Por Eduardo Aliverti
Con
la contundencia de las urnas ratificada y extendida hasta límites
impresionantes, la primera certeza es que debe festejarse semejante
apoyo del pueblo a un proyecto que remó contracorriente. Sucedió algo
inédito, de lo cual es probable que todavía no haya una conciencia cabal
generalizada. Ni siquiera los opositores más acérrimos podrían negar
que la apabullante victoria del Gobierno desmintió al manual del
posibilismo.
Los Kirchner desobedecieron. No acordaron con el establishment punto
por punto, retrajeron las relaciones carnales, articularon con sectores
desplazados, reactivaron los juicios por el genocidio, impulsaron la
reestatización del sistema jubilatorio y la ley de medios. Nada de todo
eso formaba parte de lo esperable y el decurso electoral argentino era
virgen en tal aspecto, si se lo mira desde cambios producidos hacia la
izquierda. Por tanto, estamos ante un suceso histórico porque esas
transformaciones acaban de ser respaldadas por segunda vez consecutiva.
Una de las preguntas que se reimpone tras tamaña paliza es acerca de su
componente profundo. ¿Cuánto tiene de soporte entusiasta y cuánto de que
el mamarracho opositor no dejó opciones? Cualquier respuesta al
respecto estará teñida de subjetividad; pero difícil equivocarse si, en
lugar de adjudicar porcentajes terminantes a una y otra variante, se
concede que hay de las dos cosas. Lo cierto es que, sean cuales fueren
sus motivaciones, el voto aplastante es el que fue. Y con una
participación notable. Este último detalle no debe ser pasado por alto.
La concurrencia está en línea con la media histórica, pero luego de que
las primarias clausuraran toda posibilidad de sorpresa se pensó en una
apatía de asistencia. Todo lo contrario: la oposición abandonó, la gente
no. Eso significa que no hay derecho opositor a ampararse en su
ultradivisión, para justificar la extraordinaria elección de Cristina.
Los deméritos propios forman parte de las virtudes ajenas. Ahí vamos en
las líneas que siguen.
Hace unos días, quien esto firma charlaba, en forma circunstancial,
con un alto referente del kirchnerismo. El punto obvio y monotemático,
al comienzo del diálogo, fue el porcentaje que alcanzaría Cristina. ¿Más
cerca del 50 largo o de arrimar al 60? Culminada alguna referencia,
breve, en torno de la ligera inquietud que generan las profecías
elementales (¿será cierto que vamos a ganar por robo semejante?), el
hombre dijo: “La verdad es que ni (se) esperaba que pasáramos el 50 por
ciento en las primarias. Ponele que calculábamos un 45; 47 como mucho”.
Uno ya había escuchado eso en boca pública de Aníbal Fernández. “Pero,
¿por qué no lo esperaban?”, se permitió interpelar el firmante para
insistir con su hipótesis de que la oposición jamás tuvo intenciones
serias de ganar. Dejaron todo servido en bandeja no por impotencia, no
por incapacidad individual. Se entregaron por haber asimilado que no
pueden ofertar nada mejor, a la derecha de esta izquierda. “Lo que pasa
es que mientras esta gente no se dé cuenta de que la corporación
mediática les fija lo que tienen que hacer y decir, van al muere”, dijo
el hombre del oficialismo. A esta altura del partido, cree el
periodista, no es que no advierten que el dietario se los fija “la
corpo” ni que no les sirve prosternarse frente a ella, a cambio de ganar
centímetros y minutaje. Es que el kirchnerismo los corrió por izquierda
eficaz. Les demostró que su capitalismo es mejor que el de ellos. Los
dejó sin discurso, ni ganas. El único salvador de ropa volvió a ser
Binner, protagonista de una gestión con buena fama y locatario de un
gorilismo clasemediero que no encontró mejor refugio. Alrededor de un
15/17 por ciento de los votos para el santafesino no es moco de pavo si
se toma nota de que arrancó en carácter de perfecto desconocido, por
fuera de su distrito. Pero, de momento, no expresa más que el haberle
puesto fichas a una figura con imagen de honestidad, como para licuarse
la conciencia culposa de saber que a este país sólo puede gobernarlo el
peronismo. O el kirchnerismo como su etapa superadora, aunque nunca
prescindiendo de sus aparatos todavía vigentes. Puede decírselo de otra
forma: sólo el peronismo tiene vocación de poder. Lo demás, ya se sabe,
está constituido por comentaristas que hablan de abstracciones.
