fin. Lo suyo se edificó en décadas, con variantes porque la historia nacional las tuvo, pero sin claudicaciones.
Se fue respetado y querido. Se lo ganó palmo a palmo. Difícil reemplazar personajes así, imposible olvidarlos o dejar de agradecerles, así sea en unas pocas líneas.
Fuente: Pagina12

martes, 3 de abril de 2012

MURIO EDUARDO LUIS DUHALDE, UN LUCHADOR.


DOLOR: Murió el compañero Eduardo Luis Duhalde. Un militante y defensor de los DDHH. Hasta la Victoria Siempre Compañero!!

Lo llamabamos cariñosamente "Duhalde el Bueno", para diferenciarlo del aliado de los genocidas de la Provincia de Buenos Aires.





Secretario de Derechos Humanos de la Nación, querellante en juicios por delitos de lesa humanidad y redactor de la denuncia a Papel Prensa por delitos de lesa humanidad en la transferencia a Clarín y La Nación.

Abogado compañero de Rodolfo ortega Peña en la Revista "MILITANCIA"

(foto Duhalde y Ortega Peña... dos luchadores)



EDUARDO LUIS DUHALDE... YA ESTAS CON LOS ABOGADOS COMPAÑEROS DETENIDOS DESAPARECIDOS Y ASESINADOS.
 — 

H.I.J.O.S.: Genocidas: de los centros clandestinos a las Malvinas

Por H.I.J.O.S.*

Los 30 años de la guerra de Malvinas nos convocan como pueblo a un debate necesario y fundamental para la construcción y fortalecimiento de la democracia, y el ejercicio ciudadano de la memoria.

Desde la Agrupación H.I.J.O.S. manifestamos nuestro apoyo al reclamo emprendido por el gobierno nacional por la soberanía de Malvinas, desde la certeza de que el camino que se está eligiendo es el del diálogo, la paz y que tiene el apoyo de nuestros países hermanos de Latinoamérica.

Este 2 de abril nos encuentra con un pedido de revisión de algunos aspectos de esa guerra, que fue planeada por los mismos genocidas que torturaron, secuestraron, violaron, robaron bebés y desaparecieron a compañeros.

Hay al menos tres aspectos que queremos destacar. El primero es que esa guerra fue decidida por un gobierno anticonstitucional, no por uno que haya llegado por el voto popular. Fue una decisión tomada por la Junta Militar integrada por Galtieri, Anaya y Lami Dozo. El segundo: los jefes de las Fuerzas Armadas argentinas eran genocidas y llevaron a las islas las prácticas criminales que aplicaban en los más de 500 Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTyE) que funcionaron en nuestro país. Algunos de esos represores fueron condenados posteriormente en el Juicio a las Juntas y en los juicios que se desarrollan en la actualidad. El tercero: esos crímenes, cometidos contra combatientes argentinos, son delitos de lesa humanidad que no deben quedar impunes. Por eso, la causa debe avanzar en la Justicia.

Uno de los máximos responsables de lo que pasó en la guerra fue Mario Benjamín Menéndez, entonces gobernador de facto de Malvinas. En 1977 fue director de la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral de Campo de Mayo, uno de los campos de exterminio más atroces del país. En 1979 fue comandante de la Brigada de Infantería de Montaña VI de Neuquén, teniendo a su cargo los CCDTyE que funcionaron en la zona. Se trata del primo del genocida Luciano Benjamín, condenado por crímenes de lesa humanidad.

Recientemente, la presidenta de la Nación, Cristina Fernández, anunció la excelente decisión de crear el Museo de Malvinas en el predio donde funcionó la ESMA, hoy Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos. Algunos preguntaban qué tenía que ver la ESMA con Malvinas. Nosotros respondemos: TODO. Muchos de los jefes que tuvieron a cargo a los soldados colimbas en las islas fueron los que integraron la patota de la ESMA como, por ejemplo los ya condenados a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad, Rolón, Astiz, Pernías o Acosta. Como así también los que están detenidos esperando nuevo juicio, como Corbetta, Damario, Daviou y Binotti. Fueron ellos. Fueron los mismos: iban de los centros clandestinos a las Malvinas. Osvaldo Jorge García, Juan José Lombardo, Omar Edgardo Parada, Juan Ramón Mabragaña, Jorge Enrique Perren, Edgardo Aroldo Otero, José Julio Sarcona, Francisco Lucio Rioja, Antonio Oscar Pereyra, Walter Oscar Allara, Pedro Giachino, son sólo algunos de los nombres de quienes trasladaron a las islas las prácticas que aplicaban a detenidos-desaparecidos.

¿Cómo no pensar que quienes torturaron a militantes indefensos, violaron a detenidas y detenidos-desaparecidos y robaron bebés, no volverían a cometer los delitos más atroces con nuestros soldados? ¿Por qué pensar que quienes entregaron nuestro país al capital financiero y extranjero iban a defender después nuestra patria?

Queremos hacer un reconocimiento a todos aquellos pibes colimbas que pusieron su cuerpo, fueron torturados por sus superiores y hasta dieron su vida por nuestra patria. Durante décadas fueron negados, olvidados, marginados. Hoy son reconocidos por el Estado y el pueblo. Los acompañamos en su pedido de justicia para que las aberraciones y torturas que sufrieron no queden impunes y en su reclamo para que los 123 cuerpos NN que hoy están en el Cementerio de Malvinas sean identificados.

Por eso, a 30 años, reclamamos bien fuerte ¡Memoria, Verdad, Justicia, Democracia y Soberanía!

* Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio.

lunes, 2 de abril de 2012

MALVINAS: “El enemigo estaba entre nosotros”

A los 48 años, Benítez es uno de los denunciantes en la causa por apremios ilegales en la guerra de Malvinas. Estaba en el servicio militar y lo trasladaron a las islas. Pasó hambre, fue humillado por los suboficiales que lo mandaban. Espera justicia


Foto: Rolando Andrade
Por Nora Veiras

Pedro Benítez empezó a trabajar a los 9 años, dejó la escuela en quinto grado, cuando la escritura todavía le era esquiva. En el verano del ’82 era soldado conscripto en el Regimiento 3 de La Tablada. Estaba en Ezeiza haciendo la instrucción y se empezó a comentar que “iba a haber una guerra como la que casi se hace con Chile. Se decía que nos iban a llevar a nosotros. No lo creíamos. ‘¿Quién nos va a llevar a nosotros?’. Eramos la clase ’63, teníamos apenas un mes de instrucción. Nosotros decíamos que llevarían a los grandes, los de la ’62”. Se equivocaron.

“Nos pusieron en fila, nos cargaron en camiones Unimog y nos llevaron al cuartel de La Tablada. La gente se acercaba y nos decía: ‘Pobres, van a las Malvinas, a la guerra’. Nos daban de todo, comida, lo que tenían.” El fin de semana de Pascua lo pasó sentado espalda con espalda con otro compañero en el Palomar esperando el avión que los llevaría al sur. “Nos cargan en un Boeing sin butacas sentados en el piso. Estábamos todos apretados, éramos muchísimos. Faltaba el aire. Nunca había viajado en avión, éramos muy pobres, no teníamos un mango, nada.”

