Por Juan Eduardo Lenscak
La política
con los muertos es tan vieja como la humanidad, donde un determinado sector
intenta vencer la contingencia de las limitaciones individuales en favor de la continuidad de un proyecto
colectivo. Tal es así que la memoria y el olvido, pugnaron siempre en la
historia, como expresión de la continuidad o la represión de un determinado
sentido, modelo o proyecto comunitario.
Pero en
Argentina, el proyecto del olvido a los liderazgos populares fue
particularmente significativo, trágico y traumático. La desaparición del
cadáver de Evita, y su profanación con la complicidad de las autoridades eclesiásticas,
viene bien recordarlo cuando este tema vuelve recurrentemente, como reflujo de
una digestión no suficientemente elaborada en la convivencia nacional.
Recientemente
, más precisamente en el día de los
difuntos, como también lo fue en el aniversario de la muerte de Néstor
Kirchner, volvió a plantearse el tema de los recordatorios fúnebres desde
distintas perspectivas políticas.
En nuestra
ciudad se inauguró un monumento con una estatua de bronce en la avenida que
lleva el nombre del ex presidente, y se construyó un trazado vial que comunica
el centro de la ciudad con el complejo habitacional la Nueva Formosa. Y en
Santa Cruz se ha construido un imponente mausoleo para honrar a quien
proyectara a una de las provincias más australes y marginadas, como vidriera y
cuna de un probado liderazgo en el
proyecto de liberación nacional y latinoamericano.
Son dos
formas, dentro de las innumerables seguidillas de actos y recordatorios que se
sucedieron en el país signadas con un mismo sentimiento en la forma de
interpretar la muerte de un líder popular.
Pero el
proyecto del olvido, la profanación y el escarnio de lo popular, tuvo sus
devotos en nuestro medio. Un diario local particularmente crítico a la gestión
provincial y nacional, reprodujo en su página web varios videos. El primero titulado
“Mauseoleo de Nefastor Kirchner” y subtitulado “ (la soberbia K)”, donde se
puede observar algunas tumbas de famosos para compararlas con el mausoleo de Néstor Kirchner en el
sur presentado éste como un
despropósito. Desde ya el propio título
de “Nefastor” sugiere la perspectiva ideológica desde la cual se realiza la
comparación con la tumba de Jorge Luis Borges, de J. F. Kennedy, Mathma Gandhi y Martin Luther
King. También, aparecen las tumbas de Sir Winston Churchil junto a la Madre
Teresa de Calcuta.
Quizàs la
inconsistencia de la argumentación sea
menor que el paradigma político en el que se sustenta. A los autores de semejante “producciòn” no se
les ocurrió pensar que las tumbas de los famosos que se presentan a
consideración del espectador no estàn ubicados en cementerios comunes, sino
precisamente en mausoleos propios que los contienen. Ni se les ocurrió pensar
que tan fácil como resulta ver el video por internet, se puede acceder con un
solo clic al mausoleo, supongamos de Raj
Ghat en Nueva Delhi, donde se puede
apreciar una construcción periférica monumental que contiene un gigantesco
parque delicadamente cuidado cuyo centro es la imponente tumba de Gandi. Que
cuenta además, en las adyacencias, un
museo conmemorativo con recuerdos del
líder popular hindú.
Discutir si
un mausoleo es más discreto y el otro más majestuoso sería desvirtuar el hecho
del reconocimiento popular a un liderazgo en un proceso de liberación. No
tendrían sentido trascendente, tampoco las basílicas y catedrales, engalanadas
con imponentes columnas, escaleras de mármol y vistosas cúpulas, que fueran
dedicadas a los santos cristianos que referenciaron una buena nueva para todos,
superando la esclavitud a la que estaban sometidos.
Tampoco
tendría sentido la estatua ecuestre más importante del estadista con más méritos de la generación
del ochenta y del modelo portuario agroexportador, represor del indio, del
gaucho y del peón, en el centro de Buenos Aires, a la vista de todos, en especial de sus víctimas, como lo es la
estatua del general Roca.
A nadie
escapa que no se trata del tamaño de los mausoleos, ni de estatuas, más o menos
onerosas, sino de proyectos de país que se recuerdan o se olvidan; se reavivan
o se reprimen; viven o desaparecen.
Esta semana
signada por la conmemoración del día de los difuntos, a los formoseños nos tocó
protagonizar también el traslado de los restos de Pacífico Scozzina, al lugar
que èl mismo pidió que lo llevaran para su descanso definitivo. Monseñor
Scozzina fue un referente religioso que rompió el molde de la iglesia cómplice
con los proyectos de todas las dictaduras.
Pero no hubo una sola voz, ni de la iglesia, ni de los voceros de prensa
gubernamental, que haya recordado su
acompañamiento y asesoramiento a las ligas agrarias nacidas durante la
dictadura de la Revolución Argentina de Onganìa, Levingtòn, y Lanusse. No se
mencionó su desprendimiento del sueldo de obispo equivalente al de un juez
federal que abona el Estado Argentino.
Tampoco
de su renuncia forzada por la dictadura cívico militar. Es más, se
afirmó que renunció por razones de salud. No se recordaron sus explicaciones
sobre su dimisión para proteger de la persecución y posibles muertes a los
sacerdotes de la diócesis. Tampoco se
recordó de su advertencia pública de excomunión a las autoridades militares
cuando reprimían a los militantes populares. Mucho menos del cierre de templos
en Formosa, días antes del golpe militar del 24 de marzo, en repudio a la represión desatada por el
Regimiento de Infantería del Monte 29 contra los dirigentes populares… Ni qué
hablar de sus visitas a los presos políticos en las cárceles, y de su desvelo
por la atención a sus familiares. Se lo
quiso recordar lavado de connotaciones teñidas con su compromiso a favor de las
luchas campesinas, y del proyecto de liberación de los más humildes.
Quizás sea por
la misma razón por la cual todavía “hace memoria” el cuadro del genocida
Colombo, con condena firme, en la galería de entrada de la casa de gobierno,
con la misma jerarquía de los demás mandatarios. Quizás sea por la misma razón
por la cual la calle 17 de Octubre de la ciudad de Formosa conserve aún el
nombre impuesto por la revolución fusiladora de Aramburu y Rojas, y no se haya
tratado aún en el Consejo Deliberante capitalino la propuesta de su restitución.
Oficialmente la calle 17 de Octubre sigue llevando el nombre de “Libertad” que rememora el golpe de estado de
la autodenominada Revolución
Libertadora. Quizás sea también por la
misma razón que no se autoriza la propuesta votada mayoritariamente por la
comunidad educativa de la EPES 91, contigua al ex centro clandestino de
detención más emblemático de Formosa conocido como La Escuelita”, de llamarse
“Memoria, Verdad y Justicia”. Quizás sea por la misma razón que en nuestra
provincia los centros clandestinos de detención no se los visualiza públicamente
como tales, ni se respeta lo normado sobre el particular por una ley de la
Nación. Estos olvidos, entre los muchos que se podrían enumerar (en especial
los relativos a las comunidades originarias de Formosa, o a los campesinos
desterrados por el Coronel Lopez), constituyen una particular forma política de
hacer memoria.
Todo nos
hace pensar que falta aún mucho camino por recorrer para que la memoria
colectiva de Néstor Kirchner y Pacífico Scozzina, en Formosa, los recuerde también
por su lucha en la defensa de los derechos humanos y de un proyecto de liberación
integral de los más humildes.
El recuerdo
solo de la obra pública y del vía crucis más largo del mundo, no alcanza para
dimensionar estos valores en la memoria colectiva hecha bronce.
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