Por Mario Wainfeld
Faltan tres semanas para las elecciones y no se nota. Se prolonga el
efecto de las primarias: los principales competidores y la ciudadanía
dan por hecho que no habrá fluctuaciones grandes respecto de agosto. La
mayor parte de los referentes opositores se entretiene en un internismo
que no convoca, ni conmueve. Se reprochan infidelidades, urden
operaciones para sacar ventaja aún sobre sus aliados.
Cunden las acusaciones cruzadas de ser oficialista o de estar por
cruzar el Jordán rumbo a la orilla kirchnerista o de ser funcional al
oficialismo. En lo último, lo justo es justo, casi todos tienen razón.
La mayoría de los antagonistas de la presidenta Cristina Fernández de
Kirchner son funcionales a su reelección. Habría que añadir una
acotación relevante: su desdichada cooperación no comenzó en los
recientes dos meses (muy difíciles, francamente, por la cuesta que
debían remontar). Viene de atrás, de los años más felices del Grupo A.
El ruralista Alfredo De Angeli (un prócer de la civilidad y un
constructor de rating tres años ha) se resigna a ser vicepresidente de
la Federación Agraria. Puesto menor para su antigua talla... no lo
consigue. Los dirigentes políticos favoritos de los programas de la
televisión por cable mendigan un puñado de votos o se retiran de la lid.
Achicada, en lontananza, quedó la etapa de la exaltación
republicana, aquella en que tantos prometían una era de concordia y
promisión. Las invocaciones al diálogo y los consensos eran su lengua
común, el esperanto anti-K. El horizonte anunciado adolecía de una
pequeña falla: ese diálogo, la construcción de una agenda entre común y
unánime excluía a la primera minoría, el Frente para la Victoria (FpV),
que a la sazón fungía de partido de gobierno. Una reparación futura
(inminente) suturaría esa brecha entre el discurso y las conductas: el
FpV se encaminaba (“todos” lo profetizaban) hacia la derrota, cuando no a
la disgregación. El peronismo “olía sangre”, se solazaban gorilas
confesos, autodefinidos como pacifistas. Sus dentelladas harían trizas
la piel del kirchnerismo. “La gente” les daba la espalda, para siempre.
Había datos, tendencias, ese imaginario era factible. Se lo tradujo como
inexorable. Fue un craso error.
La convivencia opositora entró de prepo al Congreso nacional, saqueó
las comisiones, lo que fue celebrado como la toma de la Bastilla.
Repartirse un botín superior al ganado es una tarea cuestionable pero,
si uno depone escrúpulos, grata. Tener un funcionamiento armonioso en
las cámaras ya es otro precio. Máxime porque, como se descontaba la
debacle kirchnerista, todos querían ser su principal challenger,
condición que llevaba como por tubo a la Casa Rosada.
No hubo políticas de Estado. Apenas un puñadito de propuestas
sugestivas para la sociedad. Las elecciones acentuaron las divisiones,
subrayaron la carencia de liderazgos.
En el casi imposible tramo final de la campaña estallan tantas contradicciones, se pagan las deudas acumuladas.
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Nunca fuimos compañeros: En esta semana se
derrumbó un mito urbano, de esos que calientan la cabeza de formadores
de opinión distraídos o aviesos o poco conocedores. “La oposición” no
fiscalizará en conjunto el escrutinio. Nula sorpresa para quien lee la
realidad sin anteojeras, ya que otra conducta hubiera sido un
despropósito. Quienes compiten por un mismo target no pueden (si no son
giles o suicidas) confiar su suerte a los fiscales del adversario del
clásico de barrio. Ese es el verdadero partido.
Si el ex presidente Eduardo Duhalde y el gobernador Rodríguez Saá
confrontan y, para colmo, se detestan ¿qué no pasaría “por abajo” entre
sus huestes, peleando votos en “el territorio”? Más aún, el diputado
Ricardo Alfonsín deberá precaverse de no dejar su suerte en manos de
fiscales de su aliado Francisco de Narváez, aunque “confíe en vos”. Y
viceversa. Confiar es una cosa, comer vidrio, muy otra.
La promesa edificante de cooperativizar los fiscales, fundada en la
fantasía ya desvirtuada de una sola contradicción (contra el
oficialismo), se diluyó. Era un desenlace evidente, como tanto augurio
de convivencia, tanta negación del conflicto de intereses, tanto verso
prosaico. Una claque mediática bullanguera y poco advertida se embelesó
con esos espejismos.
