Por Eduardo Jozami *
En un
reciente texto periodístico, Tomás Abraham convocaba a construir un
mito que en la política argentina de hoy pudiera competir con La
Cámpora, un nombre para imprimir en las camisetas, que suscitara
entusiasmos más allá de lo meramente racional. Con ese mito en su
bagaje, la oposición podría competir exitosamente con aquellos que, a
juicio del articulista, recuerdan a quien no habría sido más que un
“adláter del trío Perón-Isabel-López Rega”. No parece que sea
precisamente la falta de mitos lo que hoy padece una oposición que creyó
a pies juntillas, hace más de dos años, en el fin del kirchnerismo. Por
otra parte, el mito Sarmiento, propuesto por Abraham, no parece tampoco
el más indicado para unificar a la oposición y posibilitarle una
ganancia de adhesión popular. Si se piensa en el escritor notable, en el
polemista apasionado cuyo talento era reconocido hasta por sus
enemigos, no aparece hoy entre los opositores figura alguna que pudiera
legítimamente asociarse con Sarmiento. Si la referencia evoca la
estigmatización de los sectores populares, la vigencia del esquema de
Civilización y Barbarie –cuestionado por Alberdi y Martínez Estrada–,
falacia refutada a diario por la renovada vigencia de la tradición
nacional popular en la política argentina, no se entiende cómo la
invocación al sanjuanino podría contribuir a multiplicar adhesiones para
la oposición.
Pero lo que más molesta no es la reivindicación de Sarmiento, sino
el desdén con el que, como de pasada, se trata la figura histórica de
Héctor Cámpora. En ese sentido, Abraham no es original porque la
denigración del ex presidente ha hecho carrera, sin necesidad de mayores
fundamentos. Algunos han inventado una inexistente militancia
conservadora, otros se han limitado a recordar que era dentista, como si
estos profesionales tuvieran alguna minusvalía, respecto de otros, para
el ejercicio de la política. Héctor Cámpora fue no sólo un dirigente de
larga trayectoria en el peronismo, muchos años presidente de la Cámara
de Diputados, sino que sufrió cárcel –se fugó de Río Gallegos junto con
John William Cooke– por haber permanecido fiel a sus convicciones
después de 1955. Delegado de Perón en las postrimerías de la dictadura
iniciada en 1966, enfrentó con firmeza la estrategia militar destinada a
ungir a Lanusse como presidente con el aval de las grandes fuerzas
políticas. Convertido así, naturalmente, en el candidato de Perón, dio
un notable espacio a la Juventud Peronista, la que se convirtió en
protagonista central en la campaña electoral de 1973. Inició su mandato,
rodeado por Salvador Allende y el presidente de Cuba, frente a una
plaza enfervorizada. Su breve gestión se asoció con grandes
movilizaciones populares y una profunda y generalizada esperanza en la
transformación de la sociedad. Más tarde renunció para dejar paso a
Perón, cuando ya la tragedia de Ezeiza ensombrecía el talante optimista
de las multitudes del 25 de mayo. Aunque sería temerario comparar los
textos de Cámpora con los de Sarmiento, ¿quién no recuerda con emoción
el discurso que ese mismo día pronunció el ex presidente ante el
Congreso, reivindicando la lucha de la “juventud maravillosa” y
delineando un programa que en sus grandes líneas sigue siendo actual? La
dictadura intentó detenerlo –¿se hubieran atrevido a matar a un ex
presidente?– y lo castigó durante más de cuatro años negándole permiso
para salir del país, autorización que sólo se concedió cuando la grave
enfermedad de Cámpora ya no tenía posibilidad de curación.
No es extraño, entonces, que su recuerdo siga vigente y pueda
convocar a los jóvenes. Abraham no se equivoca cuando valoriza el rol de
los mitos en la lucha política. Pero quizá no advierta que entre mito,
historia y razón las relaciones son más complejas. La perduración de las
grandes ideas que nos siguen convocando y la vigencia de los personajes
que continúan siendo actuales no son consecuencia de la irracionalidad
de las masas –como a veces se ha afirmado– ni tampoco de alguna
arbitraria decisión política; tienen que ver con la reflexión cotidiana
que hacen sobre su historia millones de argentinos.
Ubicado hoy este debate histórico sobre la figura de Cámpora en la
coyuntura política, no podía ser más oportuna la reedición de El
peronismo de la victoria, el libro de Jorge Bernetti que trata sobre el
período de 1973, que tuvo al ex presidente como un protagonista central.
Texto de análisis, el libro de Bernetti no es, por cierto, el
panegírico de Cámpora, pero su figura –enfrentada por lo peor del
peronismo– aparece realzada: en una coyuntura muy compleja, habría
advertido mejor que otros los riesgos que se estaban incubando y no
tardarían en estallar.
Hoy, cuando el proceso político que reivindica aquellas luchas
recibe una adhesión masiva y avanza en busca de transformaciones más
profundas, el libro reeditado por el Centro Cultural de la Memoria y la
Editorial Colihue puede ser un significativo aporte a los debates del
presente. Sospecho que muchos compartirán una conclusión después de su
lectura: la frustración de aquel movimiento que parecía incontenible el
25 de mayo de 1973 muestra que, en política, es tan necesario no
confundirse respecto de los enemigos como buscar con empeño los caminos
para sumar a todos los que deben formar parte del proceso popular.
* Director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. El
peronismo de la victoria será presentado mañana, a las 19, en el CCC,
Corrientes 1543.
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