Por Horacio Verbitsky
La imponente eclosión afectiva producida en cuanto se supo que había muerto Néstor Kirchner actuó como el chasquido que despierta a un hipnotizado. La bruma de imágenes inducidas por sugestión se disipa y la realidad recupera su nítida primacía. La espuma de los días y la trivialidad del debate mediático, detrás del cual eran visibles los intereses, habían tendido un velo deformante, que desapareció en un minuto. Clarín ni siquiera tuvo tiempo de levantar el aviso transparente de un hipermercado que estaba en su portada on line y que durante varios minutos proyectó una salva de fuegos de artificio sobre la noticia de la muerte de Kirchner, como involuntaria celebración. La ruta de la emoción recondujo a la racionalidad perdida.
Un hombre ordinario
Unos minutos más tardó en instalarse la respuesta al nuevo escenario: como el primer día del gobierno de Kirchner en 2003, igual que al asumir Cristina en 2007 o como al conocerse los resultados del escrutinio de 2009, la condición pregonada para la gobernabilidad fue el consenso y la concertación con los intereses corporativos. Esta insistencia en torcer la voluntad del gobierno por medios insidiosos, es una muestra de impotencia de quienes no pueden imponer sin amenazas su propia agenda, por falta de fuerza, de cohesión y de proyecto. Kirchner tuvo la sagacidad de persistir en el rumbo trazado sin amilanarse por riesgos ni contratiempos. Esa obstinación en perseguir un objetivo claro por encima de las contradicciones inevitables de la acción política, la sencillez del discurso que repitió sin variar durante años y su coherencia con la práctica es lo que el país reconoció con demostraciones de amor y gratitud como no se recuerdan en muchas décadas, por parte de la multitud más diversa de la historia, donde los sindicatos obreros coincidieron con las minorías sexuales. Sólo la ceguera irremediable de quien no quiere ver puede confundir con necrofilia este diálogo profundo de una sociedad en mutación con el liderazgo que le permitió emerger. A los pocos días, comenzó una desaforada idealización. ¿Quién podrá llenar el vacío que deja tan enorme figura?, es el solapado subtexto que, una vez más, apunta a menoscabar a Cristina, reciclando la ficción de que él era el único poder real. El mejor ejemplo está en el título de la crónica del diario Washington Post, “Transición sudamericana: las dos mujeres que liderarán el futuro de Brasil y Argentina”. A ambas les vaticina “una transición difícil”, como si CFK recién se hiciera cargo de la presidencia, al mismo tiempo que la electa Dilma Rousseff. Kirchner sólo fue un hombre ordinario que, puesto en una situación extraordinaria, estuvo a la altura del desafío. No más, pero tampoco menos. Lo mismo vale para su esposa. Eso es lo que el pueblo celebró en Buenos Aires y Santa Cruz, con tristísima satisfacción.
¿Por qué cambiar?
Fueron una pareja sentimental y política, que compartió vida y proyecto. Y al pueblo jamás le fue mejor en décadas. La economía crece por encima del 9%; la relación deuda/PIB se redujo diez veces y es la menor desde el empréstito Baring de 1826; las reservas son las más elevadas de la historia; las relaciones con los países vecinos son estrechas y cooperativas, con Estados Unidos y Europa, cordiales y respetuosas pero en un pie de igualdad. Los jefes de la dictadura criminal están presos y son juzgados. La justicia funciona con independencia del gobierno, aunque no siempre de los poderes fácticos. La producción y las exportaciones agrícolas y de automóviles serán este año las mayores de la historia. El consumo crece a pesar de la elevada inflación, los salarios formales superan el IPC, la Asignación Universal por Hijo compensa la diferencia para los precarios, el desempleo cayó a 7,6% y sigue bajando. Los obreros de la multinacional francesa Renault, que presentó un nuevo auto, con 40% de piezas argentinas, aclamaron a la presidente. Son tan jóvenes como quienes colmaron la Plaza de Mayo y las calles porteñas para despedir a Kirchner. ¿Por qué debería cambiar Cristina una política que goza de tanta adhesión? Si ella se lo propusiera, hoy sería reelecta en primera vuelta, por mayor diferencia que en 2007, cuando dobló a la segunda fuerza.
