Por Francisco Yofre
fyofre@miradasalsur.com
La identificación pueblo-montaña, las alternativas productivas de la región y la empatía con la clase media explican la fortaleza del reclamo.
Muchas de las niñas que han nacido en esta zona de La Rioja durante 2012 llevan como nombre, Famatina”, señala Pía Silva desde el acampe ubicado en la localidad de Alto Carrizal, el lugar elegido por los asambleístas para impedir que los camiones de la empresa minera Osisko Mining Corporation lleguen hasta el cerro Famatina. “Es muy violento ver cómo por las explosiones con dinamita vuela en mil pedazos la montaña que siempre tuviste al lado”, agrega Corina Milán, asambleísta de Esquel, la ciudad patagónica que en 2003 se pronunció masivamente en un plebiscito contra esta actividad y que es tomada por todas las asambleas del país como el ejemplo a seguir. Ambos testimonios reflejan un rasgo clave del éxito de Famatina: la identificación de ese pueblo con su cordón montañoso en el aspecto cultural, ancestral, social y productivo.
“En aquellos lugares donde no existe un vínculo entre la gente del lugar y sus montañas, para las empresas mineras es mucho más fácil poder explorar y explotar la zona”, explica Pablo Lumerman, politólogo y director de la Fundación Cambio Democrático, una ONG que desde hace varios años analiza la conflictividad sociominera argentina.
El martes pasado, un comunicado de la compañía canadiense señaló que frenaría sus trabajos en la zona hasta obtener la licencia social. La licencia social es una exigencia de la Ley Nacional de Protección Ambiental que significa obtener el consentimiento –tácito o expreso– de los pobladores de la región con la explotación minera. Dos días antes, el gobernador de La Rioja, Luis Beder Herrera, había hecho un anuncio en el mismo sentido y agregó que haría una fuerte campaña de información acerca de los beneficios que supuestamente traería el emplazamiento de la mina. La intención de Osisko es explotar 40 kilómetros cuadrados sobre un cordón montañoso rico en oro. Para ello firmó un contrato en agosto de 2011 con el Emse (Energía y Minerales Sociedad del Estado), la empresa riojana abocada a las temáticas mineras.
“Sin embargo, estas empresas y esos convenios están lejos de poder entender todo lo que uno pone en juego cuando pelea por su tierra. Es mucho más que un poco de suelo. Para nosotros, vivir en una ciudad como Esquel o como Famatina es una elección de vida. Entonces es obvio que los pobladores no vamos a permitir que una empresa minera venga a arruinar el proyecto de vida de tantos”, apunta Corina Milán.
Famatina es un pueblo de 6.000 habitantes dedicado a la actividad agrícola –centralmente, el cultivo de nogales– y el turismo. Su vínculo con el cerro General Belgrano, conocido como el nevado de Famatina es muy estrecho. Ya en 1592, por esas tierras caminó el conquistador español Juan Ramírez de Velazco buscando el llamado “oro de Famatina”. Los pobladores de la zona han escrito decenas de poemas, canciones y varias fiestas populares se realizan en honor a los cerros de la zona. La identificación cultural es absoluta.
Pero esta raigambre con la montaña es sólo uno de los rasgos que explica la potencia de la presión social que irradia Famatina. Hay otros, tanto o más poderosos, que sirven para entender las cualidades propias de la lucha de esta zona riojana y que se distinguen de los cortes de ruta urbanos o rurales más tradicionales.
Alternativas productivas. Un elemento clave en el que coinciden todos los consultados es que aquellos pueblos o regiones que tienen variantes de producción para generar riqueza, aunque sea en pequeña escala, suelen presentar mayor nivel de resistencia a las mineras. En Famatina, buena parte de la composición social de la asamblea son pequeños productores rurales, además de docentes, empleados estatales y jóvenes estudiantes. El cordón montañoso es sierra pampeana, no es cordillera, ni pre cordillera y está rodeado de valles con tierra fértil. Susana Gómez, asambleísta de Famatina, reconoce que “es cierto que no se valoraba tanto la riqueza de nuestra tierra, sus cultivos y el trabajo rural hasta que empezó el conflicto cuando vino la Barrick Gold en 2006 y que se terminó yendo. En estos años hubo una reacción que nos ha hecho más conscientes pero siempre estuvimos con la tierra. Somos la tierra. Aquí quienes no viven del campo, tienen una pequeña huerta en su casa para cultivar aunque sea unas poquitas cosas”.
El otro rubro productivo de la zona es el turismo basado en actividades deportivas como parapente, trekking o directamente el alquiler de casas para descansar.
