Por Luis Bruschtein
Al mismo tiempo que Cristina Fernández invitaba a subir al estrado a Elsa Oesterheld, viuda del creador del Eternauta desaparecido durante la dictadura, y desde las primeras filas aplaudían sin ocultar su emoción Juan Gelman y Osvaldo Bayer, entre muchísimos otros intelectuales, en la inauguración de la Feria del Libro en Frankfurt, un diario centroizquierdista alemán publicó un artículo rimbombante de bigote atusado que se titulaba “La estafa de los derechos humanos en Argentina”, con la firma de un escritor indignado. En Europa “está bien visto” tener una mirada por izquierda, demoledora de Chávez o de cualquier experiencia “bananero-populista”. Ese enfoque, supuestamente desenfadado y provocativo, en realidad es el que rinde más beneficios con las ONG internacionales, porque se subordina sin ruido a una mirada eurocentrista descomprometida. Es lo que esperan ellos de sus intelectuales.
De esta manera, el escritor falsamente indignado cultiva sus relaciones públicas internacionales a costa de los derechos humanos en Argentina. Sin embargo, la figura de Elsa Oesterheld en el escenario de Frankfurt fue mucho más concreta y contundente que cualquier frivolidad que se pueda decir o escribir.
El anterior viaje presidencial a Nueva York era todo ganancia para Cristina Fernández. Intervendría en la Asamblea General de la ONU, sería designada al frente del G-77 más China, hablaría como integrante del G-20 y el ex presidente Néstor Kirchner tenía una agenda de actividades en su calidad de secretario general de la Unasur. Pero con el viaje a Alemania, que es uno de los principales acreedores de Argentina y donde los bonistas defaulteados tienen un fuerte lobby, se presumía que no iba a serle tan fácil y que habría presión mediática y política. Entonces, esta vez hubo una pequeña campañita mediática, desde el periodista que en el intento de aumentar un rating famélico aseguró que “en el exterior se cagan de risa de nosotros”, hasta un artículo de opinión publicado en el diario español El País, socio local de La Nación a través del grupo Prisa y uno de los posibles afectados por la aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. El País en general tiene una visión conservadora de los procesos democráticos y populares en América latina.
El artículo en este caso es tan despectivo que solamente le faltaba la palabra sudaca para completar. Lo firmaron el periodista británico John Carlin y Carlos Pierini, un psicoanalista argentino. Fue publicado durante la Feria del Libro en Frankfurt y reproducido acá por los grandes medios. La mirada eurocentrista parcializa tanto su visión que se pierde de vista a ella misma. Burlarse en un diario español porque Argentina es un país perdedor, cuando España está en medio de una catástrofe económica, con altísimos índices de desempleo, resulta desubicado. Y sobre todo porque aquí la crisis mundial apenas se sintió y nadie puede negar el momento de prosperidad que vive la economía argentina. Lo más loco de todo es que el psicoanalista Pierini es un argentino que toma el punto de vista de España sobre Argentina y lo difunde en España para que tenga relevancia en Argentina. Y en realidad no puede ver lo que está pasando en España ni en Argentina. El artículo muestra una personalidad poco integrada o mal psicoanalizada, lo cual habla pobremente de él como psicoanalista. Parece un chiste y si lo hubiera publicado en otra época, con tantos lugares comunes de señora gorda hasta sería gracioso, pero en este momento la sola comparación de lo que se está viviendo en Argentina y en España lo vuelve grotesco y poco inteligente. Eso sí, hay que reconocer que España ganó el Mundial.
Para la oposición, el problema sigue siendo dónde poner el énfasis en su discurso. Por una vez en tantísimos años, a este país le va bien. En todos los niveles, incluyendo los temas sociales, como desocupación, pobreza o mortandad infantil. Se puede decir que es poco lo que bajó la pobreza en relación con el aumento de las ganancias de los más ricos. Pero no se puede decir que la pobreza no bajó. Se puede decir que bajó la desocupación aunque en gran medida haya sido sobre la base de empleo en negro. Pero no se puede decir que la desocupación no bajó. Y para ser justos, desde hace muchísimos años que ni la pobreza ni el desempleo bajaban de cualquier manera buena o mala. Hay una parte del mérito que le tienen que reconocer al Gobierno para criticar lo demás y ser creíbles. Si el Indec no es creíble, tampoco lo son las estadísticas que se van al otro extremo para mostrar un país con más pobreza y exclusión, que no es real.
