Por Eduardo Aliverti
El paisaje político continúa dominado por los ecos de las cacerolas, como no podía ser de otra manera. A la vista y en general, desde el oficialismo se persistió en minimizar lo ocurrido. Y la oposición siguió creyendo o diciendo que aconteció un punto de inflexión.
Aun entre quienes sólo simpatizan con el kirchnerismo pero sin ahorrarse críticas, causó impresión –con toda lógica– la violencia verbal que expresaron los manifestantes. Corridos varios días, ¿por qué no hubo condena a las barbaridades vistas y escuchadas, por parte de aquellos que puedan haberse exteriorizado con espíritu democrático? ¿Hubo de esa gente? Nadie se indignó frente a cánticos y consignas repugnantes. No se destacaron reprobaciones entre los portavoces mediáticos de la oposición. Los editorialistas de la prensa, oral y escrita, simplemente se dedicaron a insistir con la solicitud de que Cristina escuche el reclamo “popular”. ¿Qué es lo que tiene que escuchar? ¿Que se vaya con Néstor? ¿Que es una chorra? Dejemos esto para dentro de unas líneas, de todos modos. Por ahora, vale que la malignidad de los emblemas recortó al oficialismo en el desprecio porque de esta forma no puede dialogarse ni pretendiéndolo. Y en efecto, así no se puede hablar. Pero también, con toda lógica, la oposición se aferró a un número de embroncados callejeros que no estaba en el cálculo ajeno ni propio. Producido el hecho, y aunque la convocatoria no pasó por figura alguna de quienes enfrentan al Gobierno, bien que solamente desde el discurso, era obvio que buscarían potenciar la magnitud del caceroleo hasta esos límites comprensibles pero injustificables.
Algunos colegas opositores puntearon que el oficialismo sí tomó nota de lo acaecido. Ahora dicen que no volvió a citarse la re-re, lo cual es veraz. Dicen que los tonos y actitudes de Cristina reflejaron la decisión de bajar un cambio. Dicen que en algo andaría si no volvió a abusar de la cadena nacional. Por algo será, dicen, que Boudou ya no aparece con esa sonrisa permanente y causante de irritación masiva. Por algo habrá sido, dicen, que a ella se la ve más simpática, menos tensa, distendida, no tan provocadora. Acerca de esto último sería atinado si se ponen de acuerdo porque, justamente, se viene de una tapa revisteril que exhibió a la Presidenta en gestualidad orgásmica por su relación con las masas. La saltan de deprimida a bipolar, de bipolar a furiosa, de furiosa a autista y del autismo a la felicidad masturbatoria. ¿Eso es todo lo que se les ocurre como cuestionamiento político? Convengamos que semejante pobreza argumentativa refleja mucho, o todo, sobre cuál es el verdadero equipaje de la oposición. ¿Creen, honestamente, que la muchedumbre caceroleante, y la gran mayoría de quienes se quedaron en sus casas pero aprobando el repudio, salió a la calle porque está inflada de cadenas nacionales, de la re-re, de que no haya conferencias de prensa, de la sonrisa de Boudou? ¿De la “inseguridad”? Este aspecto sí puede ser incluido en el pésimo humor de los manifestantes, pero se desarma al contrastarlo con el tipo de salida que propondrían y aun si dejara de considerarse que cualquier estadística demuestra que no hay un incremento del delito violento. ¿Qué significa protestar contra la inseguridad en términos de solución? ¿Salir a pura bala, matar a como venga, institucionalizar el gatillo fácil? Sí. Pero no pueden decirlo. Por fortuna o militancia, el asentamiento de la democracia le puso una raya, grande, a que se tome como natural poder vomitar cualquier afirmación de anclaje facho, so pena de exposición absurda o maloliente. Se puede en el anonimato de los llamados sueltos a las radios, en las redes sociales o en las estrofas y carteles de una manifestación cada tanto. Pero no en forma generalizada. Es por esa misma autopista que circula lo auténticamente representativo de la irritabilidad del teflón. Es el dólar, estúpido. El cepo cambiario sobresalta a las porciones acomodadas de la sociedad. Y al imaginario de clase media: por obra de factores culturales históricos, estimulados hasta el hartazgo por los medios de comunicación, se termina convencido de que la cotización o acceso a la divisa norteamericana son determinantes para sentirse libres o en prisión. Pero eso tampoco pueden manifestarlo de manera consignista, porque es vergonzante. Y el Gobierno comete el enorme error de no ajustar su alocución, y sus disposiciones, a desflecar ese espíritu convocante del dólar.