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Las cuentas en la Rosada: Las encuestas se
reservan, tal como pasó en el tramo final de las Primarias.
Consultores, protagonistas políticos, comentadores de variada laya, el
grueso de la gente de a pie suponen que habrá pocas variaciones respecto
del veredicto de agosto. En la Casa Rosada “van por más” pero,
intramuros, se conforman con repetir la performance. No es para menos,
fue fenomenal: victoria en 23 de los 24 distritos, más de la mitad de
los sufragios. Son marcas tremendas para una fuerza que ya ejerció
durante dos mandatos. Cero precedente desde 1983, uno solo en toda la
historia del sufragio universal: la serie Yrigoyen- Alvear-Yrigoyen
entre 1916 y 1930. Era otro país, cuesta avanzar en la comparación.
La reelección de Cristina Kirchner sería una proeza, cuya dimensión
debería medirse mirando el mapa del mundo actual, en busca de
comparativos. Conservar la mayoría, un bonus. Todo lo demás sería un
añadido bienvenido, pero no imprescindible.
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Cálculos con base agosto: En el
archipiélago opositor las ambiciones se adecuan a los datos tangibles.
Con un micrófono delante, es posible (o necesario, o forzoso) alardear,
imaginar metas fastuosas. Puertas adentro, todos suponen que será
imposible duplicar el caudal, que un incremento (digamos) del 30 por
ciento son 3 o 4 puntos porcentuales. Una ambición módica, conectada a
un cable a tierra.
No lo sincerarán (ni pueden-deben flagelarse así) pero Duhalde y
Alfonsín se conformarían con mantener los porcentajes de agosto y las
posiciones relativas alcanzadas. La sensación térmica y los sondeos los
marcan a la baja.
El gobernador Hermes Binner consigue distinguirse del malón con
mayor templanza y sin caer en la tentación de la riña “horizontal”. Su
expectativa accesible es llegar al segundo puesto, imaginario que las
encuestas y el análisis convalidan. Ser segundo es una proyección a
futuro, la segunda etapa le sirvió a Binner para incrementar el
conocimiento público. Sus contendientes ya no pescan adhesiones con el
anzuelo del “voto útil”. Lejos de polarizar contra Cristina Kirchner,
dividieron el patrimonio contrera en raciones disfuncionalmente parejas.
Conviene no exagerar. Si Binner queda segundo, sería a enorme
distancia de la Presidenta, posiblemente con el gap mayor desde la
restauración democrática. No tendrá la segunda minoría en Diputados,
cuenta con un solo senador, su partido gobierna en una sola provincia.
Por remanido (y remachado en cada una de sus notas) que sea, el
cronista insiste en que las profecías, las tendencias y las encuestas no
son hechos duros como el voto. El veredicto de las urnas se sabrá
recién en el día señalado. Claro que, a esta altura, casi nadie cree en
la emergencia de una catástrofe, un efecto Atocha, una bandada de cisnes
negros. Pero las creencias sumadas no ganan elecciones. Sólo los
votos...
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Una pelirroja (que) inquieta: El decano de
la Facultad de Sociales de Estocolmo vibra de bronca y otras
sensaciones fuertes. Quiere darle un sosegate a su ex discípulo
favorito, el politólogo sueco que elabora su tesis de posgrado sobre la
Argentina. Tiene demandas laborales específicas y también lo roe un
sentimiento que no puede sincerar, pero que lo invade. Versa sobre la
auxiliar que contrató el politólogo con fondos de la Cooperadora de la
Universidad: la pelirroja progre, diz que especialista en sistema
político y organizaciones sociales. Se le remesaron divisas para que
recorriera y pulsara el conurbano. Algo hace la pelirroja, llegan por
acá y por allá algunos informes, demasiado inflamados de partidismo para
la sensibilidad del decano. Pero hay más. A través de las redes
sociales y vía emisores anónimos le han llegado fotografías y
filmaciones de la susodicha en actos o hasta palcos kirchneristas.
Coreando consignas, cuando no abrazando a fornidos bombistas, dotados de
tórax rotundos y abdómenes duros como el parche del redoblante. Con
pantalones entallados, levemente transpirada, gritando a voz en cuello,
la imagen de la pelirroja (que antes dudaba, después fue kirchnerista
crítica, ahora es cristinista) inquieta al más pintado. En nuestro caso,
el decano transido por sentimientos que prefiere no explorar ni
definir.