La famosa crispación
Kirchner no está y CFK pasó los últimos días en la cumbre del G-20. Si el relato predominante fuera cierto, esto debería reflejarse en un clima de serenidad y concordia. Por el contrario, todas las contradicciones del Grupo Ahhh... asomaron como fracturas expuestas. Los efectos más deletéreos afectaron al Peornismo opositor, la Coalición Cívica Libertadora, el radicalismo, el socialismo y el PRO, donde se produjo una verdadera implosión. Una semana antes del 27 de octubre, José Scioli pedía proyectos y ofrecía cargos en el futuro gabinete presidencial de su hermano. Su trabajo junto a Francisco de Narváez no obedecía a que se hubiera distanciado del gobernador bonaerense, como acordaron simular: Daniel Scioli aspiraría a la presidencia y De Narváez lo acompañaría como candidato en la principal provincia del país. En el último diálogo con Scioli, Kirchner cortó camino y lo invitó a que compitiera con él en las primarias justicialistas. “Si me ganás yo te apoyo”, le dijo. Scioli protestó lealtad pero siguió con su plan de congregar al kirchnerismo y al peornismo disidente, sin confrontar con nadie. El espacio político para esa fantasía se le ha hecho minúsculo y no le queda mejor alternativa que la reelección en Buenos Aires. Pero esto ha desacomodado al Peornismo opositor. Como también desapareció en acción el vicepresidente Julio Cobos (beneficiario del mayor hit musical del año), De Narváez ha renovado los contactos con el senador Carlos Reutemann, quien pegó un portazo en las narices del ex senador Eduardo Duhalde y sus acólitos, quienes pretendían seguir como si nada hubiera sucedido. Reutemann estaba negociando con Kirchner un acuerdo para impedir que en Santa Fe volviera a imponerse el Pacto Radical-Socialista. Implicaba la elección en primarias justicialistas entre el diputado kirchnerista Agustín Rossi y el entenado reutemista Jorge Obeid. Para Kirchner, y para Cristina ahora, la condición era que el senador sojero apoyara la candidatura presidencial del FpV. La votación por el presupuesto fue una prueba ácida para esa amalgama: Rossi solicitó que los seis diputados nacionales que responden a Reutemann y Obeid votaran el proyecto oficial, a lo que se negaron. La confluencia de julio sólo es posible dentro de un acuerdo para octubre. De otro modo, sólo resolvería los problemas de Reutemann, lo cual no constituye una prioridad en Olivos. Otro tanto vale para Córdoba, donde siguen bien encaminadas las conversaciones con el ex gobernador José De la Sota, menos remilgado que Reutemann. En la Capital, los contactos se habían entablado con colaboradores de los más próximos a Pino Solanas. En combinación con CFK, Pino hasta podría ganar la jefatura municipal. El problema es que esto lo obligaría a despedirse de su regalada existencia, y además dispersaría su tropa, una sumatoria de microemprendimientos como los de Claudio Lozano, Humberto Tumini y Miguel Bonasso, siempre asidos de algún faldón nacional para no caerse del mapa. También se movieron las placas tectónicas en las cámaras patronales agropecuarias, cuya Mesa de Enlace pasó al olvido, dada la avidez de Eduardo Buzzi por reubicarse en la nueva situación. Hasta hace poco pretendía llegar a la gobernación de Santa Fe por el duhaldismo. Hoy pugna por la mera subsistencia, desprestigiado en todos los ambientes que supo frecuentar, y sólo anhela que le tiren un cable desde la nave oficial. ¡Hasta fue mencionado por Clarín, que no perdona, entre los operadores del FpV para la aprobación del presupuesto!
