Por Eduardo Aliverti
En
verdad, no se siente que haya demasiado para agregar. Haber acertado a
vivir en el país real, descartando el mediático que hacía dudar a
muchos, no confiere el derecho de caer en obviedades. Uno también dudó.
Confesemos que, si se retrocede hasta 2008/2009, no había seguridades
respecto del salto hacia delante. Casi que lo contrario, inclusive.
Para cumplir con lo que no por obvio deja de ser concluyente,
Cristina aplastó al resto aunque, según las conclusiones de ciertos
colegas, parece que no es dato central. Binner redondeó una elección muy
buena, si se lo toma desde la condición de casi ignoto con que arrancó
hace unos meses y aunque sea apresurado darle el papel de líder opositor
natural que se le otorga junto a Macri. Como lo dijimos en la nota de
este diario el lunes que pasó, el santafesino es hacedor de una gestión
con buena fama y usufructuario del gorilaje de clase media que no
encontró mejor refugio. Y al intendente porteño le queda por demostrar
que, así le ponga todo el cuerpo a construir la alternativa explícita de
la derecha, sabrá encarnar la opción ofreciendo algo mejor que lo que
el kirchnerismo expresa por izquierda en los marcos del sistema. Adiós
al hijo de Alfonsín, y adelante radicales con esas internas perpetuas
que clonan a la inutilidad en forma igualmente imperecedera. Chau para
el ex sheriff de Lomas de Zamora, junto con su esposa. El Alberto queda
como dato folklórico. Interesante ratificación en cifras de la izquierda
radicalizada, aunque no le haya alcanzado para meter representación
parlamentaria (apunte de Ezequiel Adamovsky, historiador e investigador
del Conicet, en Página/12 del último viernes: “A pesar de las protestas
de la izquierda trotskista, la reforma política ‘proscriptiva’ parece
haberla beneficiado porque la forzó a dejar de lado rencillas internas
que (...) parecían insalvables. (Claro que) Sus mejores logros no
estuvieron (...) en los distritos de mayor pobreza o presencia
trabajadora”). Y Carrió, suponemos, está guardada en un rancho-spa para
preparar la resistencia al régimen. Perdió “la corpo” mediática, además o
antes que todos ellos. Ya se dijo, ya se sabía. Ya está, por más ganas
de seguir regodeándose en que, alguna vez, el tiro salió para el lado de
la justicia. Joaquín Morales Solá, en La Nación del 29 de junio de 2009
y entre múltiples otros, decía: “El kirchnerismo ha concluido anoche
como ciclo político. El tiempo que le resta es el de un paisaje
resbaladizo (...) El peronismo tiene desde ayer el candidato que buscaba
para relevar el liderazgo de Kirchner: es Carlos Reutemann”. De
pronósticos como ésos hay decenas, y es muy divertido memorarlos en las
piezas audiovisuales y archivos gráficos que circulan a troche y moche
por los programas y redes oficialistas. Ya está. Ya perdieron. Ya son un
ridículo. Ya no significan más que la escritura de la impotencia.
Es mejor correr a la derecha por derecha, pero para delante.
