Por Marcelo Koenig *
El
peronismo florece. Cuando está seco, cuando parece haber dado ya todos
sus frutos, siempre vuelve a florecer. La capacidad del peronismo de
reinventarse, repensarse, reformularse a sí mismo, es la clave de su
permanencia a lo largo del tiempo, a lo largo de más de medio siglo. A
nadie le puede caber duda de las profundas diferencias entre la sociedad
argentina de la década del cuarenta del siglo XX y la actual. En la
primera comenzaba el proceso de sustitución de importaciones que
generaba el incipiente surgimiento de una clase trabajadora. En la
actual, millones de argentinos se reintegran al trabajo, se vuelven a
incluir, luego de un tiempo donde la exclusión fue el modo particular de
opresión del neoliberalismo instaurado a sangre y fuego por la
dictadura genocida. Y una de las pocas conexiones entre estos tiempos
disímiles es a través de quien las mayorías populares se sienten
expresadas: el peronismo. El peronismo en tanto movimiento nacional y
popular pudo reformularse, reconstruirse, relanzarse para seguir
latiendo al ritmo de nuestro pueblo. Aun cuando éste parecía haber sido
sepultado por derecha con una lápida que decía “la gente” y por
izquierda, cuando los situacionistas (marxistas de vuelta del camino)
hablaban de la “multitud”. Lo nacional vuelve a tener sentido después de
años de pensamiento único que sacrificó al Estado nacional en el altar
de la globalización como sistema de dominación.
El peronismo históricamente recupera su capacidad aluvional en
primavera. Florece. Así fue el 17 de octubre cuando todos creían que esa
experiencia iniciada en la Secretaría de Trabajo y Previsión por un
oscuro coronel estaba terminada. Cuando los medios masivos de la época
extendieron un apresurado certificado de defunción a esa todavía
embrional experiencia de los trabajadores. El pueblo en la calle,
primero, y en las urnas, después, marcó el rumbo de la historia. No fue
la única vez. También en la década del sesenta dieron al peronismo por
muerto a fuerza de exilio, fusilamientos, cárceles, represión,
persecución, proscripción, intentos de cooptación, desviaciones de
burocratización. Y otra vez en primavera, un 17 de noviembre, una
multitud que como un río que busca su cauce se fue acercando a Ezeiza
para ser testigos del retorno del General a su Patria. El peronismo se
había reinventado a sí mismo, se había forjado su temple en la
resistencia y había construido su organización en la ofensiva. La
dictadura jaqueada veía naufragar su GAN (Gran Acuerdo Nacional). El
gran consenso de la continuidad, el inverosímil acuerdo entre opresores y
oprimidos, se vio frustrado una vez más por la acción militante, por la
contundente presencia popular en las calles, porque el peronismo luego
de 18 años de persecución seguía vivo.
Ese movimiento fundado por Juan Perón y Eva Perón volvió también del
lugar más duro de su historia, de su propia negación, de la traición a
su proyecto histórico, de la desvirtuación como fuerza de cambio, que se
dio de la mano de Menem y Duhalde.
Con Kirchner, con menos votos que desocupados, partiendo de la
crisis más profunda, con más dudas que certezas, con el último resquicio
de sus propias fuerzas, el pueblo se volvió a poner de pie. El
peronismo logró interpelar a mucho más que su anquilosada fuerza
partidaria. Recupera así la marcha como movimiento, como dinámica de
participación, traducida en una nueva militancia que convoca a miles de
jóvenes de cada uno de los rincones del país. El movimiento nacional y
popular vuelve a convidar a una gesta inconclusa, perfectible, en
constante construcción, pero al mismo tiempo transgresora, irreverente,
transformadora.
Como en los primeros días de octubre del ’45, en 2009, con la
rebelión de las patronales sojeras y las apelaciones de los oligopolios
mediáticos al consenso de los poderosos, volvieron a dar por terminada
una experiencia popular. Sin embargo, había llegado para quedarse.
Un funeral de primavera, el 27 de octubre, fue el punto de inflexión
de la continuidad de este movimiento. En la calle, en la Plaza, las
mayorías fueron a despedirse del hombre que por no dejar las banderas en
la puerta de la Rosada se convirtió en el restaurador de la esperanza.
El pueblo jamás regala tanta devoción. Sólo tres funerales fueron
comparables por su masividad al de Néstor Kirchner: el de Yrigoyen, el
de Evita y el de Perón. El movimiento estaba vivo. Otra vez a guardar
los refutadores de leyendas, y los profetas del odio, sus apresurados
certificados del fin de la historia.
El proyecto nacional y popular tuvo el 23 de octubre una nueva
ratificación de su vocación de mayorías. Un voto de confianza que otra
vez se da en primavera. Cristina Fernández en las urnas le dio el tercer
triunfo presidencial consecutivo a este proyecto nacional en marcha.
Cristina está dispuesta a hacer historia. El peronismo sigue siendo el
hecho maldito del país burgués. El peronismo, en primavera, sigue
enamorando.
Quizás por eso Sabina, en su canción, nombra a la Argentina como la patria de la primavera.
* Conducción Nacional, Corriente Peronista Nacional, Popular y Revolucionaria.
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