Por Ignacio Vélez Carreras
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Muy delgado, cara de niño, de mirada penetrante y una inocultable ternura inocente, la imagen, el recuerdo de Fernando Abal Medina es imborrable.
Sin duda fue un líder nato. Se ubicaba en las situaciones o escenarios más complejos con increíble rapidez y con la misma velocidad tomaba decisiones. Decidido, apasionado, con claridad social y política de dónde estaban las víctimas y dónde los victimarios. Siempre en claro de qué lado debíamos estar nosotros.
Su audacia ejercida con una sonrisa irónica y gran desparpajo, no tenía límites. Cuando aparecieron en la calle los afiches de “buscado” con su foto, ante el terror de sus compañeros, se acercaba para cerciorarse si la imagen se le parecía. Sin embargo y pese a la dureza que aquellos años nos habían obligado a representar, por momentos alcanzaba grados de ternura y compañerismo donde florecía el pibe porteño lleno de sueños e inquietudes. Pibe que no olvidaba la plaza del barrio, su plaza, la de los juegos infantiles, ubicada en el centro del poder, la Plaza de Mayo. Y de allí provenían sus recuerdos de los cambios de guardia, con que nos deslumbraba a los provincianos, y lo que pasó cuando su pelota se entreveró entre las botas de los granaderos.
Fernando venía de una familia católica practicante, como la mayoría de los que conformamos los grupos iniciales de Montoneros. Su formación católica fue ensanchándose con el tiempo hacia una mirada cristiana que comenzó a expresarse en el nacionalismo popular y el cristianismo revolucionario que, como alternativa política excluyente, se expresaba en el movimiento popular, el peronismo brutalmente reprimido, proscripto y con su líder en el exilio.
Sus pasos, nuestros pasos, seguidos por decenas de miles de militantes, descubrieron pronto que ese nacionalismo popular tenía límites precisos. Que para enfrentar los intereses imperiales no se podía contar con una alianza estratégica con la burguesía local. Que sólo los trabajadores y el pueblo expresados a través del peronismo revolucionario eran los “portadores” de los cambios profundos que conducirían a la patria justa, libre y soberana.
Su bautismo de lucha gremial y política lo tuvo junto a sus compañeros, entre los que se destacaban Norma Arrostito, su pareja, y la negra Amanda Peralta, participando activamente en la huelga portuaria liderada por Eustaquio Tolosa. Luego vino la militancia intensa en el Cristianismo y el Peronismo Revolucionario con el gordo Cooke y el Pelado Juan García Elorrio. Las diferencias con García Elorrio y la experiencia cubana lo convencen junto a Emilio Maza de que deben superar el espontaneísmo de la heroica resistencia peronista y, clausurados todos los caminos democráticos, asumir la obligación del enfrentamiento armado contra la dictadura militar. La decisión fue muy dolorosa. Fernando, como todos, había sido formado en el respeto absoluto a la vida, desarrollando una sensibilidad social comprometida y protectora especialmente de los sectores populares.
Pero el ir descubriendo la historia de la violencia brutal con que los sectores del poder en Argentina habían tratado de resolver las contradicciones políticas y sociales, se consolidó la urgencia de la transformación revolucionaria. Con el ejemplo de Camilo Torres, el cura revolucionario colombiano, que decía “no sabemos si Dios es mortal pero lo que si sabemos es que el hambre es mortal”, Fernando sintió la necesidad de emprender sin más demoras el difícil camino de intentar impulsar el proceso de liberación. Más aún en 1966, cuando Onganía amenazaba perpetuarse más de 20 años en el poder.
Hubo sin duda hechos que se destacaron, marcas en la vida de nuestro pueblo, que nos formaron e impactaron profundamente. La violencia brutal de los bombardeos a Plaza de Mayo con sus consecuencias en muertes de cientos de vidas inocentes. Los crímenes del 9 de junio del ’56 cuando, para aterrorizar y escarmentar a nuestro pueblo, en forma cruel, ilegítima e ilegal, el dictador Aramburu mandó a asesinar a los oficiales patriotas y a los civiles peronistas, que con el general Valle a la cabeza buscaban el retorno al país del orden democrático. La aplicación durante el gobierno de Frondizi por imposición militar del Plan Conintes, cuya represión absolutamente ilegal es uno de los antecedentes del terrorismo de Estado posterior a 1976.
¿Qué podía esperar Fernando? ¿Qué podíamos esperar los jóvenes ansiosos por participar en la vida de nuestro pueblo, de esa historia de los últimos años que culminaba con el golpe de Onganía en 1966? Una sociedad que a Fernando y a miles de nosotros nos formó con el catecismo en la mano, en el amor al prójimo, en el compromiso con los humildes, y en los principios de la democracia cuya dirigencia convalidaba a través de la asociación perversa de milicos, curas, políticos, jueces y burócratas sindicales la dictadura de Onganía y la transnacionalización de la economía de Krieger Vasena en beneficios del poder económico local asociado a los intereses imperiales.
Esa miseria ética y política de nuestra dirigencia, esa violencia criminal del poder dominante ejercida a través de las Fuerzas Armadas, impactó en forma definitiva en nuestra generación. Y por lo tanto, caló profundamente en la sensibilidad rebelde de ese Fernando apasionado y vital que no soportaba ver cómo se pretendía arrodillar a nuestro pueblo arrebatándole la justicia y la dignidad, tratando de no dejar en nuestra patria ni un solo ladrillo que fuera peronista.
Estaba claro que el poder económico, la dictadura, habían instalado la represión y la muerte en la historia, en la vida de nuestro pueblo. Les habían puesto un techo de sangre y terror a nuestros sueños transformadores. Fernando lo vivió como algo insoportable que lo llevó a asumir, como dice la Constitución Nacional, que “todo ciudadano argentino está obligado a armarse en defensa de la patria y de esta Constitución”.
Lo demás es conocido. Williams Morris, La Rueda, se integraron como muchas otras palabras simbólicas al imaginario de la militancia como parte de una historia propia constitutiva de un futuro hoy presente, ganado con la lucha. La Comisaría de Frías, Felipe Vallese, Taco Ralo, Envar El Kadri, Amanda Peralta, Carlitos Caride, el Aramburazo, Emilio Maza, Gustavo Ramus, el negro Sabino, Graciela Doldán, La Calera, el combate de Ferreira, Carlos y Miguelito Olmedo, el viejo Logiurato, el Tata de Gral. Rodríguez, Trelew y otros muchos son nombres, lugares, palabras hoy convertidos en leyendas para la militancia. Hitos que nuestro pueblo reconoce, sabe, siente, que alcanzaron su síntesis en Evita y el Che y que fueron piezas esenciales entre muchas para la construcción de este presente maravilloso y esperanzador que vive nuestra Patria.
Fernando, Emilio, los que ya no están pero siguen en nosotros, aportaron a este Eternauta héroe colectivo que es nuestro pueblo, la capacidad de que hoy, con el ejemplo de Néstor y conducidos por Cristina, siga peleando con Memoria, Verdad y Justicia por la igualdad, la dignidad y la libertad. Lo que Fernando y el movimiento popular sintetizaban en la “felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación”.
Fuente: Miradas al Sur.
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