Escala en Río Gallegos y otro avión “cortito” hasta las islas. De ahí a cavar para hacer los pozos de zorro, armar las carpas. “En Puerto Argentino, la Infantería nos da raciones de comida fría, en latitas. Nos dan la orden de ir a la primera fila, a buscar posiciones en la isla Soledad. Yo estuve casi siete días sin salir, en la trinchera. No sabía. Mi jefe no me conocía. Empezaba a faltar la comida, teníamos hambre, hasta que un día con González, otro soldado, empezamos a buscar. Una mina explosiva había matado una vaca y los de la clase ’62 la habían carneado por orden de sus jefes, lo único que había quedado era el hígado, que tenía piedras, ya estaba medio verde, el hígado iba de aquí para allá. Con González sacamos lo de adentro y lo cocinamos apenas. Con un hueso medio podrido hicimos como una pasta, salía olor a queso. Comíamos eso. Teníamos hambre.”

Hambre es la palabra que hilvana su relato. Las bombas que caían incesantes a partir de la una de la madrugada y el frío paralizante pasan a segundo plano. Uno de esos días eternos, Benítez le pregunta a otro compañero si podía sacar un poco de grasa para hacer chicharrón de un pedazo de carne que tenía el sargento fuera de la trinchera. Le dice que no y él, acostumbrado a obedecer, no hace nada. “La carne desapareció y mi compañero le dijo al sargento que yo había andado rondando. Le juré por mi madre que no había sido yo.” La mirada se le empieza a enturbiar.
Castigo

El sargento le ordena al cabo que lo estaqueara a Benítez y lo dejara tres días sin comer. Al lado de su trinchera, clavan las estacas y lo atan. De las 10 de la mañana a las 7 de la tarde lo dejaron crucificado. “El cabo me pisó con el taco del borcego la mano con la que decía que afané y con el pie, la cabeza. ‘Así que usted es un ladroncito’, me decía. Y a los otros les gritaba: ‘Al que se le acerque, lo voy a estaquear también’. Un soldado, cuando no lo vieron, vino corriendo y me mandó un chicharrón caliente en la boca, lo enfrié con la saliva y me lo tragué. No me acuerdo quién me desató.”

A partir de ese momento, el cabo, a quien Benítez identificó ante la Justicia, no paró de acosarlo. Le ordenaba hacer guardia todo el tiempo, tirarse a la trinchera llena de agua helada, quedarse con los pies sumergidos. “Un día vino un voluntario repartiendo queso y dulce, yo y otros dos que estábamos castigados comimos. Entonces nos hizo arrodillar y nos empezó a dar como martillazos en las manos y en la nuca con el sable de la bayoneta. En ese momento le llevaron a él un guiso de arroz y nos decía: ‘¿Saben cómo está? Riquísimo y ustedes se lo están perdiendo’.” Las lágrimas le brotan incontenibles.

“Para combatir con un inglés tenés que estar comido. Yo no podía levantar un cajón de municiones, temblaba. Fui con ochenta kilos y volví con cuarenta. Un día el cabo me pone el arma en la cabeza y me dice: ‘¿Si lo mato?’. Yo le dije: ‘Por ahí una bala me salva la vida’. Decían que el enemigo iba a atacar, pero el enemigo estaba ahí adentro, estaba entre nosotros. Te juro por mis hijos. Dios y la Virgen saben que yo no toqué nada.” El llanto renace.

En Puerto Argentino entró a una cocina donde un sargento estaba preparando un guiso para su grupo. Cuando terminó de repartirles a sus soldados le llenó una lata Nido que Benítez había encontrado. “Tenía tanta hambre que sentía que el paladar se me descocía.”
La rendición

“‘Boina que baje van a tener que matar’, nos dijeron. Los ingleses estaban bajando de Mont Longdon. Tenía mucho miedo de morir, de encontrar a un inglés cuerpo a cuerpo. Me había subido a un tractor, rompí el vidrio para poder tirar, pero me estaba congelando. Me bajé y encontré en una casa de los kelpers una lata de peras. No mordía, tragaba. Capaz venía un inglés, pero por lo menos iba a estar con el estómago lleno.”

Pedro estuvo los dos meses en Malvinas sin sacarse los borceguíes. Sentía los pies hirviendo, helados, pinchazos, casi no podía caminar. “Cuando terminó la guerra nevaba, estaba todo blanco, una tristeza, un soldado por acá, otro por allá. Me daba lo mismo morir. Estaba amarillo, con diarrea, iba de cuerpo sangre.”

“Cuando los ingleses nos toman prisioneros nos meten en los galpones que habíamos ocupado no-sotros: estaban llenos de comida. Barras de queso, dulces, naranjas. Tenía tanta desesperación que agarré una barra de queso y casi me peleo con otro soldado por agarrar otra. Dormimos tres días arriba de comida que no nos habían repartido.”

Después de tres días ahí, los trasladaban en dos barcos: el Canberra y el Norland. “En el Canberra se fue el cabo mío. No te imaginás la liberación”, dice y remarca con un gesto como si un monstruo hubiese salido de su cuerpo.

En el Norland les toman los datos, les sacan todo lo que llevan y lo ponen sobre una mesa, excepto a él. Arrastrándose casi, Benítez se acerca para completar esa especie de requisa y un inglés sólo atina a regalarle un chocolate. Lo llevan a la enfermería y le sacan los cordones de los borceguíes. Vuelve con los heridos y se encuentra con Silvero, el soldado que le ayudaba a escribir las cartas para su mamá. Un inglés “como de dos metros me sube a cococho y así me baja del barco a la camilla. Recién en el Hospital Naval de Puerto Madryn me sacan los borceguíes. Una doctora me dice: ‘Mordé un lápiz, te los tengo que sacar’. Era todo un coágulo de sangre, olor a podrido, la carne se descocía. Después me baño, tenía todo como una costra. Me tocaba, era todo hueso, todo flaco”.

Campo de Mayo sería el próximo destino. Sus padres lo buscaban y nadie daba con él. A los otros soldados los iban a ver y a él no. Una enfermera le pregunta dónde vivía y dio la casualidad de que era vecina de su barrio en José C. Paz. Es esa mujer la que le avisa a su mamá.
Reencuentro

“Mi vieja ahí nomás se fue a verme. ‘¡¿Qué te hicieron, hijo?! Yo te voy a sacar adelante’, me decía. Yo no hablaba, balbuceaba, la lengua se me trababa de la debilidad que tenía.” El llanto otra vez les gana a las palabras.