La implosión
El mayor escándalo lo produjo la jefa de la Coalición Cívica Libertadora, con su denuncia de un nuevo Pacto de Olivos. Los radicales nunca habían abjurado de la reforma constitucional de 1994, negociada entre su líder Raúl Alfonsín y el entonces presidente Carlos Menem. Sin embargo, a la sola mención de Elisa Carrió saltaron como si se tratara del peor insulto. Es cierto que estaban sensibilizados por la propia fractura que los partió al medio en la disputa por la presidencia del bloque, que ahora se repite en el Senado. También cruje la bancada macrista que, como animal de dos cabezas, se intercambia acusaciones cara a cara. Más sosegada fue la respuesta oficial ante el otro exabrupto de Carrió, acerca de una presunta “Banelco de Cristina”. Aníbal Fernández recurrió al mecanismo psicológico de la proyección y Rossi dijo que el escándalo de una denuncia sin fundamentos fue la única forma de impedir una derrota en la inminente votación presupuestaria. Lo confirmó la camaleónica asistente de Carrió, Patricia Bullrich, ex ministra de Trabajo de Fernando de la Rúa, al confesar que “si no denunciábamos, perdíamos la votación”. Ya las declaraciones de las diputadas Cinthya Hotton (macrismo evangélico) y Elsa Alvarez (radicalismo patagón) sobre llamados telefónicos habían sido interpretadas por la prensa de oposición como ofrecimientos de soborno, cosa que ninguna de ellas había dicho. Sería ingenuo, si no fuera perverso, suponer que una gestión semejante se haga por teléfono y sin una relación personal previa. La verdadera Banelco fue el traslado de 5 millones de pesos para pagar a senadores propios y ajenos por parte del secretario del Senado, no un diálogo político sobre la importancia de contar con un presupuesto para el último año de gestión. La denuncia es de tan extrema gravedad que no se entiende cómo las dos legisladoras omitieron su judicialización, obligatoria por el artículo 117 del Código Procesal Penal, ni accedieron a identificar quién o quiénes les ofrecieron qué cosa. En cambio, se propicia una investigación parlamentaria, en la que una vez más se buscará enlodar al gobierno, como ocurre desde el día en que Cristina juró el cargo. El Grupo Ahhh... y sus satélites de izquierda no escarmentaron con la ley previsional del 82 por ciento. Ese único éxito parlamentario que consiguieron en un año se les volvió en contra. Cuando CFK cumplió su promesa de vetarla no hubo una sola protesta de los presuntos afectados, mientras en Francia más de tres millones de personas paralizaban el país para reclamar por el aumento de tres años en la edad jubilatoria. Hacía falta un esfuerzo de voluntarismo y microclima para no percibir la valoración del gobierno que latía en las capas profundas de la sociedad y que salió a la superficie en cuanto la muerte de Kirchner hizo entrever el peligro de un cambio de rumbo.