Por el contrario, aquellos lugares donde la única opción de productividad es la llegada de una mina o donde la economía es de subsistencia, prácticamente no hay discusiones. Un ejemplo de ello es el caso de Pirquitas, ubicado a 350 kilómetros al noroeste de San Salvador de Jujuy y a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar. Hasta 1989 la exploración era subterránea, pero en abril de 2009 comenzó a operar a cielo abierto. Al frente del proyecto está la firma canadiense Silver Standard. Si bien se dieron algunas movilizaciones contra ella, la resistencia tuvo un impacto mucho más débil que el de Famatina.
Desaire gubernamental y democracia directa. Otro punto que explica las lógicas de la lucha de Famatina está en el vínculo que tienen con los políticos locales. Los asambleístas de diversos puntos del país consultados por este medio tienen durísimos cuestionamientos a sus gobernantes. La desconfianza es absoluta y sus expresiones son similares a las de diciembre de 2001. La explicación radica en que las autoridades provinciales y municipales, apoyadas en la legitimidad que les da el voto popular, desestiman cualquier tipo de consulta a la población acerca de si quieren o no que haya un emprendimiento de esta envergadura en sus tierras. Para el politólogo Lumerman esto lleva a que sean “los marcos asamblearios a través de la democracia directa y no representativa la que logra contener esa ajenidad que hay entre la población y los gobernantes. El abordaje correcto es abrir marcos de participación para la población y de modelo de desarrollo consensuados”.
Así, desde ese primer desaire donde los políticos no consultan a sus poblaciones, los caminos comienzan a bifurcarse y rápidamente queda constituido un escenario de polarización antagónica. Al mismo tiempo, la asamblea se va a convertir en un ámbtio a defender, con sus propias lógicas y desde donde comienzan a generarse nuevos vínculos y relaciones sociales novedosas. Buena parte de la cotidianidad del pueblo empieza a girar en torno de ella.
“Sostener esa asamblea basada en la búsqueda de consensos permanentes es clave para mantener la postura ante las mineras. Tratamos de evitar votaciones para que no haya divisiones internas de unos y otros. Tardamos más en resolver, pero se cuida al máximo el consenso”, apunta Corina Milán.
“La idea de organizarse en asambleas surgió como una forma de diferenciarse de los partidos políticos, de los gremios y de esas estructuras habituales. Se busca que no haya líderes ni representantes de los asambleístas, que todas las voces sean válidas, que ante los medios hablen varios”, agrega Pía Silva.
El vínculo entre los asambleístas será más fuerte si hay persecuciones tal como ocurrió con Famatina, cuando semanas atrás, se encontraron listas negras elaboradas por la empresa canadiense donde se consignaban nombres, direcciones y actividades de muchos de sus integrantes. “Hay parejas que se han separado por las diferencias que tenían en torno de la mina”, apunta Silva.
La empatía del reclamo. El viento de cola con el que cuentan las protestas es la fuerte empatía que genera en amplios sectores sociales. En los centros urbanos la clase media ve con buenos ojos los reclamos mientras que en cada uno de los pueblos el rechazo recorre todos los sectores sociales. En Esquel, el “No a la Mina” obtuvo el 80% de los votos. Para la patagónica Milán, un aspecto clave de ese viento de cola es el cambio de la potestad del saber. “Siempre se supuso que las empresas de megaminería eran las que tenían el conocimiento científico que acreditaba sus argumentos. En Esquel, nos empezamos a informar y vimos que había otro saber, también sostenido con pruebas científicas elaboradas por nuestros investigadores. Así se dio todo un proceso de educación popular y surgieron dos discursos científicos: el de las mineras y el de las poblaciones que se oponen”, apunta Milán.
La búsqueda de solidaridad, el rechazo a los cortes de ruta duros, propios de los movimientos piqueteros y, por supuesto, la contundencia que plantea conocer la experiencia de lugares donde las secuelas de la megaminería son palpables, también contribuyen a que el conflicto sea aceptado por amplios sectores de la comunidad.
La contradicción, sin embargo, se plantea cuando se analizan otros proyectos también dañinos a la naturaleza tales como las papeleras que existen a lo largo del país, la pesca indiscriminada y a gran escala, la explotación petrolera o el mismísimo Riachuelo. Estos casos no generan el rechazo de la megaminería. Para Lumerman la actividad extractivista tiene un rasgo que la distingue y es que “toca un nervio de nuestra historia. Resuenan antecedentes vinculados con la colonización española. Fueron ellos los que vinieron en busca de metales preciosos y saquearon todo lo que había llevándose las ganancias a esas tierras extranjeras. Salvando la distancia, hay un discurso similar pero hoy contamos con un marco democrático para poder abordar los conflictos que giran en torno al aprovechamiento de los recursos naturales, la participación ciudadana, el diálogo multisectorial y el fortalecimiento institucional del Estado”.
Fuente: Miradas al Sur
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