Por Alfredo Zaiat
Después de culminada la segunda etapa del canje de bonos en default, que implicó regularizar el 93 por ciento de ese pasivo en cesación de pagos, el anuncio de ayer era cuestión de tiempo. Fue antes de lo previsto, pero no tan lejos como evaluaban economistas de la city, quienes sostenían que la negociación de la deuda con el Club de París no avanzaría sin la auditoría del FMI. Otra vez se equivocaron. Desde 2003 no han sabido o querido entender la concepción kirchnerista sobre la deuda. No es una carencia singular de la ortodoxia. Otros han mostrado esa misma debilidad con escaso rigor analítico, incluso alimentando la confusión con comparaciones falaces con el proceso ecuatoriano. El anterior y el actual gobierno asumieron el desendeudamiento como pilar de la gestión al convertirla en una de las principales herramientas de ampliación del margen de autonomía de la política económica. Esa estrategia se implementó sin subordinarse a las pautas tradicionales del mundo financiero. Los bonos en default se renegociaron en dos tandas con una quita de capital muy elevada y una importante extensión en los plazos. Por esas condiciones el mercado internacional ha castigado al país vedando su acceso al crédito voluntario. También se canceló el total de la deuda con el FMI, desplazando a ese organismo multilateral de sus clásicas intervenciones en la definición de la política doméstica. Otra medida fue poner fin al negocio especulativo de las AFJP: el stock acumulado de bonos de deuda en la cartera de esas administradoras pasó a manos del Estado. De ese modo, y con compras de títulos a precios de ganga durante los meses del conflicto con el campo y la crisis internacional, el sector público acumuló un stock considerable de esos pasivos. Fue un cambio estructural poco considerado al momento de la evaluación de la magnitud de la deuda pública: los inversores privados pasaron hoy a detentar apenas el 35 por ciento del total, equivalente al 17,2 por ciento del PIB. En ese contexto de alivio, inédito en el período democrático inaugurado en 1983, estaba pendiente la controvertida deuda en default con el Club de París. El escenario global, con las potencias en crisis y la firmeza de la posición argentina, acompañada de los muy buenos resultados económicos en un mundo desarrollado en problemas, abrió las puertas de tratar ese pasivo sin la intervención del FMI. Es una decisión política y económica notable, que refleja que no es necesario subordinarse para alcanzar ciertos objetivos. En este caso, el que desde el primer día el kirchnerismo persigue: anunciar que se salió definitivamente del default. Ayer pudo adelantarlo Cristina Fernández de Kirchner al informar sobre el avance en la negociación con el Club de París. Sin la intervención del FMI, pese al deseo de los conocidos militantes del ajuste.
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