De Buenos Aires a Seúl
“Esta presidente inteligente y luchadora como pocas, valiente como ninguna” (según la definición del nieto de uno de los grandes juristas del establishment liberal, que se refiere a ella como “la chica que nos gusta”) presidía al mismo tiempo la apertura de la mesa de Finanzas en la Cumbre Mundial del G-20 en Corea. Allí reivindicó sus políticas activas para superar la crisis financiera y sostener el empleo y el consumo. Mencionó la acumulación de reservas como defensa contra la volatilidad de los mercados, el pago con ellas de compromisos externos para invertir los recursos fiscales en la economía real y las restricciones al ingreso de capitales especulativos. “Las finanzas tienen que volver a la escala de la producción de bienes y servicios y tenemos que mejorar los salarios porque la gente tiene que consumir”, explicó. Para tirria de quienes no abandonan las catastróficas recetas del establishment, concluyó que en la Argentina “comprobamos que no puede crecer un sector a costa de que se derrumbe el resto de la sociedad”, y que esa enseñanza es aplicable a escala global. No es una conclusión presuntuosa. En Holanda, los economistas Servaas Storm and C.W.M. Naastepad, de la Universidad Tecnológica de Delft, acaban de publicar un artículo (“El costo de la desigualdad”) en el que analizan las consecuencias de la teoría de la tasa de desempleo que no acelera la inflación (o, por su sigla en inglés, la NAIRU), responsable de los espectaculares desequilibrios que culminaron con el colapso de 2007/2008. Para la NAIRU, que los autores equiparan con el ejército de reserva de desocupados de la doctrina de Marx, habría un desempleo de equilibrio, resultante del conflicto distributivo entre trabajadores y patrones. Su principal implicación es que los gobiernos y sus banqueros centrales no deberían promover el pleno empleo porque aceleraría la inflación. En consecuencia el mercado laboral debe ser desregulado, los estados de bienestar puestos a dieta y la posición negociadora de los sindicatos debilitada, de modo de reducir el salario real respecto de la productividad y mejorar la rentabilidad empresarial. Crecimiento e igualdad serían así incompatibles. Esta familiar descripción de lo que ocurrió en la Argentina del neoliberalismo está en la base de la crisis global. Al acentuarse la desigualdad y disminuir los ingresos del 90 por ciento de la población surgió un mercado cautivo de préstamos para mantener el nivel de vida de esos hogares. Al mismo tiempo se incrementaban los ingresos del 10 por ciento restante, origen de la sobreabundante liquidez que se depositó en fondos especulativos. Ese exceso de crédito no se utilizó para financiar el progreso técnico sino para la creación de nuevos e imaginativos instrumentos financieros, como la securitización de las hipotecas que, a partir de cierto punto, fueron insostenibles y pincharon la burbuja. Aunque la crisis haya emergido en el sector financiero, dicen los holandeses, sus raíces son más profundas y residen en el cambio estructural en la distribución del ingreso en los últimos treinta años. Para impedir la fragilidad financiera y la crisis es preciso “disciplinar a las empresas, los inversores y los mercados financieros”. Los autores proponen una toma de decisiones compartida a nivel de empresas, para desalentar la actividad especulativa y no productiva. “Un crecimiento más igualitario, traccionado por el salario y con baja desocupación, es crucial para impedir la acumulación de los excesos de liquidez que desencadenaron la actual crisis”. La alternativa a la NAIRU es el regreso a la regulación financiera y a políticas más equitativas de pleno empleo. Como si también volvieran de un sueño hipnótico, Storm y Naastepad enuncian algunas viejas verdades elementales. “El salario no es sólo un costo para las empresas (como supone la NAIRU) sino que mayores remuneraciones también producen beneficios macroeconómicos, como mayor demanda y más rápido aumento de productividad, mayor capacidad utilizada por las empresas y mayores ganancias”. Si aumentan la demanda y las utilidades también crecerá la productividad, por la inversión en nuevo equipamiento de tecnología más avanzada. Los mayores salarios, una fuerte protección legal para los trabajadores y su participación efectiva en la gestión de las empresas también motivarán a los trabajadores a comprometerse con las empresas a través de una mayor productividad. Además de los líderes de una docena de compañías globales, escucharon el mensaje de Cristina el presidente y vice de la Unión Industrial, Héctor Méndez y José Ignacio Mendiguren, los mismos que han liderado la oposición a todas las medidas que el gobierno adoptó en ese sentido y que ahora resisten, con el apoyo del Episcopado Católico, la participación obrera en las ganancias contenida en la Constitución desde hace 53 años. ¿Qué habrán entendido esas mentes obtusas, reacias al inevitable despertar?
Pagina12
1 comentarios:
Sɑludos,
Reconozco que hasɑta ahora no mee molaba mucho elƄlog, pero
actualmеnte estoy visitandolo mas vveces y me ha empezado a
gustaг.
Bien hecho!
Si quieres leer mas ; Antonio
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