Por Eduardo Aliverti
¿Cómo
se acierta a descubrir la frontera entre apoyar a este Gobierno en su
rumbo general y que eso no se transforme en el riesgo de perder
capacidad de pensamiento crítico?
La pregunta está muy lejos de relacionarse con falaces pretensiones
de independencia o neutralidad periodística. Siempre debió estar claro
que no existe nada de eso, con excepción del rigor en el aporte de
datos. Si éstos son fundamentados podrá cuestionarse al servicio de cuál
postura se los brinda, pero nunca que se obró mediante engaño o
displicencia respecto del fondo de una cuestión. El punto pasa por el
cerco analítico que impone la oposición, en un sentido muy claro. Es tal
la ineptitud de sus dirigentes; tal su abatimiento; tal su
improbabilidad de formular una sola propuesta solvente acerca de
cualquier materia; tal como todo eso continúa traduciéndose en una
agenda fijada por los medios del ultrismo antikirchnerista, que las
resultas son quedar adscripto casi inevitablemente a las posiciones
oficiales por mero default de toda otra cosa. Un episodio de la semana
pasada es muy ilustrativo. La Presidenta puso en marcha el tramo
operativo de Atucha II, cuya capacidad energética es similar a los
megavatios que consume Buenos Aires. Comenzó a construirse hace 30 años,
se suspendió y Kirchner la reactivó en 2006. ¿Cuál es o podría ser una
crítica medulosa, o al menos respetable, en torno del hecho? Apostar a
la energía atómica, en primer lugar. Es un tema polémico reactivado tras
Fukuyima; los aspectos de (in)seguridad juegan un rol prevalente con
mitad de la biblioteca a favor y otra tanta en contra, y hay países
centrales que anunciaron su renuncia a continuar por la ruta nuclear.
También podría alertarse que la preponderancia de ese camino, aun con la
suma de Embalse y Atucha I, no influye mayormente en un país de matriz
energética dependiente del gas. Los conocimientos del suscripto no
cotizan para inmiscuirse en el tema más allá del registro descriptivo.
Pero sí para señalar que, en ningún caso, el eje de la noticia merece
quedar atravesado por si Cristina la anunció “con tono de campaña”. Esa
fue la advertencia con que Clarín abrió su título a toda página en la
edición del jueves. Y junto con ello, un preciso artículo del colega
Antonio Rossi que destaca el reflote de la actividad nuclear, el apoyo
al desarrollo tecnológico y la generación de unos 1500 puestos de
trabajo calificados; sin embargo, remata –a volanta, título y cierre–
con los atrasos de la obra y los costos que se dispararon. En lugar de
priorizarse el hecho que el propio periodista resalta, se privilegia la
intencionalidad electoralista del anuncio y la sospecha por el manejo de
fondos. ¿Es ésa una forma honesta de editar la información? La
respuesta, antes o además que por el pudor profesional, pasa por el
hecho de confirmar a los medios opositores como estructurantes de la
oposición dirigencial propiamente dicha. Ninguna caripela de ese
mamarracho tuvo algo para decir sobre el anuncio presidencial, sea cual
fuere el juicio que les provoque. Debió señalarlo el periodismo
militante adverso al oficialismo, para que ni siquiera se den por
enterados conservadores padrinescos, hijos de, regenteadores de comarcas
y místicas fenecidas.
La lista es emblemática. Y hay que armarse de paciencia para
aguantarla, en vez de renunciar por agotamiento. Inventar que “Estados
Unidos” no descarta nuevas sanciones financieras contra Argentina,
cuando se trataba de las declaraciones pasillescas y tergiversadas de un
funcionario de rango menor que, llovido sobre mojado, fueron
desmentidas a las pocas horas. Otorgarle marquesina de portada (!!!) a
un “crítico” informe por los vuelos de Aerolíneas Argentinas a Europa,
revelado en el desarrollo noticioso como la falta de unos pernos y
suplementos que no afectan en absoluto la seguridad de los vuelos. Esto
último fue al día siguiente de que nada menos que el titular de la
Organización Internacional del Trabajo, en nada menos que la reunión
parisiense del G-20 (los países más desarrollados del mundo y los
emergentes más importantes), hablara con admiración de las políticas
sociales latinoamericanas de defensa del empleo y del particular ejemplo
de Argentina. Imaginemos la inversa: el mismo funcionario, en marco
idéntico, citando al país como modelo negativo. Todavía estaríamos
aguantando un bombardeo mediático masivo, a propósito de Argentina como
testigo del infierno esperable por ir a contrapelo de la comunidad
internacional.