Cristina es una plebeya, linda, de temperamento jodido, frentera, capaz de haberse sobrepuesto a tragedias personales, con accionar reparador de las necesidades mayoritarias aunque nunca deje de recordar que no es el Che Guevara. Eso es insoportable para las señoras y señores que viven del goce a través de que haya los situados aplastadamente abajo. No tiene arreglo. Sí entre alguna burguesía dirigencial que comprende la necesidad de contar con liderazgo y reglas claras, así deba apartar fastidios o repelencias gorilas. No entre tilinguería mediáticamente comandada, que sesenta años después reproduce el festejo por el cáncer de Eva y por más que su comodidad dineraria no esté afectada. Pero lo que no dispone de arreglo tiene algunos acomodamientos, parciales, tal vez capaces de despejar cargas perniciosas. Sintonía fina, ya que estamos. Siempre sin perder la noción de que uno no es más que un simple analista, cuyo poder se remite a escritura, micrófono, capacidad de convencimiento, pero no a las decisiones ejecutivas con que lidian a cada rato quienes ejercen el poder en serio, vayan ciertas apreciaciones de acción y comunicación. Están en línea con lo que es el motor no sólo de la furia enunciada por energúmenos de la marcha. Lo es de la gente que hasta aprobaría o dispensaría al Gobierno si no fuera por los embrollos en que se mete, en áreas de sensibilidad extrema. Por ejemplo, ¿cuánto da la cuenta anual de los argentinos que viajan al exterior con relación a la cantidad de divisas imprescindibles? ¿Es tan estremecedora, como para dejar(les) el flanco de que parecemos la Unión Soviética? ¿Puede ser, debe ser, que un día sea que hay que avisar a dónde se viaja, y al otro que hay que hacerlo con un mes de anticipación, y al otro que recién en la semana del viaje se consigna cuánto tiene habilitado cada viajero, y así sucesivamente? ¿No se dan cuenta de que por estas barrabasadas dispositivas, y/o informativas, es por donde se cuela buena parte de lo que el propio oficialismo denomina “cadena del desánimo”? Quienes viajan al extranjero son una sólida minoría respecto de la suma poblacional, pero la construcción simbólica que se traza alrededor de ellos es fortísima. Desde la oposición periodística se escribió que la Presidenta está encrespada con el desaguisado que le indujeron las segundas líneas en la implementación de los dispositivos cambiarios. Aunque eso no la exima de responsabilidad, ojalá sea cierto. ¿Y no sería conveniente que se establezcan diferentes escalas de tipos y accesos de cambio? ¿No debe distinguirse entre los para qué de importaciones y requerimientos de divisas? Si es cierto, como lo es en poca, alguna o gran medida, que las dificultades mundiales nos cayeron encima sin comerla ni beberla, ¿no hay que explicarlo mejor y unívocamente, en lugar de brincar de resolución a resolución dando idea de que se opera en el rato a rato? Salvador Treber, economista del Plan Fénix, lo dijo en una entrevista publicada por este diario el domingo anterior: “En 2011, la fuga de divisas fue de 18 mil millones. En el primer semestre de este año, (apenas) algo más de 3 mil (...) Las medidas son en general correctas, pero (...) torpemente implementadas. Me gustaría que sean más sutiles, menos torpes. Esas economías (de ajuste cambiario) las haría cualquier país del mundo. Las exportaciones bajaron 2 por ciento, que en un mundo en crisis no es nada (...) Brasil bajó 20 por ciento sus importaciones y nadie lo critica (...) Esto es una guerra de nervios, pero volvería a decir: ¡Por favor, funcionarios del Gobierno! ¡Sean más hábiles para tomar las medidas y no producir rechazo aun de las que están bien!”.
El firmante tiene la certeza de que si eso sucediera quedaría seriamente desarmado el centro del cuestionamiento que caceroleros, adyacentes y gente de buena fe no se animan a admitir como tal, como centro. El dólar, la sensación que provoca, las visiones que excita. No serviría, quedó dicho, para que dejen de bardear con la yegua, la chorra, la corrupción. Pero salir a la calle quedaría “circunscripto” a eso; a que no hay conferencias de prensa presidenciales; a que no se quiere más entradas en cadena; “a la inseguridad y había otra cosa más que no me acuerdo”, como dijo una manifestante en un testimonio para la historia. Saldrán igual, lo pueden hacer y de hecho lo harán. Pero no cabría envidiarles la antología del ridículo.
Fuente: Pagina12
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