Por Eduardo Aliverti
Podrían ser varios temas. O unos pocos, pero bien demostrativos de que es la batalla mediática el lugar por donde transcurre, como nunca, la construcción de sentido. De imaginario. De ensoñaciones dibujadas como realidad. O de realidades trabajadas como ensoñación.
Podría ser lo sucedido en la conferencia de prensa de Martín Sabbatella, al anunciar cuáles son los grupos que al cabo del 7 de diciembre deberán desprenderse de las licencias de radio y tevé que les sobran. Un cronista de Clarín tildó de mentiroso al titular de Afsca, acusándolo de haber encubierto que fueron todos los grupos los que incumplieron los plazos de presentación. Sabbatella le explicó con lujo de detalle por qué no era así, pero el colega continuó sobreactuando a grito limpio y fue así, a grito irracional, como se publicó su crónica del día siguiente. No escuchó nada. No quieren escuchar. Y podría ser lo que hicieron con las declaraciones de Nilda Garré. Las formuló en el programa de radio del suscripto. La convirtieron en su comidilla. La destrozaron. Lo cual no deja de ser válido, con ella o con cualquiera, si lo argumentativo parte de brindar transcripción fehaciente. No. Le dieron vuelta todo lo que dijo. La ministra dijo que comprendía el reclamo del 8N por más que, de acuerdo con cualquier estadística que se tome, las cifras del delito local figuran entre las más bajas del continente. Publicaron y dijeron que le toma el pelo a la sociedad. La ministra admitió que no podía evitar el sentir “cierta culpa”, al registrar que tanta gente reclamó soluciones inmediatas que ni ella, ni nadie, puede sacar de la galera para resolver un intríngulis de alcances mundiales en toda gran urbe. Publicaron y dijeron que la ministra se confesó culpable. La ministra dijo que, además del qué, debe tenerse en cuenta a quién le reclaman, porque al gobierno nacional le cabe una parte de las responsabilidades por la seguridad ciudadana. Recordó que están las políticas y las policías de cada distrito, valgan el federalismo y la Metropolitana macrista. De eso no publicaron ni dijeron nada.
Con el avance de la semana, el deporte pasó a ser que el alcalde porteño aceptó el traspaso del subte. Según los medios que lo apañan, fue así porque tomó nota de que “la gente” exigió actitud opositora, y no por el acta que firmó en enero, ni porque es obvio de toda obviedad que el subte corre bajo sus pies, ni porque se vio venir la noche que prefiere disfrutar con Kiss o Antonia. Habrá que ver, eso sí, a cuánto pone el boleto, tras el saque de más del ciento por ciento que se gastó al acceder a la cesión de la que se arrepintió enseguida. Asimismo, ejercitaron con la eventual polenta de liderazgo del cordobés De la Sota. La fragata, más los fondos buitre y que el país puede entrar en default técnico, no dan para mucho. Este periodista cree que podría haber prescindido de todo lo anterior y, por cierto, no sólo como relevamiento semanal. Podría, simplemente, haber escogido una noticia. Una sola, que se basta y sobra para ser representativa de lo que algunos considerarán clima de etapa. Y otros, ya de época. En cualquier caso, un escenario de cambio, sostenido, sin el cual sería imposible que esa noticia se baste y sobre. Por lo que significa apenas se cita un nombre, y por lo que significan los que la ocultaron. A la noticia y al nombre. Es al revés, en verdad. Según quiénes sean los nombres, hay noticia o hay la necesidad de invisibilizarla.
Fue procesado Carlos Blaquier, por 29 casos de privación de la libertad en julio de 1976. En Jujuy. En su feudo de Ledesma. Cómplice en primer grado. Le trabaron embargo por 11 millones de pesos, y a la empresa por 5. Son migajas propinescas para el zar del azúcar más grande de América latina, aunque el valor simbólico cuenta. El fallo del juez federal Fernando Poviña, quien, en unos pocos meses, como encargado de las causas, activó lo que su antecesor durmió durante años, contiene unos párrafos de volumen histórico. Tras citar la voluntad de colaboración empresarial con una dictadura fundante del nuevo orden que los beneficiaba, el dictamen de Poviña señala que, además del apoyo intra e interinstitucional “con el que contaron las fuerzas de represión para arrebatar la representación política, los militares a cargo de los sucesivos golpes de Estado fueron apoyados, y se beneficiaron, con la colaboración activa de los mayores grupos económicos del país”. Continúa: “La política económica y la política represiva estuvieron, entonces, íntimamente relacionadas. Así, no resulta sorprendente, a esta altura del análisis, que aquellos militares que participaron en los sucesivos golpes de Estado, y asumieron como ministros o funcionarios públicos, fueran luego de su retiro contratados por las grandes corporaciones, como lobbistas o asesores”. Ledesma se llama Martínez de Hoz; se llama créditos de los militares que la favorecieron; se llama haber liquidado los ingenios azucareros del norte para nuclearlos en Salta y Jujuy como virtuales campos de concentración, dice luego el juez, bien que en otros términos cuyo factor no altera el producto. Como si fuera poco, Poviña aclara que la investigación no se cerró. Que ahora debe continuarse con las imputaciones por torturas y homicidios. Y el pedido de detención.
