La masacre de Soldati es un ataque al corazón del proyecto nacional y popular que conduce Cristina y a la Unasur que lideraba Néstor Kirchner. Es el orden reclamado por Duhalde unas horas antes de la masacre.
Es el laboratorio montado por la derecha más rapaz y concentrada. Una forma de cerco brutal y despiadado contra el gobierno de la inclusión social. Algunos de los que bajan línea en los canales de TV, sean del monopolio o no, se transforman en cómplices cuando incitan al odio. La derecha, en sus distintas versiones, intenta construir el enemigo para enfrentar salvajemente al gobierno de Cristina.
Duro entonces con “los bolitas”, los paraguayos, los peruanos, “los negros de mierda que vinieron a comer de nuestra mesa”.
Duro con ellos, los argentinos que acompañan a Cristina y los que se parecen a la América profunda en su piel y en su pobreza.
Para la derecha, hay que aclararlo, todo pobre es un extranjero.
La “inmigración descontrolada”, en palabras de Macri y Rodríguez Larreta, es el discurso que aturde y taladra la cabeza de los pobres que habitan un departamento de dos ambientes contra los hermanos que están del otro lado de la reja, a la intemperie.
Es una maniobra escrita en el manual de Mussolini; no hay que subestimarla. Ni dejarla expandir.
Entrando a sangre y fuego contra los ocupantes del Parque Indoamericano, muestran el verdadero propósito que es ganarse la cabeza misma de los vecinos de bien, esos que se distinguen apenas por no tener al niño colgado de una guagua en sus espaldas.
La xenofobia y el racismo son el rasgo degradante de una sociedad, más que de un dirigente. No hay dirigentes xenófobos aislados y solos. Existen en tanto haya una sociedad que los contenga y les haga coro. Por eso hay que hacer pedagogía en defensa de la vida hoy más que nunca.
La historia enseña que de una crisis tan profunda como la que atraviesa hoy el mundo, se sale por el lado izquierdo y auténtico del pueblo o por la faz derecha de los poderosos.
Miremos a Europa con el drama irlandés, inglés, español, griego o portugués; a los Estados Unidos con el Tea Party y la derecha más horrible.
En nuestro país, para que sigamos ese mismo rumbo, primero probaron con la receta del miedo a la inflación y la consiguiente necesidad del ajuste salvaje y el enfriamiento de la economía.
Pero como enfrente estaban Néstor Kirchner y luego Cristina, no pudieron entrarnos por allí.
Dramáticamente, a los tiros y matando, ahora prueban con la tesis de Berlusconi en la Italia más parecida a la del fascio que a la de la República democrática: “la culpa de todo la tienen los inmigrantes”. Duro con ellos. Con los negros del África o con los empalidecidos rubios de la antigua Rumania.
O con los bolivianos y paraguayos en Buenos Aires. Mal que nos pese, la crisis mundial está entre nosotros. No entró desde la economía y mucho menos desde la política social de un gobierno que va a contramano de la hegemonía neoliberal que aún se enseñorea en un mundo que se incendia. Entró por este laboratorio de sangre que es Soldati, con sus muertos de un solo lado y ese grito que lastima el alma: “Basta de villeros”.
No hay que dudar en el diagnóstico: la disputa es política, es cultural y es ideológica.
No son casualidades, como afirmó Cristina, sino causalidades.
O se impone la derecha de Macri y su patota, Duhalde y el Grupo Clarín y sus lenguaraces. O gana y se afirma esta democracia que defiende la vida y los derechos para todos. Esta vez no hay marcha atrás. La Plaza de Mayo y la Casa Rosada, con la presencia de las celebridades internacionales que nos visitaron, con las Abuelas, las Madres y los Hijos de los desaparecidos, con los sindicatos, con la clase media que prefiere correr el riesgo del cambio antes que volverse parte del pasado, con Carta Abierta y los Movimientos Sociales, esa Plaza convocada para el viernes y postergada para este domingo, es una fogata en medio de una playa nocturna. Está para alumbrar, para resistir, para gritar y cantar que no hay vuelta al pasado, como quieren Macri y Eduardo Duhalde exigiendo “el orden” del modo que sea.
En democracia está permitido discutir todo. Hasta el sexo de los ángeles si se tienen tiempo y ganas. Pero una raya infranqueable es la democracia misma, que es incompatible con cualquier violación de los derechos humanos, con cualquier forma de xenofobia y racismo, con cualquier variante de la dictadura.
Por eso, habrá que ser implacable con el discurso del PRO. Eso no es la democracia que supimos construir en estos años, con virtudes y defectos.
Pero también habrá que salir a campo abierto a dar la discusión con todos los vecinos. Poder decirles respetuosamente que somos latinoamericanos, que todos tenemos algo de bolivianos, algo de peruanos, algo de paraguayos así como tenemos algo de italianos, de españoles, de sirio libaneses. Y no se trata de ser tolerantes con nosotros mismos. Se trata de amarnos a nosotros mismos, amando al hermano que está bajo el mismo cielo y en la misma tierra que nosotros. Hay un solo responsable de esta tragedia: el gobierno del PRO y particularmente el llamado a la violencia que desata Macri cada vez que habla. Es una gestión incapaz de gobernar. No lo sabe hacer. No exagera ni miente cuando dice que “no puede gobernar sin presupuesto”. Si no sabe gobernar con presupuesto, menos lo sabrá hacer sin él.
Mañana se recuerda la Masacre de Margarita Belén en el Chaco, allí donde fueron asesinados una veintena larga de militantes. El periodista local, Marco Salomón, fue amenazado por uno de los acusados de genocidio, Ricardo Reyes, como si creyera que el pasado de muerte y dolor colectivo instauró que el terrorismo de Estado siguiera presente.
Que nadie se equivoque, ni el genocida ni los gobernantes porteños con su xenofobia: esta democracia llegó para quedarse, para profundizarse y por sobre todo, para dignificar la vida en paz.
Miradas al Sur
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