El informe elaborado por seis universidades nacionales a pedido del
Ministerio de Educación indaga en los cambios de la vida cotidiana.Las
mejoras en los índices escolares, en la familia y en la alimentación.
Por Mario Wainfeld
Un
estudiante de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La
Plata entrevista a Chino, beneficiario de la Asignación Universal por
Hijo (AUH). Chino tiene once años, es el mayor de varios hermanos. La
charla busca “información de campo” sobre su perspectiva de la AUH.
Chino es tímido pero va conversando, sabe de lo que habla aunque a veces
se interrumpe, parece distraerse. En pocas palabras, acumula detalles:
la mamá le compra con la Asignación “todo eso para la escuela...
cuadernos, lápices”. Se expresa con naturalidad, establece pausas.
Vuelve a enumerar: “Zapatillas, también para (pagar) el colectivo”. Hace
un silencio prolongado, se le interroga si habían podido sumar algo
más. Le brillan los ojos, añade “una cama de dos pisos”. Sin teorizarlo,
pero sabiéndolo, la narrativa de Chino (y su flamante cama cucheta) dan
cuenta del efecto secuencial, progresivo, del ingreso en su
cotidianidad, en la escuela y en la casa.
Un padre chaqueño que percibe la AUH para sus hijos le comenta a
otro investigador: “Antes me tenía que pelar todo el tiempo el lomo en
el monte, ahora puedo estar más tiempo en casa. Si no fuera por eso,
ahora no estaría hablando con vos, tendría que estar adentro del monte”.
Los ejemplos se multiplican y forman parte de un interesante informe
cualitativo elaborado por seis universidades nacionales a pedido del
Ministerio de Educación. El relevamiento cubrió siete provincias, se
entrevistó a 1200 personas entre funcionarios, docentes, padres de
alumnos, alumnos, funcionarios y “otros actores” (ver recuadro aparte).
La finalidad es conocer las percepciones generales sobre la AUH, sus
consecuencias en la escolarización, las prácticas educativas, el consumo
en los hogares. También hacerse cargo de las “tensiones y desafíos” que
desata el cambio, acápite que incluye divergencias entre docentes.
El ministerio sintetizó y sistematizó el material, preparando un
informe general al que tuvo acceso Página/12. El Informe combina datos
duros, percepciones, historias de vida. También se elabora un video con
testimonios. Un abordaje parcial, sin duda, pero relevante acerca de lo
que desata la AUH en el sistema educativo y en los hogares, cuando están
por cumplirse dos años de su implantación. Repasemos algunos de sus
puntos más salientes.
En términos generales, entre los principales universos
entrevistados, los beneficiarios (jefes de hogar o alumnos) muestran
conformidad y, sobre todo, testimonian lo que fue cambiando en su
cotidiano. Los funcionarios (previsiblemente) están conformes. El
colectivo docente (maestros, directores y personal administrativo) está
más dividido. Los hay muy conformes y entusiastas. Los hay críticos, en
especial acerca de la conducta de los padres, respecto de la
escolarización misma, como administradores del dinero. Algunos creen que
ese tipo de medidas desalienta la búsqueda de trabajo. O sea, “se
produce un quiebre” entre las voces de muchos docentes y beneficiarios
(padres y alumnos) y un conjunto de docentes.
El promedio, a estar al Informe, concuerda en que “la
condicionalidad educativa” estipulada para poder cobrar la AUH es un
acierto y que tiene una centralidad mayúscula en el imaginario social,
político y mediático.
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Lo que va cambiando. El informe detecta “un
reconocimiento mayoritario” en el aumento del presentismo escolar, en la
evidente mejora de las condiciones de vida y en el acceso a la
posibilidad de recreación y nuevos consumos culturales. El Ministerio de
Educación verificó que, efectivamente, la matrícula aumentó y, además,
que es otra la forma de “estar en la escuela” de muchos alumnos. Se
inscribieron más educandos y la tasa de retención mejoró. La trayectoria
educativa es mejor, observándose menos repitencia, abandono y
sobreedad.