Además del zar del “lugar más difícil del norte argentino”, como bien lo calificaron familiares de las víctimas de Ledesma, fue procesado Alberto Lemos. Era el administrador de la empresa en los pagos donde los Blaquier y los Arrieta se echaron “La Rosadita”: una réplica de la Casa de Gobierno nacional, pegada a la montaña de bagazo del centro del pueblo. El bagazo es la mierda de la caña de azúcar. Ni siquiera hace falta chicanear con lo veraz o verosímil de que Blaquier se hace preparar allí sus empanadas preferidas, para ordenar que se las traigan de la mañana al mediodía. La caca de su caña –eso sí que es fuerte como emblema supremo– queda a miles de kilómetros de La Torcaza, la mansión blaquierista en la avenida
Sucre sanisidrense, donde es anfitrión habitual de sus amigos del poder real, revestido de mármoles de Carrara, belgas, griegos y sudafricanos. Este es el tipo que acaba de ser procesado por proveer de estructura conceptual, edilicia, móvil, sádica, al nazismo territorial de sus yungas. A la Noche del Apagón, que en rigor fueron varias noches, entre el 20 y el 27 de julio de hace más de 36 años, cuando oscurecieron toda la ciudad para que se chuparan sin problemas a 400 de sus obreros y pobladores. A los comandantes del Ejército y Gendarmería. A los que –como reconoció orgulloso el entonces jefe de Personal del Ingenio, Mario Paz, en la película Sol de Noche, que según Blaquier creó el mito represivo– torturaban a los secuestrados hasta que alguno cantara. Al resto de los atormentados, dice Don Mario en el film, más tarde les pedían disculpas. Tantos años que pasaron con esa sensación de impunidad asegurada. Y resulta que aparecen una fiscalía y un juez. Un tucumano tapado que no calcularon ni Blaquier, ni sus abogados, ni sus amigotes. Unos fuera de juego y de serie, de esos que, en la medida en que haya una institucionalidad acompañante, capaz de darle cobertura a su convicción, no frenan. Eso es lo que habilitó esta etapa, esta época. Esta militancia de los imprescindibles. De los incansables que encontraron decisiones y gestos, arriba, para no cansarse. Es de ahí que salió un juez que dijo no. Dijo basta. Dijo vení para acá. Dijo quién te creés que sos, vos y tu azúcar, tus resmas de papel, tu Torcaza, tu Rosadita.
Blaquier procesado, créase o no. El personaje más capangamente delicado de la simbiosis entre genocidio militar y económico, procesado. Créase o no. Y los medios y los periodistas que ignoraron la sentencia. Derecho viejo. Para ellos no existe la noticia que se basta y sobra. Menos de diez líneas perdidas en un suelto de Clarín, el viernes, y apenas unas pocas más en la cobertura de La Nación. Y si hablamos de militarización en Jujuy, vayamos por la Tupac. Por Milagro Sala. Por la india, la coya, la bruta, la violenta. Blaquier procesado, nada menos que Blaquier y sus jerarcas, no merece despliegue de la prensa libre. Los machos del off the record, de las acusaciones truchas o insustanciales, de los operativos de edición, ocultan a Blaquier procesado.
En nombre de Olga Arédez. De que dio vueltas sola, y sola, y sola, años y años, en la plaza de Libertador General San Martín, con la única violencia de su pañuelo. En nombre de Luis, su esposo, intendente radical en el camporismo, desaparecido dos veces por la pretensión de cobrarle al Ingenio Ledesma los impuestos de feudo correspondientes. En nombre de sus hijos, de todas las víctimas y de los militantes que atravesaron dictadura, blandengues, menemato, la Ledesma sempiternamente intocada e intocable y la prensa que jamás se metió ni se meterá con todos los Blaquier que andan por ahí, salud.
Un apellido. Un fallo judicial. El estoicismo de quienes no se agotaron. La hijaputez de quienes esconden la noticia que se basta y sobra. Quien quiera oír, que oiga. Quien no, tiene a mano las cacerolas y las vírgenes del periodismo independiente.
Fuente: Pagina12
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