Por Mariano Ciafardini *
El árbol verde de la vida siempre nos enseña más que nuestros esfuerzos teóricos. Acaba de regalarnos una perla paradojal que ni al mismo Goethe se le hubiera ocurrido. El capitán de un barco que se hunde se cae, accidentalmente, en un bote salvavidas que lo lleva a la costa (contra su voluntad) mientras todo el pasaje sigue en el naufragio. Repuesto de la sorpresa, el capitán (ahora sí) toma las riendas del asunto: haciendo caso omiso a las órdenes telefónicas de otro capitán (que por allí pasaba) que, a los gritos de ¡cazzo cazzo!, le decía que regresara inmediatamente a su puesto de mando, se dirige al hotel y llama a su madre para avisarle que (él, al menos) está bien. Es imposible no comparar la escena con la del Titanic recientemente rememorada hasta en los detalles por la filmografía de Hollywood. La comedia repite la tragedia. En el Titanic mueren más de mil, la naturaleza se venga de la omnipotencia del capitalismo de la época, industrialista y desafiante, la estricta división de clases hace que la inmensa mayoría de los ahogados sean los ciudadanos de segunda y tercera y, el capitán, que conserva aún los restos del honor victoriano, se suicida en el puente. La orquesta toca hasta el final.
El Costa Concordia era también imponente y no debía navegar entre ningunos peligrosos icebergs, sólo en las aguas del gran lago mediterráneo. Prácticamente “inhundible”. A no ser por la estupidez humana llevada a los límites por el mismo sistema, que, ahora, no desafía industrialmente a la naturaleza, sino que, en su decadencia, vegeta parasitaria y depredadoramente, en cruceros de lujo, mientras miles y miles de personas, sobre todo niños, (de cuarta categoría) mueren de hambre. El capitán es un cretino al que no le queda nada de honor (ni del victoriano ni de ningún otro). Pero esto no puede sorprender, no pertenece a la armada británica de principios del siglo XX, sino a la flotilla italiana del almirante Berlusconi. Al fin y al cabo él no hizo más que lo mismo que su jefe con Italia: estar de joda, de fiesta en fiesta, disfrutando las mieses de la Europa neoliberal, mientras el barco navega sin rumbo inevitablemente hacia la catástrofe. Y, como si las coincidencias faltaran, también llevaba alguna hermosa polizonte, de las que no son aceptadas legalmente, pero que, si son suficientemente hermosas, pueden entrar por la puerta de servicio del camarote principal.
No hay orquesta, el buque se hunde lentamente y en silencio. Sólo farsa y riesgo de contaminación.
* Abogado. Profesor (UBA). Autor de Globalización, tercera (última) etapa del capitalismo.
Fuente: Pagina12
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