Por Jose Schulman*
En su discurso del 25 de Mayo, la Presidenta Cristina Fernandez de Kirchner, resaltando la colaboración entre militantes y militares hizo una referencia histórica que vale la pena considerar. Cito: “Quiero que tomemos ese ejemplo, cómo se volcó el pueblo solidario y también algo maravilloso que me llenó el corazón y que fue ver trabajar a miles y miles de jóvenes de la política, de las iglesias junto a los hombres de las Fuerzas Armadas, porque ¿saben qué? Yo estoy segura que quienes pergeñaron ese golpe terrible del 24 de marzo de 1976, quisieron tender un río de sangre que separara al pueblo de las Fuerzas Armadas.”[1]
Las “Fuerzas Armadas” al momento del golpe del 24 de marzo de 1976 habían cometido, sucesivamente los golpes de estado de 1966 (el de Onganía contra el presidente Illia), el de 1962 contra el presidente Frondizi, el de 1955 contra el presidente Perón, el de 1943 contra el presidente Castillo y el de 1930 contra el presidente Irigoyen. Si un río de sangre separó al pueblo de las Fuerzas Armadas, ese río no nació en 1976, sino antes, bastante antes. Acaso desde la desmovilización del Ejercito Libertador de San Martín, ese que no portaba la bandera nacional sino la divisa de la Unidad Americana, como Bolívar, cuya derrota es imprescindible de pensar al momento de entender la fragmentación del sueño de la Patria Grande que unía a ambos gigantes de la lucha anticolonialista.
Estas Fuerzas Armadas no son herederas de San Martín y Belgrano, sino de Mitre y Roca, los jefes del exterminio de los pueblos originarios que habían sobrevivido al genocidio europeo originario: el de la Conquista Imperial de Nuestra América. Hacia finales del siglo XIX culminó un largo periodo de luchas internas entre las distintas elites regionales y la porteña con el triunfo de esta última, ya aliada firmemente al Imperio Británico, y la definitiva organización del estado capitalista argentino. Esto se logró con la transformación de Buenos Aires en la capital nacional, el control del Puerto y con él de la Aduana, principal fuente de ingresos por ese tiempo; la sanción de un conjunto de Códigos y Leyes que dieron estructura jurídica burguesa a la Nación y la construcción de un relato histórico, un mito fundacional burgués, que incluía la idea de que el Ejercito Genocida de los pueblos originarios en la Guerra de la Triple Alianza (masacraron a dos de cada tres paraguayos –guaraníes- varones) y de la Campaña del Desierto, era la continuación de aquel otro, popular, rebelde y revolucionario de Güemes, Belgrano, Monteagudo y San Martín.
Contradiciendo su reivindicación del revisionismo histórico, la Presidenta Cristina asume acríticamente el núcleo duro del relato liberal sobre la historia nacional que siempre intentó trazar una línea de continuidad entre la Revolución de Mayo, Caseros (la derrota de Rosas a cargo de Urquiza), la ley Sáenz Peña de 1912 y una vida pacífica y en democracia interrumpida ocasionalmente por algunos episodios menores, digamos los golpes del 30, 43, 55, 62, 66 y el marzo de 1976. Entre el Ejercito de Videla operando en Tucumán en 1975 en el marco de la Operación Independencia ordenada por el gobierno de Isabel Perón en su momento y el de San Martín.
Esa no es nuestra historia, nuestra historia es la historia de la represión española contra los pueblos originarios, los esclavos y todo el que se rebelara contra el orden Colonial, tarea para lo cual contaron con la Inquisición, ese aparato de inteligencia militar, grupos de tarea para la tortura y la ejecución de disidentes que España trajo a América muy temprano. Nuestra historia es la historia de las masacres del Ejercito contra los pueblos originarios y la represión de los obreros de la Patagonia Rebelde o la Semana Trágica hasta que el Estado Nacional organizó un Aparato Jurídico Represivo y un Aparato Policial de control y represión a los rebeldes. Digo, la ley 4144 de 1902, la de Seguridad Nacional de 1910 y la formación de la Sección Especial de lucha contra el Comunismo al interior de la Policía Federal. Leyes y Secciones que con distintos nombres prepararon y antecedieron la labor de 1976, que por cierto no surgió de la nada. Nada surge de la nada.