En 2006, el 23 por ciento de los alumnos tenía más edad de la
esperada para el ciclo que cursaba, en 2010 ese porcentaje desciende al
17,7 por ciento, en correlato con la disminución de repitencia y
abandono. El director de una escuela de Avellaneda pone el fenómeno en
palabras: “Cuando se pone en aviso a uno de los padres de que el chico
está en riesgo la situación cambia. Antes seguía en riesgo y abandonaba.
Hoy el nivel de abandono es menor”.
La asistencia social también llega más, explica una preceptora de
Berisso. De nuevo, hay un “antes” y un “ahora”: “Para las asistentes
(trabajadoras sociales) cambia porque antes iban a la casa y no las
recibían. Ahora, con la obligatoriedad, es distinto”.
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Los útiles, la comida. La AUH no es un subsidio al
desempleo. En tendencia, la mayoría de los jefes de hogar tienen
trabajos informales, a veces esporádicos. El agregado de los dos
ingresos reconfigura la, siempre restringida y exigente, economía
familiar. El modo en que las familias asignan los nuevos recursos, ya se
dijo, es leído contradictoriamente entre los docentes. Los padres y los
alumnos enfatizan que los útiles escolares y la comida son el principal
destino. Refacciones en la vivienda, otro caso.
La experiencia del Ministerio de Educación y muchas escuelas
corrobora sus dichos. Desde principios de 2011 se redujo sensiblemente
el número de pedidos de útiles a las autoridades nacionales,
provinciales y municipales. En parte, explican conocedores del terreno,
es que hay más plata en los hogares. En parte, es que los chicos
prefieren darse un gustito eligiendo tal o cual cartuchera, mochila o
lapicera.
El pago en las cooperadoras aumentó, informa la directora de un
colegio en Junín, “antes era menos, casi nada”. Se completa un círculo
virtuoso, conmovedor. La familia retribuye, aporta a la comunidad
educativa, más allá de lo que le sería exigible.
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A comer. El menú cotidiano es otro, las familias
dan cuenta. “Les compro dulces y frutas”, comenta una madre formoseña.
Una alumna de Melchor Romero se entusiasma, entre otros motivos porque,
argentina al fin, puede convidar: “Ahora comemos pollo al horno, más
seguido asado... invitamos a gente a la casa a comer, más a los chicos
de la iglesia a comer pizza”.
Los comedores escolares están, por lo general, menos poblados. A
veces los alumnos demuestran nuevas exigencias: “A los pibes les gusta
la milanesa, el puré... si les das acelga, digamos, antes la comían
porque en la casa había necesidad, no había comida, pero ahora es como
que no la comen” (un inspector regional).
Por cierto, ni los menores ni las familias son ascéticos, puritanos o
estoicos. El consumo entusiasma, los testimonios dan cuenta de
“galletitas para mi hermano”, “una Coca cola en la mesa, pedir chocolate
y comprarle”. Hay quien se manda a un McDonald’s el día de cobranza
para que la nena tenga sus “papitas fritas”.
La escuela, se razona en el informe, se “va librando de las
múltiples tareas que había asumido durante la crisis social”. Recupera,
parcialmente más vale, su rol esencial. No es sencillo ponerse a la
altura, reconocen a este diario asesores muy cercanos al ministro
Alberto Sileoni. En la secundaria, especialmente, va virando un
paradigma: se había convertido en una escuela selectiva. Los nuevos
educandos, muchos de ellos primera generación en la familia que va a la
secundaria, proponen desafíos. Más trabas en el aprendizaje, menos
adecuación a la disciplina y las rutinas, más proclividad a “entrar y
salir” del sistema. En los hogares de clase media, como norma, no se
“negocia” si el chico cursará el secundario. El menor de estratos más
humildes sí lo hace, pues la escuela compite con “la calle”, la
posibilidad de trabajar o de emprender otro camino. Acaso esto explique,
en parte, las reticencias de varios docentes, menos optimistas respecto
del desempeño de los papás, como integrantes de la comunidad educativa y
como administradores del dinero.