Benítez tenía pie de trinchera, principio de gangrena. Le dicen a su mamá que le tienen que amputar el pie. “Ella le pidió a la doctora que la dejara hacerme masajes. Me frotaba con un líquido con el que frotaban a los caballos. Mi vieja era del campo, nos curaba siempre con yuyos. Me masajeó hasta que empecé a mover los dedos. Me salvó mi vieja de que me cortaran el pie.”

Estuvo ocho meses internado en Campo de Mayo. Cuando salió fue al cuartel a buscar el documento de identidad y se encontró con el cabo que lo había torturado en la guerra. Le ordenó hacer salto de rana, Benítez se resistió, lo encerró en un cuartito y lo molió a palos: “Me pegó tanto que me quedó incrustado el Rosario que tenía colgado en el pecho. Me voy a mi casa, digo que me duele el pecho y mi mamá me empieza a hacer masajes. Me dice; ‘¿A vos te están pegando?’. Le pido que no le cuente a mi papá porque ella sabía que los militares son mandados a hacer para desaparecer gente”.

A la semana le devuelven la libreta y Benítez se recluye otros siete meses en su habitación. No quería salir. Tenía terror. Un teniente coronel va con su secretaria a visitarlo, le preguntan al padre si había contado algo de la guerra. “No, si no habla nada”, repite el hombre y el teniente coronel advierte entonces que la casa estaba sin terminar: “Escríbanle una carta a la señora Amalia de Fortabat que ella les va a dar los materiales”, les dice el oficial. Ajeno al perverso vínculo de negocios y terrorismo de Estado, Benítez se muestra agradecido porque los materiales llegaron.

Durante años, el miedo le impidió hablar. Encontró trabajo en el ferrocarril y se terminó jubilando de portero. Treinta años después espera que juzguen a esos militares que lo convirtieron en víctima. No hay reparación para tamaño dolor. Cabe pedirle perdón.




Fuente: Pagina12

SEINELDIN: Las confesiones de un nazi

Un seguidor de Seineldin, el Cabo 1º
Verdes alzado contra la democracia,
apuntando a periodistas.
SEINELDIN: Las confesiones de un nazi (para los que en dias como este, 2 de Abril, pierden la memoria). (Revista 23 Nº 187).



(En la foto un subordinado de Seineldin).


SEINELDIN: Si uno da vuelta el mapamundi vamos a ver que toda esta zona (señala el sur de la Argentina) está excéntrica (sic) de la isla del mundo. A partir del paralelo 40, están las riquezas que abastecerían al mundo. Están las cinco Argentinas: la marítima, la patagónica, la antártica, la insular y la espacial. Si empieza un conflicto nuclear, se puede ver el valor geopolítico. Se rompen las repúblicas y nacen los bloques de naciones. El bloque tres es China y el sudeste. Estados Unidos quiere el ALCA y como no tenemos nada quieren que se entregue el patrimonio de la deuda a cambio.

PERIODISTA: ¿Qué elementos concretos tiene para decir eso?

SEINELDIN: Hay un juego diplomático y un juego de guerra que habla de esta expansión. No te olvides que nuestros indígenas venían de China. Nosotros estudiamos. Nos pueden invadir en medio de un conflicto. ¡Ya la han invadido con chinos por todos lados! Van entrando poco a poco con la comida china.

PERIODISTA: ¿La comida china?

SEINELDIN: Una invasión tarda 20 años.

PERIODISTA: ¿Cerraría los locales de comida china?

SEINELDIN: La invasión pacífica se utiliza. Invaden culturalmente y luego militarmente. Ellos buscan reservas, parques nacionales que fueron privatizados. Van poco a poco. Lo que va a venir es una dictadura mundial, un socialismo mundial.

PERIODISTA: La economía china es capitalista. 

(...)

PERIODISTA: ¿Y Patti le simpatiza?

SEINELDIN: Patti tiene un gran corazón. Me trajo pan dulce, pidió por mi libertad. Tiene un gran corazón. 

PERIODISTA: Está procesado por torturador.

SEINELDIN: Bueno, eso. Todo hombre tiene sus fallas. 

(...)

PERIODISTA: Usted estuvo con el grupo de tareas de Suárez Mason.

SEINELDIN: No, no. Es mentira. A mí me hicieron a un lado.

PERIODISTA: Peregrino Fernández, el ex policía, lo acusó de ser nexo entre las 3 "A" y el Ejército, y de integrar un Grupo de Tareas en la dictadura.

SEINELDIN: Es mentira, yo tenía amistad con la policía.

PERIODISTA: Tenía relación con Alberto Villar, el organizador de las 3 "A".

SEINELDIN: Sí.

PERIODISTA: Villar organizó la Triple "A".

SEINELDIN: No. Es mentira. Fue una guerra.

PERIODISTA: ¿Justifica la tortura?

SEINELDIN: Mirá, acá viene un poco la poca...

PERIODISTA: ¿Sí o no?

SEINELDIN: No, no. No es así. (Comienza un largo monólogo). Yo peleé en el monte por el gobierno constitucional porque es mejor un gobierno constitucional malo que un militar bueno. Las Fuerzas Armadas no tenían la tortura como el ejército israelí (sic). ¡Nosotros no!

PERIODISTA: ¿Justifica o no?

SEINELDIN: Yo justifico juicios sumarísimos. . Yo nunca vi nada. Los campos eran muy cerrados. Vos me tomás como comandante en jefe. La guerra se animalizó. La guerrilla empezó todo y fue pagada por establishment angloamericano. El ejército me dejó solo. Yo estaba en el medio.

PERIODISTA: No, usted estuvo en un lado.

SEINELDIN: Era o irme o quedarme.

PERIODISTA: Pero se quedó.

SEINELDIN: Pero era un ser insignificante.

PERIODISTA: ¿Qué siente cuando ve los casos de sus camaradas que se apropiaron de hijos de desaparecidos?

SEINELDIN: No, eso no es así. Fueron 250 chicos. De esos 250 chicos, parte que lo buscaron sus familiares y hay parte de los familiares que no le vinieron a buscar y los distribuyeron. 190 se los llevaron los familiares propios.

PERIODISTA: Eso no es así.

SEINELDIN: Me permite un minuto. Lo que pasa es que necesitan llevar militares a los juicios internacionales. 

(...)

PERIODISTA: Hablemos de la segunda república. ¿Usted anularía la ley de divorcio?

SEINELDIN: Yo me tengo que agarrar de lo bíblico. Por ejemplo: si un matrimonio se lleva mal ellos pueden romper su contacto carnal pero no pueden romper lo que Dios unió. El hogar no se puede romper porque si no se está rompiendo un juramento. Como Balza, hizo un juramento y después se vendió para el otro lado.

PERIODISTA: ¿Cuáles deberían ser las costumbres en la segunda república?

SEINELDIN: Hoy la mujer esta bastardeada. Yo veo lo que hacen algunas mujeres en la televisión me da vergüenza y cambio de canal. Hoy la mujer es esclava de las perversidades. Por ejemplo, vos agarrá todo esto que esta pasando que no es desfile de modelos. ¡Hoy en día en los balnearios están en pelotas!

