Por Eduardo Aliverti
¿Que algo impacte significa necesariamente que sea profundo? ¿Enfrentar y combatir son lo mismo? Desde ya que no. Pero el discurso de Hugo Moyano parece haber convencido de lo contrario a una notable cantidad de analistas.
Vayamos con bastante o mucho de pudor, porque se trata de recorrer obviedades que un invento de clima peligroso no registra como tales. Se sabe de sobra: a Moyano le cabe la definición de peronista clásico que, como algunos colegas apuntaron, el jueves sacó el “peronómetro”. Hombre de aparato tradicional, cabe reconocerle haber sido uno de los muy pocos de su palo que se enfrentaron al menemato. Durante el choque contra los campestres estuvo en el lado correcto y, estratégicamente, no se confundió jamás. Sus andanzas de enriquecimiento personal, o las empresas satélites del polo camionero, no modifican aquel aserto. Mezclar a Moyano con el enemigo es una visión simiesca, simplota, hipócrita. La vara moral con que lo miden el sentido común de clase media, y sus comandos mediáticos, nunca es aplicada a los grandes hombres de negocios que lucran con y contra el Estado. Si es cuestión de prontuariar a Moyano hay que retroceder hasta el primer lustro de los ’70, cuando al frente de la Juventud Sindical Peronista, en Mar del Plata, tuvo lazos no propiciamente desmentidos con organizaciones de ultraderecha. Es espeluznante el abismo de imbecilidad que media entre eso y extrapolar que Moyano es Rucci y La Cámpora los Montoneros, como blanden ciertos escribas desesperados por encontrar un ambiente de violencia que sólo por ahora sería verbal.
¿Qué cosas tan jodidas dijo Moyano en su discurso? ¿Qué barbaridades pidió? La modificación del mínimo no imponible. El derecho de los trabajadores blanqueados a cobrar el salario familiar, si ganan más de 5200 pesos. El aumento de la ayuda escolar primaria. El bonus de todos los años para los jubilados, que quedó afuera por el recorte de subsidios. En la recorrida general puede cuestionársele que sólo le habló a la tribuna de los asalariados formales, que es y ya era la preocupación exclusiva de la CGT. También, y por tanto, puede enrostrársele falta de solidaridad con quienes están afuera del circuito blanqueado; pero en eso le jugaría a favor que, simultáneamente, reclama financiación estatal a los más desprotegidos por vía de otros recursos, como gravar a la timba financiera. Es o podría ser larga la discusión en torno de esto pero, caramba, estamos hablando de un dirigente sindical al frente de una central obrera. ¿Qué se pretende? ¿Que en un estadio repleto de cincuenta mil adherentes enfervorizados actúe como un opa convocante al tú puedes? ¿Así de fácil se olvida el ardid eterno de pegar para negociar, que cuenta a los peronistas como cultores políticos insuperables? ¿El nudo es que Moyano lo extraña a Kirchner, con quien siempre terminaba arreglando después de puteadas estentóreas, porque ahora Cristina no le atiende ni el teléfono y encima le relega a los compañeros en las listas electorales y espacios de poder? ¿La trabazón es que hay una Presidenta muy zurda o despectiva, para el gusto de la cabeza cegetista? Cuánta frivolidad para encontrar, fácil, preguntas circunstanciales.
