Fuente: El Ortiba
En las apariciones del papa en la última Semana Santa hubo alguna contradicción, en cuanto quienes interpretan cada palabra del máximo exponente de la Iglesia Católica no hallaron ni un renglón de arrepentimiento por los asuntos de pedofilia y violación de menores . La corporación católica tan influyente en la política y economía mundial, igual que otras sectas místicas o confesionales de menor peso, demuestran su propio sustento postergando a voluntad o elección, (ad libitum), aquello que contradiga su designio, y así las cosas, el domingo 4 de abril del 2010 de nuevo cardenales, obispos y adherentes católicos siguieron embrollando el inevitable blanqueo de tantos varones con sotana, tan entusiasmados con eso de practicar sexo con lo que venga. Una afición poco apreciable si se considera que toda agresión a otra persona en cualquier país jurídicamente organizado, es pasible de un castigo penal; hecho también punible si lo comete un fraile de cualquier jerarquía. Esa perversión por siempre delictual fue metódicamente negado por los católicos en todas las instancias, hasta cuando la ‘indisciplina’ se conociera con fecha, hora y lugar del hecho en un informe policial. Ante el cúmulo de encartados en las ‘naturales aberraciones’, - alguien pontificó así y nos sonreímos- el cardenal Sodano luego de dialogar con el papa Ratzinger desenfundó una sentencia que quizá le festejarán los hermeneutas vaticanos por un largo tiempo: ‘nuestros fieles no se dejan impresionar por las murmuraciones’. ¿Murmuraciones, qué tal? El cardenal Sodano pronunció lo mismo que cualquier futbolero argentino al perder su equipo: ‘andá a quejarte a la iglesia, gil’, sacudiendo una didáctica broma a esos ‘fieles que no se dejan impresionar por calumnias y chimentos’. Y bueno.
Dejando ciertas irreverencias con la verdad, histórica y cotidiana, al unir las religiones su destino al oro, la sociedad con los reinados se hizo manual de texto cuando los Reyes Católicos de España emprendieron la conquista de América. Entonces ahí, a puro atropello, matanzas y cruces ensangrentadas en esos territorios, los europeos empujados por el hambre, - causa definitiva en las migraciones del hombre- acometieron contra sus habitantes nativos ante la mirada católica y piadosa de los curas que por allí anduvieron. No pocos naturales murieron en los brutales trabajos forzados impuestos tantos por españoles como portugueses, y no existe ninguna malversación libresca que cambie semejante realidad. El negocio era cargarse la mayor cantidad de oro hacia Europa, y no jodamos, al desaparecer la economía agrícola en las Antillas la extinción de su población resultó casi absoluta. Pero sin embargo no hubo ni una acción significante de los religiosos contra tanta crueldad, en cuanto aquellos europeos consideraban inferior a todo lo diferente. Y por aquí alguien hoy diría, como ahora.
Esta persistencia en disfrazar quienes son y qué pretenden las corporaciones religiosas no es circunstancial ni de coyuntura; es estructural. El privilegio y la impunidad inherentes al Poder están en su naturaleza, y bien ancladas en los cimientos de la superstición y de la fé. Para fundamentar eso basta con ver las actitudes contra los gobiernos constitucionales que acontecieran y suceden en la Argentina, donde la jerarquía católica se consolidó como un partido político más de la derecha económica y política. Eso sí, bien trenzada a las corporaciones mediáticas ‘tan inocentes’ del Proceso Militar que desapareció a miles, y vendiera chicos en complicidad con jueces aún vigentes y de arrodillarse en el confesionario. Pero los religiosos, tan diestros en su tarea, piadosamente ya hablan de la inequidad que soporta un tercio de la especie humana y hasta se largan a discursear sobre la pobreza, algo políticamente tentador. Entonces y dejando de ahondar en la falencia ética de tantos místicos irrecuperables, sepamos a cambio qué pretenden en verdad: cuál es su proyecto contra la creciente hambruna de la especie humana; qué plan, pensamiento o como lo bauticen pergeñan sin invocaciones al Supremo o contra los herejes del cataclismo final. Pensamos que ese libreto se agotó y es hora de abrumar al mundo con cifras o enunciados novedosos; por favor, la humanidad aguarda al menos una opinión o gesto de las multimillonarias corporaciones religiosas que resulte factible de concretarse. En principio, que comamos todos es la única verdad y no es negociable, entonces con algún proyecto de los aspirantes al cielo eterno evitemos que cada cinco segundos se muera un pibe de hambre en el mundo, como hoy. Y si ciertamente los católicos le propusieran a la especie humana algo serio y posible, no pocos recuperarían la creencia; digamos, es un decir… Pero de proseguir parlando banalidades sin riesgo económico, intelectual ni conceptual y seguir sermoneando cómo ganar el reino divino, en el planeta seguirán perdiendo clientela y la propiedad espiritual del hombre. Eso que viene aconteciendo aunque nadie repita ‘la religión es el opio de los pueblos’. (Y calma que no transcribiré la docena de nombres alemanes impronunciables, esos que sentenciaran lo mismo antes que Carlos Marx lo escribiera por 1844). (4/2010)
Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina
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