PERIODISTA: Sé que no le simpatizan los travestis. ¿Qué haría con ellos?

SEINELDIN:Vamos a suponer que a los que nacen con defectos sexuales, que los hay...

PERIODISTA: ¿Qué son los defectos sexuales?

SEINELDIN: Defectos sexuales son los travestis y los homosexuales. Esos son defectos sexuales, porque el órgano de la mujer y el órgano del hombre son para reproducir. No se puede usar un ano, que es para expedir excrementos, para satisfacer... Vamos a hablar con franqueza. Por ejemplo, vos tenés el agujero de la boca para comer, un ano para excrementos y un órgano reproductor. Entonces yo no puedo hacer que esto sirva para otra cosa. Entonces hay que respetar, se dice que a la naturaleza se la domina respetándola. Ahora, si ese hombre está defectuoso, yo lo debo respetar, pero debo ayudarlo. Son enfermos.
Seineldín dibuja un falo, un ano (en realidad un redondel sin raya) y una boca. Hace cruces y más hipótesis. "¿Te queda claro?", pregunta. 


Revista Ventitres Nr. 187

MALVINAS: “Me hizo comer entre el propio excremento”


Por Victoria Ginzberg
Silvio Katz tenía 19 años y le faltaban quince días para que le dieran la baja del servicio militar que cumplía en el Regimiento de La Tablada cuando le comunicaron que se iba para el sur. Se suponía que iba a quedar en el continente, pero terminó en las Malvinas. Al Silvio Katz de 19 años lo mató Eduardo Flores Ardoino. No era un soldado inglés, era el oficial de su compañía. Y lo mató porque era judío.
“Volví de la guerra y nunca más fui a bailar, para ir al cine tardé meses, en reír tardé más. Para reírme con ganas, pasaron tres o cuatro años. Uno a veces crece de golpe, dicen que se queman etapas. A mí, me incendiaron etapas”, asegura el Silvio Katz, de 49.
Estuvo años callado, sin compartir con nadie lo que había vivido en la guerra. No se animaba. Y no creía que pedir explicaciones era algo que pudiera hacer, que buscar justicia no era una excentricidad sino su derecho. Hace tres años sumó su denuncia a la de otros ex colimbas que estuvieron en las islas. Acusó a Ardoino por torturas y discriminación, porque todos los maltratos que sufrieron sus compañeros fueron más y peores para él, porque era judío.
–Limpien el armamento y vos, judío de mierda, apurate –mandó Ardoino apenas llegados a Malvinas.
Katz abrió los ojos sorprendido. El oficial acababa de dar la orden, así que era imposible que estuviera rezagado. Poco después supo que ese tipo de maltrato verbal era una muestra muy mínima del odio del militar. “En ese momento no me di cuenta, pero si reviso para atrás, lo veo y hasta el peinado nazi tenía, se peinaba con la gomina para atrás, tenía ese porte de sacar pecho... Rápidamente –cuenta– pasé de ser un judío de mierda a ser un judío traidor, un judío cagón y un judío homosexual.”
El “lago de los lamentos” era un charco grande de agua casi congelada, con una capa de hielo arriba. Cuando Ardoino decidía que alguno de sus subordinados había cometido una falta, los obligaba a sumergir las manos entre diez y veinte minutos, hasta que se les atrofiaran los dedos. Katz, por judío, tenía que poner también la cabeza, que se le acalambraba.
Lo destinaron a la bahía de los Elefantes. Con sus compañeros, cavaban pozos donde intentaban dormir cuando no estaban inundados, buscaban quebrar la barrera del frío con varias camisas y los primeros días comían un pasable guiso. Pero pronto el alimento viró hacia una especie de sopa insípida con un par de arvejas.
“Un muchacho que ahora vive en Uruguay y yo fuimos una vez a buscar comida al pueblo –cuenta Katz–. Ardoino nos sacó lo que habíamos comprado para todos y nos estaqueó. Era como Túpac Amaru sin caballos. Ponen cuatro estacas en el suelo y te ponen con los brazos y las piernas estiradas a diez centímetros del suelo. Veinte grados bajo cero y vos con calzoncillos y una remera de manga corta. Y te dejan horas. A mi compañero, porque era ‘rebelde’, le puso una granada en la boca que si llegaba a escupirla volábamos los dos. Y a mí, por ser judío, me hizo orinar por mis compañeros.”
–¿Y los otros soldados se prendían?
–Algunos sí, una minoría. La gran mayoría me apoyaba. No al punto de salir a defenderme, porque era muy complicado, porque si me defendían los ponían a ellos en ese castigo. Siempre hablábamos de que, si se armaba el lío, el primer tiro era para él. Cuando yo volvía de un castigo llorando o mal, me decían “Quedate tranquilo que esta bala se llama Eduardo Flores Ardoino”. Pero en el momento no se podía hacer nada, era imposible reaccionar. Los militares de mayor rango estaban en el pueblo, no les importaba y en todo caso si te quejabas decían: “De qué se queja, cagón, sea hombre”. Ser torturado era supuestamente para ser hombre. Era imposible, no teníamos quién escuche.
Como no les daban de comer, un día cazaron un cordero. Ardoino se los sacó. Muchos protestaron. Los sometieron al castigo de la mano en el agua helada. Pero a Katz no, porque era judío: “Me llevó donde defecábamos, me tiró la comida, me apuntó con una pistola y me hizo comer entre el propio excremento. Ahora lo cuento como si nada, pero estuve 22 años viéndolo. Era una imagen que no se me iba de la cabeza”.

La risa, el pánico

Mientras duró la guerra, todos los días Katz tenía miedo de morir. Miedo de que Ardoino terminara de asesinarlo. “Al Silvio Katz de 19 años lo mató”, dice.
El 14 de junio de 1982 los militares argentinos se rindieron ante las fuerzas del Reino Unido. Ese día, Katz dejó de tener miedo. A su oficial, de todas formas, había dejado de verlo un par de días antes, cuando les tocó entrar en combate. “Cuando se supo que la isla estaba tomada por los ingleses y que había combates en todos lados, nos dimos vuelta y ya no estaba. Quedamos a la buena de algún suboficial que estaba ahí. Ibamos a los lugares donde los radiooperadores nos decían que había que cubrir, pero sin el oficial a cargo. Lo volví a ver en el pueblo, cuando entregamos las armas. El vino hacia nosotros, no sé cómo apareció, diciendo ‘mis soldados, los perdí, qué preocupado estaba’. Fue de Fellini. En ese momento me sentí aliviado porque había terminado todo y la vida de él me importaba muy poco ya que en el pueblo, delante de los demás, no me iba a poder castigar. Había terminado algo más que la guerra.”
Los ingleses los hicieron prisioneros, pero para Katz el gran enemigo de la guerra fue un oficial argentino.
–Nos meten en unos galpones de comida. Había cajas enormes llenas de comida, carne en lata, cigarrillos, whisky chiquito. La pasábamos comiendo, tomando, fumando. Nos mirábamos y nos reíamos. Ahí sí nos reíamos. Estuvimos desde el 14 hasta el 17. No sabíamos de qué nos reíamos.
–De lo absurdo, tal vez.
–Claro. Y se corría la bola de que nos iban a fusilar a todos. Vino uno y dijo: “Dicen que nos van a fusilar a todos”. Y sí, también decían que estábamos ganando. Incluso, morir con la panza llena después de dos meses de no comer no nos importaba. Creo que fue la primera vez en mucho tiempo que sentí alivio y lo disfruté. Dejamos de lado la tensión, el dolor, no nos importaba nada.
–¿Quién decía que estaban ganando? ¿Ustedes qué sabían sobre el desarrollo de la guerra?
–No nos llegaban las cartas de los familiares, pero nos llegaba la revista Gente. Y la revista Gente decía que estábamos ganando. Eran revistas de las que se regalan. Pero en la mayoría de los grupos había una radio chiquita. Las radios argentinas eran muy difíciles de sintonizar, pero podíamos escuchar radio Carhué y radio Colonia, que son uruguayas y que decían que nos estaban rompiendo el tuges. Algunos militares decían “dejen de escuchar esa estupidez, esta gente qué sabe, es la envidia porque el pueblo argentino entró en combate”. Y los soldados estaban cagados mal. Hay gente que dice que no sintió miedo. Yo sentí pánico.