“Los padres no dan bola”, cuestionan preceptores de Junín. Hay quien
les imputa total desapego: “Sólo les importa cobrar la AUH”
(trabajadora social de Berisso). “Ves a los chicos con las zapatillas
rotas y están con la mejor cámara digital” (directora de escuela en
Junín). Otros denuncian que los chicos llegan “con ropa vieja, faltos de
higiene” (director de escuela en Formosa). O sin ganas de estudiar.
Otros maestros, mayoría según el Informe, piensan de modo muy
distinto, por ejemplo un chaqueño: “Antes capaz los chicos venían a
pedirnos pan y ahora tienen que venir a estudiar”. Tal vez registren
multiplicidad de situaciones o de conductas, no ha de ser puramente
homogéneo un universo de casi un millón de familias.
La diversidad de consumos es otra novedad, que se debate.
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Consumos. “Antes veíamos las cosas por la tele y
(los chicos) decían ‘¿cuándo vamos a ir?’. El año pasado fuimos a lo que
fue el Bicentenario, este año fuimos a lo de la murga, en Boedo.
Aparte, nosotros nos enganchamos en todo. Hay un recital gratis a
beneficio, si podemos vamos todos”, cuenta una mamá.
La ampliación de ciudadanía se trasunta en nuevos consumos
culturales, anche el Bicentenario, que algunos observadores creyeron un
reducto de las clases medias. Seguramente Tecnópolis fue otro centro de
atracción, no registrado en el Informe por su fecha de confección.
Los MP3, celulares, golosinas para el recreo son partes de nuevos
patrimonios. Hay docentes que ven en esos accesos una mejora en las
condiciones cualitativas de acceso al aprendizaje. Otros barruntan un
desperdicio. Una preceptora de Melchor Romero propone un discurso más
sofisticado, con reconocimientos y prevenciones: “Tienen que comprar
porque así recuperan la dignidad. Cuando esa moneda es gratis se la
gastan en puchos, en chicles, en Coca Cola. Se terminan acostumbrando a
todo lo que se les da”. Un director del Chaco matiza más, comprende
ciertas decisiones, pero alerta: “Con el recibo de la Asignación les dan
el crédito para la moto. Esperemos que después la plata sea para los
chicos y no para otra moto”. La moto, la bicicleta son elecciones
habituales, para nada caprichosas ni superfluas. En muchos confines del
Conurbano o del interior de provincias el transporte público funciona
mal, si es que existe. La movilidad propia deviene un imperativo.
Acceder a la motito es ganar tiempo y calidad de vida.
Los críticos remarcan, más de una vez, un potencial conflicto con la
cultura del trabajo: “(La AUH) hace que la gente no quiera superarse.
No se apuesta al trabajo, que es lo que dignifica”, reflexiona una
empleada de maestranza de una escuela de Formosa.
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Reparar, pagar, reedificar. El aumento del
Presupuesto educativo, la inversión en infraestructura, las netbooks
para todos, la mejora sensible en el salario docente forman un combo que
eleva la base material del sistema. La AUH incentiva a los padres a
escolarizar a sus pibes y fomenta que éstos lleguen menos desprovistos a
las aulas. Que “estén”, antes que nada. Que tengan “otra forma de
estar”, después.
Las suicidas políticas económicas de fin del siglo XX sumieron a la
Argentina en un pozo tremendo. Pérdida de derechos, destrucción del
Estado y del aparato productivo, niveles inéditos de desocupación. En el
plano que hemos sobrevolado, la escuela debió cubrir (con gran esfuerzo
y pérdida en el aspecto educativo) roles propios de la asistencia
social. Las familias se desmembraron, por primera vez en la historia
convivieron dos y hasta tres generaciones que nunca trabajaron. La
comensalidad familiar, por imperio de la necesidad, cedió paso a la
alimentación en comedores comunitarios o escolares.
Ese tobogán ha cesado, se está remontando... pero curar el daño y
elevar el nivel de la calidad educativa no es tarea de meses, ni de
años, ni de lustros. El rumbo económico elegido, la inversión social, el
compromiso y la dignidad de las familias son condiciones necesarias de
la solución. No deben estimular la euforia (muy bajo habíamos caído, muy
a mitad del camino estamos) pero sí el optimismo de la voluntad.
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