Más luego, las otras “durezas” del discurso de Moyano fueron que no quiere mano intervencionista en la caja de las obras sociales. Y que se fue del PJ porque lo considera una cáscara vacía. De lo primero, nada que no se supiera ni previera. Una parte de la madre del borrego, como provocación, es lo segundo. Pero, ¿a dónde podría irse Moyano? ¿A quiénes representa, a quiénes seduciría, a quiénes podría movilizar por fuera de su sindicato? Están dibujando un mito de enorme capacidad destructiva, símil de la fantasía que enterró a Duhalde. En éste operó el delirio de creer que había una familia peronista nacional y refractaria a los cambios hacia izquierda. Algunos o muchos supusieron que seguía controlando resortes del conurbano, de atributos incendiarios. Las urnas lo revelaron en condición de cadáver, igualmente portada por tantos barones que se comían a los chicos crudos. Y ocurriría lo mismo con un referente gremial que hacia los sectores populares no expresa nada sustantivo, y hacia los medios es horripilante. Fue graciosísimo leer a un columnista, digamos que de los connotados, relatando que Moyano tiene un potencial de daño, sobre el humor social, que ningún otro opositor tiene. El pequeño detalle obviado por el colega es que ese humor colectivo, en la hipótesis de un Moyano desorbitado, no haría más que agrandar el apego masivo al oficialismo. De hecho: al cabo del discurso moyanista y siendo que se plegaron Luis Barrionuevo, el Momo Venegas y la elogiosa cita camionera a la liberación de Zanola (es decir, una suerte de quintaesencia del espanto), cualquier encuesta indicaría un ensanchamiento gigantesco de las espaldas populares de Cristina. No es ésa, empero, la competitividad decisoria. Si la Presidenta se emperra en una lectura política que le sugiere aprovechar la impopularidad de la CGT, y la CGT se obnubila contra los chicos bien que atraen a la Presidenta, los dos perderán de vista que toda cimentación auténticamente progresista debe basarse en la reparación y activación de las masas. No en lo que debe esperarse de la caridad empresaria.
La portada clarinetística del último viernes es una semblanza muy adecuada para interpretar por dónde van las centralidades. El título principal, a toda página, señaló que “el Gobierno avanza en el control de los diarios”. Una volanta ampulosa se permitió hablar de “ofensiva oficial contra los medios”. Un copete mentiroso definió “inédito trámite exprés” el pase a comisión senatorial del proyecto que regula la producción, venta e importación de papel, como si en toda la historia parlamentaria argentina no hubiese habido jamás resoluciones expeditivas de ese tenor. Los recuadros, debajo, mentaron “trampas” y denuncias, sobre el riesgo para la libertad de expresión, de entidades periodísticas (cita precedida por el artículo “las”, cual si fueran únicas). Más una llamada al editorial, que arriesga “pretensión de controlar la palabra”. Muy a placé de esa batería –acentuada en la edición de ayer– está la foto del líder camionero con el dedo levantado, otros recuadros alusivos y el pie de página que refiere la dureza del enfrentamiento con Cristina. La Nación, en cambio, conservó vergüenza periodística y obró la inversa: título central para Moyano y en segundo lugar, a margen derecho, la media sanción sobre el papel para diarios. Queda claro, como fuere, que el propio establishment de prensa juzga como episódico lo dicho en la cancha de Huracán; o bien, que el nodo pasa mucho antes por la afectación de (uno de) sus negocios.
Esa es una contradicción con rango de principal, en un país donde la oposición continúa encabezada por corporaciones mediáticas. La de Moyano es secundaria, en tanto se remite a puja por espacios de poder. El camionero vale a dos puntas, en todo caso. Al kirchnerismo le sirve para tener contendiente. Ya se sabe que sin adversario es imposible una construcción entusiasmante. La batalla contra Clarín comienza a ser tomada como un paisaje cotidiano y aburrido. Los chacareros, para generalizar, duermen arriba de un colchón de soja e inversiones inmobiliarias. La Iglesia ya no cotiza. De lo partidario, por llamarle de algún modo, mejor ni hablar. Los radicales diletan enfrentados entre sí, de acuerdo con sus usos y costumbres. Proyecto Sur y la Coalición Cívica desaparecieron. De Binner no hay ninguna noticia (ni da la sensación de que vaya a haberla) respecto de su armado nacional; y lo primero que hizo el gobernador santafesino Bonfatti –de quien le cabe a aquél el mérito de haberlo impulsado contra viento y marea– es tender redes con Casa Rosada. Macri está en ondas de amor y paz, bajo rezo de que no se le derrumbe otro edificio. La franja rebelde de la CTA tampoco figura en marquesina alguna. Así que en eso llegó Moyano, como para tener algo enfrente que, a la vez, les sirve a la prensa opositora y a los restos de esa oposición decorativa para jugar con un cuco, capaz de poner en riesgo la gobernabilidad de Cristina.
Es lo que dicen. No lo que creen. Ni lo que pasará, mientras haya claridad de conducción.
Fuente: Pagina12
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