En el barrio

Silvio creció en un hogar no practicante. Celebraban las fiestas y hacían una que otra visita al templo. Su padre murió cuando él tenía nueve años y desde ese momento la religión fue volviéndose cada vez más ajena. Su madre quedó a cargo de tres varones y su principal preocupación era llevar el pan a la mesa. Trabajaba hasta catorce horas por día como cajera de un negocio de lencería, en Once. El estudio no era el fuerte de Silvio, que fue cadete, encargado de un depósito, empleado de un maxikiosco y que hoy trabaja en la cocina de un colegio.
Silvio Katz vive en Boedo, en un piso modesto, con su mujer y sus dos hijos, de siete y diez años. En la mesa redonda del comedor hay unas tacitas de porcelana con la silueta de las islas pintadas en negro, que su señora hace en un taller de arte del barrio. “Yo siempre viví en este barrio –cuenta– y no sé si hay algún otro judío porque no le pregunté la religión de nadie y no me la preguntaban a mí. O por ahí la sabían y cuando jugábamos a la pelota me decían ‘dale, rusito, pasala’, pero no era xenófobo o racista, era como yo le podía decir ‘tano’ a otro. Pero cuando atacaban a los judíos o hablaban mal de los judíos, yo me sentía muy judío. Y en Malvinas me pasó. Mientras más me atacaban, más judío me sentía.”
Colectivo 26. La guerra había terminado hacía tres o cuatro meses. Silvio volvía a su casa y vio por la ventanilla a Ardoino: campera verde, la misma postura, las manos en los bolsillos, el pelo engominado. Se paralizó y del miedo se hizo pis. “Sentí todo el miedo de vuelta, como si hubiera vuelto a la guerra”, confiesa. Solo dejó de sentirse martirizado cuando empezó a hablar: “Contarlo fue liberador. A muchos nos pasó que la familia decía ‘no lo hagan hablar, que le hace mal’. Y fue peor.”
Silvio volvió a las islas en 2001, a partir de un acontecimiento fortuito. Una marca de cigarrillos organizó un concurso cuyos premios eran viajes a distintos lugares, entre ellos, a las Malvinas. “Yo trabajaba en un maxikiosco y vendíamos cigarrillos sueltos, así que abríamos paquetes todos los días. El dueño raspó uno, salió Malvinas y me lo regaló. Fui con mi señora. Para mí, fue dejar una bolsa llena de piedras, fue poder levantar los hombros de nuevo, fue ver el lugar en paz, el campo, y no ver a alguien torturado, estaqueado. Fue el inicio de la búsqueda de estar bien, como estoy hoy. Mi señora volvió embarazada, mi primer hijo se gestó ahí. El viaje me liberó.”
Hoy, Katz está a la espera de que avance el expediente en el que denunció a su superior y a que se declaren delitos de lesa humanidad las torturas con las que los militares argentinos sometieron a los colimbas. Espera también algún gesto de las instituciones de la comunidad judía (“nos ignoraron todo este tiempo, pero ahora fuimos a pedir que nos reconozcan y el 11 de abril la DAIA nos va a hacer un homenaje”) y del Estado: “Nosotros estamos buscando el gran abrazo con la gente. Pero no quiero estar reivindicado en la misma fiesta con los militares. Me quejé toda la vida de que por culpa de que los primeros gobiernos nos mezclaron, hubo gente que pensaba que no-sotros teníamos que ver con la dictadura, con los desaparecidos”.
La vida nueva de Katz implicó terapia, tomar conciencia de que le habían hecho un gran daño y de que correspondía exigir justicia. “Hay veteranos que no quieren que la causa judicial siga, gente que cree que nos estamos victimizando. Estoy orgulloso de haber defendido a mi país, pero soy víctima de lo mismo de lo que estoy orgulloso. No quiero que el día de mañana venga mi hijo y me diga ‘por qué del que te torturó a vos nadie sabe, nadie se ocupa, qué hiciste vos por mantener tu dignidad’. No quiero ponerme en el lugar de andar llorando por los rincones, pero fui víctima de una injusticia y quiero justicia, nada más.” A treinta años de la guerra, Silvio Katz tiene 49 años y está vivo.
Fuente: Pagina12

MARIO WAINFELD: Héroes estaqueados


Por Mario Wainfeld
“Una mañana, el capitán Gustavo Hantín,
que se soñó joven, seductor y dueño de una
fortuna inagotable, despertó en calma, tolerante
y bondadoso con el mundo y sus inexplicables
azares. Dispuso, afeitado y limpio, que
cesara el estaqueamiento de Ramón Vera.
Dispuso que Ramón Vera descansara. Dispuso
que, desde esa mañana, Ramón Vera le
lustrara las botas.
Los soldados que envejecían, indiferentes a
los azares inexplicables del mundo, escucharon
al capitán Gustavo Hantín ordenar, sereno,
sobrio, afeitado, limpio, que Ramón Vera le
lustrase las botas un día y otro también,
tarde y noche...”
Andrés Rivera, “Estaqueados”.

