24/06/2012
Por Eduardo Anguita
Por Eduardo Anguita
El dictador y otros once genocidas fueron trasladados desde el penal de Campo de Mayo, donde vivían con insólitas comodidades, a Marcos Paz. Fotos exclusivas del lugar donde estaban alojados hasta esta semana.
El jueves, mientras Boca jugaba con la U en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, algunos recordaban que ese estadio se llama Víctor Jara por la saña con que el dictador Augusto Pinochet había tratado al poeta y militante. Antes de asesinarlo, los torturadores le reventaron las manos con las que su guitarra desplegaba los sueños de justicia. Pinochet logró burlar a la muerte: terminó sus días con completa impunidad. A la misma hora que el estadio Víctor Jara temblaba por la semifinal de la Libertadores, en la cárcel de Marcos Paz, el temible dictador Jorge Videla sentía que terminaba la pequeña cuota de impunidad de la que gozaba. Es que esa tarde, en una ambulancia del Servicio Penitenciario Federal, y junto a otros 11 genocidas que viajaban en un camión celular de traslado, se iban de la U34 de Campo de Mayo donde cumplían su prisión. Aunque custodiados por agentes penitenciarios, Videla y sus cómplices, tal como lo muestra este reportaje fotográfico, gozaban de unas condiciones de vida que en nada se parecen a una cárcel. Además, en su fuero íntimo, estos ex militares sentían que estaban en el lugar que les correspondía: las instalaciones donde está la U34 son las que se destinaban al cumplimiento de arrestos a oficiales que eran sancionados por el viejo Código de Justicia Militar. Ese jueves, desde muy temprano, el director del Servicio Penitenciario Federal, Víctor Hortel, había puesto en marcha el operativo. Era una decisión que había meditado lo suficiente y antes de avanzar consultó con las autoridades del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. Quizás una pequeña dificultad era que la decisión de Campo de Mayo como lugar de detención era de un convenio de 2007, cuando Néstor Kirchner era presidente. Pero justamente había sido Néstor Kirchner quien había decidido, tres años antes, un 24 de marzo, que el cuadro de Videla no estuviera más en el Colegio Militar. Y ese lugar en el que estaba Videla hasta el jueves tenía demasiados lados flacos. Las fotos que acompañan este texto son ilustrativas de los beneficios que tenían los genocidas. Pero, además, el gran chalet en el que estaban tiene dos particularidades que vale la pena destacar. Allí, había hasta el jueves 24 genocidas. Doce quedaron y otros 12 fueron a Marcos Paz (ver lista por separado). Vivían en distintas habitaciones. Los ex generales Jorge Videla y Eduardo Cabanillas, por ejemplo, tenían sus habitaciones con lujos. Algunos oficiales de menor graduación y suboficiales, en cambio, estaban en piezas más austeras. Seguían manteniendo las propias jerarquías de los tiempos asesinos. Este es un primer tema y que será remediado con una modificación edilicia para que esa U34 tenga celdas reales y no habitaciones de hotel confortable. El otro asunto que motivó el traslado, y que resulta más imperioso, es que los visitantes de los genocidas, una vez que ingresaban al chalet, podían moverse libremente de un sector al otro. Y así fue que los periodistas Ricardo Angoso y Ceferino Reato pudieron conversar largamente con Videla sin siquiera pedir autorización para realizar una entrevista. Una vez que fueron publicadas las notas y el libro en cuestión, de algún modo parecía una provocación hacia la democracia y un mensaje de la sensación de impunidad con la que se manejan estos criminales.
A partir de estas consideraciones, Hortel entendió que había una situación de privilegio que debía terminar inmediatamente y que las personas allí alojadas debían ir a una cárcel común. En ese sentido, la U34 quedó con una docena de detenidos y, una vez que terminen las obras de refacción que le den arquitectura de cárcel, funcione como lo que en la jerga penitenciaria se conoce como unidad de ingreso, en este caso de delincuentes acusados por delitos de lesa humanidad. Es decir, allí estarán sólo el primer tiempo hasta que se les asigne una unidad penitenciaria. Una cárcel común.
Este jueves, mientras el país vivía convulsionado por el paro sorpresivo de los camioneros, se dio un paso más en la lucha contra la impunidad. En el marco estricto de la Justicia y los derechos que le competen a toda persona detenida. Eso sí, con resolución y sin concesiones. Fue, como todo traslado, sorpresivo. Ingresó un grupo de penitenciarios acompañando a Hortel y les comunicaron que podían llevar sus pertenencias personales. Algunos reclamaron que querían llevar todo lo que tenían en sus dormitorios. Les contestaron que llevaran lo estrictamente necesario y que el resto podría ser retirado en los días sucesivos por sus familiares. Les hicieron una revisación médica, los esposaron y los metieron en las celdas del camión celular (salvo a Videla, que fue en ambulancia) y partieron en caravana, custodiados por un grupo especial del propio Servicio Penitenciario, con rumbo a Marcos Paz. Allí, de nuevo fueron revisados por los médicos y verificaron que todos estaban bien. Los otros genocidas alojados en Marcos Paz se quedaron sorprendidos de ver a Videla como un nuevo habitante de ese penal.
Fuente: Miradas al Sur
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