Así que se vuelca a lo académico e increpa al politólogo: “Me hartan
las carencias en sus informes, profesor. No me subestime, sigo al
dedillo la política argentina, agendo todo. Noto que no me ha informado
nada de las reuniones entre Mauricio Macri y los presidenciables
opositores. Se comprometió a hacerlas, para direccionar su voto. ¿Los
vio a todos? ¿Fueron fructíferas? ¿Hubo grandes debates y acuerdos de
gobernabilidad? ¿Le entregaron las plataformas y el listado de sus cien
primeras medidas? Conteste pronto o le corto sus víveres y los de su
auxiliar”.
El politólogo responde amable, porque se sabe en off side y necesita
las remesas. “Macri jamás soñó hacer ese road show. Este país es
peculiar pero la política tiene las mismas reglas que en Suecia. ¿Para
qué arriesgar su patrimonio a manos de un rival? ¿Para qué jugarse por
perdedores? ¿Para qué inmiscuirse en el escenario 2011 si su gran opción
(mezquina, dirá usted, pero estratégica) fue transportarse hacia 2015?”
El decano replica, mientras ficha de reojo fotos y videos de la
pelirroja en pleno jolgorio peronista. “No me macanee, algo debió haber,
porque un diputado serio como Federico Pinedo declaró a Página/12 que
está cerca de votar a Jorge Altamira. Si se concreta esa alianza,
mándeme un paper acerca de cómo la oposición supera la vastedad
ideológica del peronismo.”
El politólogo piensa en Pinedo, que ironiza mientras suda la gota
gorda para conseguir que “Mauricio” se comprometa un cachito en su
campaña. Y elabora una respuesta cortés, larga, amigable. En una semana,
se propone, hará llegar algún cuadro de situación sobre el conurbano y
un nuevo mangazo.
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Los cambios del primer mandato, los que esperan al segundo:
El kirchnerismo no se dio por vencido en 2008 ni en 2009. Las derrotas
lo motivaron a aggiornar su agenda, incorporar reformas institucionales
que no tenía en el radar. Para principios de 2010 ya estaba marchando
cuesta arriba, recuperando intención de voto, achicando rechazos y
subiendo la imagen positiva de la Presidenta.
De cualquier manera, así como en 2009 no se había armado,
irrevocable, el sabó, tampoco podía cantarse victoria a fines de 2010,
en pleno repunte. Los trágicos e irresueltos crímenes del Parque
Indoamericano, los estallidos de reclamos por vivienda digna eran
señales preocupantes.
El calendario electoral, que (parecía irremisible) arrancaría con
dos goleadas en contra en Catamarca y Chubut, a manos de los rivales más
taquilleros: el radicalismo y el Peronismo Federal. No fue el viento de
cola lo que dio vuelta los escenarios en 2009 y en 2011: fue la
política.
En 2011 el kirchnerismo frenó su empuje innovador, fue un año de
administración y control (relativo, en estilo K) de las variables.
Mantener los ejes del “modelo”, no hacer olas, fueron las claves
elegidas para cimentar gobernabilidad y estabilidad. Con el empleo, el
consumo y la demanda en niveles muy elevados, llegaría el apoyo popular.
El año próximo, se supone, no será igual. El “modelo” acusa fatigas,
demandas de nueva generación que surgen en el Purgatorio. Reorganizar
la economía, buscar el modo de recuperar reservas y paliar la fuga de
divisas, asumir el dilema de la “nominalidad”, reformar el sistema de
salud y el de transportes, normar de modo eficaz y progresivo el hábitat
y la propiedad de las tierras urbanas. También será hora de incorporar a
la Asignación Universal por Hijo (AUH) a todos los chicos injustamente
excluidos por la norma vigente. Los cambios en el sistema financiero, en
el de obras sociales deben ser debatidos en el tercer mandato.
El kirchnerismo asumió de-safíos de nuevo cuño desde 2007 y avanzó
en el sistema jubilatorio, con la ley de medios, la AUH y el matrimonio
igualitario. Sería absurdo y contradictorio imaginar que en plena crisis
mundial podrá hacer la plancha o manejarse con la actual caja de
herramientas.
Esos dilemas y retos, claro, serán insumos para después del 23 de
octubre. Por ahora, aunque no parezca, estamos en la recta final para la
magna decisión popular. Y, aunque parezca, todavía no se concretaron
los resultados unánimemente esperados.
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