Las torturas cometidas por militares argentinos durante la dictadura, en suelo argentino, son consideradas crímenes de lesa humanidad, por lo tanto imprescriptibles.
Las torturas cometidas por militares argentinos durante la guerra de Malvinas en las islas no son consideradas crímenes de lesa humanidad por los tribunales. Así lo decidió un fallo de la Cámara de Casación, la más alta instancia que se ha expedido hasta ahora. La Corte Suprema podría analizar esa sentencia y eventualmente revocarla, si hiciera lugar a un recurso interpuesto por las víctimas.
Suena paradójico, posiblemente porque lo es. Muchas paradojas genera y atesora Malvinas. Por añadir otra: las denuncias y relatos de torturas provienen de conscriptos argentinos, tal parece que a los británicos (como prescriben las leyes de la guerra y principios humanitarios) los trataron mejor.
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Todos lo que combatieron fueron héroes, propone una lectura sin matices, sin memoria, falaz. El primer héroe de la historia oficial, cronológicamente, fue el capitán de Fragata Pedro Edgardo Giachino. Giachino participó en el operativo comando del desembarco y fue herido de muerte. No hubo bajas inglesas.
En ese momento, se creía que no habría represalias bélicas. El militar caído en una gesta patriótica fue ensalzado por la narrativa militar, su imagen se dejó ver en la tele. Se lo condecoró post mortem. Sus restos fueron traídos a la Argentina. Fue un despliegue costoso, posible porque se pensaba que sería inusual: los que murieron después quedaron enterrados en las islas, muchos en tumbas sin nombre.
En tiempos posteriores, a medida que se descorrieron los velos de la impunidad y del silencio, se denunció, con pruebas y testimonios contundentes, que Giachino había sido un represor, de los grupos de tareas de la ESMA. A esa altura muchas escuelas llevaban su nombre. Legalmente no pueden avanzar causas penales contra personas fallecidas. Giachino es, pues, técnicamente inocente. Cada quien dirá, según su imaginario, si merece el rango de héroe.
El caso no es excepcional, como lo demuestran los reportajes que se publican en esta misma edición. Muchos protagonistas de Malvinas lo fueron también del terrorismo de Estado. Algunos, como Alfredo Astiz, se condujeron con cobardía en la guerra internacional. Otros, añadiendo complejidad a la complejidad, fueron valientes. En ese conjunto, algunos torturaron en Malvinas como lo habían hecho en el continente.
No parece que sea justo llamarlos “héroes” o englobarlos con quienes padecieron mucho o dejaron todo.
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Muy contados dirigentes políticos se diferenciaron de la dictadura tras el desembarco. El ex presidente Raúl Alfonsín fue el más descollante por su trayectoria ulterior y por la claridad de sus argumentos. Sería impropio decir que esa postura le valió su merecida victoria electoral en 1983. En ese entonces, Malvinas estaba fuera de la agenda: de eso no se hablaba. Pero sí pesó mucho su posición frontal contra la dictadura, la propuesta de un relato y una Argentina diferentes.
Pero, como de paradojas hablamos, Alfonsín mentó (en una jornada infausta por demás) a los “héroes de Malvinas”. Lo hizo para mitigar el impacto de la negociación con los carapintadas, que estaba anunciando. Era un elogio a los golpistas, incluidos varios represores.
El mandatario suponía que la multitud que le pedía firmeza, al mismo tiempo valoraba “la gesta” y a sus protagonistas. Y posiblemente, en eso, el menos malvinero de los líderes argentinos intuía bien. No le bastó para conformar a la sociedad. Mirado en perspectiva, a ese tramo le faltó complejidad aunque, por ahí, no distaba mucho del sentido común dominante.
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No faltará, ni falta, quien diga que estaqueados hubo siempre. El insuperable cuento de Andrés Rivera que se cita en el epígrafe da cuenta de eso y enlaza el siglo XIX con el XX. No se resigna a la continuidad, más vale. De eso se trata, de eso se debe hablar.
En el siglo XXI la perversa tradición no puede servir como argumento exculpatorio, para unificar a víctimas y verdugos.
Todo lo que pasó en Malvinas fuerza, con tres décadas de perspectiva, a desmenuzar, a desentrañar, a asumir la complejidad de lo real. Es indebido, ahistórico y hasta perverso simplificar, englobar, nombrar con las mismas palabras a quienes obraron muy distinto en Malvinas y durante la dictadura.

Fuente: Pagina12

domingo, 1 de abril de 2012

HORACIO VERBITSKI: Las casitas de Casal

El vicegobernador Mariotto, defensores oficiales, miembros del CELS y de la CPM recibieron dos facas y una cuchilla que las autoridades de la cárcel de San Martín entregaron a los detenidos para que atacaran a otro. El hecho ocurrió en el proyecto modelo del gobierno provincial. Un sistema perverso, verdadera fábrica de criminalidad y violencia. Terminó la inspección y comenzaron las represalias, con un muerto y un herido. Sólo una decisión política puede cortar con este escándalo reiterado



Por Horacio Verbitsky


Personas detenidas en el régimen abierto del Complejo Penitenciario Conurbano Norte entregaron al vicegobernador bonaerense Gabriel Mariotto una gigantesca cuchilla y dos facas y acusaron de proveérselas a dos subdirectores de la Unidad Penitenciaria 47, los prefectos Roberto B. Arancibia (de Asistencia y Tratamiento) y José Feliciano Burgos (de Seguridad). Agregaron que con esas armas debían atacar a otro interno, que había denunciado maltratos anteriores por parte del Servicio Penitenciario Bonaerense. Ese fue el sorpresivo final de la inspección que Mariotto realizó el jueves, acompañado por autoridades judiciales, la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). En el acto de entrega de las armas también estuvo presente la víctima contra quien debían usarse, Hugo Alberto Cabrera González, a quien llaman El Ñaca, quien reside en otra casa del régimen abierto y había presentado denuncias por abusos del personal. El día anterior se había producido una reyerta entre los habitantes de dos de las viviendas. Conocido como “Las casitas de Casal”, el régimen abierto es el diamante que esgrime el gobierno bonaerense ante cada denuncia que se presenta contra el sistema penitenciario realmente existente. La CPM presentó un hábeas corpus correctivo en el que solicita urgente remedio al cuadro constatado, de hacinamiento, mala alimentación, carencia de asistencia médica y tratos crueles y degradantes y la presencia de peritos ingenieros, arquitectos, médicos, psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales para determinar las medidas correctivas imprescindibles en materia de espacios disponibles, condiciones edilicias, cuestiones de seguridad de las instalaciones eléctricas e hidráulicas; enfermedades debidas al hacinamiento y la coexistencia con heces y orines; efectos psicológicos del hacinamiento y la violencia de las condiciones de vida. Mariotto prometió que volvería en un par de semanas al complejo con un batallón de médicos, odontólogos, oftalmólogos, asistentes sociales, ingenieros y plomeros, que den vuelta como un guante la situación vejatoria en que viven los reclusos y cuyo efecto final es un incremento de los niveles de violencia en las calles en ocasión de robos. También buscará remedio para el problema de la falta de documentación de muchos internos, cuyos documentos son devueltos por el correo y luego destruidos porque no hay nadie para recibirlos en su domicilio y el otorgamiento de los planes sociales que corresponda para los familiares de los detenido, ya sean Asignaciones Universales para sus hijos o moratorias previsionales para sus padres. “La presencia del Estado para atender las necesidades sociales de las personas privadas de su libertad y sus núcleos familiares es también una política de seguridad”, dijo. La sociedad es un sistema de vasos comunicantes, no de compartimentos estancos. Quienes luego de cumplir una pena no encuentran posibilidades de reintegración estarán dispuestos a cualquier cosa con tal de no volver a la realidad alucinante de las cárceles bonaerenses. Esto generaliza una subcultura prevalente en la que matar se asimila con el mal menor. Cuando algunas vidas son desvalorizadas hasta tal punto, tarde o temprano ninguna vida vale nada. Sería útil que lo pensaran los ciudadanxs decentes que sólo saben pedir mayores penas y severidades y no se interesan por lo que ocurre tras las rejas, donde funciona la más eficaz fábrica de la violencia que se distribuye afuera.
Ni dientes ni luz