Pero dejemos la historia y concentremosno en otra cuestión, acaso más importante: la supuesta transformación de las Fuerzas Armadas en una fuerza amiga del pueblo y su servicio, cuestión que se probaría con la participación militar en las labores de auxilio tras la catástrofe social de La Plata (que llueva es natural, que haya inundaciones y muertes, es un fenómeno social).
Claro que estas Fuerzas Armadas no son las de 1976. Pero no solo por la voluntad transformadora del Gobierno de los Kirchner. No lo son porque el propio Imperio presionó para reformular los Ejércitos de la Región en los 90, en el pico del fundamentalismo privatizador, buscaron reemplazar los Ejércitos de Reclutas por fuerzas profesionales. Fue Menem el que dio el paso de gigantes al transformar las Fuerzas Armadas en lo que son hoy: una fuerza pequeña, de voluntarios asalariados y con centro en las misiones internacionales de paz de la ONU (todavía formamos parte de la fuerza de ocupación militar en Haití, por ejemplo). Las Fuerzas Armadas se han achicado, pero no el aparato armado del estado, en su lugar han crecido exponencialmente la Gendarmería Nacional, la Prefectura Nacional, la Policía Federal y las Policías Provinciales y hasta ha surgido un nuevo aparato armado del que se sabe muy poco: los efectivos de las agencias privadas de seguridad, dirigidas por militares o policías en retiro y bajo la influencia del Mossad y la CIA.
La presencia en las rutas y las calles de la Gendarmería Nacional forma parte del paisaje del siglo XXI y parecen invisibles puesto que casi nadie habla de ellas.
Pero veamos lo que dice un reconocido investigador del tema y al que nadie considera un “opositor” del gobierno nacional, Horacio Verbitsky. Solo tomaremos dos notas de setiembre de 2012 en el que se considera la labor del Ministro de Defensa, ahora promovido a Ministro de Seguridad y un curso de instrucción donde se defendió la doctrina de la lucha antiterrorista de los EE.UU. en el mismo Ministerio de Defensa argentino.[2]
“Bajo la conducción de Puricelli, el Ministerio de Defensa ha permitido la reaparición de las tendencias militares a la autonomía, la intervención en cuestiones políticas y hasta cierta solapada reivindicación del terrorismo de Estado.
Desde que asumió como ministro de Defensa, en diciembre de 2010, Arturo Puricelli fue reacio al deslinde entre el terrorismo de Estado y las Fuerzas Armadas integradas al sistema institucional que marcaron los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, y sus ministros José Pampuro y Nilda Garré. Puricelli no ha tenido reparo en criticar ante personal del ministerio los juicios por violaciones a los derechos humanos porque “algo había que hacer para pararlos. Yo los conozco, en Ezeiza quisieron matar a Perón”. Coherente con esta línea de pensamiento, impuso a una dependencia de Ejército el nombre de General Ernesto Fatigatti (un empresario quebrado, ex vicepresidente de la Cruzada de Solidaridad de Isabel Martínez). Tampoco se preocupó por mantener apartadas a las Fuerzas Armadas de cualquier injerencia indebida en cuestiones que la ley les veda. Así, puso a trabajar en el proyecto de submarino nuclear al vicealmirante retirado Benito Rótolo, ex subjefe de Estado Mayor durante la gestión de Jorge Godoy, a quien el juez federal Daniel Rafecas procesó por su participación en la actividad “sistemática y generalizada” de espionaje ilegal a políticos, periodistas y militantes de organizaciones sociales desde diversas bases de la Armada. Entre sus asesores designó al Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Católica Argentina, Fabián Calle, un entusiasta de la contrainsurgencia “para hacer frente a grupos, organizaciones y redes armadas que recurran a tácticas y estrategias guerrilleras y/o terroristas”… Su equipo de colaboradores está plagado de familiares e incluye al hermano, dos hijos, un sobrino y sus respectivas parejas. Su primer vocero fue un suboficial de la Armada en actividad, novio de su hija y colaborador del diario La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, cuya conducta durante el terrorismo de Estado es investigada por la Justicia por el asesinato de dos delegados. Debió alejarlo cuando el vocero firmó un mensaje de felicitación al diario La Nación celebrando “su trayectoria”.