Esa mirada furiosa o tan despectiva tiene efectos contraproducentes porque es muy fácil de desarmar. El periodista que se mantiene impasible y manipula las entrevistas muestra la hilacha cuando se le suelta la cadena para gritar que este gobierno es de derecha o de izquierda chavista. Ha sucedido que la misma persona acuse al Gobierno de ambos pecados opuestos al mismo tiempo. O que se acuse al Gobierno de corrupción y se ponga como ejemplo al gobierno de Lula, que ha sido muchísimo más acusado de corrupción que el de los Kirchner.
Se dice que al pelearse con la Corte, el Gobierno está arruinando una de las pocas cosas buenas que hizo en el plano institucional cuando rechazó nombrar jueces afines en el alto tribunal. Es una crítica posible. Pero si se reconoce que este gobierno es el único en la historia reciente que promovió con decisiones concretas la independencia del Poder Judicial, no se lo puede acusar de ser, al mismo tiempo, el que menos ha respetado la institucionalidad. Puesto en la balanza, es mucho más democrático haber estimulado la conformación de la actual Corte que pelearse con ella. Los que antes no se peleaban era porque la tenían atada. No porque fueran más democráticos.
En esta visión de los furiosos cobra mucha importancia el tema de la democracia. Dicen: este gobierno no es democrático y por lo tanto no puede ser de centroizquierda, y lo comparan con Stalin por esa razón un poco distorsionada por la furia. No se entiende en qué este gobierno es esencialmente menos democrático que cualquiera de sus antecesores, desde Alfonsín hasta Duhalde.
Siempre hay un desfasaje entre lo que un gobierno dice que es y lo que es realmente. De la misma manera se produce ese corrimiento en lo que dice la oposición que es el gobierno y lo que éste es realmente. Son juegos de luces y sombras que se dan en la arena política pero estas imágenes pueden estar corridas si al mismo tiempo mantienen mucho en común. No pueden ser blanco y negro ni siquiera entre las versiones del oficialismo y la oposición. Ese contraste revela un peligro latente porque hay un factor que no se pone de manifiesto, que no se blanquea.
El escenario real no es el de una revolución en marcha, de izquierda ni de derecha. Lo que hay es un proceso de cambios moderados y en un marco democrático. Pero la furia de la oposición proyecta una escena diferente, como si se estuviera defendiendo de un ataque virulento y definitivo. Y en los pliegues de esa furia se puede esconder lo indeseable. Como también podría suceder entre los pliegues de un discurso brutal de descalificación de la crítica y la oposición si ese fuera el eje del discurso oficialista. La reestatización de las jubilaciones, la Resolución 125 y la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual afectaron intereses poderosos y concretos. Allí se entiende la reacción y la furia, porque el factor que los mueve es ese interés afectado, no hay un factor oculto. La oposición política se hace cargo de esa furia como si también lo hiciera de los intereses que la originan y no está tan claro que toda la oposición defienda esos intereses. Y lo más llamativo es que esa furia se siente también, aunque ahora mucho menos, entre un sector de las clases medias que ha sido favorecido por esas medidas. La furia de ese sector –muy atenuada últimamente– es más inquietante aún porque sugiere disparadores más oscuros del comportamiento humano.
Pero el acto de ceguera más evidente es el de no poder reconocer la importancia que las Madres de Plaza de Mayo, las Abuelas y los Hijos, así como la mayoría de los organismos de derechos humanos, les dan a los juicios que se están realizando contra los represores de la dictadura. Cuanto más les reclaman que se sumen a sus ataques furiosos contra el Gobierno, más los empujan en sentido contrario. Los organismos van a defender la política de derechos humanos. Pueden mantener distancia con el Gobierno pero nunca se sumarán a ningún cuestionamiento que pueda debilitar esa política. Y la confrontación furiosa achica esos espacios. Las Madres, las Abuelas y los organismos en general han defendido esos principios contra la dictadura y contra gobiernos que hubieran querido comprarlos con mucho dinero. No se atrevan a darles clase de derechos humanos.
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