Cuando el vicegobernador llegó junto con sus acompañantes, las autoridades penitenciarias intentaron demorarlo con una reunión protocolar en el despacho del director de la U-46, inspector mayor Ramón Giménez, durante la cual barrerían bajo la alfombra las situaciones más difíciles de ocultar y justificar. Mariotto declinó la invitación y se dirigió a los sitios que deseaba inspeccionar: los pabellones de Separación del Area de Convivencia (SAC), de Admisión (Nº 1), Nº 7 del sector masculino y Nº 12 del femenino, entrevistando a cada una de las personas allí alojadas. En el pabellón colectivo los visitantes se reunieron en forma simultánea con todos los detenidos, quienes narraron sus principales problemas. Casi sin excepciones reclamaron por la demora de sus causas (ocho de cada diez presos en la provincia no tienen sentencia firme), la falta de atención médica y odontológica y las inicuas condiciones de su alojamiento. También se lamentaron por la discrecionalidad del Servicio Penitenciario que decide por sí y ante sí quiénes pueden estudiar en el colegio secundario de la unidad o trabajar en sus talleres. Varios mostraron cicatrices de heridas antiguas o de operaciones recientes y dijeron que no recibían ningún tipo de atención. Ante la pregunta dirigida a uno sobre el ostensible deterioro de su dentadura, varios abrieron la boca y mostraron su impresionante estado a los visitantes. Dijeron que una población de varios centenares de personas sólo cuenta con un dentista que concurre a la unidad una hora por semana, “siempre que no llueva”. En esas condiciones, la única terapia para cualquier problema es la extracción del diente o la muela. Los detenidos por delitos comunes padecen hoy la misma desatención que durante la dictadura militar conocieron los presos políticos. Enfermos con HIV-Sida, diabetes, trastornos psiquiátricos y/o neurológicos narraron que no reciben ningún medicamento si no se los alcanzan sus familiares. No hay médicos que recorran los pabellones ni que visiten la denominada sala de internación, donde ni siquiera hay un enfermero. Los alojados allí sólo pueden contar con la ayuda de otros detenidos. Un hombre de más de cincuenta años llevado allí porque una herida de bala se le infectó y le afectó los huesos, yacía en un camastro, con una bota de yeso y una ventana recortada en el lugar de la herida, sin cuidados ni información sobre su caso. En varias instancias de la inspección funcionarios del Servicio se acercaron con la intención de escuchar los diálogos, pero se les pidió que se alejaran para garantizar la confidencialidad. Luego los visitantes se dividieron en grupos de a tres, para escuchar a todos los detenidos en las celdas individuales y los buzones de castigo, de 2x2 metros. Los penitenciarios dijeron que los detenidos estaban en los buzones por propia decisión pero varios lo desmintieron. En esas conversaciones más reservadas muchos entrevistados señalaron la política de rotación constante de un penal a otro que se aplica para quebrar la voluntad de los internos menos resignados, lo cual les impide continuar sus estudios y afecta sus vínculos familiares. Uno dijo que en dos años recorrió veinte unidades distintas. El traslado es también el momento de mayor vulnerabilidad. “Nos tiran un gas irritante a los ojos en cuanto entramos al celular y comienzan a pegarnos”, explicó. Varios mostraron marcas de golpes o heridas punzantes en distintas partes del cuerpo. También dijeron que la peor humillación es la que padecen sus familias al visitarlos, con requisas intrusivas a sus esposas e hijos. Una versión que se repitió en muchos testimonios fue que el Servicio delegó esas requisas en un detenido por violación, lo cual los desespera. Una constante fue la precariedad y el abandono de las instalaciones, pese a que se trata de una de las unidades más nuevas del SPB. Los vidrios de todas las ventanas están rotos, por lo que el invierno es insoportable. Algunas tienen pasable luz natural, pero otras son sombrías como cuevas. Dentro de su calculada política de deshumanización, el Servicio no se preocupa por la iluminación artificial, que queda librada al ingenio de los propios internos. De las paredes por las que caminan cucarachas, cuelgan cables con lámparas desnudas y conexiones caseras, con cables pelados que se conectan en los tomacorrientes a falta de enchufes.
Agua tampoco

Una resolución judicial de 2008 de la Cámara de Apelaciones de San Isidro dispuso que debido a la contaminación del agua en todo el Complejo, construido sobre un basural, cada interno debe recibir no menos de cinco litros diarios de agua potable para beber, cocinar e higienizarse. Esto es diez por ciento del consumo real estimado por persona en el país. Pero la inspección constató que ni siquiera una provisión tan moderada se cumple, aunque el Estado paga por esa cantidad de líquido a empresas privadas. En ninguna celda había más de un bidón, para cuatro o cinco personas. Además sus etiquetas son fotocopiadas y muchos detenidos afirman que son rellenados con agua de la canilla. “Tenemos que pedir el agua, no nos la dan de por sí. Vos la pedís y ellos te llenan el bidón”, dijo un detenido. Sólo en una celda femenina lucían alineados sobre la entrada varios bidones.

–¿Para qué son?

–Los lleno en la canilla y los pongo así para que no pasen las ratas –respondió una mujer.