La actividad más regular de Puricelli son los viajes al exterior, siempre con demasiados acompañantes. Entre los oficiales retirados que actúan como asesores (según el artículo 62 de la ley orgánica) confirmó al almirante Joaquín Stella, el jefe de Estado Mayor de la Armada relevado por Kirchner en 2003, quien durante la crisis de fin de siglo presentó un plan al ministro de Defensa Horacio Jaunarena por el cual se movilizarían miles de efectivos militares en apoyo de la Policía y la Gendarmería, bajo las órdenes de un comandante operacional de las Fuerzas Armadas. En cambio decidió prescindir del general Juan Jaime Cesio, despojado de su grado por la dictadura por haber denunciado la comisión de “delitos aberrantes, como el secuestro, la tortura y el asesinato de miles de personas” y privilegiar “su condición de ciudadano sobre la de militar”, al asistir a una movilización por los derechos humanos.”
Y el mismo día denuncia que en el Ministerio de Defensa se dictan cursos de lucha antiterrorista por parte de instructores yanquis: “El Brigadier Mayor (R) Richard Goetze, uno de los especialistas estadounidenses en Seguridad Nacional, Guerra No Convencional y Operaciones de Información, que durante toda la semana pasada entrenaron a tres docenas de funcionarios civiles del ministerio de Defensa, fue agregado militar en la Argentina durante los peores años del terrorismo de Estado. Este dato esencial fue omitido en el curriculum del instructor que el ministerio de Defensa distribuyó a los participantes en el curso pero sí figura entre las biografías que la Fuerza Aérea de Estados Unidos suministra sobre su personal. Allí se constata que en julio de 1976 llegó a Buenos Aires como agregado militar a la embajada de su país, donde permaneció hasta julio de 1978. Aquí reunió dos agregadurías: la de la Fuerza Aérea y la del Pentágono. Esos fueron los años más intensos en la represión clandestina organizada por el gobierno militar. Según el cálculo realizado por la Conadep en su informe Nunca Más, entre 1976 y 1978 se produjeron el 93 por ciento por ciento del total de las desapariciones de personas y los aviones de las distintas fuerzas fueron utilizados para arrojar prisioneros al mar. Si este antecedente hubiera sido difundido, los civiles asistentes al curso podrían haber enriquecido el diálogo con la explicación en primera persona del brigadier Goetze sobre aquellos años del terrorismo de Estado. Quien hoy dirige el Grupo Militar en la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires, el coronel Patrick D. Hall, también tiene una historia interesante que los cursantes no conocen: Hall estaba asignado en Caracas cuando el presidente Hugo Chávez denunció la injerencia militar estadounidense en la política de su país. Hay otros componentes engañosos de esta historia, que reflejan los modos de conducción del ministro Arturo Puricelli. El secretario de Estrategia y Asuntos Militares Oscar Cuattromo dijo en la sesión inaugural que luego de leer la nota del domingo “Welcome back, boys” quería dejar en claro que el curso estaba en línea con la política del gobierno nacional desde 2003 y dentro de las leyes vigentes. Es decir, aquellas que separan la Defensa Nacional de la Seguridad Interior. Luego solicitó que se acercara el subsecretario de Formación, pero Carlos Pérez Rasetti prefirió permanecer en las gradas del anfiteatro del salón Roca del ministerio. “No hace falta”, se excusó, mientras las pantallas gigantes reflejaban el desconcierto de Cuattromo ante su gesto de distancia. Por más que un comunicado oficial haya minimizado la gravedad del curso, su divulgación lo convirtió en una mancha venenosa con la que nadie quiere contaminarse, porque más allá de las palabras tranquilizadoras implica una regresión inocultable en la política oficial hacia las Fuerzas Armadas. Los instructores suministraron abundante material para justificar estos temores a la extralimitación castrense que propone el Pentágono.”