La ventaja que sacó ayer el Gobierno trae esa excelente noticia de
una gestión respaldada por las urnas, en cantidad y calidad, como nunca
se vio. Es una ventaja de sentido mucho más grande que la del Perón
retornado del ’73. Porque aquello se asentaba en expectativas míticas y
esto, en realidad concreta. Y porque significa respaldar una
administración al cabo de 8 años. Los números de este domingo eximirían
de mayores comentarios, pero lo cualitativo obliga a repasar cómo se
constituyó la cantidad. Fue contra viento y marea. Fue contra todas las
recetas que quiso imponer la derecha. Fue contra el pliego de
condiciones que el diario La Nación puso blanco sobre negro a horas de
asumido Kirchner, en 2003. Fue contra la bestialidad destituyente de los
campestres vencedores de 2008, que en agosto y ayer votaron al
oficialismo porque las náuseas que les da la yegua se rinden ante la
prepotencia de una capacidad de mando que los manda, los ordena, los
agenda. Que les demostró que pueden ganar un vagón de plata sin
necesidad de cagarse en el resto así nomás. Fue contra que ningún
gobierno es capaz de resistir cuatro tapas negativas de Clarín. Fue que
una vez llegó un tipo y dijo: “No vengo a dejar las convicciones en la
puerta de la Casa Rosada”. Y es que su pareja demostró igual cosa contra
el mismo viento y marea que la sindicaba como una mera portadora de
zapatos y carteras exclusivas. Ganó Cristina, por robo. Y es un dato
enorme que lo haya hecho tras ocho años de recostarse en la confianza
popular, incluso cuando le fue adversa. Versus Cobos, cadenas mediáticas
privadas, fondos monetarios, ortodoxias fiscales y sus etcéteras.
Cuando parece que la distancia descomunal lograda por la Presidenta
no deja espacio para análisis mayores, paradójicamente el capítulo que
se abre es apasionante a dos puntas. De la oposición sólo sobrevive
Binner, con una alianza que ante todo semeja a un rejuntado complejo,
testimonial, cuyo perfil socialdemócrata moderado tiene la
“infiltración” de un peronismo resentido vaya a saberse por qué (ni
tampoco importa mucho que digamos). Hay quienes se tientan mentando a
Binner como el líder “natural” del espacio opositor, pero en este caso
las matemáticas secas no serían buenas amigas de la profundidad
analítica. Al margen de que el santafesino es el peor segundo de la
historia, ¿cómo podrían “integrársele” los votos del Padrino y del
pretendiente a Steve Jobs de San Luis? Hasta los del hijo de Alfonsín,
sobrevivientes-núcleo duro del radicalismo tradicional, no son
inmediatamente asimilables a un liderazgo extrapartidario. Es claro que
despunta Macri, con la salvedad de que crecer a nivel nacional requiere
de trabajo a tiempo completo y no es chicana. Podría ponerle todo el
cuerpo a construir la alternativa explícita de la derecha. Pero para eso
hace falta una convicción que le queda arriba de su creatividad y,
encima, necesita fuertes personalidades acompañantes que ayer resultaron
demolidas sin reemplazo a la vista.
Con ese panorama en la vereda de enfrente, la revalidación del
liderazgo cristinista y del kirchnerismo como única opción conductiva
del país vienen de la mano con la seguridad de que todo lo que vaya a
suceder será por lo que ocurra dentro de la esfera oficial. En lo
estrictamente “político”, los K disponen de una integración vertical que
se asienta en el comando de una mujer excepcional. Y la pregunta es
hasta qué punto abrirán la mano para el surgimiento de nuevos cuadros,
capaces de sostener la mística y de mostrarse como el recambio que
asegure el proyecto inclusivo. Esto viene a cuento de que, tal vez, las
probabilidades de que este modelo se clausure por derecha, a largo
plazo, provienen desde dentro del propio peronismo. Hoy suena poco menos
a extravagancia; mañana no es descartable por obra de que afuera quedó
la nada, y hace rato. Pero, ¿cómo es que podría pasar eso en medio de
esta demostración de algarabía o aceptación populares, traducida en
cifras arrolladoras? Hay varios factores: desgaste en el ejercicio del
poder; un mundo de crisis financiera que se presenta más hostil que
amigable, excepto por el precio de las materias primas; las tensiones de
la sucesión; los riesgos de que avanzar en la profundización del modelo
supongan enfrentamientos neo-125, y la muñeca y el coraje que se
necesitarán para sortearlos.
Pero está bien. Ya habrá tiempo de preocuparse por eso. Ahora hay
que gozar de la condición necesaria, que es un pueblo feliz y tan
festejante como la Plaza reveló anoche. Esa fuerza permite diagnosticar
que basta con mantenerla para que nada sea imposible. La secuencia de
votos a Presidente, desde 2003, en porcentajes, es 22, 45, 50 y más de
un 50 largo, al momento de escribirse esta nota. Convengamos: Cristina
reelecta con estas cifras, un socialista segundo y la izquierda clasista
evitando el último lugar, es una particularidad argentina. Con estos
números es inverosímil que haya lugar para quebrarse. Que así sea.
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