En el último número de la revista Debate hay una nota muy atractiva
del politólogo Edgardo Mocca: “El mundo que la oposición se niega a
ver”. Plantea la hipótesis de que “a un amplio sector de la política
argentina le está costando mucho rehacer su lenguaje y su mirada del
mundo. Sigue considerando los años del kirchnerismo como una desdichada
anomalía que distanciaría a nuestro país de los grandes centros de poder
mundial y nos expondría al castigo por la irresponsable osadía. Están
encerrados en un pobre provincianismo. (...) El diagnóstico de las
derechas mediático-políticas presenta a nuestro país como una expresión
trasnochada de un tercermundismo setentista, incapaz de insertar (a
Argentina) en el mundo actual. Fascinada por su propia fraseología, la
derecha se resiste a reconocer que el mundo en el que cree vivir forma
parte del pasado. (...) Sigue creyendo ver antagonismos con el gobierno
de Brasil, justamente en el momento histórico de mejor funcionamiento de
la relación bilateral. (...) Asume como propio el discurso de los
gobiernos centrales, inmersos en una crisis de época. (...) Lo que está
en la raíz de la debacle opositora (...) es la sistemática negación de
la nueva realidad mundial, con una apuesta entusiasta a que todo lo que
haga el Gobierno salga mal; aunque ese resultado comprometa el interés
del país como comunidad política y, por lo tanto, de su pueblo”.
Bien que en sintonía directa con el razonamiento que expone Mocca,
cabría intentar una precisión subjetiva. No es que la oposición se niega
a ver un mundo que ya no se resuelve en la lógica de la Guerra Fría, ni
que ese mundo no sabe qué hacer frente a “las consecuencias
devastadoras de la descontrolada financiarización de la economía”. La
derecha (la local, al menos) lo ve, lo sabe, se da cuenta, pero no le da
el cuero ni para asumirlo ni, claro, para actuarlo. Porque de hacerlo,
de reconocer que aplica raciocinios viejos para problemas nuevos,
tendría que soportar(se) que lo mejor para enfrentar al desafío
kirchnerista es admitir justamente la superioridad kirchnerista en este
ciclo de crisis del capitalismo. Y la constancia de su liderazgo. ¿Quién
reconocería eso? ¿El hijo de Alfonsín, el jeque de San Luis, el alicate
multimillonario, el decrépito ex cacique de Lomas de Zamora? Y si se lo
observa por sus reemplazos mediáticos, ¿les da el piné para algo así a
corporaciones cuya vista no alcanza más allá de que les jodieron el
negocio del fútbol y la cantidad de radios y canales que pueden tener?
No. No los guía estatura mayor que la suscitada por el resentimiento.
De manera inercial, solamente, uno terminaría por pedirle a la
derecha que cambie alguna pila. Que tenga cierta renovación de sus
criterios ya anquilosados. Que canten el retruco con algún argumento
serio. No paran de insistir con el ajuste, la “calidad de las
instituciones”, las amenazas a la prensa libre y restantes sarasas que
no se creen ni ellos. Reproducen en analogía los mismos errores y
horrores de las visiones de izquierda ortodoxa, que condujeron a la
implosión de sus íconos. Ya es aburrido, y hasta deprimente, esto de no
tener retos. Mejor buscarlos dentro del Gobierno. En algún momento,
cuando este modelo ofrecía dudas de recelo gorila, despuntó aquello de
que “yo no quiero ser kirchnerista, pero los antikirchneristas no me
dejan”. Ahora, ni eso. Ahora viene a ser que no sólo uno no duda por las
dudas sino que, encima, está convencido.
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