Cinco días después de la reflexión sobre “el río de sangre”, la Presidenta Cristina Fernandez mueve al Ministro Puricelli de Defensa a Seguridad; es decir, lo lleva al verdadero Comando del Aparato Militar del Estado en estos días. De las investigaciones sobre el Proyecto X ni una palabra. Sobre el descubrimiento de un Oficial de Inteligencia de la Policía Federal actuando sobre el movimiento popular en estos días ni una palabra. Sobre la brutal represión en Castelli, Chaco, setenta heridos, dos muertos incluido un niño de dos años, ni una palabra.
Conviene para cerrar, una breve referencia a una cuestión teórica que adquiere inusitada vigencia en la Argentina y es la cuestión de la batalla cultural. Y es que algunos, de buena intención y no tenemos razones para dudar de nadie de sus intenciones, mucho menos de la Presidenta Cristina Fernandez, creen que la hegemonía cultural se resuelve en el terreno cultural. Con gestos como el descuelgue del cuadro de Videla del Colegio Militar o la entrada a la Esma. Con reconocimientos como el que merecidamente han recibido algunas de las víctimas y algunos de los que lucharon contra la impunidad (algunas y algunos, no todos; que la discriminación macartista sigue vivita y coleando). Y he ahí el problema. La hegemonía cultural que logró la cultura represiva y egoísta, la preeminencia del “sálvese quien pueda” en detrimento de la idea del proyecto colectivo transformador de la realidad mediante la lucha popular, no se logró por medios culturales.
No es que Alfredo Martínez de Hoz le ganó un debate a Agustín Tosco o a Rodolfo Walsh; digamos en el estadio de Boca o en el Luna Park; no fue así la cosa. A Rodolfo Walsh lo balearon en la esquina de Entre Ríos y San Juan y fue llevado a la Esma; y Agustín Tosco murió bajo el gobierno de Isabel, víctima de una enfermedad que no pudo tratar debidamente por la clandestinidad que lo obligaba la represión militar y el accionar de la Alianza Anticomunista.
No es con gestos y cursos de derechos humanos que cambiará la Bonaerense o la Formoseña o la Chaqueña o la Santafecina; es con políticas efectivas de conducción política democrática (y me permito dudar de la voluntad democrática y transformadora de Puricelli), con una clara decisión de no reprimir, de no torturar, de no someter a tratos indignos e inhumanos a ninguna persona en condiciones de encierro policial o carcelario, con la firme voluntad de expulsar de la fuerza a toda persona comprometida con el Terrorismo de Estado, la Violencia Institucional, el tráfico de Drogas, la prostitución, el armado de causas contra inocentes y por supuesto la represión lisa y llana a los que luchan. Solo así se cerrará el río de sangre que hay entre los hombres armados por el Estado y el pueblo. Solo así se fortalecerá la democracia y se podrá aspirar a que el Nunca Más no sea solo un deseo. Y si llegamos hasta aquí; hasta este Juicio y Castigo ejemplar contra tantos genocidas, tenemos las condiciones para lograrlo, es de la unidad popular y de la voluntad política transformadora que depende todo. Acaso en primer lugar, conquistar la democracia verdadera que nos merecemos desde la frustración de la Revolución de Mayo. Una democracia verdadera para la Segunda y Definitiva Independencia que necesitamos para toda Nuestra América.
Fuente: Cronicas del Nuevo Siglo.
* Secretario de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre.
0 comentarios:
Publicar un comentario