El agua contaminada produce forúnculos y otras manchas en la piel. En muchas celdas, donde los detenidos pasan el día entero incluyendo la comida, las letrinas están tapadas y desprenden un olor hediondo, la pileta no tiene canilla o la canilla no cierra, por lo que el agua corre sin cesar y se derrama sobre el piso. Como en celdas que, según los estándares internacionales, no deberían alojar a más de dos personas se apiñan cuatro o cinco en cuchetas, hay quienes deben yacer sobre ese piso mojado 23 horas y media al día, ya que no los sacan por más de 30 minutos a un patio y nunca a una ducha. Los que no tienen colchones duermen sobre mantas tendidas en el suelo. Los colchones son escuálidos, inflamables y están destripados por las constantes requisas, en las que es usual la destrucción de todos los objetos personales, incluyendo las fotos familiares que son uno de los pocos consuelos de los internos. “Mirá cómo salen las cucarachas de los colchones”, dijo una mujer mientras sacudía el suyo para ejemplificar la repugnante invasión. El Servicio no provee elementos de limpieza para las celdas ni de higiene personal para los detenidos. Los visitantes también hablaron con una detenida que un poco más temprano había sido golpeada por el personal penitenciario y no recibió atención por sus heridas visibles. Los internos mostraron las bandejas de plástico con la comida que les sirven: un engrudo de arroz y verduras con la esporádica intrusión de algún trozo de carne, pese a que el Estado paga por medio kilo por persona cada día.
Represalias

Mientras el secretario de ejecución penal de la Defensoría General de San Martín, Juan Manuel Casolatti, redactaba un acta con la entrega de las facas, Mariotto les ordenó al jefe del Complejo Penitenciario, Inspector Mayor Héctor Uncal, y al Director General de Seguridad del SPB, Mario Mazzeo, la separación inmediata de los oficiales acusados, mientras se sustancian la causa judicial y las actuaciones administrativas y que no hubiera traslados ni otras represalias contra las personas que habían hablado con él y sus acompañantes. El fiscal Marcelo Sendot abrió una Investigación Penal Preparatoria y responsabilizó por la integridad física de los denunciantes a la directora del SPB, Florencia Piermarini. La visita se extendió desde las 11 hasta las 15 del jueves A las 17 se produjo lo que el Servicio Penitenciario describió como una “revuelta generalizada” entre detenidos en el pabellón 9 de la Unidad 48 del mismo complejo, una unidad que el vicegobernador no visitó. Juan Romano Verón resultó muerto de un puntazo con una faca similar a la secuestrada y otro hombre fue herido. Los primeros testimonios sostienen que el personal del SPB instigó el enfrentamiento y lo observó en forma pasiva. Una versión sostiene, incluso, que el plan era provocar la batahola mientras Mariotto estaba en el complejo. La obvia intención de los penitenciarios es atribuir el episodio que ellos mismos provocaron a la intromisión del vicegobernador, la Justicia y los organismos defensores de los derechos humanos. Que las tensiones derivadas del monstruoso régimen de detención, violatorio de todos los estándares nacionales e internacionales, deriven en enfrentamientos entre internos y no en reclamos por un trato digno, es el gran triunfo de la actual gestión penitenciaria y la herramienta escogida para someter a la pasividad absoluta a las personas bajo su vigilancia. La represalia indiscriminada extiende el terror a toda la población penitenciaria, asocia cualquier actividad de control externo con peligro de muerte y paraliza toda posibilidad de cambio. Cuanta menor relación tenga la víctima con el caso, más generalizado será el efecto intimidatorio. Todo lo que venga de afuera es descrito como una amenaza, incluso por allegados a los detenidos, cuando es ostensible que no existe posibilidad de cambio desde adentro, sin una decidida intervención política. En la U-48 funciona el Centro Universitario de la UNSAM. El SPB lo resiste como un germen de subversión del omnímodo sistema vigente. Las casitas del régimen abierto son el proyecto modelo que el gobierno bonaerense exhibe ante los sistemas de protección de los derechos humanos de la OEA y las Naciones Unidas, cada vez que se denuncian las vergonzosas condiciones de reclusión en la provincia. Casal produjo un film de animación con muñequitos, que proyecta en cada conferencia a la que asiste. Se trata de un millar de plazas, de las cuales seis docenas en el Complejo Penitenciario Conurbano Norte, donde son alojadas personas que ya están en condiciones de recuperar la libertad o que cursan el tramo final de su condena y han ingresado a un régimen progresivo que incluye salidas transitorias. Pese a lo progresivo de esta iniciativa, se reiteran los patrones de arbitrariedad que definen toda la gestión del Servicio Penitenciario Bonaerense y su sistema informal de premios y castigos. Una vez que el juez ordena incorporar a un detenido al programa Casas por Cárceles, el Servicio tiene la facultad de cumplirla o no según “el lugar de alojamiento, domicilio de los internos y proximidad de egreso”. Esto viola el principio de judicialización de la ejecución de la pena. El episodio de las facas y la cuchilla muestra que la clave no está en la mayor o menor libertad ambulatoria, sino en la lógica mafiosa de intervención del Servicio Penitenciario, agravada desde que uno de sus oficiales accedió por primera vez al gabinete provincial, consagrando no sólo el autogobierno penitenciario sino su ocupación de espacios en el sistema político que debería conducirlo.
El rol de los jueces

Quienes acompañaron el jueves al vicegobernador Mariotto coinciden en que sin una modificación profunda del funcionamiento judicial ningún cambio es posible, porque son los jueces quienes deben controlar. Ese es uno de los argumentos más fuertes de quienes propician el desdoblamiento de los ministerios de Justicia y de Seguridad y del ministerio público fiscal y el de la defensa. Al día siguiente se agregó un ejemplo clamoroso sobre este rol de la Justicia, cuando los miembros del Tribunal Oral 4 de La Plata (Juan Carlos Bruni, Emir Caputo Tártara e Inés Siro) absolvieron a los tres oficiales penitenciarios acusados por la espantosa muerte de Luis Angel Gorosito Monterrosa, quien hace ocho años padeció quemaduras en el 65 por ciento de su cuerpo, producidas mientras estaba detenido en la U29, el penal de máxima seguridad de Melchor Romero. Antes fue violado y la autopsia constató la presencia de semen en su ano. Se había atrevido a denunciar atropellos del Servicio Penitenciario Bonaerense en la U24 de Florencio Varela y un juez había ordenado que lo trasladaran a la U29 y le brindaran una situación especial de custodia. No obstante, el SPB informó que había intentado suicidarse, justo dos días antes de declarar ante la Justicia contra el Servicio. Las grabaciones de seguridad enviadas por el SPB fueron adulteradas, de modo de omitir el preciso momento de la violación y las torturas a la víctima. Un perito en digitalización de imágenes declaró en el juicio oral que no se debió a un problema mecánico sino a una manipulación humana. Pese a ello, los tres jueces complacientes absolvieron al ex jefe de la U29 Eduardo Martino, al responsable del pabellón, Sergio Chaile, y al inspector de vigilancia, José Pedroso. La Comisión Provincial por la Memoria, que asistió a la familia de Gorosito había pedido penas de reclusión perpetua para los tres. También es significativo quiénes defendieron a los penitenciarios. Pedrozo fue patrocinado por quien hasta hace poco fue Jefe de Asuntos Legales del SPB, Daniel Alberto Spicoli, y por Guillermo Von Wernich (sobrino del cura torturador) y Martino por Andres Vitali, quien ya fue designado miembro del Tribunal Oral Criminal Nº 3 de La Plata, como parte de la captura del Poder Judicial por parte del Servicio Penitenciario. Los jueces no se animaron a enfrentar a los familiares de la víctima y a los organismos de derechos humanos y no asistieron a la lectura del veredicto. Además designaron para la seguridad de las audiencias a personal del SPB, que trató en forma despectiva al público. La sala estaba colmada de altos jefes actuales del Servicio.

Fuente: Pagina12

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