Divertirse un ratito con armas igual de sencillas que las ejercidas por
ellos ayer y hoy, pero prospectivas. Con munición tan elemental como la
empleada por los liberales para haber avisado, hace dos años, que el
ciclo de los K estaba fenecido. Porque, de tan patéticos que fueron y
son sus argumentos, merecen verse reflejados en la moneda propia. Por
ejemplo, cuando el conflicto con los campestres era que la patria
sublevada, desde la propiedad de la tierra, había ganado en las calles y
las rutas su derecho a rebelarse, a exigir el fin de la yegua, a
promover el Cobos inmediato. ¿Mentira, entonces, que el pueblo no
delibera ni gobierna a través de sus representantes? Si tenían que
pudrir todo a través del piqueterismo garca, estaba bien. Como estuvo
bien que, a minutos de muerto Kirchner, editorialistas y operadores se
dieran el lujo de reproducirle a la yegua el pliego de condiciones que
La Nación le elevó al Presidente recién asumido. Romper con Cuba,
reconciliarse con los organismos financieros internacionales, archivar
los juicios al genocidio. Periodismo independiente. Y no pierden el
tiempo. La Presidenta debe optar entre “el consenso o la lucha”, es uno
de los reforzados caballitos de batalla con que machacan desde el
domingo los medios de la derecha. Increíble, o insólita pero lógicamente
pertinaz. Un gobierno que termina de ser refrendado con números
inéditos, después de ocho años, y se permiten señalarle el rumbo con
sentido contrario al implementado. ¿El “consenso” qué sería? ¿Defecarse
en que el 54 por ciento de los votos respaldó una gestión capaz de
haberles marcado la cancha a los gerentes económicos del Poder? ¿Sería
sentarse a negociar para que no sigan fugando dólares? ¿Sería devaluar
para “tranquilizar a los mercados”? ¿Sería prestarles oreja a los gurúes
del establishment que pronosticaron un tipo de cambio 10 a 1, cuando la
Argentina incendiada tras su inestimable colaboración con la apología
de los ’90? ¿Sería arrodillarse en el altar de Melconian, de Broda, de
De Pablo, de FIEL? ¿Sería que el pueblo equivocado se vaya a la huerta
de Carrió, munido de inciensos, para encabezar la resistencia? ¿Sería
ignorar la voluntad popular, entonces? ¿Violar el mandato de las urnas?
¿“La gente” vota una cosa pero debe hacerse otra? ¿El respeto a las
instituciones es ante todo el interés de las corporaciones? ¿Esa es la
concepción democrática de los “republicanos” que andan por las sesudas
columnas políticas de la prensa libre?
El discurso de Cristina el domingo a la noche, tomando como único lo
que dijo en el salón del hotel y en la Plaza, y haciendo abstracción de
lo que se piense sobre su franqueza, tuvo una enorme generosidad. Paró
agresiones, convocó a ser humildes en la victoria, llamó a que la
convenzan de errores que está dispuesta a corregir o a superaciones que
tiene ganas de asimilar (pero que alguna vez en la vida, por favor, le
señalen políticas de Estado serias, tiradas desde la buena leche).
Dejemos de lado el tramo de la alocución presidencial destinado a la
tropa entusiasta: vamos por construir organización y poder en los
frentes sociales, en las agrupaciones juveniles, en el entramado del
abajo. Apartémoslo no porque carezca de significación. Al revés. Tal vez
estemos frente a (el intento de) una etapa refundacional del
kirchnerismo, destinada a convertirlo en algo estructuralmente más
fuerte que el liderazgo personalista de un esquema favorecedor de las
grandes mayorías. Solamente se trata de señalar que Cristina abrió la
mano, concilió desde su avalancha de sufragios, se puso mucho más como
jefa de Estado que en candidata reelecta por goleada. Y le respondieron
con que se vienen la presidencia imperial, el poder omnímodo, La
Cámpora, el avasallamiento del Congreso. Le dijeron que lo que debe
hacer con el 54 por ciento de los votos es rifarlos. Nobleza obliga, los
cruzados de esa perorata son colegas de los medios opositores. En
líneas generales, con excepción manifiesta de la comandante Lilita, los
dirigentes derrotados se llamaron a mezcla de felicitaciones y silencio.
Los otros no esperaron ni un segundo. Siguen avanzando, ahora con el
clima de la fuga de capitales, porque resultó que las imbecilidades de
argüir ataques al periodismo y arrestos autoritarios caen en saco roto.
Al margen de deficiencias técnicas y discursivas que el Gobierno debería
asumir, en orden a que la inflación es la que es y el dólar continúa
como el valor de confianza supremo, lo más importante pasa por cómo
atacan en política.
Todo esto se produce justo al año de la muerte de un tipo que se
merece una seguridad colectiva absoluta, aun para quienes persistan en
odiarlo: decía en privado lo mismo que hacía en público. Un político sin
doble discurso. Será por eso que el pueblo lo quiere tanto. Y que la
derecha no sabe muy bien cómo seguir, salvo para joder la restitución de
confianza popular, frente a un mito reciente que convoca multitudes
hacia izquierda.
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